Declaraciòn

Quizàs fue sopesando el crucifijo de oro macizo que colgaba de su cuello, o bajo la influencia de las sobrecojedoras imàgenes de los frescos del techo de su sala, el papel satinado en blanco inmaculado con el timbre al agua del sello oficial, o el sutil diseño que los sastres confirieron a su ùltimo hàbito. Lo cierto es que con decisiòn y delicadeza, quitò el capuchòn de su estilogràfica Mont Blanc 888 y con la mano izquierda sobre la frente en clara señal de agobio escribiò: "La pobreza es un escàndalo". Satisfecho, el Papa Benedicto XVI pidò que la frase fuese publicada en el boletìn oficial del Vaticano.

Trío


Nos conocimos en el 98 porque compartíamos el mismo teatro y el mismo camarín, un horario central y la mejor parte de la gorra que en ese tiempo se podía recaudar en El Bululú. Con idéntica suerte y sueños parecidos, quiso el destino que tuviésemos la posibilidad de ver cada uno el trabajo que hacía el otro y admirarnos mutuamente.

La vida ató y sumó mas cabos a los que existían profesionalmente y conversamos de otras cosas bien distintas a las luces, las puestas en escena, el criterio ético y estético de una obra. Mientras una pequeña luz de trabajo en conjunto se encendía otra pequeña luz en el cuerpo de Agostina, su hija, se apagaba.

Sobre mitad de año del 99 encaramos un ambicioso proyecto para presentarlo en Puerto Madryn, donde Roberto ya había trabajado otras temporadas. Y durante meses hicimos más borradores que producción hasta que una noche jugamos a colocarnos el traje y el alma de dos personajes distintos que terminaron siendo el verdadero eje y suceso de la obra.

Llegué a Madryn unos días antes del estreno y en la puerta del inolvidable Teatro del Muelle estaba colocado nuestro afiche anunciando “Se fue pero no se nota”, en clara alusión a la partida de uno de los presidentes más infames de la historia nacional. En el afiche siempre aparecimos dos pero el secreto radicaba en que en realidad siempre fuimos tres.

Teníamos nuestras rutinas cómicas solos en el escenario a lo largo de la obra y la entrada siempre desopilante de dos técnicos (Zeta y Sergio) que aparecían con sus linternas y su ineptitud cada vez que el escenario quedaba a oscuras.

Fue un éxito. Y en Buenos Aires lo hicimos una vez en El Bululú con tanto público como colegas, curiosos de ver la alquimia de dos estilos distintos en escena.

Roberto y yo, minutos antes de cada función, sufríamos de parecida taquicardia. Y si había algo que oficiase de bálsamo era Mónica Rafael a cargo de la dirección y las luces, la producción, la contención, la arenga, el oído, el espíritu y el ojo crítico para decirnos “Esto no es lo mejor” A ella le debemos (creo que el negro avalaría este comentario) todas las veces que nos subimos a un escenario, incluídas obviamente, las del Interior.

La negra volvió a Madryn para hacer un camino propio y obligarnos a nosotros con nuestra reciente orfandad a hacer el nuestro.

Cuando repasamos las pequeñas anécdotas de tanto trabajo hay tres que pintan como un distintivo.

A la negra le había llamado la atención mi monólogo sobre Julio Argentino Roca. La tarde que fuimos a ver el teatro se arrimó tímidamente un descendiente de cacique Sayhueque. Cuando me enteré quién era lo invité a ver la función. Dudó.

Cuando terminamos la función, alguien tocó a la puerta del camarín para decirnos que en la sala nos esperaban dos personas. Allí estaba Sayhueque y su mujer, empilchados con sus mejores ropas de salida, regocijado de escuchar aplaudir un monólogo con el que pretendí hacer justicia con mano propia.

El Teatro del Muelle pertenecía a la municipalidad de Madryn y una tarde nos pidieron una reunión para decirnos que el seguidor que utilizábamos no estaba en el presupuesto que habíamos acordado y que teníamos dos alternativas: o pagar por él en cada función o compensar yendo a trabajar a un programa de espectáculos en los barrios periféricos de Madryn. Era lo que queríamos hacer, trabajar en los barrios.

En nuestra primera participación, en un barrio marginal, esperamos nuestro turno con un público deseoso de escuchar tocar a su grupo de cumbia “Marea” , mientras arrojaba sobre el escenario todo tipo de objetos a aquellos que como nosotros éramos artistas invitados. No respetaban condición ni género cuando disparaban lo que encontraban a mano. Pude ver un cascote estrellarse contra el escenario cuando una excelente cantante de tango, con cuatro meses de embarazo interpretaba. Quise buscar un casco cuando vi que un trío pretendía interpretar "El vuelo del moscardón". Ay mi Dios.

Temimos por nuestras vidas. Nos cambiamos en una casa cercana al lugar donde se había montado el escenario. Salimos a escena. El negro y yo hacíamos un diálogo entre dos políticos que se atacan en sus discursos con frases vacìas de contenido pero terminan a los besos. Cerrábamos con una canción. La primer fila daba golpes de puño sobre el escenario doblándose de la risa. Fue ovación. El funcionario y actor que nos obligó a actuar en compensación del seguidor que utilizábamos, tomó mi guitarra cuando bajábamos como si fuese el plomo de una superbanda y salimos detrás de él al mejor estilo Rolling Stones. Inolvidable esa noche de lujo.

Gira a Santa Fe. Habíamos dado una función impresionante en San Gregorio, nos tocaba María Teresa, cuyo escenario estaba sin terminar y los dos sectores donde el negro y yo entrábamos y salíamos no se comunicaban entre sí. En medio de uno de los sketches yo salgo a cambiarme para una nueva rutina. Salgo al escenario y luego de una breve intervenciòn, introduzco mi mano en el bolsillo para sacar un papel con un discurso. No está. Meto la mano en todos los bolsillos y percibo objetos extraños como lentes, totalmente desconocidos al tacto. Salgo del escenario en medio de mi rutina desesperado y le digo al negro: “el texto, no encuentro el texto” revolviendo todo. Vuelvo a salir con el lógico desconcierto del público y por primera vez en años digo el discurso de memoria, como si leyera. Nuestras cosas se habían mezclado y yo necesitaba algo que estaba a la izquierda del escenario. Cruzo en un Black out y la negra manda luces y se me ve a mí pegado contra la pared como intentando evitar que alguien me viera.

En la última rutina nos encontrábamos en el escenario. Allí nos dimos cuenta que yo tenía el saco del negro y el negro el mío. Uno tenía pantalón azul y saco negro y el otro saco negro y pantalón azul. A mi me quedaba corto, a él le quedaba enorme.

En el tablero de luces, la negra moría de risa mientras el público nos miraba con desconfianza. Ella que vio tantas funciones y ensayos sabía los textos y los remates mejor que nosotros.

Eramos un trío. Siempre fuimos un trío.

Vuelve el más grande

Lo dicen los afiches en la calle.
Vuelve Charly García, como antes volvió del Infierno y de los lugares que ven unos pocos.
Vuelve uno que siempre me conmueve porque toca las notas que suenan familiarmente cómodas en mi interior.
En la catedral de mi adolescencia uno de las columnas centrales fue la música. Y una de las vigas de esas columnas fue Charly García, a quien conocí gracias al negro Ariel, un amigo que aparece en las fotos de tapa de Adios Sui Géneris.
Porque Charly cantaba lo que nosotros queríamos gritar y gritaba lo que queríamos cantar.
Vuelve un músico que con un piano y sus letras pintó una época terrible y sus horrores más punzantes.
Cada una de sus canciones reflejaba algo del inconsciente colectivo. Cada una de sus canciones tenía un lugar para nuestros estados de ánimo.
Vuelve nuestro Mozart de oído absoluto, ese que pudo hacer la alquimia perfecta entre la música clásica y el rock nacional.
Vuelve García. Vuelve para emocionarnos otro rato.
Gracias Charly.

La mejor parte de mi

La mejor parte de mì aparece cada dìa.
Aparece unos segundos y se mantiene firme.
La mejor parte de mì se refleja en mil destellos.
Se refleja y se mantiene firme.
La me parte de mi se potencia.
Se potencia cuando te veo y me quedo sin palabras.

Hay algo

No tendrìa porquè hacerlo.
Como quien trata de interpretar los sueños, la fìsica cuàntica, las leyes de la Naturaleza.
No hay explicaciòn.
Pero si hay causas.
Solo se que es màs fuerte que yo
y que no sucede siempre, como los misterios.
Es un instante o varios,
es un momento a solas con vos.
Es entender tu encanto, tu magia, tus embrujos,
Es percatarme de algùn gesto, una pose, un movimiento felino.
Y sentirlo vibrar adentro sin aviso.
No hay contacto fìsico, o sì, pero en otra dimensiòn.
Hay muchas palabras y bastante de tu actitud
que potencia la mìa para situarme frente a vos de otra manera,
un poco màs animal y desprovista de pensamiento alguno.
Es para vos tan reconocible como para mì.
A veces inmediato, otras tardìo,
pero siempre presente.
No es todos los dìas, ni en todas nuestras charlas.
Hay en vos una chispa, un torbellino, una pregunta,
hay en vos una postura, un no se què, alguna alarma.
Y hay en mì tantas cosas increìbles.
Que solo se dicen en miradas.
Que carecen de argumentos.
Pero hay algo.

Yo no acepto

Con el tiempo las reglas cambian, las innovaciones, las transformaciones culturales exigen nuevas reglas.

Este documento me llegò en dos oportunidades en muy poco tiempo y es pesado para enviarlo por mail.

Pegale una ojeada. Porque estas son las nuevas reglas. Reglas que tàcitamente apoyamos con nuestra participaciòn o nuestro silencio.