(Breve explicación para niños sobre los términos del
título)
El mundo
es como un cuerpo humano, e igual que el cuerpo humano se enfrenta a gérmenes,
agentes extraños que lo corroen, lo
deterioran, intoxican, lo dañan, a veces, de manera irreparable. En el caso del
cuerpo, la ciencia ha llamado a esos invasores bacterias, virus, etc. A los del
mundo los llamamos los hijos de puta.
En
este grupo se encuentran los traficantes de armas, de órganos, de niños,
proxenetas, pedófilos, laboratorios, banqueros, especuladores financieros,
depredadores del medio ambiente, en fin, la lacra de la sociedad.
Igual
que las bacterias, estos pueden producir daños irreparables y también
multiplicarse.
Los
hijos de puta más grandes, a mi entender, fueron son y serán los que dejaron su
huella por los siglos de los siglos. Y estos han sido los que nos hicieron
creer, fundando luego sus leyes aclaratorias, que esta tierra que transitamos,
que era inicialmente de todos, como lo era para los aborígenes y otras
civilizaciones, debía tener un propietario, y este primer latifundista demarcar
su dominio y considerar invasor a todo aquel que ingrese voluntariamente o por
descuido a su coto demarcado. Luego, propagándose como las bacterias,
establecieron las comarcas, los ducados, las naciones, y plantando en cada una de ellas sus banderitas,
nos acostumbraron a que el Mundo debía regirse por fronteras, idiomas,
religiones, y claro está, monedas diferentes. A mayor cantidad de monedas,
mayor posibilidad de plantar banderitas, no importa a qué distancia de la
bandera de origen se encuentre.
Y así
como el propietario de un terreno pudo pegarle un escopetazo a quien transitara
el área de su perímetro, los países, bendecidas sus armas por sus pacíficos
sacerdotes, pueden exterminar, como lo han hecho tantas veces a sus vecinos.
Y
colorín colorado, este cuento se ha acabado.