Escenas del sábado a la mañana

Con dos almohadones de mi sillón en las manos salí de casa rumbo al tapicero. En la cuadra del local no menos de cuarenta personas tocando el timbre de departamentos y casas. No tenían uniformes pero eran identificables. Para romper el hielo, le hago un comentario al tapicero agregando: “qué habrá hecho Jehová para buscar tantos testigos”, Me arrepentí a los dos segundos. Comenzó: Está muy bien que anuncien como todos los profetas los tiempos que se vienen, la llegada del Señor. Siempre hubo profetas anunciando lo que pasaría. Así no se puede seguir, algo tiene que pasar. Y luego los cuarenta años que tardó Noé en armar su arca de tres cuadras y varios edificios de alto, su prédica, su anuncio, sus advertencias. Me convenció sin hablar de los almohadones en ningún momento, que era mejor que el sillón permaneciera como está.

Compras de la semana, me mantuvieron entretenido. Un televisor de bar muestra a Gallardo, el técnico de River hablando, luego Arruabarrena, el de Boca. Falta una semana para que comiencen a enfrentarse. Cuando yo era chico nos enterábamos de la formación del equipo en un clásico con el diario del día o diez minutos antes del partido por la radio. Hoy contamos con cientos de reporteros cubriendo los entrenamientos antes de los partidos más importantes y entonces sabés cuántos flatos desparramó el arquero entre las 7.30, hora en que se despertó y las 8.20 cuando desayunó. Cuál fue el sueño del delantero y si tuvo o no poluciones nocturnas, qué opinan los dirigentes, el utilero, el que riega la cancha, el jefe de la barra brava, el vendedor de garrapiñada. Qué pasó en el choque de dos jugadores durante el entrenamiento, que le escribió por Twitter la novia al zaguero central mientras éste practicaba una jugada con pelota detenida, que dijo la madre del lateral izquierdo cuando lo vio a su hijo armar el bolso.

Entonces recordé lo difícil que sería para Noé anunciar durante cuarenta años tocando timbres cómo sería un día como el de hoy.


Paraíso y tecnología



Desconectado de Internet, de Whats apps, del celular, desprendido del ciberespacio, de la redes en las que nos han atrapado como a los atunes y a los camarones.
En una playa paradisíaca la gente no observa el mar ni el cielo. Clava sus ojos en la pantalla de su Ipod, desenfunda sus palos de Selfie, para fotografiarse de espaldas a las olas y de cara al Facebook de sus contactos, para decir “Estoy aquí, este soy yo” de manera inmediata. “Observen mi suerte y mi felicidad”.
Una chica de unos veinte años cabalga sosteniendo con el estrafalario invento su celular y sonríe mirando hacia la pantalla.
La tecnología ha traspolado las prioridades, cambiado los límites de afuera y adentro, interior, exterior, público y privado.
La felicidad es mayor si se publica on-line.