El regreso

Volvía con paso lento, arrastrando los pies y el cansancio. El viento mantenía un ulular constante, hipnótico, adormecedor. Bajaba la vista y se llenaba los pulmones con el aroma de las flores. Calculaba mentalmente el tiempo que tendría que caminar hasta ver la casa, seguramente con toda la familia aprontando los detalles para la fiesta. Sonrió. Pensó que su hermana sería feliz en su casamiento y en los días que vendrían y que su padre lo estaría esperando ansioso para que lo ayudase a cortar la carne para distribuirla en los asadores. Sus hermanas menores colgarán las guirnaldas y los candiles, estarían ahora sacándole las arrugas a los manteles en las mesas largas donde cenarán las dos familias. No se alcanzaban a ver las luces todavía y el campo se extendía ante sus ojos. El viento seguía silbando una única nota. No recordaba porqué se alejó tanto de la casa. La escopeta colgada sobre el hombro se balanceaba al ritmo de su paso. Tenía sed y sabía que un vaso de vino estaba más cerca. Las imágenes se le mezclaban con las de Ramón tirado boca arriba sobre la hierba.

Sería esta la primera vez que salía a cazar y regresaba con las manos vacías. Alcanzó a ver a una bandada de patos surcando el cielo pero el silbido del viento era más fuerte que sus graznidos. Cosa extraña una tarde tan fría en sus pagos. Que no llueva, imploró al cielo, o se aguará la boda.

Sentía latir el corazón en los oídos y cuando miró al suelo vio una mancha de sangre en la bota derecha y otra en el pantalón a la altura de la rodilla. Instintivamente se llevó la mano a la oreja izquierda. Algo lo molestaba. La retiró húmeda. Era sangre. Y volvió a hacer el esfuerzo de recordar dónde se había lastimado y con qué. Al llegar a la casa se daría un baño y se afeitaría.

Algo se movía a lo lejos. No distinguía bien a sus primos pero venían a su encuentro con los brazos abiertos. Desde donde se hallaba parecía que viniesen gritando pero él solo seguía escuchando el viento. Agitó la mano y apuró el paso.

Eran siete. Los pudo contar. Salieron a su encuentro abandonando por primera vez el pozo de zorro desde que empezó el bombardeo. El viento soplaba más fuerte.


Navidad gris y con nieve adentro


Caminábamos con mi hija rumbo a la casa de mi madre para festejar en familia Navidad. Llevábamos nuestras bolsas de regalos para colocar en el árbol como todos los años.
La fecha siempre fue especial para la familia, porque  el 25 de diciembre era el cumpleaños  de mi viejo. Así que a las 12 levantábamos las copas, brindábamos, nos deseábamos feliz navidad y abrazábamos a papá para desearle feliz cumpleaños.
Todos compramos regalos para todos y los dejamos en el árbol cuando llegamos.
Mi hija, mientras caminábamos, recordó un año especial.
Yo llegué con mis bolsas, todas provenientes de una marca de ropa masculina y en cada una de ellas prendas para varón.
En casa de mi madre festejábamos ése año mi hija, mis dos hermanas, mi madre y mi sobrina. Ningún varón salvo el que hacía los presentes.
Todos abrieron sus regalos y me agradecieron los mamarrachos que había comprado en el mismo lugar, todo junto. Remeras, pantalones de tamaños enormes.
Yo no recordaba eso y cuando llegué a casa comenté la conversación y absolutamente todos aprobaron con sus gestos y sus reflexiones sobre aquella Navidad.
Todos menos yo. Lo había borrado. Los escuchaba como si contasen la historia de otra persona. Entonces hicimos el ejercicio de recordar el año de aquel despropósito. Había sido aquel en que por primera vez mi viejo no festejaba con nosotros. Se había ido en octubre.
Mi hija dijo que yo estaba enojado con el Mundo.
No recuerdo tampoco si afuera nevó.