En la noche del 9 de mayo de 1940, en
una pequeña taberna de Essoyes, ubicada en el límite oeste de la ciudad
francesa, veintitrés personas deliberaban sobre los hechos ocurridos en la casa
de los Dumont unas horas antes.
Todos sabían que Alice Dumont había
soportado en silencio durante años los golpes de su marido cuando regresaba ebrio a casa. Su marido, Baptiste, fue aumentando paulatinamente la frecuencia
de sus borracheras y aunque en un principio alarmaba a los vecinos con sus
gritos, insultos y ruidos violentos con el tiempo pasaron a ser parte de las
características del pueblo.
Baptiste Dumont culpó siempre a Alice
por la muerte de su único hijo. A la salida de su jornada en una imprenta
pasaba por un bar intentando cerrar con alcohol una herida que jamás
cicatrizaría.
Las señales de los golpes recibidos por Alice eran tan evidentes
como el temor que su marido le inspiraba. Algunas mujeres trataron de ayudarla
pero ella siempre respondía que pronto pasaría, y que todo sucedía por su culpa, que su marido era un buen hombre.
La radio anunciaba el principio de la
invasión alemana y Essoyes estaba dentro de los puntos en la ruta a París.
Algunas familias decidieron marcharse sabiendo lo que las tropas invasoras
habían hecho en Polonia, otros se unieron a la resistencia para cobrar cara una
segura derrota.
Las veintitrés personas reunidas
aquella noche eran las únicas que sabían que Alice respondió por primera y
última vez a los golpes de su esposo con una cuchilla de cocina. Siete de ellos
se ocuparon de ocultar el cadáver y le consiguieron a Alice un lugar donde
pasar la noche-
Tres días más tarde, durante la
ocupación alemana, el cuerpo de Baptiste Dumont apareció junto al de algunos
soldados de la resistencia caídos en combate.
La tumba de Baptiste Dumont exhibe
los honores que se les dispensa a los héroes de guerra.