Desde que lo conocí en los contrafestejos del Encubrimiento de América
en 1992 trabajé mi material de historia con Jorge Cattenazzi. Jorge fue uno de
mis grandes maestros. El sostenía que su gran prócer era Artigas.
Julio Parissi me prestó dos libros que hablan del oriental.
Las traiciones de los copetudos de Buenos Aires, los caudillos de la
época y parte de su propia tropa, signaron su vida política y militar. De este
lado del río encumbrados nombres de calles importantes como los de Pueyrredón,
Sarratea o Carlos María de Alvear lo combatieron por el miedo a que las ideas
artiguistas se propaguen en nuestro territorio. Alvear, un apellido que signó
los peores momentos de Argentina, tuvo en Carlos María un digno ejemplo. Carlos
María de Alvear le escribió a Inglaterra pidiendo la protección de su reino
porque este pueblo estaba bien dispuesto a solicitar quedar bajo su poderoso
abrigo y terminar con la anarquía que proponían los caudillos y sus ideas
republicanas. No del todo conforme con esto le brindó toda la información sobre
las posiciones del ejército, sus pertrechos y su logística.
Artigas pensaba en la Patria Grande. Un siglo antes que la revolución
rusa ya había puesto en práctica una reforma agraria y cedía tierras a quienes
estaban dispuestos a trabajarlas. Su ejército contaba con negros esclavos y
pueblos originarios. Para los contrabandistas porteños que desde siempre
ostentaron el poder y las grandes decisiones políticas, Artigas era el demonio
hecho persona.
Cuando los portugueses invadieron la Banda Oriental el Directorio, con
Pueyrredón a la cabeza, lo dejó solo, pensando en que podrían ser los portugueses
los que acabaran con el díscolo rebelde que no seguía sus órdenes. Uruguay
proclamó la Independencia de España un año antes que nosotros en Tucumán. José
Gervasio Artigas era un problema y una gran influencia para provincias como
Entre Ríos, Corrientes, Córdoba, Santa Fe y Misiones. Los diputados que enviaba
en representación de su territorio al que él llamaba Protectorado siempre
fueron desconsiderados por nuestros ilustres mandatarios por no contar con los
avales necesarios e incluso más de una vez tomados prisioneros.
Intentaron sepultarlo en el olvido cuando comenzó su exilio en Paraguay.
Terminó siendo el Padre de la Patria uruguayo pero desconsiderado por nuestra
historia nacional y defenestrado por plumas como la de Mitre o Sarmiento,
prueba contundente sobre la precisión y la peligrosidad de las ideas
artiguistas.
Este libro cuenta con detalles su brillante derrotero por Sudamérica y su caída.