El amor tiene también
sus referencias numéricas
que no las cobija el
álgebra
ni los cálculos
astronómicos,
que no se escriben en
los pizarrones de la escuela
ni se archivan con las
boletas de luz.
Cobran su significado
con el paso del tiempo
y a veces mudan de
morada,
se presentan precisos
como un domicilio,
un punto en el mapa,
una coordenada.
Son secretos,
cuesta descifrarlos,
entender su
significado,
apreciar su valor
1521, 1161, 3074, 12,
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No son obra del azar,
de una tómbola divina,
de una regla
nemotécnica,
de un capricho del
destino.
Prófugos de las leyes
de Newton,
desertores de los
borradores de Galileo,
fugitivos de las
agendas de papel ya extraviadas.
Con solo mencionarlos
se activan mecanismos
que remiten
a la casa paterna,
al lugar frecuentado
durante años,
a teléfonos pulsados hasta el cansancio,
al caótico universo amante de las absurdas imprecisiones.