Cartas accidentadas

 


Sigo escribiendo cartas y enviándolas por correo. Hijos, hermanas, nietas y amigos (¿y porqué no?, dos gatas: Rita e India) son fieles testigos.

Las escribo sobre un buen papel con pluma estilográfica porque considero que además de un documento, una prueba fehaciente de que estuvieron pensando en vos, la carta es un elemento delicado, al que hay que tratarlo con sumo cuidado porque es un vehículo eficiente para transmitir un pensamiento vivo, un sentimiento único e irrepetible, una señal del corazón.

Quien no haya experimentado esta saludable práctica no sabe de qué se trata. No tiene idea del efecto que produce entre emisor y receptor, en cuántas cosas se movilizan desde la escritura hasta a la llegada del sobre del sobre al buzón indicado.

Las cartas, como todo en este mundo, sufren accidentes. Algunas, por misteriosas razones no llegan a destino o en el momento apropiado para evitar una tragedia, como aquella de Julieta a Romeo. Cientos de historias atesora la humanidad sobre correspondencia que fue secuestrada y el efecto que produjo años después enterarse de esta intromisión. En el libro “La llamada”, de Leila Guerriero, una mujer escribe varias cartas a su amado cuya madre ocultó y destruyó porque consideraba inconveniente para su hijo esa relación. Se entera de esto muchos años después y aquel hombre atravesó ese tiempo creyendo que había sido olvidado por el amor de su vida.

Otras se extravían por alguna secreta razón que conserva guardada el destino.

Otras, como la que le envié a mi hermana, padecen las contingencias climáticas de estos tiempos y leerlas se convierte en una ardua tarea, propia de quienes se dedican al estudio de jeroglíficos y lenguas muertas.

No creo que sea obra del azar. Sospecho que tienen vida propia una vez que cerramos el sobre.

𝐸𝑠𝑝𝑒𝑗𝑖𝑡𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑐𝑜𝑙𝑜𝑟𝑒𝑠

 


Los periodistas y los medios en general, junto a intelectuales y docentes de dudosa moralidad son cómplices de deformar y esconder debajo de la alfombra ciertas infamias.

La historia funciona como la psicología: vemos el pasado, entendemos el presente para no repetir nuestros traumas en el futuro.

Si a la matanza de pueblos originarios la llamaron “Campaña al desierto”, al genocidio del pueblo paraguayo “Guerra de la triple alianza”, al bombardeo a la plaza de mayo “Revolución libertadora”, es natural que el aniquilamiento de 30.000 compatriotas se rotule como guerra de los demonios, excesos y otras deformaciones aberrantes.

El nombre equivocado al hecho sangriento o la falsa calificación hacen menos grave la felonía, intentan amordazar la indignación y anestesiar el dolor que produce la injusticia. No solo es una cuestión de falsos héroes. Es también la intención de deformar los hechos con crónicas absurdas que año tras año se repiten en las aulas para que se graven a sangre y fuego y nunca se discutan.

Los testimonios escritos que revelan las intenciones de las grandes personalidades se esconden y archivan para que la verdad no se propague en el conocimiento popular.

Nuestras ciudades, pueblos, calles y avenidas conservan monumentos a figuras que dejaron cicatrices profundas en nuestra historia, apellidos que derramaron sangre, mayordomos siniestros de un poder que desde épocas inmemoriales establecen sus reglas, imponen sus decisiones, persiguen, asesinan, difaman, ocultan, amparados en el manto de la impunidad.

Este flagelo nacional consigue brazos ejecutores tanto en las escuelas militares como en las universidades de economía. Ocupan el mismo rol que los apuntadores tienen en el teatro susurrando lo que deben decir los actores que ellos eligen, tiñendo de rosa sus oscuras decisiones. Ellos marcan los límites de hasta dónde, mintiendo sobre el consenso social, las estadísticas, el bien común, las políticas que achiquen el déficit fiscal que ellos mismos crearon.

Nunca aparecen sus nombres y apellidos. El sistema los ampara y protege como a los espías o los agentes secretos en las guerras. No tienen otra ocupación que mantener de manera ilegal los privilegios que se concedieron, encontrar nuevos intersticios en las leyes por donde poder colar sus actos criminales.

Mientras tanto consiguen distraernos con frívolos chimentos de ocasión, programas televisivos siniestros, espectaculares videos especialmente montados para adormecernos o mantenernos presos del odio o del desconcierto.

Hay que estar atentos y vigilantes, no dejarnos engañar con aquellas frases que revelan la estafa, mantener los ojos abiertos para evitar golpes y fintas, anticipar las repeticiones y el lifting a viejos slogans porque sino volveremos a entregar nuestro oro para mirarnos las manos rebosantes de espejitos de colores.

Yo en política no me meto

 


Hay gente que realiza saltos ornamentales cuando recibe la liquidación de expensas del edificio en el que vive. Resulta que eligieron un administrador y confían en que todo lo que se realice en el edificio en el que vive pase por sus manos. No va a las reuniones de consorcio, no opina ni participa pero cuando llega la liquidación piensa en el administrador y en una armería. 

En política es igual. Mucha gente cree que con ir a votar cumplió con su deber cívico y a otra cosa mariposa, y que, a lo sumo, si la cosa se pone espesa, agarra la cacerola más chota que tiene y asomada en el balcón la bate con energía y fervor patriótico. Punto. No mucho más. En política no se mete y nada sabe. 

En el juego democrático del administrador en el que confió su voto perdió derechos y sumó obligaciones y ninguna de las pérdidas fue importante hasta que el ajuste lo incluyó en la lista. Mientras tanto, sentados en el living frente al televisor miraban las marchas y protestas opinando: “Esos no tienen nada que hacer. Después se quejan cuando le dan palos”. Pero si estuviste en la puerta de los bancos con el corralito y no para que cuando abrieran pedirles cambio. 

Los militantes todos, no solo los de tu barrio, los del país, los de Europa, los de Asia y África, salen a la calle y dicen NO, CARAJO por vos que los mirás por la tele tomándote unos mates. Esos tipos también laburan como vos todos los días y sin embargo allí están diciendo NO al cierre de las escuelas, NO a las privatizaciones, NO al Fondo Monetario, NO a la reforma previsional, NO al ajuste a los jubilados mientras vos desparramado en el living de tu casa despotricás por el país de mierda en el que vivimos. En Francia, por ejemplo, cada tanto, cuando se aplica una medida antipopular hacen calentar París con unas bonitas fogatas. 

Un poquito de respeto, che. Un poco de respeto por los que un domingo al mediodía van a arreglar y a pintar una plaza que abandonó el Estado, los que llevan alimentos a lugares golpeados por la crisis, a los que se meten en el agua en las inundaciones para ayudar a los damnificados, mientras vos seguís los acontecimientos desde la tele. 

Cuando vos no te metés en política, la política se mete con vos. 

¿Querés hacer algo que pueda aportar más que una puteada cuando esperás el colectivo? Acercate un poquito a escuchar a esos locos. En una de esas oís algo que te suena, que tiene cierta coherencia, que te aclara las ideas amontonadas en el mate. Y entonces sí estarás ocupando un lugar activo en la sociedad, intentando, con suerte dispar, que este mundo sea un poquito mejor para todos.