Lo sorprendieron abriendo las cartas que tenía que entregar. Argumentó en su defensa que se había jurado a sí mismo llevar solo buenas noticias.
Una ensalada mixta de casi todo lo que hago
Lo sorprendieron abriendo las cartas que tenía que entregar. Argumentó en su defensa que se había jurado a sí mismo llevar solo buenas noticias.
La cuadra quedó
como la sonrisa de un niño al que se le ha caído un diente. Pronto le
implantarán un edificio de los modernos, la calle perderá otros metros de luz
solar y se parecerá más a un pasillo.
Cuando llegué al
barrio estaba rodeado de PHs y casas bajas.
Ésta que tiraron
abajo perteneció a Arturo Bonin y los que tuvieron la suerte de ingresar en
ella cuentan que era hermosa.
Ese asunto del progreso incluye apilarnos, juntarnos a todos en una ciudadela medioeval, como en los tiempos del Rey Arturo, lo que parece una contradicción.
No lo sabían. Ambos buscaron en las redes sociales, con ilusoria y secreta esperanza, encontrar a alguien con quien compartir la vida. Ambos perdieron la fe de hallarla en los pequeños y estrechos círculos que tejían las relaciones personales como amigos y empleos, y creían que quizás el complejo y misterioso universo del algoritmo detectaría con mayor eficacia lo que el azar no podía congeniar.
No lo sabían. Habían intercambiado algunos mensajes en una aplicación para encontrar pareja con las mismas dudas que despertaron para ambos las experiencias anteriores. Encuentros fallidos con personas que diferían de la imagen que se habían formado en el diálogo, frases o pensamientos difíciles de aceptar, acotaciones al margen que hacían vislumbrar el tenor y el color de futuros diálogos, fotos desactualizadas, historias grises.
No lo sabían. Desconocían sus fechas de cumpleaños, sus signos zodiacales, sus fortalezas y debilidades para sortear las dificultades que se presentaban a diario. Compartían el amor por el arte en general y por el cine y el teatro en especial. Ambos notaban, por el vocabulario utilizado por el otro en los mensajes, que la lectura y la escritura eran dos hábitos importantes en sus vidas.
No lo sabían. Ambos tenían el mismo miedo de dar el primer paso y proponer un encuentro, la decisión de tomar la iniciativa estaba a la distancia de una coma. Ambos luchaban para vencer sus ansiedades para que el encanto de la comunicación no se desvaneciera, como si fuese ésta la llave que había que cuidar porque era la única que abría la puerta que deseaban. No había que forzar ni apresurarse. Tenían que saborear cada gramo. Y la vigilia en la espera de un nuevo mensaje los inquietaba.
No lo sabían. Ambos esperaban el sonido de una notificación con los ojos fijos en sus celulares, ajenos a la gente que los rodeaba, al ritmo del tráfico de la ciudad, a los ruidos y a los vendedores ambulantes. Estaban concentrados en sus universos, ordenando las ideas como quien ordena una habitación. Aún no se habían visto y ya se imaginaban. No lo sabían. Ambos viajaban un domingo a almorzar con sus familiares en un mismo autobús, a tres asientos de distancia.