Conocí a Guillermo Balotti muchos años antes que lo alcanzara la fama y yo me convirtiera en su crítico predilecto. Antes que su inigualable literatura tuve la fortuna de cosechar su amistad, algo difícil en un hombre que vivió inmerso en su mundo de ficción y arte la mayor parte de su vida. En mi biografía, que comienza a transformarse en bestseller según me comentan los distribuidores que día a día recorren los subtes y los trenes doblando las hojas de la edición que no terminamos de encolar por el aumento en los costos del adhesivo como consecuencia del incremento en el precio del barril luego de la caída de la bolsa, cuento algunos aspectos que sirven para conformar una imagen de este maravilloso creador que dejó su sello personal en una generación de jóvenes escritores que aún buscan sus libros poco conocidos en las ferias barriales.
Balotti no hablaba, recitaba. En días de inspiración que eran los más comunes, saludaba a la gente del bar con un soneto nacido de su impronta, algo que un lunes a la mañana, antes de desayunar y salir para el trabajo, no deja de ser pintoresco y conmovedor.
Nos presentaron en el bar El banderín, donde solía pasar algunas horas escribiendo sus novelas, poemas y ensayos, dejándose acompañar por el ritmo del lugar, interpretando su música, colocando puntos y comas cada vez que escuchaba la máquina del café, intercalando signos de exclamación toda vez que la puerta de entrada se abría para dejar pasar la sensación térmica del crudo invierno, poniendo comillas con cada estornudo que escuchaba desde alguna mesa.
Supe de su obra y supe de su vida. Estuve con él la noche que escribió “Mortadela” en el velorio de su tío Vicente. Fui testigo ocular cuando recitó en la escuela de su querido Almagro “Prohibido Esculpir”. Llevé a limpiar sus pantalones la tarde que se llevaron por delante al mozo que iba a servirle su cortado para regresar sorprendido a su casa diez minutos más tarde y encontrarme con ciento veintitrés versos endecasílabos con rima consonante en los versos pares de aquel épico “Lavemanch”, típico de su costumbre de jugar con las palabras y los significados.
“La pobreza y una madre con ignorancia absoluta de las artes culinarias me hicieron escritor”, dijo una noche en medio del silencio que siempre precedía a su suelta de verdades como de palomas. Yo sabía que era cierto. Creció en una familia humilde, y de los dos a los cinco años en cada almuerzo y cada cena tuvo frente a él un plato de sopa de letras que no pudo despertarle el aburrimiento sino el amor por la lectura. Jugando con la cuchara hacía crucigramas. Utilizando el tenedor confeccionaba listas de adverbios. En la novela “Manduco y caduco”, en el cuarto capítulo algo deja ver de todo eso cuando pone en boca del tragasable al que lo acomete el hipo “las letras en el plato fueron cartas que presagiaban un destino inexorable para quien ahora soy, en este tiempo y en este espacio, pasame la sal”. Conservo aún la servilleta donde trazó el plan de obra de la novela que lo pondría como candidato al Nobel en el 84 después de diez años de persecución de la trama. No me olvido cuando llegó la dictadura y decidió autoexiliarse en Punta Gorda para escribir “Por si las moscas”, llevada al cine sin su consentimiento por Ahdeb Bijaíl con la cual ganó el ganó Mención de Honor en el festival de Tegucigalpa. Recuerdo que luego de sus consabidas pausas dijo: “me parece que me rajo” y se inclinó en la silla cerrando los ojos como si hiciera fuerza por vencer el destino. “Me ventilo un poco y vuelvo” declaró para nuestra sorpresa unos segundos después y cuando terminábamos de imaginar dónde iría ya se encontraba regresando con el borrador de un nuevo trabajo.
En el mundial del 78 se negó a festejar el triunfo argumentando con audacia en el diario Clarín en su columna de opinión: “Dije que no subiría al carro triunfal de ningún exitista de estos tiempos y cumpliendo a mi palabra dejé que partiera el camión con los muchachos y me tomé el subte para ir al obelisco. No echo al mar de las dudas las anclas de mi melancolía que da vueltas olímpicas en el campo del honor como duerme en la red un balón de ignota procedencia o la resignación del arquero peruano.”
En los 80 se negó a recibir el premio Konex a la trayectoria como dramaturgo (por entonces estaban en cartel tres obras “Las intrusas”, “Golpe de calor” y “Callate Cayetano”) de las manos de un funcionario de dudosos antecedentes. Dijo a la prensa: “Tengo dudas de que sea un asesino. Tengo la certeza de que es de Rosario Central. Eran tiempos difíciles. Estaba prohibido por haber reconocido ser el autor de la frase popular de muchas marchas de tendencia socialista “Cuba, Cuba, Cuba, el pueblo te saluda” que había escrito como al pasar sin saber que la dejaría grabada en la memoria colectiva.
No celebraba cumpleaños ni éxitos personales. Se enteraba de algún artículo que lo nombraba por los comentarios de la gente con la que desayunaba todas las mañanas. Una tarde le sugerimos que algún día una calle de Buenos Aires llevaría su nombre. Hizo una pausa. “Que sea de pocas cuadras. No quiero que la gente recuerde menos mis libros que mis baches y mis accidentes. La gente puede dejar de leer algún día pero dudo que deje de transitar.”
De los años en que pasé cerca de su obra y de su ingenio en los únicos momentos en que noté un halo de temor en su semblante fue en su proximidad a los galenos. Los doctores no le inspiraban confianza alguna. “La medicina es una ciencia tan exacta como el Tarot o el horóscopo chino”. “Un médico es alguien a quien le confiamos lo más preciado que poseemos y al que encima le pagamos.” “La caligrafía de un galeno es menos entendible que las razones que tiene un cirujano para cortar con un bisturí a alguien que no le ha hecho nada, se encuentra indefenso y que ni siquiera conoce.”
Su relación con las mujeres ha sido tan fructífera como complicada. Mucho se ha dicho sobre su afección a la noche, el alcohol y las mujeres de vida disipada. “La prostitución es un arte que siempre merece un pago y en alguno casos hasta un aplauso”. “Hay que ser una gran artista para disimular el asco y en muchos casos evitar una carcajada”. “Las mujeres de la noche conocen el valor del tiempo como nadie, escuchan como pocas y son capaces de callar, algo que no logré disfrutar en ninguno de mis cuatro matrimonios”. “La mujer perfecta existe. Lo que se desconoce es su paradero.”
Sus dificultades con el alcohol fueron pasto para la prensa amarilla, un vehículo para adentrarse en una intimidad que el vedaba para quienes no tuvieron el privilegio de tratarlo. “El alcohol es utilizado para calmar la soledad, para llenarse de coraje y para mitigar ciertos dolores del alma. Al rico que disfruta del champán se lo encuentra ebrio, al pobre que recurre a la ginebra mamado”. “Me puse en pedo una sola vez en la vida y tengo la habilidad de saber mantenerlo”. “De los grupos de autoayuda rescato la amistad de algunos integrantes que prefieren seguir siendo anónimos y que en muchas ocasiones me ayudaron a encontrar donde vivía y a embocar la llave en la cerradura”.
A sus colegas los trataba con sincera dureza. “Cuando leo a Cortázar a veces escucho su voz, otras sus flatos”. “Borges es un erudito como intelectual. Si caminara hoy por Palermo le dirían con tristeza que en las esquinas donde ayer paraban los guapos, hoy trabajan los travestis y su ceguera le impediría descubrir la diferencia.” “Sábato es un hombre al que puedo leer pero jamás lo invitaría a un asado con amigos para que lo anime.”
Para leer a Balotti deberíamos seguir una ruta de acuerdo a su temática y a sus obsesiones. De su etapa como ensayista rescato “La brújula que se perdió en el Sur”, donde desarrolla su teoría sobre los intrincados laberintos donde sucumbió la Argentina. “El Manco se mancó”, un tratado de doscientas cuarenta y tres páginas donde nos explica porqué Cervantes no volvió a escribir nada del brillo del Quijote. En “Divagues del diván” arremete con furia contra las teorías psicoanalíticas acusando de robo los honorarios en el polémico capítulo VII “La cana, Lacan”. Este último libro fue duramente criticado en el círculo médico nacional y discutido con fervor entre los intelectuales europeos. En 1982 publicó un irónico manifiesto de 120 páginas llamado “Leopoldo y Mambrú”, el cual motivó su prohibición pese a la queja de muchos intelectuales y que se levantó con la llegada del gobierno de Alfonsín un año más tarde. En agradecimiento escribió “Con la Democracia se edita”.
Sus poemas fueron recopilados recientemente en obras completas por Tusquets titulado por el propio autor según su testamento como “Rejunte”. Versos considerados como perlas literarias pueden encontrarse en “Mis manos Mimosas”. Muchos recordarán de su paso por la escuela algunas estrofas del poema que sirve de título a ese ejemplar:
Mis manos mimosas escriben poemas,
En muebles, paredes, papeles, arena,
Poemas que hablan de ti, de tus tías,
Diciendo una tarde: ¡Upa, la nena!
Mis manos mimosas escriben palabras
De amor, de recuerdos, de oscuras nostalgias,
Mis manos mimosas las miman y abrazan,
Las buscan, las leen, las releen, las repasan.
De su producción novelística destaco “Es tarde para llorar” señalando que el capítulo donde la heroína es rescatada del incendio por su novio bombero merece un libro aparte. “Noches de insomnio” y “La cueva de Hormiga Negra” tienen en sus personajes el sabor porteño del mejor Balotti, los dos escritos en la misma época, a poco tiempo de casarse con Magdalena, musa inspiradora de su mejor producción poética.
Los ensayos fueron epicentros de largas polémicas y discusiones. “Se discute el valor de mis libros como si los críticos hubiesen comprado uno alguna vez”, dijo una tarde en una conferencia de prensa. En “El calvario de Calvino” arremete con furia contra todas los dogmas religiosos. “La espiritualidad perdió trascendencia. Se persignan el sacerdote, el creyente, el jugador, el dictador, el cirujano, el sastre, el alumno, el corredor de autos y el vendedor ambulante. El tango estuvo bajo su lupa en “Dos por cuatro, ocho” rescatando tangos olvidados o poco conocidos y donde se da el lujo de decir: “Gardel es un invento. Tuvo la suerte de que su fama corriera más rápido que los caballos a los que apostó”. “Los coleccionistas le deben mucho pero mucho más le debe Glostora”.
Balotti no perdió el tiempo ni el tren de la historia. Siempre estuvo escribiendo lo que veía en la sociedad y lo que imaginaba, con una fuerza y una claridad conmovedora. Famoso por sus desplantes, por su ironía, por sus sutilezas siempre estuvo al lado de sus amigos y colegas.
El busto que ha de descubrirse el sábado en la intersección de las calles Acuña de Figueroa y Cabrera, llevará por su expreso pedido la gorra a cuadros que lo acompañó sus últimos días, donación que hizo a su club su viuda, Josefina Ranieri. Un último gesto que pese al tamaño del busto, vuelve a pintarlo de cuerpo entero.
Balotti no hablaba, recitaba. En días de inspiración que eran los más comunes, saludaba a la gente del bar con un soneto nacido de su impronta, algo que un lunes a la mañana, antes de desayunar y salir para el trabajo, no deja de ser pintoresco y conmovedor.
Nos presentaron en el bar El banderín, donde solía pasar algunas horas escribiendo sus novelas, poemas y ensayos, dejándose acompañar por el ritmo del lugar, interpretando su música, colocando puntos y comas cada vez que escuchaba la máquina del café, intercalando signos de exclamación toda vez que la puerta de entrada se abría para dejar pasar la sensación térmica del crudo invierno, poniendo comillas con cada estornudo que escuchaba desde alguna mesa.
Supe de su obra y supe de su vida. Estuve con él la noche que escribió “Mortadela” en el velorio de su tío Vicente. Fui testigo ocular cuando recitó en la escuela de su querido Almagro “Prohibido Esculpir”. Llevé a limpiar sus pantalones la tarde que se llevaron por delante al mozo que iba a servirle su cortado para regresar sorprendido a su casa diez minutos más tarde y encontrarme con ciento veintitrés versos endecasílabos con rima consonante en los versos pares de aquel épico “Lavemanch”, típico de su costumbre de jugar con las palabras y los significados.
“La pobreza y una madre con ignorancia absoluta de las artes culinarias me hicieron escritor”, dijo una noche en medio del silencio que siempre precedía a su suelta de verdades como de palomas. Yo sabía que era cierto. Creció en una familia humilde, y de los dos a los cinco años en cada almuerzo y cada cena tuvo frente a él un plato de sopa de letras que no pudo despertarle el aburrimiento sino el amor por la lectura. Jugando con la cuchara hacía crucigramas. Utilizando el tenedor confeccionaba listas de adverbios. En la novela “Manduco y caduco”, en el cuarto capítulo algo deja ver de todo eso cuando pone en boca del tragasable al que lo acomete el hipo “las letras en el plato fueron cartas que presagiaban un destino inexorable para quien ahora soy, en este tiempo y en este espacio, pasame la sal”. Conservo aún la servilleta donde trazó el plan de obra de la novela que lo pondría como candidato al Nobel en el 84 después de diez años de persecución de la trama. No me olvido cuando llegó la dictadura y decidió autoexiliarse en Punta Gorda para escribir “Por si las moscas”, llevada al cine sin su consentimiento por Ahdeb Bijaíl con la cual ganó el ganó Mención de Honor en el festival de Tegucigalpa. Recuerdo que luego de sus consabidas pausas dijo: “me parece que me rajo” y se inclinó en la silla cerrando los ojos como si hiciera fuerza por vencer el destino. “Me ventilo un poco y vuelvo” declaró para nuestra sorpresa unos segundos después y cuando terminábamos de imaginar dónde iría ya se encontraba regresando con el borrador de un nuevo trabajo.
En el mundial del 78 se negó a festejar el triunfo argumentando con audacia en el diario Clarín en su columna de opinión: “Dije que no subiría al carro triunfal de ningún exitista de estos tiempos y cumpliendo a mi palabra dejé que partiera el camión con los muchachos y me tomé el subte para ir al obelisco. No echo al mar de las dudas las anclas de mi melancolía que da vueltas olímpicas en el campo del honor como duerme en la red un balón de ignota procedencia o la resignación del arquero peruano.”
En los 80 se negó a recibir el premio Konex a la trayectoria como dramaturgo (por entonces estaban en cartel tres obras “Las intrusas”, “Golpe de calor” y “Callate Cayetano”) de las manos de un funcionario de dudosos antecedentes. Dijo a la prensa: “Tengo dudas de que sea un asesino. Tengo la certeza de que es de Rosario Central. Eran tiempos difíciles. Estaba prohibido por haber reconocido ser el autor de la frase popular de muchas marchas de tendencia socialista “Cuba, Cuba, Cuba, el pueblo te saluda” que había escrito como al pasar sin saber que la dejaría grabada en la memoria colectiva.
No celebraba cumpleaños ni éxitos personales. Se enteraba de algún artículo que lo nombraba por los comentarios de la gente con la que desayunaba todas las mañanas. Una tarde le sugerimos que algún día una calle de Buenos Aires llevaría su nombre. Hizo una pausa. “Que sea de pocas cuadras. No quiero que la gente recuerde menos mis libros que mis baches y mis accidentes. La gente puede dejar de leer algún día pero dudo que deje de transitar.”
De los años en que pasé cerca de su obra y de su ingenio en los únicos momentos en que noté un halo de temor en su semblante fue en su proximidad a los galenos. Los doctores no le inspiraban confianza alguna. “La medicina es una ciencia tan exacta como el Tarot o el horóscopo chino”. “Un médico es alguien a quien le confiamos lo más preciado que poseemos y al que encima le pagamos.” “La caligrafía de un galeno es menos entendible que las razones que tiene un cirujano para cortar con un bisturí a alguien que no le ha hecho nada, se encuentra indefenso y que ni siquiera conoce.”
Su relación con las mujeres ha sido tan fructífera como complicada. Mucho se ha dicho sobre su afección a la noche, el alcohol y las mujeres de vida disipada. “La prostitución es un arte que siempre merece un pago y en alguno casos hasta un aplauso”. “Hay que ser una gran artista para disimular el asco y en muchos casos evitar una carcajada”. “Las mujeres de la noche conocen el valor del tiempo como nadie, escuchan como pocas y son capaces de callar, algo que no logré disfrutar en ninguno de mis cuatro matrimonios”. “La mujer perfecta existe. Lo que se desconoce es su paradero.”
Sus dificultades con el alcohol fueron pasto para la prensa amarilla, un vehículo para adentrarse en una intimidad que el vedaba para quienes no tuvieron el privilegio de tratarlo. “El alcohol es utilizado para calmar la soledad, para llenarse de coraje y para mitigar ciertos dolores del alma. Al rico que disfruta del champán se lo encuentra ebrio, al pobre que recurre a la ginebra mamado”. “Me puse en pedo una sola vez en la vida y tengo la habilidad de saber mantenerlo”. “De los grupos de autoayuda rescato la amistad de algunos integrantes que prefieren seguir siendo anónimos y que en muchas ocasiones me ayudaron a encontrar donde vivía y a embocar la llave en la cerradura”.
A sus colegas los trataba con sincera dureza. “Cuando leo a Cortázar a veces escucho su voz, otras sus flatos”. “Borges es un erudito como intelectual. Si caminara hoy por Palermo le dirían con tristeza que en las esquinas donde ayer paraban los guapos, hoy trabajan los travestis y su ceguera le impediría descubrir la diferencia.” “Sábato es un hombre al que puedo leer pero jamás lo invitaría a un asado con amigos para que lo anime.”
Para leer a Balotti deberíamos seguir una ruta de acuerdo a su temática y a sus obsesiones. De su etapa como ensayista rescato “La brújula que se perdió en el Sur”, donde desarrolla su teoría sobre los intrincados laberintos donde sucumbió la Argentina. “El Manco se mancó”, un tratado de doscientas cuarenta y tres páginas donde nos explica porqué Cervantes no volvió a escribir nada del brillo del Quijote. En “Divagues del diván” arremete con furia contra las teorías psicoanalíticas acusando de robo los honorarios en el polémico capítulo VII “La cana, Lacan”. Este último libro fue duramente criticado en el círculo médico nacional y discutido con fervor entre los intelectuales europeos. En 1982 publicó un irónico manifiesto de 120 páginas llamado “Leopoldo y Mambrú”, el cual motivó su prohibición pese a la queja de muchos intelectuales y que se levantó con la llegada del gobierno de Alfonsín un año más tarde. En agradecimiento escribió “Con la Democracia se edita”.
Sus poemas fueron recopilados recientemente en obras completas por Tusquets titulado por el propio autor según su testamento como “Rejunte”. Versos considerados como perlas literarias pueden encontrarse en “Mis manos Mimosas”. Muchos recordarán de su paso por la escuela algunas estrofas del poema que sirve de título a ese ejemplar:
Mis manos mimosas escriben poemas,
En muebles, paredes, papeles, arena,
Poemas que hablan de ti, de tus tías,
Diciendo una tarde: ¡Upa, la nena!
Mis manos mimosas escriben palabras
De amor, de recuerdos, de oscuras nostalgias,
Mis manos mimosas las miman y abrazan,
Las buscan, las leen, las releen, las repasan.
De su producción novelística destaco “Es tarde para llorar” señalando que el capítulo donde la heroína es rescatada del incendio por su novio bombero merece un libro aparte. “Noches de insomnio” y “La cueva de Hormiga Negra” tienen en sus personajes el sabor porteño del mejor Balotti, los dos escritos en la misma época, a poco tiempo de casarse con Magdalena, musa inspiradora de su mejor producción poética.
Los ensayos fueron epicentros de largas polémicas y discusiones. “Se discute el valor de mis libros como si los críticos hubiesen comprado uno alguna vez”, dijo una tarde en una conferencia de prensa. En “El calvario de Calvino” arremete con furia contra todas los dogmas religiosos. “La espiritualidad perdió trascendencia. Se persignan el sacerdote, el creyente, el jugador, el dictador, el cirujano, el sastre, el alumno, el corredor de autos y el vendedor ambulante. El tango estuvo bajo su lupa en “Dos por cuatro, ocho” rescatando tangos olvidados o poco conocidos y donde se da el lujo de decir: “Gardel es un invento. Tuvo la suerte de que su fama corriera más rápido que los caballos a los que apostó”. “Los coleccionistas le deben mucho pero mucho más le debe Glostora”.
Balotti no perdió el tiempo ni el tren de la historia. Siempre estuvo escribiendo lo que veía en la sociedad y lo que imaginaba, con una fuerza y una claridad conmovedora. Famoso por sus desplantes, por su ironía, por sus sutilezas siempre estuvo al lado de sus amigos y colegas.
El busto que ha de descubrirse el sábado en la intersección de las calles Acuña de Figueroa y Cabrera, llevará por su expreso pedido la gorra a cuadros que lo acompañó sus últimos días, donación que hizo a su club su viuda, Josefina Ranieri. Un último gesto que pese al tamaño del busto, vuelve a pintarlo de cuerpo entero.