En la casa de mis padres siempre hubo perros grandes, de buen porte, temerarios.
Crecì con esos perros guardianes a los que uno debìa respetar si los veìa enfurecerse.
Dije una y mil veces que jamàs de los jamases tendrìa uno de esos perros pequeños como los pekineses, los chihuahuas, etc, esos perros a los que uno puede hacer cambiar de forma y lugar con un simple puntapies.
En la casa de mis padres habìa lugar, un jardìn enorme y un fondo donde las fieras con forma de perro pero tambièn de motocicleta, con esas fauces que uno imagina destructoras masticando a un ocasional y desprevenido ladròn, podìan correr. Y siempre dije tambièn que no podìamos tener un perro en un departamento, por màs chico que èste perro fuera y por màs grande que fuese el departamento.
Pero aunque uno se reconozca esclavo de sus propias palabras, tiene que saber admitir cuando sus palabras dejan de tener valor.
En casa vive desde hace un mes Lòpez. Lòpez es un Caniche Toy que se cree leòn y como tal se maneja y nos maneja. Lòpez juega conmigo a la lucha clavando sus afilados y pequeños dedos en mi mano que ya empieza a parecerse al mapa de Europa.
Nos levantamos con Lòpez, al horario que èl dispone, que suele ser la madrugada. Esto viene muy bien en la semana laboral, pero no es tan simpàtico los sàbados y domingos.
Lòpez sabe que el sonido de las llaves es el anticipo de que un integrante de la casa se va rumbo a sus obligaciones y el es primero en hacer cola en la puerta de entrada para que el que sale tenga que correrlo un rato por el pasillo.
Todos los dueños de perros comentan su inteligencia como si sus perros fueran la reencarnaciòn de Einstein. Lòpez ya sabe jugar a las escondidas, correr entre gruñidos y ladridos su pelota de tenis personal con màs garra que Gaudio, anunciar al barrio que està por almorzar o cenar, orinar y defecar en los lugares asignados y esperar su recompensa psicològica y fìsica. Lòpez entiende el valor de los NO mejor que mucha gente que conozco.
Lòpez tiene la amabilidad de recibirme siempre como a un hèroe de guerra, demostrando hasta al agotamiento la enorme emociòn que le produce verme regresar del trabajo.
Crecì con esos perros guardianes a los que uno debìa respetar si los veìa enfurecerse.
Dije una y mil veces que jamàs de los jamases tendrìa uno de esos perros pequeños como los pekineses, los chihuahuas, etc, esos perros a los que uno puede hacer cambiar de forma y lugar con un simple puntapies.
En la casa de mis padres habìa lugar, un jardìn enorme y un fondo donde las fieras con forma de perro pero tambièn de motocicleta, con esas fauces que uno imagina destructoras masticando a un ocasional y desprevenido ladròn, podìan correr. Y siempre dije tambièn que no podìamos tener un perro en un departamento, por màs chico que èste perro fuera y por màs grande que fuese el departamento.
Pero aunque uno se reconozca esclavo de sus propias palabras, tiene que saber admitir cuando sus palabras dejan de tener valor.
En casa vive desde hace un mes Lòpez. Lòpez es un Caniche Toy que se cree leòn y como tal se maneja y nos maneja. Lòpez juega conmigo a la lucha clavando sus afilados y pequeños dedos en mi mano que ya empieza a parecerse al mapa de Europa.
Nos levantamos con Lòpez, al horario que èl dispone, que suele ser la madrugada. Esto viene muy bien en la semana laboral, pero no es tan simpàtico los sàbados y domingos.
Lòpez sabe que el sonido de las llaves es el anticipo de que un integrante de la casa se va rumbo a sus obligaciones y el es primero en hacer cola en la puerta de entrada para que el que sale tenga que correrlo un rato por el pasillo.
Todos los dueños de perros comentan su inteligencia como si sus perros fueran la reencarnaciòn de Einstein. Lòpez ya sabe jugar a las escondidas, correr entre gruñidos y ladridos su pelota de tenis personal con màs garra que Gaudio, anunciar al barrio que està por almorzar o cenar, orinar y defecar en los lugares asignados y esperar su recompensa psicològica y fìsica. Lòpez entiende el valor de los NO mejor que mucha gente que conozco.
Lòpez tiene la amabilidad de recibirme siempre como a un hèroe de guerra, demostrando hasta al agotamiento la enorme emociòn que le produce verme regresar del trabajo.