El 2 de abril de 1982 me encontraba cumpliendo con el servicio militar obligatorio en el Batallón de Arsenales 601 Esteban de Luca.
Ese día, mis compañeros y yo, llegamos como siempre a la unidad y nos encontramos con una formación especial en el campo de armas donde un oficial nos puso al tanto de la invasión y toma de las islas Malvinas.
Siete días antes, los mismos oficiales nos entrenaron para reprimir manifestaciones populares. Esas manifestaciones se llevarían a cabo en la Plaza de Mayo.
El 2 de abril un pueblo entusiasta, que 2 días antes había concurrido a la Plaza a repudiar al gobierno militar que encabezaba el General Leopoldo Fortunato Galtieri, vivaba y aplaudía las frases bélicas de un militar que por su expresión, su tono y el color del rostro, confirmaba un secreto a voces: estaba borracho.
Seguí el discurso por el televisor instalado en la cuadra de la compañía donde prestaba servicio.
Escuché voces de entusiasmo de mis compañeros, vi elevarse al aire puños amenazantes.
Días mas tarde estábamos practicando tiro con fusiles Mausser del año 1909 y con ametralladoras Madsen que se trababan en más ocasiones que las que disparaban.
Yo pertenecía al grupo Comando. Este grupo era el encargado de la seguridad y defensa de la columna de transporte que realizaría una marcha al sur con pertrechos militares.
Algunos de mis compañeros partieron con rumbo al sur llevando en viejos camiones militares espoletas, explosivos, municiones.
Tuvimos que volver a los días del vivac, donde recibíamos instrucción militar.
Tuvimos que escuchar en silencio, rodilla en tierra, a suboficiales que nos decían cosas como:
"Soldados, yo he mamado la guerra desde chiquito. Yo luché contra la subversión. A mi me gustaba desde chico escuchar y leer sobre las guerras en el Mundo. ¿Saben porqué empezó la guerra de Viet Nam? Por el petróleo del Sinaí, soldados.
Yo escucho hablar que hay soldados en Malvinas que se mueren del corazón, por el miedo. Yo prefiero pegarles un tiro a esos cobardes que tenerlos a mis espaldas y no saber si por miedo me pegan un balazo a mí."
Esos eran nuestros instructores. Yo pensaba que estos tipos nos lideraban en el campo de batalla.
Nuestro deber como comandos era la defensa de la columna y para eso íbamos a viajar con ametralladoras antiáreas en el techo de los camiones con relevos cada dos horas, iguales a los que teníamos en el cuartel. Pensé que con el frío y desplazándose en la ruta durante dos horas en el techo de un camión, qué posibilidades de disparar tendríamos ante un ataque aéreo inglés al continente.
Vivimos en estado de alerta permanente, lo que significaba que en los momentos en que estábamos en nuestras casas, teníamos que tener listo nuestro equipo para salir en cualquier momento.
Argentina jugaba el mundial en España. Habíamos acordado con varios compañeros que veríamos uno de los partidos en casa de mis padres. Nadie vino esa tarde.
Unas horas después llamaron del cuartel a la casa de un vecino (mis padres por entonces no tenían teléfono) para que me presentara en forma inmediata.
Me llevaron mis viejos hasta allí y en la puerta de entrada pudimos ver a varios camiones alineados, listos para salir, con todos los compañeros que habían quedado en reunirse conmigo en la casa de mis padres para ver el partido.
Llamaron a los que estaban próximos a la unidad. Yo llegué tarde. La dotación estaba completa. Saldría al día siguiente a las 6 de la mañana con otra columna.
Recibí cartas de vecinos, una despedida que nos ofició la gente de Boulogne, el lugar donde se encontraba el batallón, en la carpa de un circo.
Había toda una imagen en eso. Nos despedían en un circo.
Hicimos un simulacro de marcha una mañana. Salimos en columna varios camiones y pertrechos de campaña. Los barrios marginales que atravesamos en la marcha, nos arrojaban cigarrillos, chocolates, comida a nuestro paso.
Ibamos unos pocos kilómetros para luego regresar durante el día. Nos detuvimos a almorzar en la ruta utilizando por primera vez la cocina de campaña.
Recibimos la ración en nuestras marmitas de aluminio y al probar el primer bocado muchos de nosotros escupimos lo ingerido en el plato. Hubo una voz de alerta ordenando que no comiéramos. Por un desperfecto, el gasoil de la cocina de campaña había entrado en la olla donde se hizo la comida.
Nuestra preparación militar tenía a la deficiencia como denominador común.
No me extrañaba que nuestros camaradas en el sur, no tuvieran la ropa adecuada para la temperatura de Malvinas. No me extrañaba que pelearan con fusiles arqueológicos. No me extrañaba que no hayan pensado que nuestros maravillosos tanques TAM (tanque argentino mediano) se empantanaran y fuesen inútiles en Malvinas. No me extrañaba que nuestros oficiales estuviesen tan borrachos como los días en que no teníamos conflicto bélico alguno.
En uno de los depósitos de la unidad un grupo de madres patricias leía y censuraba la correspondencia que llegaba de familiares a nuestros soldados en las islas, eliminando a aquellas que podían desmoralizar a los muchachos, mientras administraban las golosinas, cigarrillos, mantas, pulóveres, bufandas, pasamontañas que la gente donaba para nuestros chicos en el sur.
Un soldado de la clase posterior a la mía, mientras hacía guardia, sorprendió a dos suboficiales cargando dos bultos, tratando de robar cigarrillos y golosinas del Fondo Patriótico.
Formación al día siguiente. Se les quitó las jinetas, le sacaron los botones de las chaquetas, se los declaró indeseables dentro de la unidad y hasta se corrió el rumor que se los obligarían a dormir con la tropa que cumplía alguna sentencia militar en un calabozo.
Uno de los ladrones era famoso por practicar artes marciales utilizando como sparring a los soldados que les tocara en suerte. Era habitual su prepotencia. Allí estaba, a punto de encontrarse con nosotros de igual a igual cara a cara. Ningún rumor se hizo realidad.
Cuando nos ibamos de baja estos dos suboficiales desfilaron escoltando la bandera de ceremonia ante nuestra silbatina y el desconcierto de los padres que habían venido a presenciar la ceremonia.
Fuimos arrestados.
Nos tuvieron algunas horas al sol para entregarnos nuestros documentos. Antes de hacerlo, el segundo jefe de la unidad, un teniente coronel, nos sermoneó:
"En los años que llevo como militar, nunca he visto clase de soldados más indisciplinada que ustedes. Me parece que con ustedes este país no tiene futuro. Hemos perdido la guerra por contar en la tropa con esta clase de personas que hoy tengo en frente. Son una vergüenza."
Cuando me tocó integrar una formación para viajar, estaba próximo el principio del fin, quedaban días para la rendición. En la ruta misma, llegó la orden de hacer volver un camión y doce soldados. No hubo voluntarios para volver. Esto parece un chiste pero creo que hubo dos razones para no levantar la mano. Una podía ser la vergüenza de quedar expuesto ante sus compañeros, la otra es que cada vez que se pidieron voluntarios para alguna actividad, siempre se terminaba haciendo otra cosa desagradable, sobre la que nadie se hubiese ofrecido.
¿Quiénes saben conducir? Un grupo se ponía de pie. "Tomen esas palas y vayan a hacer letrinas para la tropa".
Despues se fueron conociendo las crueles verdades. Soldados metidos en pozos de zorro con el agua llegándole a las rodillas, soldados con sus piernas amputadas a causa del frío, la aparición de chocolates para la venta que tenían en su interior cartas para los soldados, la falta de abrigo, la falta de comida, la falta de previsión, la falta de honor para dirigir una tropa de gente que no había cumplido los veinte años.
Nuestros jefes militares fueron entrenados para combatir, apresar, torturar, aniquilar civiles en los años de fuego de la dictadura militar.
No sabían nada de como enfrentar a un ejército con la experiencia y la organización del inglés.
Nuestros soldados fueron mejor tratados por el enemigo cuando fueron capturados como prisioneros que por sus propios jefes cuando estuvieron en combate.
Hubo un informe oficial sobre los errores cometidos por la jerarquía militar argentina.
Hubo un silencio posterior.
Hubo un regreso sin gloria de nuestras tropas.
Hay cuatrocientas cruces en las islas que son testimonio de un infierno cuyo diablo tiene nombre y apellido.
Ese día, mis compañeros y yo, llegamos como siempre a la unidad y nos encontramos con una formación especial en el campo de armas donde un oficial nos puso al tanto de la invasión y toma de las islas Malvinas.
Siete días antes, los mismos oficiales nos entrenaron para reprimir manifestaciones populares. Esas manifestaciones se llevarían a cabo en la Plaza de Mayo.
El 2 de abril un pueblo entusiasta, que 2 días antes había concurrido a la Plaza a repudiar al gobierno militar que encabezaba el General Leopoldo Fortunato Galtieri, vivaba y aplaudía las frases bélicas de un militar que por su expresión, su tono y el color del rostro, confirmaba un secreto a voces: estaba borracho.
Seguí el discurso por el televisor instalado en la cuadra de la compañía donde prestaba servicio.
Escuché voces de entusiasmo de mis compañeros, vi elevarse al aire puños amenazantes.
Días mas tarde estábamos practicando tiro con fusiles Mausser del año 1909 y con ametralladoras Madsen que se trababan en más ocasiones que las que disparaban.
Yo pertenecía al grupo Comando. Este grupo era el encargado de la seguridad y defensa de la columna de transporte que realizaría una marcha al sur con pertrechos militares.
Algunos de mis compañeros partieron con rumbo al sur llevando en viejos camiones militares espoletas, explosivos, municiones.
Tuvimos que volver a los días del vivac, donde recibíamos instrucción militar.
Tuvimos que escuchar en silencio, rodilla en tierra, a suboficiales que nos decían cosas como:
"Soldados, yo he mamado la guerra desde chiquito. Yo luché contra la subversión. A mi me gustaba desde chico escuchar y leer sobre las guerras en el Mundo. ¿Saben porqué empezó la guerra de Viet Nam? Por el petróleo del Sinaí, soldados.
Yo escucho hablar que hay soldados en Malvinas que se mueren del corazón, por el miedo. Yo prefiero pegarles un tiro a esos cobardes que tenerlos a mis espaldas y no saber si por miedo me pegan un balazo a mí."
Esos eran nuestros instructores. Yo pensaba que estos tipos nos lideraban en el campo de batalla.
Nuestro deber como comandos era la defensa de la columna y para eso íbamos a viajar con ametralladoras antiáreas en el techo de los camiones con relevos cada dos horas, iguales a los que teníamos en el cuartel. Pensé que con el frío y desplazándose en la ruta durante dos horas en el techo de un camión, qué posibilidades de disparar tendríamos ante un ataque aéreo inglés al continente.
Vivimos en estado de alerta permanente, lo que significaba que en los momentos en que estábamos en nuestras casas, teníamos que tener listo nuestro equipo para salir en cualquier momento.
Argentina jugaba el mundial en España. Habíamos acordado con varios compañeros que veríamos uno de los partidos en casa de mis padres. Nadie vino esa tarde.
Unas horas después llamaron del cuartel a la casa de un vecino (mis padres por entonces no tenían teléfono) para que me presentara en forma inmediata.
Me llevaron mis viejos hasta allí y en la puerta de entrada pudimos ver a varios camiones alineados, listos para salir, con todos los compañeros que habían quedado en reunirse conmigo en la casa de mis padres para ver el partido.
Llamaron a los que estaban próximos a la unidad. Yo llegué tarde. La dotación estaba completa. Saldría al día siguiente a las 6 de la mañana con otra columna.
Recibí cartas de vecinos, una despedida que nos ofició la gente de Boulogne, el lugar donde se encontraba el batallón, en la carpa de un circo.
Había toda una imagen en eso. Nos despedían en un circo.
Hicimos un simulacro de marcha una mañana. Salimos en columna varios camiones y pertrechos de campaña. Los barrios marginales que atravesamos en la marcha, nos arrojaban cigarrillos, chocolates, comida a nuestro paso.
Ibamos unos pocos kilómetros para luego regresar durante el día. Nos detuvimos a almorzar en la ruta utilizando por primera vez la cocina de campaña.
Recibimos la ración en nuestras marmitas de aluminio y al probar el primer bocado muchos de nosotros escupimos lo ingerido en el plato. Hubo una voz de alerta ordenando que no comiéramos. Por un desperfecto, el gasoil de la cocina de campaña había entrado en la olla donde se hizo la comida.
Nuestra preparación militar tenía a la deficiencia como denominador común.
No me extrañaba que nuestros camaradas en el sur, no tuvieran la ropa adecuada para la temperatura de Malvinas. No me extrañaba que pelearan con fusiles arqueológicos. No me extrañaba que no hayan pensado que nuestros maravillosos tanques TAM (tanque argentino mediano) se empantanaran y fuesen inútiles en Malvinas. No me extrañaba que nuestros oficiales estuviesen tan borrachos como los días en que no teníamos conflicto bélico alguno.
En uno de los depósitos de la unidad un grupo de madres patricias leía y censuraba la correspondencia que llegaba de familiares a nuestros soldados en las islas, eliminando a aquellas que podían desmoralizar a los muchachos, mientras administraban las golosinas, cigarrillos, mantas, pulóveres, bufandas, pasamontañas que la gente donaba para nuestros chicos en el sur.
Un soldado de la clase posterior a la mía, mientras hacía guardia, sorprendió a dos suboficiales cargando dos bultos, tratando de robar cigarrillos y golosinas del Fondo Patriótico.
Formación al día siguiente. Se les quitó las jinetas, le sacaron los botones de las chaquetas, se los declaró indeseables dentro de la unidad y hasta se corrió el rumor que se los obligarían a dormir con la tropa que cumplía alguna sentencia militar en un calabozo.
Uno de los ladrones era famoso por practicar artes marciales utilizando como sparring a los soldados que les tocara en suerte. Era habitual su prepotencia. Allí estaba, a punto de encontrarse con nosotros de igual a igual cara a cara. Ningún rumor se hizo realidad.
Cuando nos ibamos de baja estos dos suboficiales desfilaron escoltando la bandera de ceremonia ante nuestra silbatina y el desconcierto de los padres que habían venido a presenciar la ceremonia.
Fuimos arrestados.
Nos tuvieron algunas horas al sol para entregarnos nuestros documentos. Antes de hacerlo, el segundo jefe de la unidad, un teniente coronel, nos sermoneó:
"En los años que llevo como militar, nunca he visto clase de soldados más indisciplinada que ustedes. Me parece que con ustedes este país no tiene futuro. Hemos perdido la guerra por contar en la tropa con esta clase de personas que hoy tengo en frente. Son una vergüenza."
Cuando me tocó integrar una formación para viajar, estaba próximo el principio del fin, quedaban días para la rendición. En la ruta misma, llegó la orden de hacer volver un camión y doce soldados. No hubo voluntarios para volver. Esto parece un chiste pero creo que hubo dos razones para no levantar la mano. Una podía ser la vergüenza de quedar expuesto ante sus compañeros, la otra es que cada vez que se pidieron voluntarios para alguna actividad, siempre se terminaba haciendo otra cosa desagradable, sobre la que nadie se hubiese ofrecido.
¿Quiénes saben conducir? Un grupo se ponía de pie. "Tomen esas palas y vayan a hacer letrinas para la tropa".
Despues se fueron conociendo las crueles verdades. Soldados metidos en pozos de zorro con el agua llegándole a las rodillas, soldados con sus piernas amputadas a causa del frío, la aparición de chocolates para la venta que tenían en su interior cartas para los soldados, la falta de abrigo, la falta de comida, la falta de previsión, la falta de honor para dirigir una tropa de gente que no había cumplido los veinte años.
Nuestros jefes militares fueron entrenados para combatir, apresar, torturar, aniquilar civiles en los años de fuego de la dictadura militar.
No sabían nada de como enfrentar a un ejército con la experiencia y la organización del inglés.
Nuestros soldados fueron mejor tratados por el enemigo cuando fueron capturados como prisioneros que por sus propios jefes cuando estuvieron en combate.
Hubo un informe oficial sobre los errores cometidos por la jerarquía militar argentina.
Hubo un silencio posterior.
Hubo un regreso sin gloria de nuestras tropas.
Hay cuatrocientas cruces en las islas que son testimonio de un infierno cuyo diablo tiene nombre y apellido.