La multiplicación de los panes es una de las referencias inevitables en la historia cristiana. La sociedad de hoy vive la multiplicación de los lunes. El lunes es fácilmente identificable entre los días de la semana. Basta con entrar al subterráneo, caminar por las calles de la ciudad, para darse cuenta que es lunes.
El rostro enjuto, deformado por las arrugas que presagian la vuelta a la oficina, a las colas en los trámites, a los embotellamientos de autos, a las bocinas.
Volvemos de una pausa en esa guerra de ruidos de las grandes ciudades.Volvemos después de un par de días de reencuentro con nosotros mismos, sordos al despertador, ausentes a los compromisos inevitables.
He notado que los lunes se han multiplicado.Se ha contagiado el martes y el martes tosió y contagió al miércoles y el miércoles al jueves. Solo el viernes, aún, se mantiene inmune a la enfermedad del lunes, al andar alunado, bien de lunes, fuera de foco, carente de sonrisas. Los dientes solo se muestran en señal de desafío, copiamos el estilo de los perros. No ladramos, ni orinamos en los rincones, pero demostramos que no solo sonreímos.
El lunes suele ser un día fatal y el fastidio empieza a herrumbrarnos a partir de las 19 horas del domingo, el día que Dios eligió para el descanso, poderosamente sabio, visionario, sabiendo que al día siguiente sería lunes y estaría fastidioso, preocupado por tantos rostros humanos que parecen despiadados.
A la gente le está pasando algo.
Se le están confundiendo los días. Hablan con aliento a lunes en días que nada tienen que ver con esa fecha trágica.La gente se está enlunando.
Sería bueno que nos confundamos un poco y que oficialmente mintamos con descaro, en diarios, carteles electrónicos de subtes y trenes, digamos que es miércoles, que hagamos creer que quedan sortear solo tres días para empezar el fin de semana, no digo siempre, cada tanto, aunque alguno maldiga el haberse olvidado de un vencimiento, de un compromiso, de una promesa, aprovechar la confusión unos minutos para ver qué pasa, cómo saluda el vecino, el diariero, la guardia urbana, el comisario de abordo, el guarda de tren, el camillero.
Convengamos que no es esta una solución permanente ni definitiva, pero al menos, gozaremos al creer, por unos minutos, que algún milagro se produjo, que sorteamos los primeros días sin sobresaltos, que estamos a merced de un juego sorpresivo, fértiles para esbozar una sonrisa inesperada.