Ilustración: Julio César Parissi
Damián se colocó el abrigo y desenroscó
del perchero su bufanda de lana, se ajustó la boina y miró a todo el staff del
diario con la más ancha de sus sonrisas.
La luminosidad en el gesto tenía dos motivos: había entregado el material
completo para la edición del fin de
semana y afuera lo esperaba su mejor amigo. No sabía Damián que quería decirle
Tucho, pero por el entusiasmo de su voz
en la llamada solo esperaba buenas noticias.
Cruzó la puerta del edificio del diario y
Tucho, apurando el paso para el encuentro, extendió hacia él sus brazos. Me
caso, Damián, me caso, alcanzó a entender en medio de los gritos de su amigo.
Cruzaron la avenida entre palmadas en la
espalda, rodeados de un intenso júbilo, totalmente ajenos a los coches que doblaban en la esquina con
el corte del semáforo. Un bocinazo los trajo de regreso a Tierra y tras la
sorpresa y los insultos del conductor, volvieron las carcajadas. Entraron al
bar y eligieron una de las mesas cercanas a las ventanas que daban a la calle.
La temperatura, que había bajado un poco
más con la llegada de la noche y la alegría del encuentro los inspiró a elegir
una bebida espirituosa y noble. Pidieron dos whiskies e hicieron sonar los
vasos antes de beber.
-Sabés lo importante que sos para mí –le dijo Tucho a su amigo
mirándolo fijamente, como correspondía a la trascendencia de la frase que
acababa de decir.
-No jodas, ya lo sé y vos también.
-Quiero que dejes tu sello en este
momento de mi vida –le dijo Tucho llevando el vaso a los labios para hacer una
pausa. Quiero que nos hagas la tarjeta de casamiento con una de tus tiras.
-Va a ser un honor.
-Qué bueno. Conociendo tu timidez, pensé
que te iba a tener que pedir por favor. Además,
ya sos un consagrado.
-Dejate de joder –le respondió Damián
sonriendo. Solo tengo una tira en el diario y la colaboración en esa
revista de mierda.
-Puede ser una mierda. Yo no entiendo
mucho, pero es la que más se vende y toda la barra, los ex
compañeros del colegio, nuestros amigos, saben que vos estás ahí.
Damián hizo el gesto de volver a chocar
los vasos y Tucho le correspondió.
-¿Qué querés que haga? –le preguntó Damián
con el mismo tono que el mozo cuando los atendió.
-Lo que se te ocurra, lo que quieras,
cualquiera de esas cosas divertidas que se te ocurren a vos.
La fiesta de casamiento de Tucho, pagada
por el padre de la novia, fue un lujo, y todo el mundo comentaba los detalles
de la singular tarjeta de casamiento, dividida en catorce cuadritos de
historieta. En el primero estaban los recién casados en el primer encuentro con
las frases que se dijeron al conocerse. En el segundo, el casamiento con ellos
en primer plano y un superpoblado fondo de cabecitas rodeándolos en la pista de
baile. El tercero eran ellos viajando en auto,
en el cuarto, ella con una panza enorme y el quinto la llegada a la
familia de trillizos. En el sexto la familia estaba dibujada en una casa de
película, parados al frente como si se tomaran una foto, el séptimo los cinco
subiendo a un avión. Los souvenires también tenían un dibujo de Damián con el
nombre de los tres chicos que había
imaginado en la historieta. Luis, uno de los integrantes de la barra de amigos de la adolescencia, que tenía
el siguiente turno para pasar por el registro civil, dio mil vueltas para
pedirle lo mismo que había hecho para
Tucho, con la vergüenza de quién está copiando una idea que
observó en otro, y con el miedo de que el gesto de admiración hacia Damián sea
confundido como una señal de envidia hacia su otro amigo. Damián aceptó la
propuesta sin reparos. Al fin de cuentas, le resultaban divertidos estos
compromisos.
Tres meses más tarde Tucho y su mujer
llegaban a la fiesta de casamiento de Luis en el auto que le había entregado la
empresa por su nuevo cargo. Alguien recordó, observando la escena, que el auto
estaba dibujado en el tercer cuadrito de la historieta de Damián. La segunda
alegría en la llegada del matrimonio a la fiesta fue parecida a aquel encuentro
a la salida del diario. Tucho le abrió la puerta del auto a su mujer y cuando
ella descendió colocó sus manos sobre el vientre de su esposa sonriendo a sus
amigos. El grupo corrió a abrazar y felicitar a la pareja. El cuarto cuadrito
de la historieta de la tarjeta que Damián había dibujado se cumplía como una
perfecta premonición.
Damián tenía más espacios en los medios
gráficos y fue convocado para dibujar escenas del juego durante un partido de
la selección nacional de fútbol. En medio de los gritos de la platea recibió un llamado. Era
su amigo Tucho para pedirle que se agarrara fuerte de lo primero que encontrara
a mano. Esperaban trillizos. Y te voy a dar una novedad: compré una casa.
-Damián, no seas boludo. Empezá a jugar a
algo porque también acertaste con los primeros cuatro cuadritos de la
historieta que hiciste en la tarjeta de casamiento de Luis.
Damián, sonriendo, levantó la vista al
dibujo que había terminado y comprobó, para su sorpresa, que los goles del
triunfo de la selección se marcaron exactamente como los había dibujado.
Esa noche no pudo dormir como siempre. Se
acostó extrañamente inquieto. Fue un esfuerzo inútil intentar concentrarse en
el libro que leía antes de dormir y pensaba en demasiadas cosas a la vez. No
era placentero ese estado. Algo en su interior le estaba dando señales que se
avecinaban otros tiempos. Su cuerpo se
encontraba en estado de alerta. Se quitó los lentes, apagó la luz y puso la
mirada en el cielorraso. Por la persiana de la ventana se filtraban las luces
de los autos que pasaban en la madrugada.
Se despertó unos minutos antes que sonara
el despertador. Puso la pava en el fuego para preparar unos mates, encendió el
celular y mientras se lavaba la cara escuchó la señal de alarma de los mensajes
recibidos. Antes de volver a la cocina, levantó el teléfono, se colocó los
lentes y se sorprendió que tuviera siete mensajes a esa hora. Dos llamadas eran
de teléfonos que no registraba. Mientras caminaba hacia la cocina, comenzó a
escuchar los mensajes pendientes. Antes de clickear al primero de los mensajes
la pantalla comenzó a titilar con una nueva llamada entrante. Atendió.
-Buen día. ¿El señor Damián Bosco?
-Si. ¿Quién habla?
-Soy la secretaria del señor Mieres,
intendente de Tandil. Un segundo que le voy a pasar con él que quiere hablarle.
En unos segundos escuchó una voz grave y
firme.
-Damián, encantado -escuchó que le decían
amablemente. Nos gustaría contar con usted para un trabajo que queremos hacer
en nuestra intendencia. Me gustaría hablar con usted personalmente. Mañana
viajo a Buenos Aires por reuniones de trabajo, ¿Podríamos reunirnos a la tarde?
Se encontraron en un bar del centro como
habían acordado. El intendente, un hombre de unos sesenta años, era claro y
directo. Cumplió con el protocolo de las presentaciones de rigor y habló con
frases cortas, sin gestos ampulosos.
-Mire Damián. Por un amigo me enteré de las
tarjetas de casamiento que le dibujó a sus amigos y estoy dispuesto a invertir
en una apuesta. ¿Cuánto me cobraría por hacer una historieta de nuestra ciudad?
Tengo la idea de jugar un dinero a que su talento nos puede dar una mano.
-No entiendo. ¿Qué tipo de historieta?
¿Una para una publicidad política?-preguntó Damián antes de llevarse el pocillo
de café a los labios.
-Nada de eso. Queremos una historieta
sobre la ciudad. Usted dibuje libremente lo que se le ocurra. Su trabajo
quedará expuesto en la secretaría de cultura pero no lo utilizaremos para
ningún tipo de publicidad.
-Mire, yo dibujé las tarjetas porque
conozco la historia de mis amigos pero nunca fui a Tandil.
-Está invitado a alojarse donde usted
desee. Si está en pareja, es una excelente oportunidad para pasar unos días
donde combine relax y trabajo.
-Gracias, pero no entiendo cuál es el
interés de la ciudad para que yo exponga cuando supongo que serán unos pocos
los que me conozcan por mi trabajo.
-Cuando me contaron de su caso -lo
interrumpió el intendente, supe que estaba frente una historia muy particular.
Yo creo, que usted tiene un don especial que desconoce. Estoy casi seguro que
de alguna manera lo que usted dibuja como una ocurrencia o inspiración, termina
sucediendo, como en el caso de sus dos amigos.
Damián comenzó a entender la idea y a
sentirse inquieto, a pensar de qué manera se enteraron sobre lo que había
sucedido con los dibujos y en qué circunstancias para que trascienda su trabajo
de esta manera.
-¿Usted cree que lo que yo pueda dibujar
de Tandil se cumplirá?
-Damián, es solo una apuesta. Usted no
pierde nada con dedicarle unos días de su talento a mi ciudad.
Damián intentó evadirse.
-Tengo que hablar con mi novia…
-Excelente. La convencerá. El mejor hotel
de la ciudad o una posada fantástica al pie de la sierra. Lo espero. Confírmeme
la fecha por correo electrónico -dijo el intendente extendiéndole la mano para
sellar el acuerdo.
Damián llamó a su novia al salir del
diario y la invitó a cenar. Mientras comían le contó sobre la propuesta que
había recibido.
-Perfecto. Una mini luna de miel -le dijo
ella alzando la copa de vino.
- No tan perfecto, Gra. Yo dibujé siempre
conociendo a la gente, imaginando los lugares comunes. ¿Qué voy a hacer mirando
a una ciudad?
-Damián, mi amor, el partido de fútbol lo
dibujaste sin saber y se dio. Hacé lo que se te ocurra y disfrutamos unos días
bárbaros.
-No me entendés. Voy a ir con mi block a
mirar una ciudad y dibujar los próximos dos años de sus habitantes. No son tres
amigos, no es un partido de fútbol donde participan veintidos personas más tres
árbitros. Son miles.
-Es cierto -dijo ella apoyando la copa.
Pero tenés tanto material!!! Buscá algún proyecto de historieta vieja que te
hayan rechazado y jugá con eso contando la historia de cuatro o cinco personas.
O fijate en algún spot publicitario, de esos que cuentan la maravillosa
historia de un pueblo feliz -terminó rematando cuando notó que él acompañaba el
discurso con la mirada.
Al llegar a su casa, Damián pensó en la
situación. Se sentía enmarañado. Toda una carrera de pasos firmes y ahora, que
podía sentirse afianzado, disfrutando de un momento de plenitud profesional,
surge esta encrucijada que parecía escrita para una película de ciencia
ficción. Se sirvió un café y lo bebió despacio, observando la calle desde la
ventana. Apoyó la taza en la mesa del comedor y recordando los consejos de su
novia, se dirigió al estudio. Abrió el cajón donde archivaba el material viejo
o descartado y empezó a repasar cuánto de todo lo que alguna vez fue desechado
podía reciclarse, si ése remozamiento fuese posible.
En una de las carpetas encontró los
primeros dibujos hechos en las horas libres de la escuela técnica. Miró
caricaturas a compañeros y profesores que lo hicieron sonreír y transportarse a
una época que quedó marcada en su memoria como feliz. Un block viejo tenía en
su carátula un título sugerente: Proyecto Futuro. Calculó que por entonces
tendría dieciseis años. Su letra fue mudando en sus formas y carácter, y al
principio le costó reconocerla como propia. No recordaba ese material. Lo hojeó
rápidamente y contó catorce cuadritos de una historieta con unos pocos textos
al pie de algunos dibujos. Trató de hacer el ejercicio de volver a la historia
para entender su motivación original. En el primer cuadro el personaje estaba
de pie, al frente de una clase, con las cabezas de sus compañeros al frente y
el pizarrón a sus espaldas. En el segundo había personas a su alrededor
arrojándole cosas no muy bien definidas en los trazos. El corazón se agitó en el
reconocimiento de una escena. El ritual del alumno que aprueba y egresa y sus
compañeros lo esperan a la salida del colegio. Después la historia tenía trazos
más definidos y referencias al pie de cada cuadro. Su primer empleo en una
empresa de publicidad gráfica, un diploma como premio a un trabajo,
extraordinariamente parecido al que aún conserva colgado en la pared de su
estudio, su ingreso a los medios gráficos, sus festejos con amigos, una figura
femenina que lo hizo recordar a su novia y sonreír, otros dos cuadros de
fiestas y en el último, el protagonista, muy parecido en sus rasgos elementales
a él mismo, con la mujer que le hizo recordar a su novia. Al pie del cuadro
tres palabras: Viajan a Tandil.