Los relojes tienen la distinguida virtud
de señalarnos el lugar preciso donde nos encontramos cuando transitamos sobre
la línea del tiempo. Si estamos atrasados, nos cargan de ansiedad, y de pausas,
si podemos demorarnos, porque hay tiempo de sobra. Extraño medidor, que a veces
se parece a las agujas que indican el combustible de nuestro auto. Y como todo,
el tiempo también se acaba para los
seres vivos, inexorablemente.
Los relojes dicen a qué hora sucede cada acontecimiento relevante en nuestras vidas. A qué hora ingresamos a nuestros empleos, a qué hora abren los bancos, la
cita amorosa, la consulta en el médico, la entrevista, la proyección de la
película. Y los observamos, siempre confiados, para saber cuán cerca o lejos estamos de nuestro destino inmediato.
Cuando era niño, para despertarme a la
mañana para ir a la escuela, tenía un reloj despertador mecánico cuya carcasa era
transparente. Me fascinaba observar el funcionamiento de su mecanismo, los
detalles minúsculos y precisos, la aceleración de la máquina cuando desplazaba
con cuidado una palanquita cercana a las llaves para darle cuerda, desde el
signo menos al más.
Existe en este mundo gente que ha trabajado
para construir maquinarias de relojería perfectas, piezas extraordinarias,
buscadas por coleccionistas, identificadas por su nombre como cualquier ser
habitante de este mundo.
Cuando estas máquinas sufren algún
desperfecto, son artistas las personas adecuadas y aptas para repararlas.
Personas que pueden desarmar complejos mecanismos compuestos por piezas minúsculas, salvar la falla y volver a
ensamblarlas para que funcionen.
En Capital y Gran Buenos Aires quedan
ochenta de estos artistas y artesanos. La tecnología digital con sus plaquetas
y piezas de encastre, sus pilas de litio, fueron reemplazando a los relojes
mecánicos. La escuela de relojería se cerró en el año 1979. No existe lugar
donde se pueda aprender el oficio de relojero. Los que siguen trabajando se
consagraron a este arte por sus padres,
observándolos trabajar, y los relojes indican que les va quedando menos
combustible y oportunidades para continuar en este oficio. Los relojes también,
de una manera distinta, marcaron el final de una etapa. Este oficio, como
tantos otros, se encuentra en extinción.
Los relojes de pulsera fueron el primer
instrumental de vuelo de los primeros aviadores, relojes fabricados para
simplificar su lectura con respecto a sus antecesores, de bolsillo y con cadena,
cuando aquellos primeros aviones no contaban con la sofisticación técnica de
los instrumentos actuales. Las horas de combustible se calculaban a través del
reloj
Hoy a la mañana encontré un relojero en
mi barrio. En su mesa de trabajo colocó un Omega Constellation, pieza exquisita
muy requerida por coleccionistas por su extraordinaria precisión. Me contó que
su maestro, en las primeras clases le dijo a él y a sus compañeros de curso: “Lo
primero es trabajar con la puerta cerrada. Si en algún momento de frustración
en su trabajo arrojan el reloj que están reparando a la calle, con la puerta
cerrada caerá del lado de adentro”