Contaba los chistes que escuchaba de mi viejo en el
secundario. No era el típico cómico de la división, pero me gustaba hacer reír a
mis compañeros de clase.
A los 16 tuve la gran revelación. Con un grupo de
amigos fuimos a ver una película prohibida. Eran tiiempos de la dictadura y además de
ser un pecado para el colegio religioso al que asistíamos, estábamos violando
la ley. Era un cine de barrio que proyectaba matiné. La película que nos motivó
a delinquir pasó al olvido. La otra, la
de relleno, era Lenny, de Bob Fosse. Lo vi a Dustin Hoffman representando a
Lenny Bruce y dije: Esto quiero hacer.
Ese punto trascendental fue tema terapia varias veces. Y hasta los
astros se confabularon para que mi
primer analista fuera el que escribió la
versión de Lenny para Argentina.
Disfruto lo que hago. Cuando el remate es bueno, me
río, como espero que se ría quien lo lee o escucha.
Hacer reír es algo mágico. Hacer reír es un arte, una
exquisitez.
Con un grupo de locos como yo quisimos que esta
profesión tuviese un día como tantas otras tienen el suyo cuando no son tan gratificantes
como la nuestra.
No se si llegábamos a 12, como los apóstoles, pero
seguimos al pie de la letra todo lo que significaba redactar un proyecto,
presentarlo, que se promulgue.
El día es el 26 de noviembre, homenaje al natalicio de
un referente: Roberto Fontanarrosa.
Levanto mi copa por aquellos que hacen que la vida
tenga los colores que no siempre vemos