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Estaba revisando un cajón de libros en oferta cuando escuché que una mujer hablaba de vos a mis espaldas. Escuché claramente tu apellido y disimulé dando a entender que permanecía concentrado en el interés de mi búsqueda. La mujer te describía muy superficialmente por tu aspecto. Estaba seguro que por el orden de los detalles pasó por alto tus virtudes más secretas y profundas. Tuve el impulso de interrumpirla y contarle sobre las horas que pasé contigo y que nuestra relación perdura en el tiempo. Después pensé que esa mujer no podría entender de amores, insomnios y locuras. Sería incapaz de darle valor a esas cosas que yo siempre ponderé de vos.

Se que no soy el único escritor que te debe más de un libro. Recordé que Woody Allen posó junto a vos en la foto de tapa de uno de los suyos y que hasta hoy te busca cuando se enciende la chispa de un guión para otra de sus geniales películas.

La mujer comentó que junto a vos aprendió a escribir al tacto. Yo recordé emocionado el mediodía en que te conocí y quedé flechado para siempre. La mujer dijo solo tu apellido, como si los registros fueran decisivos en quien te marca para toda la vida. Tuve ganas de interrumpir la conversación y decirles a los dos que te conozco hace cuarenta y dos años, que vivís conmigo y que tu nombre completo es Olivetti Lettera 32.