Pinochet


Murió en la cama, como mueren los abuelitos de buen corazón.

Nunca sintió el peso de la ley ni el de su propia conciencia, algo que nos daría la esperanza de un gesto de justicia.

Hablar de sus múltiples y aberrantes crímenes es redundar en datos, como aquel que detalla en un manual las propiedades de la materia fecal.

Dicen los que creen, que el infierno asigna el Séptimo Círculo para los traidores, en ese caso, a Judas Iscariote se le avecina un Golpe de Estado cobarde y sangriento.

¿Dios le habrá reservado una Eternidad de calvario o Satanás una sala Vip por su carrera meritoria?

Su muerte me sorprendió en pleno viaje y sin champán en la heladera.

Su muerte resaltó las divisiones entre los que lo veneraron en vida y los que lo padecieron en muerte.

Seguramente leyendo los diarios encontraré más detalles siniestros que me confirmen que el mundo se ha depurado un poco con su inexistencia, que debe haber tenido padres parecidos a los de otros genocidas, que lo dejaron huérfano de humanidad a edad muy temprana.

Murió en la cama, como mueren los abuelitos de buen corazón.