La redada


Escucharon el ladrido de los perros y dejaron de cenar. Los cuatro intercambiaron miradas expectantes. Juan tomó la iniciativa y se acercó a la ventana corriendo con cuidado la cortina para observar al exterior de la casa. Alertó al resto que se veían luces de linternas acercándose hacia ellos. Lucho corrió a apagar las luces de la casa mientras el resto iban por las armas. Unos sonidos metálicos anunciaron la carga de proyectiles en las recámaras.



En silencio cada uno de ellos pensó en los cabos sueltos y en una posible traición. Sin pronunciarlo, a todos se les hizo presente el mismo nombre. Lucho soltó un insulto mientras las luces se acercaban trazando líneas sobre las cortinas cerradas. Juan se apostó a un costado de la puerta de entrada y los otros tres debajo de las ventanas. Golpearon suavemente. Juan preguntó quién era y solo hubo silencio. Volvieron a golpear y se oyó la misma pregunta sin respuesta.



Dispuesto a todo o nada, Juan abrió la puerta ocultando el arma martillada. Lo observaban rostros escalofriantes, con profundas cicatrices y cierto brillo demoníaco. Los seis niños cumplieron a la perfección con el ritual de Halloween.