Animal Planet

Suele jactarse el ser humano de ser la especie que predomina en el reino animal, la que marca la línea del progreso y la superación.
Sus leyes no siempre son naturales.
Hay muchos casos de animales que viendo a un ser indefenso, enfermo, o en desigualdad de condiciones, pese a pertenecer a su cadena alimenticia, lo ignoran. O sea, no matan para comer sin un código natural sobre el que desconoceremos por siempre su origen.
En el Subte línea B de Buenos Aires uno puede encontrarse con una pareja de ciegos que recorren los vagones, el hombre tocando el acordeón a piano y la mujer recogiendo las monedas que el público coloca en un vaso de metal que ella lleva en la mano. Se escucha en cada gesto el ruido.
Entraron al vagón como siempre, mientras caminaban despacio ella dijo: "Si quieren colaborar, tóquenme el brazo. Hay quienes nos roban el dinero".
Alguien que le roba a un ciego no puede ocupar el último escalón de los seres vivos.

Rezo por vos


Obsérvese la imagen con detenimiento.
El hombre en un gesto inequívoco de postrarse ante su creador, un gesto de oración y arrepentimiento.
Acaba de comulgar y piensa en sus pecados.
Un buen cristiano.
Un hombre de iglesia, un hombre de fe.
Un hombre sumiso ante la justicia Divina.
Y Dios lo observa en su recogimiento y en su oración.
Y Dios justo como ninguno, pregunta a sus arcángeles, quien es este hombre que le rinde abnegado tributo.
Jorge Rafael Videla. Dictador argentino. Responsable directo de la desaparición, tortura y muerte de 30000 personas.

Somos lo que comemos


Somos lo que comemos reza la cultura oriental y no deben estar errados. Sino no se explica porqué somos la única especie sobre la Tierra que no evoluciona. Porque no me digan a mí que los adelantos tecnológicos significan evolución. No se cuánto le demandó al oso panda crear un dedo que no tenía para sujetar y comer la caña de bambú. Hay una diferencia entre ese desarrollo natural y que desarrollemos nosotros un nuevo pulgar para jugar mejor con la playstation o tipear un mensaje de texto con el celular.
Y uno se detiene a observar lo que ingiere y hace un esfuerzo por no desmayarse cuando ve que en la cacerola puso a hervir unos trozos de pollo. Y el pollo cambia de forma y deja salir a la superficie un olor extraño junto con unas manchas de color lechoso que tampoco es la grasa que el agua en ebullición hace emerger.
Entonces se acuerda que escuchó decir por alguien que sabe que en un par de meses un pollo pesa un par de kilos y tiene una pechuga que a uno le hace pensar que ese pollo fue hijo legítimo de Arnold Schwarzenegger. Y todo esto a base de unas hormonas que le dan al pobre animal mientras le mantienen la luz encendida haciéndole creer que es de día y el come y come y come todo el tiempo, totalmente ajeno a su destino poco feliz y a la responsabilidad directa de envenenamiento en masa que ha planificado su criador. Y el pollo tiene una vida sin sol, sin caminar, sin buscar lombrices, sin saber lo que es el maíz, ni las semillas, ni el aire libre, ni el progreso, ni el pasto, casi como si fuera un ser humano.
Entonces miramos la verdura y la cortamos y no tiene aroma ni sabor ninguno. Y allí nos enteramos que le poneen unos fertilizantes y la riegan con unos pesticidas que podrían haberse usado en la guerra de Irak con mayor efectividad que las bombas radioactivas.
Y los transgénicos y los procesos de congelamiento y los almacenajes y las exigencias de crecer, crecer, crecer, ponerse bella, madurar, ser productiva, casi como si fuera un ser humano.
Entonces pienso que en este orden las especies tienden a ser todas iguales tarde o temprano. Y que de aquí a la antropofagia hay un paso muy corto, casi como ya nos sucede a los seres humanos.

Fronteras

Caminaba con dificultad, apoyada en el bastón, mirando el suelo.
Las arrugas daban señales de su edad, pero la cicatriz mayor la llevaba en la mirada.
Al pasar al lado mío, algo me dijo que no comprendí, pero primero saludé porque todo el mundo se saluda, aunque no se conozca. Me hizo un comentario sobre un señor mayor sentado a una de las mesas en la entrada del hotel y que al parecer, hacía unos días la había insultado.
"Disculpeme que lo moleste. No quisiera ofenderlo"
- No me ofenderá.
"¿Podría ayudarme con algo?
- Puedo ayudar con unas monedas.
"Mas que suficiente. Que Dios lo bendiga"
Fue otra prueba que estaba en Posadas. Porque en Buenos Aires, hasta para pedir limosna somos prepotentes.