La leyenda de Tito

 


Nadie recuerda como comenzó la leyenda de Tito en Villa Elisa, quién fue el primero en asociarlo con un oficial prófugo de la resistencia yugoslava a la que no pudo doblegar la ocupación nazi tras meses de duros combates en los bosques, pese al apoyo aéreo y al enorme poderío de su armamento. El primero en hacer correr la voz en al barrio bien pudo imaginarlo o ser víctima de una estrategia que el mismo Tito pergeñó haciéndole llegar el cuento a alguien por uno de sus hombres de confianza. El rumor corrió como reguero de pólvora como corresponde a alguien que pertenecía al pequeño círculo del arte de la guerra. La leyenda continúa circulando por el barrio y quizás esa indomable persistencia haya contribuido a volverla real. Poco tiene que ver la tradición oral con la magnitud que alcanzaron los episodios posteriores. Los hechos que realzaron la leyenda fueron los cimientos sobre los que se construyeron las historias de muchas familias.

Contamos con escasa bibliografía sobre el período de la estancia de Tito en Villa Elisa. Son cientos los testimonios de personas que juran haberlo visto. Se han recopilado notas sueltas en el diario barrial y otras del boletín parroquial que dan cuenta de su paso en un nutrido número de anécdotas. Existe una teoría de investigadores del caso sobre un pacto secreto entre vecinos para ponerlo a salvo de una segura extradición. Otra sostiene que fue un invento de un grupo de trasnochados para darle a Villa Elisa la trascendencia que nunca hubiese conseguido sin esta leyenda urbana.

Por la forma de caminar y el porte se nota que fue un militar de alto rango, decían los entendidos en lecturas del lenguaje corporal. Cuando habla parece que ordenara, decían vecinos que pudieron tratarlo mínimamente o se encontraron fortuitamente en una calle cualquiera y pudieron saludarlo. Todos concluían en que sus gestos le conferían aires de estadista. Para colmo Tito era el nombre del Mariscal que mantuvo unido y pujante a su país mientras vivió.

Se fueron contando distintas anécdotas sobre Tito que agigantaron su figura construyendo lentamente su leyenda. Hay quienes aseguran haberlo visto estudiando unos mapas, pasearse por el jardín con su traje de Mariscal, ensayar discursos en la terraza de su casa, organizar secretísimas reuniones con grandes personalidades de las ciencias, las artes y la política mundial. Nicola, el diariero más famoso de la zona, aseguró que una madrugada, en el momento en que recibía los diarios, vio luces en el cielo que le recordaron a los aviones de la segunda guerra y una hora después una larga caravana de autos como nunca se vieron yendo en dirección a la casa del Protector de los pueblos. Aníbal Ferreira, el escultor, se abocó a consumar febrilmente la primera estatua del insigne, antes que algún porteño arribista le ganara de mano. Ahí andaba Ferreira tocando timbres y pidiendo llaves viejas porque estaba corto de bronce. Un trabajo de investigación posterior reunió testimonios sobre vecinos que lo vieron cuidar el rosal, afeitarse en el jardín con su cuchillo de paracaidista y hasta tocar la gaita.

Quienes llevaban sus hijos a la escuela le señalaban a los niños su casa y decían “aquí vive Tito, un gran comandante. Refiriéndose a su pasado militar algunas madres, a la hora de la cena exclamaban “si no comés toda la comida te vamos a llevar a lo de Tito para que te cuente lo que es la guerra y el hambre y te muestre la fusta que tiene de Mariscal de campo”. Otros ponderaban su ejemplo: “que nuestros niños sean grandes benefactores como fue Tito, un rey sin corona”. “Quizás debamos preservarlo en carácter de refugiado” opinaban aquellos que soñaban para Villa Elisa un futuro como punto turístico para extranjeros admiradores de las grandes celebridades. En el bar tradicional, cuando se reunían los vecinos referentes, el presidente de la sociedad de fomento, el filósofo de la comunidad manifestaba: “nos referimos con diminutivos para señalar algo pequeño. En vez de auto, decimos autito, en lugar de pequeño decimos chiquito, por zapato, zapatito cuando si hay alguien grande ése es Tito. Qué contradicción, queridos amigos”.

El intendente comenzó a preocuparse cuando un grupo de vecinos tomó la iniciativa de cambiarle el nombre a la calle Vilcapugio para colocarle Tito porque sobre esa calle estaba la casa de ese gran hombre.

Cuando se esparció el rumor de que algunos comercios se negaban a cobrarle lo que había comprado algunos pillos del barrio aseguraban que hacían mandados para el Mariscal y retiraban importantes sumas en comestibles a nombre de Tito.

Nunca se supo cómo se enteraba el vecindario que Tito saldría con su uniforme, sus medallas y su fotógrafo personal a pasearse y posar gentilmente con todo aquel que quisiera retratarse a su lado. Un asistente tomaba nota de los domicilios de los afortunados para hacerle llegar a sus casas las fotos que registraron el gran momento. Dicen algunos padres de alumnos de la Escuela Nro 7 de Villa Elisa que presenciaron en un acto escolar un encendido discurso del magnánimo sobre el 25 de mayo, la revolución, la escuela pública, el liderazgo, la bandera y las hortensias de su jardín.

La salida de Tito de Villa Elisa fue tan rápida y misteriosa como su llegada. Nadie vio la mudanza. De un día para otro desapareció como un suspiro y durante una semana fue constante la peregrinación a su casa en busca de respuestas. Ya no se veía a sus asistentes ni a su perro “Chucho” correr por el jardín. Los días de gloria y fulgor habían terminado para siempre.

La estatua de Ferreira se inauguró un año después de su partida en una de las esquinas de la plaza principal. Al principio se acercaron unos pocos con sus flores y luego fueron cientos los que llegaron a pedirle milagros, a depositar al pie del busto la foto de alguien por quien habían pedido por su salud y se había sanado para asombro de sus médicos. Las ofrendas y suvenires fueron tantos que se organizó una marcha para reclamarle al intendente la construcción de una pequeña capilla. La industria hotelera y gastronómica disfrutaron de sus días de bonanza gracias a la afluencia de gente de las regiones más remotas que viajaban a rendirle tributo. Se hizo habitual encontrar muletas y material ortopédico alrededor de su monumento. Cuando alguien leía en voz alta alguna noticia de Europa sobre algún milagro o revuelta social todos sonreían y brindaban a la salud de Tito.

Hubo dos conflictos emergentes de la particular y extraña figura de Tito. El primero fue una querella diplomática cuando un grupo de uruguayos sostuvo que Tito había nacido en Tacuarembó. La mediación del Vaticano evitó que la disputa derivase en una conflagración limítrofe. La otra sucedió cuando comenzó a migrar gente de la capital, y ajenos a la experiencia de los lugareños, cuestionaron la historia que le contaban y denostaron a los seguidores de Tito. Fueron tiempos violentos de batallas campales, de peleas de familias y vecinos, de actos vandálicos a la estatua esculpida por Ferreira que obligaron al intendente a apostar una guardia policial permanente, Crecieron los seguidores de Tito y también sus detractores. El libro de Augusto Medina “Cortito y al pie” predispuso el caos para el incendio de dos librerías en la trágica noche “Adiós al mito Tito, hagámoslo humito”. Las comisarías de la zona colapsaron ante la cantidad de detenidos de uno y otro bando. En la tradicional quema de muñecos celebrada anualmente los antitito llevaron uno que lo representaba. Hubo que pedir apoyo de fuerzas policiales para evitar el estallido y frenar la violencia.

Los escándalos se sucedían sin pausa. Una refriega sin precedentes se desarrolló en un festival de rock en el que un grupo de adolescentes se presentó a tocar con el nombre “Las titas”. Otro fue en un partido de fútbol entre Gimnasia y Esgrima La Plata y Estudiantes cuando una barra que ingresaba al estadio coreaba “Tito, Tito, Tito, vení a agarrarme…” El Obispo relevó a un párroco porque en la homilía decía muy seguido “Ese no fue ningún santito” alterando el ánimo de los fieles. Ferreira tuvo que mudarse a pedido de su familia porque ya no soportaban los actos vandálicos a su casa por ser quien hizo la estatua.

Aunque no exista material bibliográfico que respalde la afirmación de integrantes del núcleo duro de seguidores de Tito, éstos aseguran haber tenido en sus manos una carta que llegó dos años después de los enfrentamientos más graves que sufrió la localidad sureña. El remitente era un hijo de Tito, el mayor de los siete que tuvo el mariscal, que enterado por su embajada sobre los pormenores ligados al nombre de su padre y cumpliendo con lo que consideraba su voluntad, exhortaba al cese de las hostilidades entre vecinos. La carta fue confiscada durante su lectura en una reunión clandestina por personal policial y entregada en mano al intendente. El mandatario murió una semana después en un extraño accidente de caza. Aunque nunca se dio con el documento, se cruzaban acusaciones sobre la muerte del intendente seguidores y detractores de Tito.

Según las declaraciones del núcleo duro de seguidores de Tito y de acuerdo a lo que alcanzaron a memorizar de la lectura, Tito enviaba un abrazo fraterno para todos aquellos que contribuyeron y acompañaron sus horas más felices. Sepan disculpar, decía el prócer, si en mi intempestivo y obligatorio éxodo me haya quedado alguna cuenta pendiente. En tierras lejanas extraño las tardes del clásico platense, la calidez de mis vecinos y las tortas fritas de los días de lluvia. Chucho murió en mis brazos durante el invierno. El veterinario me aseguró que la causa fue un virus pero yo sé que fue tristeza. Sus ojos perdieron el brillo desde que abandonó aquel jardín donde correteaba. Mi corazón está con ustedes. Envío en este sobre un mechón de mi cabello y otro de Chucho.

Jorge, mi Maestro

 


Escribo con dolor. Como se escribe con el amargo sabor de las despedidas. Siempre será el mejor profesor de historia que conocí. Escribo con el egoísmo de quien no quiere desprenderse de una de las perlas de su esencia. Siempre digo que tuve la inmensa suerte de contar con buenos maestros.

Conocí a Jorge Cattenazzi en la Universidad de Morón, en un acto contra el festejo de los quinientos años del encubrimiento de América, como le gustaba denominarlo a él.

Carlos Guarnerio, Alicia Guzmán y yo habíamos escrito una obra sobre los quinientos años que se llama “La vida por Colón”. La universidad nos había convocado para que leyéramos algunos fragmentos.

Jorge Cattenazzi fue uno de los que habló al respecto. Habló desde su magnífico ojo de docente. Repasó los números entre las miles de páginas que leímos sobre historia en la secundaria cuántas fueron dedicadas a historia antigua, moderna, contemporánea, cuántas a Europa y el paupérrimo número que quedaba para historia nacional y de América latina. Fue contundente como la derecha de Tyson en sus mejores momentos. Yo le dije a Guarnerio: “Después de esto no se puede hacer nada más. Hay que apagar las luces e irse”. Nos invitaron a subir al escenario. Cuando terminamos entre risas y aplausos nos esperaban Jorge Cattenazzi y Nora Cortiñas. Nora nos llamó la atención sobre la escena de Tupac Amaru. Inmediatamente la suprimimos. Jorge nos invitó a leerla en un acto en Temperley. Allí fuimos.

Hizo un asado en su casa, nos invitó a conocer a su familia. Comenzó desde allí un ida y vuelta que incluyó una visita al teatro Bululú para ver Solo Molo y estimularme con el monólogo y la canción sobre Roca. Siempre tuvo su posición tomada en favor de las reivindicaciones a los pueblos originarios.

Me dio la pólvora para escribir “Disparates de la historia argentina”. Me facilitó archivos, documentos directos, me dio clases magistrales. Luego colaboramos juntos con “Del Cabildo al shopping” de Enrique Pinti y allí aparecen nuestros nombres en sociedad en la contratapa.

Nos seguimos viendo y reuniendo solo por el placer del encuentro, las charlas, la amistad, los jugosos puntos de vista.

El año pasado lo llamé y le dije: “Quiero hacer un espectáculo con episodios de la historia nacional poco conocidos.” En distintos audios y correos me fue acercando un maravilloso material. “Te lo doy como es, tu trabajo es transformarlo en humor”. Le fui leyendo cada uno de los siete monólogos que derivaron de su invalorable aporte.

Hace unos días lo empecé a llamar porque quería ponerlo al tanto de que estábamos ensayando con Eduardo Calvo y ambos estábamos contentos con el producto y con el material. Extrañamente no me respondió.

Su hija Georgina me envió un mensaje desde su celular. Estaba muy grave e internado. Un día después llegó el mensaje que nadie quiere recibir.

Nos reímos mucho de la historia, de la vida, de nuestros puntos de vista. Aprendí tanto, tanto, tanto. Me enseñó a leer y a cuestionar. “Vos tenés que ir por este camino porque lo hacés muy bien”. Carajo, si eso no es un profesor, no sé que otra profesión puede definirlo.

Escribo con dolor desde la médula. Jorge es un pilar fundamental en mi búsqueda. Jorge es, fue y será uno de mis grandes maestros.

Lo voy a extrañar tanto