El largo viaje de la hoja de nìspero

En la villa del lago Marimenuco unos amigos construyen su casa. En su jardín, sobre el pasto, habìa una hoja de un árbol reconocida para mì entre mil: un níspero.
El dueño de casa se asombrò de mis conocimientos de botánica y hasta me señalò la procedencia de esa hoja impulsada por el viento. A unos treinta o cuarenta metros, uno de sus vecinos tenìa un árbol en su jardín.

Me criè en una casa levantada en 1919, al estilo italiano, con una larga galerìa en la que convergían los dormitorios, un parral que cubrìa toda la longitud de la construcción y hasta el 75 un terreno lindero donde mi abuelo cosechò tomates, radicheta, albahaca, ciruelas.

En el medio del terreno habìa un níspero enorme y frondoso, cargado de frutas en primavera, ideal para trepar y hacerse una panzada de jugosos y dulces frutos.

Descubrì que al abrirlos con un mordisco hasta la mitad, aparecían unas semillas de color marrón brillante del tamaño de un tercio de la fruta. Se podìan encontrar al morderlos dos o tres dispuestas en forma de racimo o separadas a una y otra mitad como las nueces.

A los once, con una de esas semillas, plantè el primero de mis árboles en el mismo terreno, cerca de la medinera que daba al vecino, con el cual compartìamos en el cerco divisorio un laurel.

Lo vi crecer y dar frutos a los pocos años y repetí el proceso de mi incipiente empresa forestadora en el fondo de aquella casa, donde durante décadas existiò un gallinero, tres higueras, un manzano, un mandarino, una mata de cañas tacuara que mi abuelo cortaba y dejaba secar para construir las guìas en las que, colocadas en forma de v invertida, crecían sus plantas de tomate.

El terreno se vendiò un año después de la muerte de mi abuelo y el cambio de dueño produjo dos cicatrices que jamás cerraron, una disputa y fractura familiar, por algo que se vendiò a un precio y que el Rodrigazo del 75 transformò en una pequeña fortuna en pocos meses y el triste espectáculo de las cuadrillas de obreros tirando abajo todos los árboles.

El níspero del fondo, hijo del que plantè en la quinta de mi abuelo, mantuvo la provisión de frutos riquísimos para nosotros, para los pàjaros que saboreaban los maduros y ya partidos por el sol en la parte superior de la copa y para las abejas, además de una sombra invalorable en un terreno que ya no tenìa a ninguno de los otros árboles, posiblemente muertos por orfandad, luego que mi abuelo abandonara este mundo.

Una centella intentò derribarlo pero solo mutilò un costado de su copa. Màs eficaces fueron las semanales fogatas de mi padre con todo lo que desmalezaba del jardín, con las cosas que carecìan de utilidad alguna cada vez que ordenaba el galpón. Avivaba el fuego a puro chorro de kerosene, logrando en pocos minutos que puertas y ventanas de las casas vecinas se cerraran sonoramente entre gritos de espanto, tan audibles a veces, como los insultos y maldiciones dirigidos a quien transformaba el barrio con su neblina en la bruma londinense.

Tuvimos que quitarlo una tarde a golpe de hacha, cuando vencido hacia un costado habìa comenzado a transformarse en peligroso para nosotros y para los vecinos.

La hoja de níspero hallada en el jardín de una casa cercana a un lago de Neuquen, me hizo viajar mil doscientos kilómetros en pocos segundos en una dimensión y en el mismo lapso treinta y cuatro años atràs, cuando manos bastante màs chicas e inexpertas de las que ahora garabatean estas letras, hicieron un pequeño hoyo en la tierra para plantar una semilla.

Motivaciòn, liderazgo, trabajo en equipo


Cuando abrì este blog, en el 2006, lo subtitulè como una ensalada de todo lo que hacìa, cartel pretensioso con en el que quise definir de alguna manera un compilado de material de mi autorìa de orìgenes diversos.
La producciòn ligada a lo artìstico, las reflexiones casi siempre apresuradas y una pasiòn de muchos años: la formaciòn de equipos de trabajo.
Me he dado cuenta que sobre èsto ùltimo no hay nada publicado y me resulta deshonesto haber enmarcado un cuadro sin el lienzo.
Unos años atràs comencè a escribir un libro sobre mi experiencia en la pràctica del Concepto Trabajo en Equipo, liderazgo y motivaciòn. Estoy seguro que hoy, algunas de sus pàginas se salvarian de la hoguera.
Tomè ese camino naturalmente, casi por intuición, tratando de plasmar viejas ideas que fueron surgiendo de distintas experiencias personales, y en una charla de café, un amigo, me revelò que mi método de trabajo tenìa una definición: coaching.
Busquè y le di solidez a mi trabajo con el soporte teórico que adquiría a traves de cursos dedicados al tema, y esto me condujo a un sitio en Internet: El Club de la Efectividad.
Tuve mi par de años de participaciòn en el Club de la Efectividad como colaborador y socio activo y rescato del sitio informaciòn muy valiosa, un andamiaje teòrico que justificaba lo que practicaba a diario. Allì conocì virtualmente a tres personas que se ganaron un lugar Real de admiraciòn, respeto y amistad: Susana Ruggiero, Hector Gòmez y Hèctor Garcìa Mier. La dama es argentina y los caballeros mexicanos, y con ellos sigo compartiendo las cosas elementales que le suceden a los seres humanos.
Durante siete años dirigì un Equipo de Ventas, conjunto de personas a los que le debo todo lo que se de coaching. Con ellos llevamos a la pràctica un concepto bastante difìcil de aplicar en grupos que tienen la cultura de competir puertas afuera y puertas adentro de las empresas.
Trabajamos sobre pilares indestructibles e innegociables de solidaridad, camaraderìa, compañerismo, actitud, humanismo, equidad.
Mi idea central es hacer foco en la persona, en el individuo, para mejorar su condiciòn y tras ese objetivo bàsico o primario se llega a otras instancias que mejoran la calidad del trabajador, sus ingresos, sus posibilidades de desarrollo personal y de esta forma el cìrculo vuelve a alimentarse de sì mismo.
Comprendimos que se aprende mejor lo que se comparte, que avanzamos màs ràpido si somos generosos y ayudamos a los demàs con la visiòn de nuestra propia experiencia. Si pasamos por una calle donde hay una fisura en el pavimento ¿porquè no alertar al compañero de la posibilidad de accidente. Si encontramos la fòrmula para convertir en oro el azufre, ¿porquè quedarnos con el secreto?
Por supuesto que para cada miembro pueden surgir interrogantes. ¿Para què entrenar en equipo si como individuo yo estoy siempre solo haciendo mi trabajo diario en la calle? ¿què gano?
Cuantos màs remeros haya en un bote màs ràpidamente avanzarà èste. Si los remeros acuerdan coordinar sus esfuerzos, el viaje no solo serà ràpido, se convertirà en placentero.
Mi energìa estuvo puesta en pensar los problemas para encontrar una forma creativa de vivenciarlos y elegir entre todos una soluciòn. Nuestro Equipo aprendiò a pensar.
Pasè muchas horas caminando en cìrculo por mi casa para encontrar la manera de dejar plasmado un concepto que se convirtiera en eje.
Hubo mucho trabajo y disciplina y debo reconocer que ellos aceptaron con entusiasmo el reto de redoblar esfuerzos para profesionalizarnos dìa a dìa.
Mucha gente habla hoy de liderazgo, trabajo en equipo, motivaciòn pero cree que este camino se transita màgicamente, sin esfuerzo alguno, que se llega a èl naturalmente, como la manzana que una vez madura se cae del àrbol. No es asì.
Liderar es una tarea ardua. Resulta sencillo colocarse las jinetas de jefe y dar òrdenes. Requiere otro compromiso dirigir convenciendo con una consigna que èse es el camino.
Se dice que los vendedores eficaces son aquellos que saben indagar, que aciertan con la pregunta adecuada y oportuna. Para afinar la punterìa en este tema hice un ejercicio simple. Llevaba a las reuniones acertijos que ellos debìan develar hacièndome preguntas que yo solo podìa responder con un sì o con un no.
“El cowboy entra al salòn y pide un vaso de agua. El cantinero saca una escopeta y lo apunta. El cowboy hace una pausa, le dice Gracias y se va.”
Durante 45 minutos me hicieron preguntas del tipo: ¿Se conocían? ¿El cowboy le debìa algo? ¿El vaso de agua se lo tomò? Tardaron ese tiempo en develar que el cowboy entrò al bar con hipo y que el cantinero se dio cuenta cuando le pidió un vaso de agua. El susto de la escopeta apuntándole se lo quitò y por eso agradeció.
El ùltimo acertijo, algunos meses después, el màs difícil tardaron 3 minutos en resolverlo. Aprendieron a preguntar lo justo, lo certero, a no irse por las ramas.
No hay fòrmulas mágicas, solo el trabajo de pensar, para encontrar con métodos no convencionales la manera màs eficaz de transmitir aquello en lo que uno cree a rajatabla.
Si tuviese la obligación de recopilar las mejores anécdotas, esas que pintan de cuerpo entero el trabajo que se hizo en 7 años, es inevitable sorprenderse.
Si el trabajo de entrenamiento es bueno el que màs aprende es el entrenador.
Si el líder està dispuesto a dar debe prepararse para recibir el triple, y debe estar dispuesto a emocionarse no solo con el reconocimiento de sus dirigidos, en sus logros personales.
La emoción por el èxito de una actividad es el mejor termómetro para medir que el trabajo estuvo bien hecho.
La charla colectiva de las reuniones se complementaba con la individual. Una vez a la semana, cada vendedor se sentaba a conversar conmigo sobre su trabajo y sobre su vida.
Cierto dìa, un vendedor, con varios frentes de tormentas personales me asegurò que esos problemas no afectaban su trabajo en la calle. Lo invitè a ir conmigo al salòn de ventas. Nos colocamos en un pasillo a dos góndolas de distancia dispuestas a lo largo. Le pedí que recorriera la distancia que nos separaba corriendo y tomè el tiempo. Al llegar lo leì. Volvimos a colocarnos en los puntos originales pero esta vez le agreguè una caja cargada. Le pedí repetir la acciòn de correr y volví a tomar el tiempo sin decirle el resultado. En la tercera ocasión agreguè otra caja con màs peso y al tomar el tiempo le dije la diferencia que habìa entre el primer tiempo registrado y el ùltimo. Se lo dije en un tono distinto al que venìamos conversando, mirándolo a los ojos. No tuve que decir nada màs. El vendedor sabìa que en lo personal iba a tener que ir resolviendo còmo se quitaba de encima las cajas de lastre para que no afectaran su trabajo.
En los comienzos de cualquier emprendimiento todo es màs difícil. Cuando uno crea el hàbito, la gimnasia de pensar en ejercicios originales, los que vienen después se disparan y se crean en la mitad de tiempo que demandaban los primeros, allì radica el peso del trabajo y la pràctica constante.
Hubo ejercicios que he disfrutado màs que otros, hubo algunas sorpresas que preparè y que me emocionaron hasta las làgrimas.
En el 2001 mi paìs era una sucursal del Infierno. No habìa condiciones, las listas de precios se modificaban todos los dìas y el ànimo de la gente estaba en el segundo subsuelo. Salir a vender era cosa de guapos, locos o kamikazes.
La esgrima de la venta requiere de mucha energía pero tiene un peso vital el estado de ànimo que el vendedor genera, el escenario que propone, la disposición, la forma de pararse frente al cliente, como ambienta para trabajar a sus anchas y aquì cumple un rol fundamental el estado de ànimo.
En esos tiempos, motivar no era sencillo. Pensè. Llamè por teléfono a las casas de los vendedores mientras ellos trabajaban y le contè a sus familias el trabajo de gladiadores que venìan haciendo en estas condiciones y lo importante que serìa para ellos recibir un mensaje que les de ànimo para llevar a cabo la lucha diaria. Les pedí que pensaran uno y lo dejaran grabado en el contestador de mi casa. Durante una semana, cada noche, llegaba a casa y escuchaba y grababa en un grabador personal las voces de sus esposas e hijos que contaban lo orgullosos que estaban de tenerlos, que le daban ànimos, que le recordaban momentos especiales de sus vidas, incluyendo en un caso, de fondo mientras hablaba, la música con la que entraron al salòn de fiestas el dìa que se casaron.
La noche de la reunión de ventas hablamos de los problemas de la calle. Sobre el final dije: Cada uno de nosotros tiene una hinchada personal, ciertas voces de aliento que nos ayudan a transitar cada dìa, hay que tener siempre presente esas voces, la nafta que activa el motor, que enciende el entusiasmo. Apaguè las luces de la sala de reunión y encendí el grabador.
Esperè unos segundos después que la cinta terminò y volví a encenderlas. Creo que nos hubiese sido màs sencillo salir de ese salòn con un botas de goma.
Nos despedimos y salimos a la calle. Eran otros, fueron otros muy distintos a esos catorce hombres que horas antes habìan entrado para participar de una reunión de ventas y este detalle fue comùn denominador en las reuniones donde cerràbamos la actividad con un ejercicio motivador.
Es trabajo. Es el trabajo de pensar, el trabajo de llamar, el trabajo de recopilar, editar, elegir el tono de la arenga y apretar el botòn de play en el momento oportuno.

Lennon

Fue un ìcono para la juventud de los sesenta y un referente artìstico para mì.
A 8 dìas de su muerte, Gabriel Garcìa Marquez escribiò el màs bello retrato literario que he leìdo hasta la fecha.
Unos minutos con un grande como Lennon.
Que los disfruten

Ha sido una victoria mundial de la poesía. En un siglo en que los vencedores son siempre los que pegan más fuerte, los que sacan más votos, los que meten más goles, los hombres más ricos y las mujeres más bellas, es alentadora la conmoción que ha causado en el mundo entero la muerte de un hombre que no había hecho nada más que cantarle al amor. Es la apoteosis de los que nunca ganan. Durante 48 horas no se habló de otra cosa.

Tres generaciones –la nuestra, la de nuestros hijos y la de nuestros nietos mayores– teníamos por primera vez la impresión de estar viviendo una catástrofe común, por las mismas razones. Los reporteros de la televisión le preguntaron en la calle a una señora de ochenta años cuál era la canción de John Lennon que le gustaba más, y ella contestó, como si tuviera quince: "La felicidad es una pistola caliente". Un chico que estaba viendo el programa dijo: "A mí me gustan todas".

Mi hijo menor le preguntó a una muchacha de su misma edad por qué habían matado a John Lennon, y ella le contestó, como si tuviera ochenta años: "Porque el mundo se está acabando". Así es: la única nostalgia común que uno tiene con sus hijos son las canciones de los Beatles. Cada quien por motivos distintos, desde luego, y con un dolor distinto, como ocurre siempre con la poesía.

Yo no olvidare aquel día memorable de 1963, en México, cuando oí por primera vez de un modo consciente una canción de los Beatles. A partir de entonces descubrí que el universo estaba contaminado por ellos. En nuestra casa de San Angel, donde apenas si teníamos donde sentarnos, había solo dos discos: una selección de preludios de Debussy y el primer disco de los Beatles. Por toda la ciudad, a toda hora, se escuchaba un grito de muchedumbres; "Help, I need somebody".

Alguien volvió a plantear por esa época el viejo tema de que los músicos mejores son los de la segunda letra del catálogo: Bach, Beethoven, Brahms y Bartok. Alguien volvió a decir la misma tontería de siempre: que se incluyera a Bosart. Alvaro Mutis, que como todo gran erudito de la música tiene una debilidad irremediable por los ladrillos sinfónicos, insistía en incluir a Bruckner. Otro trataba de repetir otra vez la batalla a favor de Berlioz, que yo libraba en contra porque no podía superar la superstición de que es oiseau de malheur, es decir, pájaro de mal agüero. En cambio, me empeñé, desde entonces, en incluir a los Beatles.
Emilio García Riera, que estaba de acuerdo conmigo y que es un crítico e historiador de cine con una lucidez un poco sobrenatural, sobre todo después del segundo trago, me dijo por esos días: "Oigo a los Beatles con un cierto miedo, porque siento que me voy a acordar de ellos por todo el resto de mi vida". Es el único caso que conozco de alguien con bastante clarividencia para darse cuenta de que estaba viviendo el nacimiento de sus nostalgias. Uno entraba entonces en el estudio de Carlos Fuentes, y lo encontraba escribiendo a maquina con un solo dedo de una sola mano, como lo ha hecho siempre, en medio de una densa nube de humo y aislado de los horrores del universo con la música de los Beatles a todo volumen.

Como sucede siempre, pensábamos entonces que estábamos muy lejos de ser felices, y ahora pensamos lo contrario. Es la trampa de la nostalgia, que quita de su lugar a los momentos amargos y los pinta de otro color, y los vuelve a poner donde ya no duelen. Como en los retratos antiguos, que parecen iluminados por el resplandor ilusorio de la felicidad, y en donde sólo vemos con asombro cómo éramos de jóvenes cuando éramos jóvenes, y no sólo los que estábamos allí, sino también la casa y los árboles de fondo, y hasta las sillas en que estábamos sentados.

El Che Guevara, conversando con sus hombres alrededor del fuego en las noches vacías de la guerra, dijo alguna vez que la nostalgia empieza por la comida. Es cierto, pero sólo cuando se tiene hambre. En cambio, yo creo que la nostalgia siempre empieza por la música. En realidad, nuestro pasado personal se aleja de nosotros desde el momento en que nacemos, pero sólo lo sentimos pasar cuando se acaba un disco. Esta tarde, pensando todo esto frente a una ventana lúgubre donde cae la nieve, con más de cincuenta años encima y todavía sin saber muy bien quien soy, ni qué carajos hago aquí, tengo la impresión de que el mundo fue igual desde mi nacimiento hasta que los Beatles empezaron a cantar.

Todo cambio entonces. Los hombres se dejaron crecer el cabello y la barba, las mujeres aprendieron a desnudarse con naturalidad, cambió el modo de vestir y de amar, y se inicio la liberación del sexo y otras drogas para soñar. Fueron los años fragorosos de la guerra de Vietnam y la rebelión universitaria. Pero, sobre todo, fue el duro aprendizaje de una relación distinta entre los padres e hijos, el principio de un nuevo dialogo entre ellos que había parecido imposible durante siglos.

El símbolo de todo esto –al frente de los Beatles– era John Lennon. Su muerte absurda nos deja un mundo distinto poblado de imágenes hermosas. En "Lucy in the sky", una de sus canciones más bellas, queda un caballo de papel periódico con una corbata de espejos. En "Eleanor Rigby" –con un bajo obstinado de chelos barrocos– queda una muchacha desolada que recoge el arroz, en el atrio de una iglesia donde acaba de celebrarse una boda. "¿De dónde vienen los solitarios?", se pregunta sin respuesta. Queda también el padre Mc Kenzie escribiendo un sermón que nadie ha de oir, lavándose las manos sobre las tumbas, y una muchacha que se quita el rostro antes de entrar en su casa y lo deja en un frasco junto a la puerta para ponérselo otra vez cuando vuelva a salir.

Estas criaturas han hecho decir que John Lennon era un surrealista, que es algo que se dice con demasiada facilidad de todo lo que parece raro, como suelen decirlo de Kafka quienes no lo han sabido leer. Para otros, es el visionario de un mundo mejor. Alguien que nos hizo comprender que los viejos no somos los que tenemos muchos años, sino los que no se subieron a tiempo en el tren de sus hijos.

Gabriel García Marquez
16 de diciembre de 1980
Notas de Prensa 1980–1984, MondadoriEspaña


Subasta de zapatos

La primer oferta de dos millones de dólares fue considerada un despropósito, y yo la califico como una ofensa a la humanidad, si tenemos en cuenta que comparamos la excentricidad de un millonario con los miles de dólares recaudados en Africa y en Medio Oriente, entre multitudes de indigentes y heridos de guerra, que seguían la subasta por televisión con las caras apoyadas en el vidrio de las casas de productos electrodomèsticos.

Vale mucho màs uno de los dos. El que le pasò màs cerca. Ese es impagable, aunque jamás cotizarìa en Bolsa porque sus empleadores, aunque quieran que se vaya ahora, le deben eterna gratitud.

Y la gente espera un milagro. Que en alguna de todas las repeticiones uno de los dos de en el blanco y lo deje fuera de combate, como hicieron blanco dejando fuera de combate tambièn, las miles de toneladas de bombas que èl mandò a arrojar desde su sillòn en la Casa Blanca. Muchos desearon en ese instante irrepetible, que en el trayecto uno de los dos se transformase en una de esas armas de destrucción masiva que nunca aparecieron a pesar de la intensa búsqueda de todos estos años.

Fueron solo dos zapatos. Los dos zapatos de alguien con mucho coraje. Alguien que en una acciòn simbólica pensò: “me gustarìa que se pusiera en mis zapatos” sin enunciar la invitación, hacièndola pràctica.

Ese periodista y sus zapatos merece un monumento. Uno que represente a los millones que deberíamos andar descalzos desde hace años de tanto arrojar zapatos a los infames que nos gobernaron con idèntica pericia e iguales mètodos. Los millones de descalzos involuntarios nos estarìan agradecidos.



El Arte Transformador


Ralph Owen es al bisturí lo que Dalí fue al pincel. Una proporción efectuada con exactitud por un matemático. Este siglo queda transformado con su estilo y su arte. Ralph Owen es capaz de convertir a Silvester Stallone en Julia Roberts con nueve cicatrices perfectas hechas en un solo trazo. Y a eso no llegó con una mañana de inspiración, con los años en la Universidad de Maine o con su doctorado en París. “Aprendí a hacer cirugía estética viendo desfiles de moda” dijo una vez.

La historia de Owen no es sencilla. ¿Qué fue lo que inspiró a Owen a ser cirujano y no matarife? ¿La tortuosa fealdad materna como recuerdo de la niñez? ¿La persecución por recuperar la belleza de una novia muerta durante las preparatorias? ¿El descarrilamiento aquella tarde del tranvía de San Francisco? Es cierto que hoy es uno de los hombres de mayor fortuna de Hollywood y ha perdido popularidad al declararse a favor de las dictaduras en Latinoamérica.

En una biografía no autorizada escrita por Stephen Sheen se desliza que en un centro de atención clandestino que abrió en las Bahamas operó y modificó los rasgos de muchos perseguidos políticos, de célebres delincuentes y de ricos acomodados por el poder. En ese capítulo se detallan sus eventuales pacientes y sus exitosas intervenciones. El ex presidente de Argentina, capital de Río de Janeiro, se hizo tres transformaciones en su clínica para ganar con otra imagen tres exitosas elecciones. Alguien cercano al quirófano cuenta además jugosas charlas y da muestras del sentido del humor de Owen. Cuando oscultó al mandatario janeirino dijo sobre su nariz. “Esto no parece un tabique, parece la serpentina de un calefón”, chascarrillo que provocó carcajadas entre los dos asesores presidenciales presentes, su elige-corbata y su elige-gato.

Su obsesión por alcanzar el detalle perfecto es todo un signo con el que se rige su vida. Sus tres esposas, finalistas todas en concursos internacionales de belleza, detallaron en el libro de Sheen pormenores que Ralph Owen no se ocupó en desmentir.

Cuenta Jeniffer Ryan, la primera en casarse con el cirujano que se sentía permanentemente observada por el cirujano plástico más requerido y mejor remunerado del mundo. Una mañana, mientras tomaban el desayuno, observó: “Tu nariz no te favorece con el sol de la mañana. Corregiremos ese detalle.” Una semana más tarde entraba al quirófano con un seriado de fotografías tomadas en el jardín de la mansión a las 10.30 a.m.

Sus afirmaciones le trajeron numerosos enemigos. “Se preguntan porqué me separo de mujeres tan hermosas luego de haberlas operado. Soy un artista y me siento satisfecho como un pintor cuando termina un cuadro. Cuando un cuadro se termina de pintar hay que colgarlo.”

He operado a mis siete hijos de distintas imperfecciones estéticas y cuando los miro muchas veces experimento una sensación ambigua: si los reconozco como padre, los detesto como pacientes y viceversa. Pude disimular la sonrisa estúpida de Warren, me resultó imposible atenuar la severidad de sus cejas.

Un político argentino vino a mi clínica a operarse los glúteos porque no le gustaba cómo le caían los pantalones. Un buen sastre le hubiese salido más barato pero jamás hubiese descubierto que la mejora en la caída de los pantalones lo haya conducido a la homosexualidad.

Muchas veces su consultorio fue requisado por personal de la CIA y el FBI por las sospechas de que temibles criminales se hayan tratado para cambiar de rostro. “Cierta noche se presentó un adinerado empresario y cuando lo anestesiaba me confesó: “Yo era cartero”. Intenté persuadirlo que para cartero esa cara no estaba nada mal.

Continúa lamentándose sobre alguno de sus mayores éxitos: “Pamela Anderson, todo un caso. Logramos pronunciar sus curvas con unos trazos incisivos con el bisturí pero las siete onzas de colágeno nos hicieron transpirar.

Todas sus pacientes mujeres terminaron siendo tapas de revista: Sophia Loren, Pamela Anderson, Julia Roberts y Diane Keaton un par de semanas antes de entrar a los sets de filmación. Cameron Díaz un poco antes de casarse. Gail Stevenson unas horas antes de entrar a la prisión de Cleveland.

Creo que mi mayor virtud es saber escuchar a las mujeres que recurren a mi técnica y alcanzar la exactitud de lo que me piden. Es difícil el primer contacto. Uno debe escucharlas con atención y por lo general tienden a divagar. Muchas veces me tientan a disimular con un error de trazo la práctica de una lobotomía que termine con el principal problema de la paciente.

En Nueva Jersey tuvo problemas con la ley al ser sorprendido en una razzia por personal policial participando de una orgía con menores. “Calumnias con las que siempre he peleado con la prensa. Me he negado rotundamente a dar primicias, a hablar de la historia clínica de mis pacientes. Quieren hacerle creer a la población que no hay diferencias entre Mengele y yo. Creen que por dinero puedo aceptar cambiarle el rostro a cualquier criminal. Hace poco se acercó a mi consultorio un ex ministro de economía de un país sudamericano que ahora no recuerdo para decirme “Doctor, me gustaría contar con sus servicios. Con esta cara no puedo salir de mi casa”. Lo observé atentamente y le dije: “Estimado, con ese rostro usted no debería salir de su baño.”

Practico lo que sé y para lo que estudié durante años tomando en cuenta que el trabajo que voy a realizar me estimule, opere como motivador por el riesgo, por la dificultad, por la imposibilidad o por los honorarios.

Siempre mantuvo su lugar distinguido en el ranking de escándalos. Hizo frente a muchos juicios al evidenciar su más excluyente contradicción. El equilibrio de un pulso firme a la hora de practicar una incisión, se contradecía con su impulsiva y cruel manera de responder a simples consultas.

La multimillonaria Anne Stevenson concurrió a su consultorio con el hijo menor de una integrante de su ejército de servicio doméstico. La señora Stevenson lo denunció por discriminación pese a estar dispuesta a abonar los gastos que el prestigioso cirujano exigiese. La consulta duró solo unos segundos y el diálogo ganó espacio en todos los medios. Según cuenta la señora Stevenson, versión que Owen nunca desmintió, aconsejada por sus amigas a que comenzara la charla ponderando las aptitudes del cirujano plástico (su egocentrismo lo hacía proclive a escuchar con mayor atención todo comentario cuyo principio tuviese un cumplido) le dijo: "Doctor, este niño es hijo de una persona a quien yo aprecio y que sirve en casa desde hace años. Está preocupada por la fealdad de la criatura y estamos convencidos que sus manos maestras pueden corregir estas imperfecciones", a lo que Owen respondió mirando de reojo al pequeño: "Señora, tanta preocupación y sufrimiento se pudieron haber evitado si en vez de traer este niño a mi clínica lo hubiese llevado al Puente de Brooklyn. Un método más eficaz y barato de hacer mejoras sobre esa infeliz expresión es esperar Halloween y comprar una buena máscara con forma de calabaza".

No tengo nada contra la gente de color. Cada uno llega al mundo como puede, pero aprendo de mis errores como ninguno de mis colegas. Hay rasgos que la naturaleza marca a fuego. Fui uno de los que intentó cumplir el deseo de Michael Jackson y lo único que logré después de tres horas de sudar como un beduino es dejarle una quijada cuya forma me recordaba a un par de mocasines que utilizo para practicar golf. Si los negros vienen al mundo con esa cara y esos labios por algo será. Ningún blanco toca la trompeta como ellos. Prefiero dejarlos como están. Uno de mis pasatiempos es el jazz y no tengo porqué estropearlo por mis estúpidas obsesiones.

Otro caso que cobró notable repercusión pública fue el juicio de la revista Selecciones Readers Digest. Cansado de esperar una respuesta por una entrevista, un periodista de la editorial se presentó en su mansión de Beverly Hills donde fue invitado a pasar y a esperar a Owen en el jardín. El periodista vio venir al cirujano tirando de la correa de dos mastines que lanzaban tarascones al aire. Owen se detuvo a unos diez metros de donde estaba sentado y le dijo: "El pasquín para el cual usted trabaja hizo una espantosa nota sobre uno de mis atletas preferidos. Desde donde usted se encuentra a la verja hay 75 yardas. Voy a soltar estos perros para poder observar mi reloj y tomar el tiempo en que usted tarda en saltarla. Comprobaremos si son idóneos para criticar a un deportista olímpico". Acto seguido y cuando el periodista había llegado a la mitad del parque, según el testimonio de Owen en el juicio, el más bravo de los perros se zafó de su control. El alegato del periodista fue expresado por una intérprete que con mucho esfuerzo escuchó los sonidos guturales que amortiguaban las vendas.

Odio a los que critican las acciones armadas de nuestro país cuando la única arma mortal que sostuvieron en sus manos fue una caña de pescar. Odio a los críticos de música cuando uno pone un triángulo en sus deformadas y torpes manos y al tocarlo desafinan. Odio a los críticos de cine a los que uno les pide que saquen una fotografía y al observarla considera los estragos que hace el Parkinson sobre algunas personas. Odio a los críticos de teatro cuyas excelentes condiciones actorales le permitieron representar a un árbol en un acto estudiantil. Odio a los que escriben notas sobre mi persona cuando nunca estuvieron a una distancia que les permita opinar sobre el perfume que llevo ese día.


Controvertido, odiado por mucha gente y amado hasta la veneración por notables personalidades, Ralph Owen es un personaje distinguido de las últimas décadas. Entre los que lo detestan existen los que se pondrían ya en sus manos con absoluta confianza para que "enmiende algunas distracciones del Supremo, que no puede atender un quirófano colectivo".

Palabra de Owen.

Una frase

Escrita en un cartel en el predio que tienen los jubilados en Parque Centenario.

"Los perros tienen màs amigos que los hombres porque mueven màs sus colas que sus lenguas".