Mudanza

 




Viví durante veinte años en el mismo departamento. Me tuve que mudar en estos días y noto, al dejar la casa de siempre que más que dar vuelta una página comienzo otro tomo.

La vida se va poblando de cajas cuyo contenido olvidamos hasta que un día volvemos a abrirlas.

Tapado por algunos cuadernos estaba el estuche de una de mis plumas, precisamente con la que estoy escribiendo ahora el texto que pasará a formato digital. Inmensa alegría me dio reencontrarme con ella.

Cuando vi a mi hija despedirse de su historia con aquel hogar donde una vez existió su cuarto, luego de ayudarme junto a Santiago, su pareja, a organizar, adecuar y disimular mi torpeza entendí que cuando cerrara por última vez esa puerta sería el mismo impacto que tiene un punto final en una oración. Navegué la emoción como piloto que atraviesa una turbulencia.

Todo sucedió en el mismo fin de semana en que cumplía años. Festejo con amigos y familiares y luego terminar de mudar lo que restaba. En otra ocasión, también para un cumple, inicié el día o la noche haciéndome un estudio de sueño para analizar la frecuencia de mi apnea. Cosa rara ir a un lugar desconocido llevando el pijamas.

El clima acogedor y el orden con el que montaron todo Aye y Santi se diluyó con las cajas que llegaron después. Ahí estoy, soportando la ansiedad de ver todo ordenado, pensando en Murakami y el efecto que desatan las cosas que cambian de lugar. Quizás por influencia del japonés empecé a prestarle más atención a los japoneses. Cuando fui a llevar ropa a un lavadero nuevo atendido por descendientes nipones le comenté a la mujer que atiende. Me miró directo a los ojos y me dijo: “Hay que tener paciencia y hacerlo lentamente. Hay tiempo” Siempre supe que la literatura me salvaría más de una vez.