La herencia del fuego


Mi abuelo Pedro, ejerció sobre mí y mis hermanas una influencia indeleble que alguna vez intentaré que le hagan justicia unas pocas palabras, para respetar su esencia, para hacerle honor.
Tenía pocos ritos porque no creía en que éstos tuvieran propiedades mágicas, como la Misa, los rosarios, los curas, las monjas y los papas que vio desfilar por la Plaza San Pedro antes de morirse.
Los 24 de junio a la noche tenía una ceremonia: la fogata de San Juan.
La comenzaba a preparar dos semanas antes haciendo una enorme pila con lo que ya no usaría, objetos de toda índole se mezclaban con ramas y hojas secas de alguna poda reciente y antes de encenderla reunía a sus nietos alrededor de esa montaña magnífica que comenzaría a arder como decían que ardía el Infierno en el que por supuesto èl no creìa.
No le importaban las súplicas de nuestra abuela Elisa y nuestra madre, esa locura de sacar a los chicos una noche de invierno siempre fría en Buenos Aires, correr el riesgo de que pesquen una pulmonía esos angelitos, que contemplaban fascinados, como todos los buenos hombres desde tiempos inmemoriales, el inmenso y cautivante poder del fuego.
Mi viejo siguió la tradición pero sin respetar fechas ni horarios. Se sabía claramente y con precisión que la ceremonia había comenzado porque con el primer humo se escuchaba un concierto de ventanas y puertas de las casas vecinas, una premura por juntar entre gritos la ropa colgada al sol que mudaría de blanco inmaculado a gris ceniza.
He contribuido humildemente a la combustión con textos que en algún momento creí escribir bien y que luego, tomando distancia y una lectura más rigurosa y crítica, bien merecido tenían arder y purificarse,  que el arte no se contaminara con aquellos bodrios. Alguna vez lamenté la falta de cuidado en la selección previa y que un cuaderno, un cuento o una poesía inconclusa, marchara con la ceniza rumbo al cielo.
Mi hermana Tere sigue la tradición familiar de las fogatas, cuando junto con el residuo de las podas, hay que hacer lugar con cosas inútiles.
Dicen que hay cierta información que mantiene una llama encendida en nuestros genes y ésta nunca se apaga. Es cierto.

Partida


Partido en dos el para siempre en la partida,
partido en dos se queda.
Y no hay fuego que funda y suelde,
que repare esta distancia entre dos puntos,
este hiato, este intervalo,
que no es hueso ni  es madera,
ni hierro ni silencio.
Quién hamaca en su cuna a los adioses que no duermen?
los llantos y los miedos son malos convidados.
Nadie capaz de reparar ausencias,
esa hendidura espesa, esa noche
donde fallecen abrazos, bienvenidas,
donde todo es infierno o es espera.