El intérprete de los sueños


Horacio Inchausti no se conformó con el título obtenido en la Facultad de psicología y fue a buscar en otras disciplinas nuevas herramientas para aplicarlas a su trabajo como terapeuta. Recorrió América entrevistando chamanes, brujos, sabios de pueblos originarios y martilleros públicos.
Fue para la ciencia el centro de numerosas polémicas. Fue también el primero en hacerse millonario y famoso en la interpretación de los sueños. Sus pacientes relataban los episodios oníricos que aún recordaban, Inchausti tomaba apuntes y los jugaba a la quiniela en todos sus sorteos del día. Amasó una fortuna y notoriedad pública.
Contra todo pronóstico y pese a la férrea oposición de la comunidad terapéutica, su libro, “Usted sueñe, yo lo sigo”, fue primero en ventas durante semanas. No solo lo compraba el público común, sino también los profesionales lo adquirían y leían a escondidas, y por vergüenza, enviaban a otras personas a comprarlos o los encargaban por Internet y se presentaban en los locales donde habían sido reservados con gafas oscuras y sombrero.
Inchauti firmó tantos ejemplares en la Feria del Libro que estuvo más de dos meses con el brazo en cabestrillo, producto de una lesión que se extendía de la muñeca derecha al codo izquierdo.
Su programa radial “Horacio te interpreta” fue un boom sin precedentes en la histotria de la radiofonía nacional. Un brillante gerente de programación lo cambió de horario, mudando el programa de la medianoche para la tarde argumentando que a esa hora la gente sueña y no escucha. Intentaron antes pasarlo a primera hora, levantando todos los programas de noticias con “Ahora Horacio”, pero el psicólogo interpretador de sueños, no conseguía llegar a horario. Entonces, resignando a los oyentes que duermen la siesta y se despertaban cuando el programa terminaba, lo instalaron definitivamente de 13 a 17.
En esas dos horas no daban abasto las líneas de teléfonos y la gente comenzó a dejar sus sueños utilizando la página de Internet que ya los clasificaba en secciones tales como: eróticos, sexuales, recurrentes, meteorológicos, de terror, suspenso o película clase B.
“No pierda el tiempo con ese sueño” era una reflexión habitual que Horacio Inchausti decía al aire, argumentando que la música busca al que sabe tocarla y así como hay gente sin talento para la música, la hay sin vocación para soñar.
En su libro, en el capítulo “Lo muerde un perro y despierta rabioso”, desarrolla un a interesante teoría sobre como un buen amigo (el perro) puede traicionar la confianza de una persona y ésta cuando despierta, herida intelectualmente, habla con la gente sin reparos, con incontinencia verbal, “con pocas pulgas”, lo que la lleva a apartarse de la sociedad.
En otro pasaje del best seller, “Soñar con tetas es de buena leche”, toma distancia de Freud, de Lacan, de Jung y del Rabino Goldman diciendo que el que mama no llora y que un hombre que tiene esa obsesión nunca será asesino, pedófilo, traficante o filatelista.
Es famoso el caso del hombre que llamó luego de soñar que robaba un banco en China y huía de su mujer y su cuñado. La interpretación del Dr. Inchausti, ya consagrado, quedó grabada en una cinta que aún se vende en Mercado libre y Amazon.
“Mire Fernández, usted no elige un banco chino por casualidad. China queda del otro lado del mundo, el punto más alejado de su cuñado y mujer, que me atrevo a decir que debe apodarla china en la intimidad. Usted busca una solución económica con una decisión ilegal y quiere evitar la división de bienes que indirectamente beneficiaría a su cuñado en la repartija del botín.  Su inconsciente está tramando algo a sus espaldas, como siempre hace el inconsciente, que nosotros, los psicólogos, observamos desde el diván porque estamos justamente con la vista fija en su nuca que es donde se genera todo este ruido. Su inconsciente le dicta, Fernández. Le dicta que se hará trampas. Usted posiblemente sea el único Fernández en China. Lo atraparán fácilmente. Ojo con las tentaciones Fernández. Esa será su muralla.”
El mes pasado se volvió a editar “Usted sueñe, yo lo sigo” en una versión de bolsillo.

Buenos vecinos

Cada cual se destaca por sus curiosidades

El vecino decide construir una pileta en su jardín. La hace enorme y toda de la misma profundidad: 3 metros. Su esposa no sabe nadar.
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El vecino se pasea con su hermosa labradora golden retriever. Al llegar a la puerta de nuestra casa se detiene para convencer a la perra que salude a nuestro amable perro. La perra se niega. El continúa su paseo preguntándole a ella ¿porqué no saludás a ese bonito perro? La perra no responde y continúa su marcha indiferente.
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Los vecinos han escuchado quizás mas de una vez a mi padre decirle a una de las gatas: ¿Otra vez vas a comer? ¡¡¡Vos me vas a fundir comiendo así!!! Desde la entrada no se puede ver que le está hablando a un gato.
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Desde chico ha sido un poco raro ese muchacho. Pasa mi hermana por la puerta de su casa y justo detrás de ella un estruendo. Mi hermana se da vuelta y ve que desde el primer piso había arrojado a la vereda un inodoro.
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Estoy en el umbral de casa tocando la guitarra. Uno de los vecinos mayores, me pide que lo acompañe en Merceditas. Se entona, cierra los ojos, recuerda otros tiempos quizás. Pasa su sobrino con una moto con escape libre acelerando y su ruido apaga toda forma de vida. Se da vuelta y le grita: ¡¡¡hijo de mil putas, ojalá se te prenda fuego la moto con vos arriba!!!
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Mi hermana menor está barriendo la  vereda. Pasa una vecina, temible ella, salida de un cuento de brujas, y le dice: “tus hormigas se están metiendo en mi casa”. A mi hermana nunca se le ocurrió amaestrar a sus hormigas, ponerles nombre y enseñarles que no deben entrar a la casa de los vecinos.
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Tenía dos años y desaparecí. Mi madre, todo locura, preguntaba por mí a cada vecino. Y allí aparezco yo, en la vieja camioneta de reparto de la panadería Lozada. Mi madre le pregunta a mi raptor cómo se le había ocurrido llevarme. Julio responde: “Yo le dije al pibe que le avisara”
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Triple X

Se rotulan como triple X aquellas películas con escenas de sexo explícito. Una advertencia al desprevenido usuario que lo que tiene en sus manos es de un contenido moral dudoso.

El ejercicio de la prostitución, además de resultarle rentable, le abrió varias puertas. La colocó en ambiente, la instaló en un círculo social al que no hubiese tenido acceso por mérito de cuna. Desde tiempos inmemoriales, gozar de ciertos encantos físicos tiene su precio para cada una de las partes del eventual, convenido y estipulado negocio.

Años más tarde, esa predisposición para acordar entre sábanas, la elevó a círculos de poder a los que pudo sacarle provecho aumentando capital y propiedades, rentas y alquileres con los que viviría holgadamente. No le importó que  fuesen espurios, ni que lo que llegase a sus manos proviniera de manos manchadas con sangre, abuso de poder, estafas y extorsiones. Los diarios de le época no calificaban así a las expropiaciones de todo tipo de los usurpadores del poder. Eran épocas en que el plomo era el metal corriente para soluciones finales.

Sus buenos oficios le  abrieron las puertas a ministerios y acceso personal a los funcionarios de alto rango. Esto le sirvió para rescatar a un hermano que sin remedio iría a engrosar la lista de desaparecidos, después de días de torturas en un centro clandestino. Resulta siempre curioso que de una misma familia, surjan personas con orientaciones y formación tan distintas.

Hoy está vieja y amargada. No comulga con las ideas ni con el estilo del gobierno. En la fila de las cajas de un supermercado, exclama, a viva voz, sin pudor ni recato, que la solución a los problemas del país es ir a las villas y asentamientos, sacar a los menores de cinco años y enviar un avión que prenda fuego a todos los que quedan.


Desde el principio al fin, su vida fue una película triple X.

Bar El Destino

Tenía que hacer tiempo. Me habían pasado, sin amabilidad alguna, una reunión para otro horario y buscaba un bar donde matar la hora y media de espera. En la esquina de la misma cuadra donde tenía que reunirme encontré el primero, al que entré sin dudar, y reparé en el nombre, El destino, cuando ya me había sentado, leyendo las letras góticas rojas estampadas en el vidrio de la ventana.
La moza no tardó en acercarse a mi mesa. Cuando hice el pedido, me entregó el diario. No había mucha gente, el televisor estaba mudo y sintonizado con el canal de noticias. Le pegué un vistazo a la tapa y empecé a hojearlo sin mucho interés, mientras a mi alrededor los pocos parroquianos conversaban. Entraba gente que se acercaba a la barra, hablaba unos segundos, agradecía y volvía a salir. Observé de reojo tres casos parecidos y pensé que se trataba de una costumbre. El misterio, el desconcierto, el murmullo de las extrañas conversaciones pusieron los oídos en señal de alerta.
La moza se acercó a otra mesa y dio vuelta la taza de café del cliente contra el platillo donde lo había servido un rato antes. Se sentó enfrente y lo tomó de la mano. Le dijo, su nieta mañana consigue trabajo, y el hombre agradeció y pagó. Sonreí disimulando estar concentrado en la lectura del periódico. Pasaron pocos segundos y llegó mi café americano cortado.
-Perdón, pero no pude evitar escuchar-le dije mientras me servía. ¿Usted lee el futuro?
-Nosotros señor, leemos las huellas que deja el café en la taza –me respondió sospechando que yo me burlaría.
-Así que por eso se llama El destino… Usted lo anticipa. Tenía entendido que algunos practican este sistema leyendo la borra del café.
-Si, pero eso es otra cosa-me respondió y luego dijo: la máquina con la que lo preparamos es especial y nosotros sabemos interpretar los dibujos que deja el café en la taza.
-¿Puedo probar yo cuando termine de tomarlo? ¿Tengo que pagarle algo más?-le pregunté mientras ella dejaba el vaso de agua fría al lado de mi taza recién servida.
-No cobramos por esto.
Me quedé pensando en lo que sucedía y prestaba atención a los que se acercaban a la barra y decían algo en voz muy baja. Solo alcancé a escuchar a un hombre de unos sesenta años que dijo: salió bien y un cuanto me alegro en respuesta.
Terminé el café y la llamé. Dejó la bandeja en otra mesa vacía y como en el cliente anterior dio vuelta mi taza sobre el plato donde estaba apoyada. La dio vuelta  y la miró como si leyera las sagradas escrituras.
-Mañana bien temprano tendrá una sorpresa en las primeras horas. Le voy a pedir que no divulgue lo que acaba de ver y escuchar en este bar.  No quiero asustarlo pero malos augurios hay para los que comentan lo que acá se dice. Cada destino es único y privado.
-Entiendo, despreocúpese. ¿Qué tipo de sorpresa será la de mañana?
-Algo inesperado
Pagué y me fui. Tuve la reunión atrasada y volví a casa pensando en si sería este material un nuevo proyecto de investigación. Los bares de Buenos Aires tienen muchos secretos , pero si bien no los conozco a todos, este de hoy, no puedo negar que había ganado mi atención.
A la mañana siguiente, mientras ordenaba mis papeles y separaba unas facturas para pagar, sonó el teléfono. Fui a atender la llamada sin recordar la premonición de la moza. Era mi hermano Abel, desde Canadá, después de cinco años sin dirigirnos la palabra. Me tiré sobre el sillón emocionado a escuchar lo que me decía sin entender claramente. Eran mis primeras palabras del día. Aún no me había liberado del sueño y sin entender lo real de lo imaginario, le escuché decir que viajaba a Buenos Aires para que habláramos, que había tenido un accidente en la carretera hacía dos meses y que entendió que era una idiotez que nos tratáramos como desconocidos cuando los dos llevábamos la misma sangre. Lo noté distinto, otra persona. Me dijo te quiero, hermano y colgó.
Comencé a pensar en la moza adivina y en el bar y encendí la laptop dispuesto a escribir un artículo cuyo título ya tenía  centrado y subrayado en la cabeza mucho antes de volcarlo al Word con letra Garamond 14: Bar El destino.
Sintonicé la radio en música clásica para crear atmósfera y creo que la perilla me dio una pequeña patada que me quedó hormigueando a lo largo del brazo. Pensé en la estática de la alfombra porque la radio nunca tuvo problemas y jamás me dio corriente. El hormigueo seguía un poco más intenso pero yo estaba bien dispuesto a redactar inspirado.
Tenía que hacer tiempo. Me habían pasado, sin amabilidad alguna, una reunión para otro horario y buscaba un bar donde matar la hora y media de espera. En la esquina de la misma cuadra donde tenía que reunirme encontré el primero, al que entré sin dudar, y reparé en el nombre, El destino, cuando ya me había sentado, leyendo las letras góticas rojas estampadas en el vidrio de la ventana.
La moza no tardó en acercarse a mi mesa. Asdfjkllmmfasdkkkkk

Luis, maestro de pintores


Se fue entre sueños, como soñamos irnos todos.
Se tomó unos vinos y cenó con amigos en la casa de Maldonado, Uruguay, que él mismo armó y decoró con el material que encontró: ruedas de carros, pedazos de madera, listones, rieles, ese toque que le dan los artistas con alma de arquitectos. Y soñando como siempre, no volvió a despertarse en este mundo.
Fue maestro de mi amigo Marcelo Gabella y de mi hermana Tere. El cuadro que aparece debajo de este artículo Marcelo lo pintó en su taller, trabajando con su particular estilo.
En su casa hicimos el homenaje a Marcelo y su obra. Hace unos días hablamos por un nuevo proyecto que nos unía. Me dijo, con el alma de pintor siempre cerca,  que estaba feliz por haberse operado de cataratas y volver a ver con la nitidez necesaria para seguir creando. Que la vida era otra.
Una tarde, en Uruguay, me dio una clase maestra sobre la diferencia cultural entre Uruguay y Argentina con un puñado de billetes. Me mostró que los uruguayos en su moneda nacional tienen escritores, pintores, artistas y nosotros tenemos a tipos como Roca. Y eso nos fue llevando a otros temas, mezclados con la visión de escritor y pintor, charla regada con vino.
Se fue entre sueños, en la maravillosa casa que construyó en Maldonado, a donde le gustaba ir para recorrer el interior uruguayo y embeberse en su cultura gaucha. Chau Luisito.




El gordo de rojo

Me lo encontré a la salida del shopping, como todos los años. No le dije nada porque lo vi rodeado de chicos y no hay que joder a la gente cuando labura, pero hice un esfuerzo grande para reprimir las ganas de insultarlo. No hay derecho. Si este gordo me pagara con intereses las cosas que le pedí y no me entregó nunca, me compro un departamento. Porque jamàs me dio el tren eléctrico, nunca vi la bicicleta Fiorenza con asiento banana, mientras que mis vecinos si recibían, incluso más de lo que pedían. Y el gordo este infame, metía la mano en la bolsa y sacaba la primer pedorrada que encontraba a mano para dejármela en el arbolito sin tomarse el trabajo de leer la carta que le escribí una semana antes.
Además nunca te dice que su trabajo tiene vencimiento. Y el vencimiento es cuando el niño pierde la inocencia. Carajo, que ya tiene bastante el pobre niño para que vos también lo abandones, gordo turro. Tus buenos curros tendrás haciendo que tomás una Coca Cola cuando vivís en el Polo Norte y la nariz redonda y roja te delata que no le das a algo con menos graduación que el ron, pero con tu vida hacé lo que quieras, ahora no me vengas con que hay que portarse bien y estudiar, un regalo totalmente condicional y mentiroso. Eso es chantaje. Yo jamás maté un pájaro con una gomera y vos le dejaste a Gustavito un Scalectric y a mí un camioncito de bombero a pilas.
Pedile algo ahora a ese gordo maraca, a ver si te lo trae. No, que va a traer. Se lo trae a tus sobrinitos, se lo trae a los vecinos que son niños, pero pedile cualquier boludez, hacé la prueba. Pedile una caja de fósforos a ver si te la trae.
¿Tus renos vuelan? Decime que estás fumando que yo quiero de lo mismo. La gente dice que te la pasás todo el año haciendo juguetes. Dejate de joder. Estás entongado con alguna fábrica. Todo esto y mucho más quería decirte, gordo. ¿En el hemisferio norte entrás por las chimeneas? ¿La gente no las prende esa noche o tenès los calzoncillos de amianto vos? Yo creo que andás con una ganzúa de tu época de chorro. A mi no me jodés.
Yo no soy rencoroso, gordo, pero tengo buena memoria. Y no sabés las ganas que tengo de gritarte todo lo que vengo juntando desde hace años. Y ahora te tengo que ver en todas partes. En los comercios, en el tren de la alegría tocando la campana y diciendo jo jo jo como si tuvieras ganas de reírte con ese traje, esas botas, esa barba y el gorro. ¿Quién te corta la barba en el Polo Norte? Ojo con los pibes que te sentás en las rodillas para que se saquen fotos porque hay epidemia de piojos y vas a volver rascándote hasta las bolas a tu casa.
Para mi sos un chanta, que querés que te diga. Ahora empieza a aparecer tu foto en todos lados como si fueras el Papa o Messi y resulta que venís una vez al año y traés lo que se te canta y no lo que se te pide. Te tendría que mandar una carta documento, gordo.
Debajo de la maceta del balcón te dejé tres cartas este año, para que no vengas con la excusa que se las llevó el viento. En la primera tenés la lista de todo lo que no me trajiste. Ahora no quiero esos regalos. Ya no me importan y no me quieras compensar con una playstation porque no sé ni cómo se enciende.
En el barrio hay muchos  pibes que te esperan. No quiero escuchar ninguna queja, no quiero ver pibes llorando después de abrir los regalos. Porque si veo a alguno moqueando te denuncio a Defensa del consumidor. Ya se van a terminar los chantas como vos.