Cumplió un año

 Solo unas compilado de cartas y postales mezcladas con algunas notas



Cortejo

 

Cortejo      

 

La marcha silenciosa en el pasillo,

el nombre con el que nos conocían,

el frío como un filo de navaja,

el llanto contenido en el cortejo.

 

Las flores que esperaban su domingo,

algún sermón y el tiempo detenido

en cientos de recuerdos que se impregnan

con el rocío del agua bendita.

 

El rito repetido tantas veces,

alguna impostación, algún murmullo,

las fotos, los abrigos, los recuerdos,

el cielo, lo que queda, las cenizas.

 

Un guía nos conduce en su rutina

sabiendo del dolor y de su suerte,

la puerta numerada destinada

donde archivar la historia para siempre.

Trabajar con amigos

 







El tiempo me enseñó que no hay nada como trabajar con amigos.
Tuve el placer de colaborar con Alejandra Fidalme, amiga de muchos años en Miss Concert.
Me emocionó. Me emocionó ver en escena lo que pensamos en distintas reuniones y el efecto sobre la gente.
Tuve el privilegio de componer las canciones finales de sus shows. Ale canta muy bien. Y me volvió a emocionar con su final como si no lo conociera.





Orígenes

 


Mi padre fue taxista y mi madre mucama hasta que se casó con mi padre y pasó a hacer las tareas de la casa sin remuneración. Crecí en una familia humilde de clase media que recibía dos diarios al día: La prensa a la mañana, diario en el que mi abuelo había sido operario y La razón a la tarde. 

Crecí escuchando que Perón fue lo más parecido a Mussolini, que los peronistas eran como decía Borges, incurables y que a nosotros nos representaban los radicales, un partido de gente honesta. 

En la escuela pública me contaron la historia que sobre la Patria divulgó Mitre con su marcial pluma. De manera obligatoria memoricé las fechas patrias, los grandes nombres que hicieron grande esta nación mientras Sarmiento vigilaba desde un cuadro en el aula mi comportamiento con cierto aire de sospecha. 

Me dieron a entender que en los barrios marginales iban a vivir los delincuentes, la gente de malvivir, la escuelita del crimen y que aquellas villas fueron creadas por el tirano prófugo. 

Los sacerdotes eran todos buenos, los papas intachables y los ricos eran gente noble que con su buen corazón nos daban el trabajo y practicaban la beneficencia y la caridad con los más pobres. 

Yo era uno más de los quinientos que con guardapolvo blanco concurrían al turno mañana de la escuela del barrio, la misma a la que habían asistido las generaciones anteriores de mi familia. 

Tomamos la comunión y rezamos el padrenuestro. Cada domingo nos sentíamos un poco mejor confesando nuestros pecados. 

Crecí. Leí algunos libros. 

Fui cambiando gradualmente mi imagen sobre Perón y sobre la iglesia. Descubrí que los crímenes más aberrantes de nuestra historia se planificaban en las grandes mansiones y no en los barrios marginales, que la historia no era como me la habían contado y que el servicio militar no nos convertía en hombres como aseguraban mis mayores, que los militares juraban defender a la Patria pero que esa patria no era la que yo había imaginado cuando hacía la maqueta del Cabildo o en las redacciones que inspiraban San Martín y Belgrano, que cumplir con el servicio militar obligatorio era servir a la Patria pero durante mi estadía en el batallón de arsenales solo serví a un puñado de inútiles borrachos. 

No me contaron nunca cómo aparecieron los dueños de nuestros campos, desde cuándo eran sus dueños, cómo desaparecieron los indios. Luego comprobé que el juego de aparecer y desaparecer no obedecía a las leyes de la magia sino a las armas y al lugar que ocupabas cuando las ponían a funcionar. 

Me fui endureciendo a medida que descubría que la historia era otra, que las leyes del mercado no se dictan en ningún congreso, que las explicaciones difíciles de entender sobre economía eran estafas maquilladas con discursos grandilocuentes y que la iglesia creó la figura del monaguillo para que sirviera al párroco en misa y en otros asuntos. 

Crecimos con el cuento de Caperucita contado por el lobo o como la historia de Cristo contada por los romanos. 

La guerra dejó de ser un asunto lejano que recordábamos en la matiné en los cines de nuestro barrio. Fuimos convocados, movilizados, transportados desde diferentes puntos del país a unas islas congeladas que ocupamos una madrugada cuando a los jefes militares se les acabó el whisky en el casino de oficiales. 

Vimos con horror el fin de una guerra y otro horror mayor cuando esa derrota militar terminó con la dictadura y salieron a la luz sus crímenes aberrantes, sus campos de concentración, sus sesiones de tortura, sus vuelos de la muerte, hechos que tanto negaron ante organismos internacionales con su slogan “Los argentinos somos derechos y humanos” 

Vimos regresar la democracia, tantas veces presa, tantas otras torturada y fusilada. Nos creímos con el derecho de elegir nuestro destino pero eso, desde siempre, estuvo en manos de unos pocos que con dosis diarias de medios masivos de comunicación nos comieron el coco, nos limaron el pensamiento crítico para hacernos volver desfilando a paso de ganso al molde de lo que significa la argentinidad. 

Vi reducirse el sueldo de millones junto con el ánimo. Vi uno y luego varios corralitos. Vi como los villanos y los apellidos de siempre ordenaban como administrar sin la necesidad de gobernar para aplicar decretos y fórmulas. Los escuché mentir una y mil veces, elegir sus ministros de economía, sus jueces y sus policías. Escuché las palabras crisis, recesión, deuda, insertarse al mundo. 

Todo se ha ido transformando con los años como yo. Algo se mantiene inalterable: siempre leí, siempre pensé, siempre escribí.

Borrador

Quizás deba

inventariar crepúsculos,

arriar oscuros pabellones,

encerrar fantasmas y caprichos,

acorralar pesadillas,

encajonar duermevelas.

Quizás deba

levantar puentes,

olvidar anclas oxidadas,

afilar los lápices,

plancharme la camisa,

escuchar a Mozart.

Quizás deba

dejar de prestarle atención a los mensajes,

a la puntada en la rodilla,

a la regla de tres simple

y a la fórmula de la felicidad,

al orden cronológico,

al mal menor, al desconsuelo.

Quizás deba

acomodarme en la silla,

bajar la lámpara

y ponerle punto final al borrador.