MI primer minué


Nos conocimos hace muchos años. Ella era una dama antigua y yo un patriota de la Revolución de mayo. El mundo no era más ancho que el patio del jardín de infantes.

Fue aquel, para los dos, nuestro primer baile en sociedad. Y así llegamos, tomados de la mano al salón de una familia patricia de la época para bailar un minué ensayado previamente, en medio de los aplausos generosos y emocionados de los mayores.

El recuerdo quedó intacto como la foto. Muchas veces vino a mi memoria con la misma nitidez.

Pasaron muchos años y una de esas casualidades que enmiendan los destinos hizo que diera con la casa en la que ella vivía. Me tomé unos días para juntar coraje y con la misma emoción de aquellos años al ingresar al salón de baile llamé a su puerta.


Una chica vino a recibirme, le pregunté por ella. Volvió sobre sus pasos y escuché un murmullo. La ví y le pedí disculpas. Le dije que me había equivocado de dirección. Esa mujer mayor no era ella.

Punto de partida

Solo Molo se estrenó en el Bar El taller en octubre de 1986 con la dirección de Mariluz Mandracho.
Desde el 82 había trabajado con otros dúos y en el mismo bar compartí escenario con Willy Landin en "Alquimia" y Fernando Brucco en "¿Porqué nosotros?"
De esos espectáculos yo tenía para desarrollar solo 15 minutos en un unipersonal. Cuando el trabajo con los dúos terminó no tenía nada nuevo para hacer y tenía que encarar un nuevo proyecto. Todo lo que escribía entonces no me gustaba y daba más vueltas que un carrucel. Tomé valor y llamé a Eugenio Ramírez, el dueño del bar, y le dije que tenía un espectáculo de una hora listo para estrenar. No esperaba que Eugenio, que siempre te daba fecha a un mes dijera: 15 días.
A partir de ahí me empezó a gustar todo lo que escribía. Con los textos frescos todavía, comenzaron los ensayos y estrenamos. Anduvo bien.
Ese espectáculo giró luego por distintas salas. Estuvimos en Oliverio Mate Bar, Liberarte, La Casa del loco, Después de hora, El Pozo Voluptuoso y otras hasta anclarse durante años en El Bululú.
Me dio muchísimas satisfacciones. Por su composición, monólogos y canciones, las rutinas fueron cambiando. Entraba con un frac de friza de 1929 (te la regalo en verano) y me cambiaba en el escenario para cada personaje utilizando una silla como perchero.
Tuvo diferentes comienzos, incluso en el 86 un monólogo y una canción compuestos por palabras cuya única vocal era la O. Esto surgió para llamar la atención del auditorio de un bar donde no todo el público concurre a ver un espectáculo a la una de la mañana.
Luego esta rutina que comparto me acompañó durante años.
Fue filmado una vez en VHS y ese archivo histórico vaya uno a saber dónde terminó.


Entrevista moderna

-Y?
-No se.
-¿No dio?
-No. El tipo pasó todo. Pasó el análisis del CV, pasó el psicotécnico pero en la entrevista..
-¿No da el perfil?
-El perfil es perfecto para el puesto. Calza exacto. Es lo que buscamos.
-¿Entonces?
-No tiene Facebook.
-¿Cómo que no tiene Facebook?
-Instagram te la entiendo, pero Facebook…
-¿Y cómo te lo dijo?
-Le pregunté, con diplomacia. Le dije: antes de la entrevista buscamos su Facebook. Y me dice: No tengo cuenta de Facebook.
-A la mierda
-No tiene Whatsapp
-Ah, bueno…
-Tiene un celular pedorro, del año del pedo. Con esto me arreglo, me dice. Para comunicarme está bien..
-¿Y cómo carajo vive?
-Así, desconectado del mundo…
-¿Y decís que todas las pruebas las pasó sin problemas?
-99 sobre cien.
-Qué increíble…
-Un bicho raro…
-Algo esconde. Entrevistá a otro.

Necrológicas


Entró al bar y se dirigió a la mesa de siempre. Dobló el diario en dos y lo colocó en la mesa, buscando al mozo con la mirada apoyó el perramus en una de las sillas. Pidió un cortado como todas las mañanas y una medialuna de grasa. Levantó la vista hacia la calle para quedarse con la imagen de la gente en el crudo invierno de Buenos Aires. Abrió el periódico y leyó los copetes de las noticias en la información general, luego, como todos los días desde hacía treinta años, saltó a las necrológicas.
La lectura de los avisos fúnebres formaba parte de su rutina por tradición familiar. Allí se enteraban, con un mensaje escueto, telegráfico, preciso, del fallecimiento de algún pariente, de un vecino o de un amigo de la infancia. Mientras comenzaba su recorrido por orden alfabético de la lista del obituario, el mozo le sirvió el café y a un costado de la taza la cuenta sin interrumpirlo. Abel, Alaiz, Alonso. Hizo memoria. Era un apellido común pero no conocía a ningún Alonso. Últimamente se había vuelto habitual encontrar a un viejo conocido. El paso de los años, como para él, llegaba para todos y tarde o temprano hijos, sobrinos, amigos y hermanos publicaban la última noticia de los que ya no tendría que llamar para enterarse como estaban.

Maroni, Mizzone, Muriatti. Se detuvo con un sobresalto. Sus primos vivían en La Pampa y hacía rato que no tenía noticias de ellos. Siguió sobre el artículo. Muriatti Ramón, sus hijos Alejandro, Marcelo, Mauricio, nietos, bisnietos y demás familiares participan con profundo dolor… Volvió sobre la lectura. Al principio, encontrar un homónimo fue un impacto, pero leer el nombre de sus hijos, nietos y bisnietos lo encerró en un desconcierto. Se sintió mareado y cerró el diario. ¿Sería una broma macabra? No tenía enemigos y sus amigos eran incapaces de publicar algo así. Bebió el café tratando de recobrarse de la desagradable sorpresa. Le pareció que estaba frío pero antes de llamar al mozo volvió a abrir el diario asustado para comprobar si esto podía ser una señal de alguna enfermedad senil hereditaria. El aviso estaba ahí, como él lo había leído segundos antes.

Ramón Muriatti llamó al mozo sin dominar el temblor en su mano derecha. El mozo continuaba acodado a la barra sin prestarle atención. Insistió levantando la voz y tampoco tuvo señal que lo escuchara. Se puso de pie y gritó pidiendo ayuda. Los parroquianos continuaron en sus conversaciones sin registrar su desesperado llamado de socorro. Tomó el abrigo para salir del bar y sorprendido vio la calle reflejando el aplastante calor del verano. 

Viejas son las fotos

Cuando éramos chicos una serie de televisión nos fascinó a todos: El túnel del tiempo. Compuesta por episodios que se desarrollaban íntegros en cada emisión, Douglas y Tony, los protagonistas centrales, viajaban al pasado utilizando una máquina.

La foto que encabeza esta publicación cumplió sin cables ni procesadores modernos la misma función que aquella extraordinaria máquina de Douglas y Tony. Es un viaje al pasado.

Este grupo, que compartió durante siete años de sus vidas las mismas aulas, el mismo patio, los mismos juegos, egresaron de la escuela y se despidieron para no volver a verse más.

Alguien tomó la iniciativa de comenzar a rastrearnos y contactarnos utilizando las redes sociales. Más de veinte compañeros fueron hallados y se encuentran en contacto. Día a día despejamos el enigma qué habrá sido de la vida de…

Aparecieron en arcones y cajas, fotos, boletines, medallas, cartas, obsequios. Aparecieron en charlas recuerdos de situaciones que volvieron a las retinas intactas luego de cuarenta y tres años de añejamiento.

Tenemos, como los bancos de madera de aquellas aulas de nuestra escuela, las cicatrices del tiempo y del país en el que nos tocó crecer. A todos nos atravesó Malvinas con mayor o menor intensidad. Todos nos hamacamos al ritmo de los vaivenes políticos y económicos de nuestro tiempo.

Haciendo caso omiso a aquello que pontifica Sabina: “Nunca regreses al lugar donde fuiste feliz”, hemos vuelto a la escuela. Vamos completando ese hueco que se formó con el desconocimiento del destino de quien se sentó cerca de nosotros alguna vez.

Ya no somos Clarita, ni Jorgito ni Marcelita. Estamos grandes, pero como una naranja ya formada, observamos y repasamos los primeros gajos que comenzaron a completarnos.

Una parte de nosotros comparte el patio de la escuela en el recreo.