Nos conocimos hace muchos años. Ella era una dama
antigua y yo un patriota de la Revolución de mayo. El mundo no era más ancho
que el patio del jardín de infantes.
Fue aquel, para los dos, nuestro primer baile en
sociedad. Y así llegamos, tomados de la mano al salón de una familia patricia
de la época para bailar un minué ensayado previamente, en medio de los aplausos
generosos y emocionados de los mayores.
El recuerdo quedó intacto como la foto. Muchas veces
vino a mi memoria con la misma nitidez.
Pasaron muchos años y una de esas casualidades que
enmiendan los destinos hizo que diera con la casa en la que ella vivía. Me tomé
unos días para juntar coraje y con la misma emoción de aquellos años al
ingresar al salón de baile llamé a su puerta.
Una chica vino a recibirme, le pregunté por ella.
Volvió sobre sus pasos y escuché un murmullo. La ví y le pedí disculpas. Le
dije que me había equivocado de dirección. Esa mujer mayor no era ella.