Canciones

Cuando abrí este blog tenía la intención de compartir un poco de esa ensalada que armo con mi modesta producción. Escribo cuentos, reflexiones, monólogos humorísticos, chistes y de vez en cuando canciones.
Las canciones humorísticas estuvieron siempre presentes en mis espectáculos pero existen otras que forman parte de un proyecto inconcluso: grabar un disco.
Papá Noel para Navidad de unos años atrás me trajo de la mano de mi hermana Teresita un Tascam (un grabadora de alta fidelidad) con la que comencé a experimentar un poco.
Algunas canciones están bien, me gustan y las disfruto.
Comparto una de ellas, escrita el año pasado.

El carcelero



Una pequeña cicatriz arriba de la ceja izquierda es el recuerdo de una pelea entre presos. Le asignaron la tarea por el rigor con el que seguía el protocolo del servicio penitenciario. Mantenía con los reos la distancia que le dictaba el reglamento y su prudencia. Era extremadamente puntual con los horarios establecidos y nunca puso en duda la determinación de un juez para la condena. Todos eran iguales y a todos brindaba el mismo trato.

El respeto que le inspiraba el último preso lo hizo dudar de su ecuanimidad. Cada ingreso a la celda estaba impregnado de detalles propios de una ceremonia religiosa.

Jamás habló en familia sobre su trabajo y menos en el último tiempo en que notaba entre los suyos una expectativa diferente sobre los minutos en que cumplía su labor en la cárcel más observada del país.

Mientras viajaba rumbo al trabajo se preguntaba si el cambio en su relacionamiento con el reo se debía a la atención que al caso le brindaba la prensa, a la presencia de tantos manifestantes rodeando el presidio, a la presión de cometer un error, al respeto que le infundía cada gesto señorial del condenado, a su carácter de ex presidente o a reconocer que debido a las políticas de ese hombre allí encerrado, y bajo su custodia, su hijo mayor hoy es médico.

Fin de año



Quizás mi sensibilidad sea inapropiada para estos tiempos. Es probable que hasta sea exagerada y que no merezca ser tomada en cuenta como dato para las estadísticas.

El fin de año lo pasamos con mi mujer en casa de mi madre con mis hermanas y mi sobrina.

No percibí la alegría en la calle de otros años. Tuve la sensación que para la gente despedía un año espantoso para comenzar otro peor.

Desgraciadamente lo que este mundo me inspira no tiene la luminosidad ni el color de los fuegos artificiales.

En mi país una mujer de la política con pocas luces acertó hace años con una definición: “Transitamos un túnel oscuro”.

Es un mundo oscuro donde impera la inequidad y florece el nazismo.

Mi manera de ser me impide festejar con tanta gente alrededor que la está pasando mal. Es como destapar botellas de champagne en una sala de enfermos terminales.

Sé que hay que desearles lo mejor a todos pero yo no soy tan generoso ni tan abarcativo.

Hay gente en este mundo a la que no le importa el sufrimiento de sus semejantes y que incluso de ése sufrimiento obtiene ganancias.
Hay gente en este mundo que fabrica armas, comete injusticias, siembra el caos y practica políticas económicas que conducen a sus países a la miseria.
Hay gente con la voluntad de los músicos del Titanic y siguen tocando el violín con el agua que le llega a las rodillas.
Pienso en los que me siguen: mis hijos, mis nietos. Pienso en la responsabilidad que tengo por lo que estamos dejando para ellos.
A veces pienso y siento de manera exagerada.

Estrella



Los dedos son gráciles, livianos y precisos. Saltan sobre las teclas ejecutando una danza rítmica, esparciendo en el aire una sucesión de notas creada hace siglos. El pianista se concentra, no escucha el murmullo a su alrededor; se sumerge en la oscuridad más profunda, sabiendo que verá la luz en algún acorde dominante.

Mientras navega en el concierto, repasa mentalmente otras noches memorables en distintas salas, no todas ellas del prestigio y esplendor de las europeas que lo recibieron como a una figura consagrada. Algo lo transporta a aquella modesta escuela de Tucumán, un piano desafinado y herido y una noche calurosa donde descubrió el amor en un claro de luna. Las preguntas vuelven pero él sigue interpretando el quinto movimiento.

Lleva el nombre de otro artista de magníficas manos: Miguel Angel. Un hilo invisible une las vidas de quienes conmueven con su obra.

Las manos sobre el teclado y los pies en los pedales del piano crean colores y matices en contrapunto con el monocorde sonido de las preguntas que apenas puede escuchar, ahogadas en el repiqueteo de los bajos.

Entonces el sueño vívido se desvanece y se esfuman con él los conciertos, las marquesinas y las tardes pueblerinas en Tucumán. Vuelve su cuerpo a la sala, siente que le atan las manos a la espalda, encienden una sierra eléctrica y amenazan con cortarle los dedos si no dice lo que sabe.

Saben sus esbirros que no es fácil. Miguel Ángel Estrella es un hombre de fé y siempre encuentra un mágica escapatoria para no responder a los interrogatorios.