Te espera en el cuarto oscuro

Sigue de campaña. No se agota. Un candidato.

Rojo y blanco

Al año y medio mi viejo, un tipo admirable, me llevó por primera vez al Monumental. Era el año 62 y River había obtenido su último título en el 57, trofeo que no volvería a sus vitrinas hasta 1975. 18 años de sequía que no le hicieron perder la condición de seguir siendo como hasta hoy, el club que más  campeonatos ganó en el fútbol argentino.
Mi viejo me contagió genéticamente una pasión por la que siento un orgullo inconmensurable. Me contó una y otra vez las hazañas deportivas y también los momentos de derrota como aquella en Chile con Peñarol donde apareció el mote de "gallinas", porque no se podía comprender como un equipo que bailaba a otro y le ganaba 2 a 0 podía perder 4 a 2.
Desde aquella fecha hasta el 75 vi finales donde todo quedaba en un subcampeonato, donde aparecían los estigmas de los pasos que se adelantó Roma en el penal de Delem, la mano de Gallo salvando un gol sobre la línea y la creencia que su suerte se hizo humo cuando River culminó la tribuna que le faltaba a su estadio y perdió la forma de herradura que hasta entonces irradiaba su suerte de campeón.
Entendí una cultura del juego, lo que algunos llaman paladar negro en este deporte y con él comprendí porqué un plantel se podía retirar derrotado y aplaudido de pie, o ganador y silbado por su parcialidad. Porque el buen juego, el buen gusto en el juego era todo. El equipo jugaba muy bien y perdía y la gente lo aceptaba, pero aún en la victoria no aceptaba que no se tratara al balón como este juego notable se merece.
Por eso creo que River perdió mucho más que una categoría yéndose al descenso, perdió un estilo que empezó en "La Máquina" y se mantuvo a lo largo de los años.
Hoy muchos de los hinchas de River quieren que gane cueste lo que cueste, necesitados por un resultado salvador y no por una congruencia que  hasta podría definirla de ideológica. River salió campeón con Diego Simeone como técnico y no jugaba a nada. Iba a la cancha y me dolían los ojos. El dato más claro y evidente es que al año siguiente ese plantel fue el último del campeonato y donde se inició el punto de partida hacia el descenso a la B.
No somos como nuestros primos que en un partido gritan un gol hecho con la canilla o con la espalda, o de rebote como si fuera el gol de Maradona a los ingleses.
Mi viejo me dio en herencia algo muy saludable. Vivir en carne propia, como si estuviera en el césped con los once que juegan, las alternativas de un partido. Un nerviosismo, un sufrimiento, una exaltación inexplicable que  no se compara con religión alguna.
No pertenezco a esta generación de hinchas que quieren el resultado a toda costa. La historia nos ha enseñado que si un equipo mantiene la buena calidad de su juego, como Velez hoy, a la larga sale campeón y hasta quizás repita.
Si jugás bien, seguramente pelearás el título aunque no lo ganes. Si jugás mal, pelearás por salvarte del descenso.
Muchos hinchas gritaron y aplaudieron actuaciones lamentables. Son también responsables de no exigirle a su plantel, de no reclamarle que respete su tradición y su estirpe.
No me gustan los que se quejan por fallos u errores, arbitrales ya padecimos muchos y no ganamos nada lamentándonos y levantando la voz. Es un deporte de hombres y no de adolescentes chillonas que rodean al árbitro discutiendo cualquier cosa, cuando no se conoce caso alguno, donde un juez ante un reclamo, reconsidere su actitud y cambie el fallo. No jodan. Tampoco quiero dirigentes que golpeen  los escritorios  de las autoridades deportivas porque los resultados para mí se obtienen en el campo de juego.
Ayer lunes, un día después de perder la categoría, se registró el más alto índice de ausentismo laboral. Ese fue el enorme impacto en la numerosa comunidad riverplatense.
Se que a muchos no les cayó la ficha todavía, les parece increíble esta realidad, otros permanecen debajo de una campana sanguchera hasta procesar el duelo y salir a la calle.
Quisiera poder recordar cuántos equipos jugaron como aquel del 96, con el que nos ibamos llenos de toques, pases, juego colectivo, fantasía. En otras épocas, para jugar en River había que tener fundamentalmente buen pie. Hoy solo basta con garra y la voluntad de correr.
Esta derrota de hoy no es la única. La renuncia o el olvido a una tradición que lo distingue mundialmente si.
Hasta hace poco, algunos afirmaban que la buena disposición táctica y el despligue físico hacían ganador a cualquier equipo. Por suerte el Barcelona y la selección de España, volvieron a afirmar que cuando se juega bien, como nos sigue gustando a muchos, se triunfa. Aquellas famosas tres G: ganar, gustar, golear.

Estaffardi, sin pelos en la lengua

El candidato del Partido de la Etica y la Democracia Organizada sigue aprovechando los espacios que en los medios le otorga el gobierno.
Sin debate, sin pelos en la lengua.


En estas elecciones

Para no caer en viejas fórmulas.
Para intentar con gente innovadora.
Para entender que se puede hacer política de otra manera.

Cámaras, cámaras, cámaras

El monólogo que no fue ni será:
Buscando material de otras épocas para ver si enlazaba algún texto al nuevo, me encontré con un monólogo que nunca presenté y que ya en ese entonces se refería a la superpoblación de cámaras en todas partes.





El gran problema del hombre hoy es su incapacidad para adecuarse a los cambios.

Hace unos años mirábamos asombrados como un hombre parecido a nosotros ponía un pié en la Luna para clavar una bandera. Ahora vemos con naturalidad como un hombre se clava a otro hombre en un reality show para llevarse quinientas lucas. Antes nos comíamos los codos por saber lo que pasaba en un túnel de vestuario antes de salir a la cancha. Ahora podemos ver a los jugadores gritar, darse ánimo, insultar al rival, mear, pasarse el jabón, saber si es judío.

La televisión cambió los códigos. Ahora hay cámaras  por todos lados, menos en los lugares imprescindibles como el Congreso o la casa de gobierno. Cámaras ocultas, cámaras de seguridad. Sonría, lo estamos filmando, cartel ubicado en la puerta del excusado donde acabás de sentarte por un retorcimiento intestinal.

Con una diferencia de 2000 años nada más, Gran Hermano hubiese cambiado la Historia de la Humanidad:
“La Ultima Cena”: toma 1. Jesús corta el pan y lo reparte y se escucha una voz en off, parecida a la que creemos que debería tener Dios diciendo: “Pedro, estás nominado” Y la posterior consulta a la platea telespectadora:
·        Si quiere que se vaya Judas debe discar el 0600-111-0001
·        Si quiere que se vaya Pedro el 0600-111-0002.
Y Judas y Pedro en poses raras mirando a cámara con los números de su nominación telefónica debajo de la imagen. Veríamos todas las internas de un hecho clave en la historia universal. María Magdalena que hace lobby para quedarse con las quinientas lucas y los derechos  por las estampitas de Jesús.

Conocemos tipos que tienen una esposa que se hace cómplice con la producción de un programa para jugarle una broma pesada al marido, el cual si el corazón le resiste, pasará a llamarla ex mujer en la próxima tanda publicitaria.

Porque al tipo le pasa de todo: todo el día lo filman cuando le pasan una serie de cosas que no le sucedieron en toda una vida. Se le prende fuego el velador cuando despierta a la mañana, le explota en la cara una taza de café cuando desayuna, se da cuenta que una canilla gotea, llama al plomero y le dejan la casa parecida a una extensión del subte, unos tipos arreglando la calle le convierten el auto a la ley de convertibilidad y se lo dejan hecho una empanada. Le hacen un control de alcoholemia extraños policías y lo exponen a bailar un carnavalito alrededor del auto. Todo esto observado por millones de espectadores que mueren de risa desde sus casas por las brillantes dotes cómicas que tiene el personaje totalmente enajenado.

El público aprende a actuar frente a las cámaras y los actores empiezan a preocuparse porque ellos no. Y se quedan sin laburo y empiezan a hacer de locutores, de conductores, de maestros de ceremonia, de periodistas, de cocineros, de maestros pasteleros. Hasta aparecen revistas que hablan de la vida de los que ayer era gente común de barrio y hoy aparecen filmados encerrados en una casa, en un bar, en una isla.

Un boom que dejó en el olvido los talk shows con las chicas de la noche. ¿Se acuerdan? Una condujo un programa tiempo después pero el rating no alcanzó al número de gente que pasó por su dormitorio. Si la hubiesen visto los amantes era un éxito.

La otra terminó cantando un hit cuyo estribillo era “¿Quién me la puso, quién me la puso? Demostrando que consultar la guía telefónica no la ayudaba porque era amnésica.

Los programas de escándalos con travestis, hijas que reprochaban a sus madres el haberle quitado el novio y obligarlas a lavar la ropa interior de éstos, cuando éstos se quedaban en casa, padres que se quejaban que no le lavaban su ropa interior porque madre e hija se peleaban por la del novio de ambas dos, tíos que violaban a sus sobrinas pero aparecían a cara descubierta, sin capucha, sin ponerse de espaldas, quizás engañados con que era un programa para Estocolmo.

¿A quiénes le van a dar el Martín Fierro este año sino hay actores y si hay público trabajando?

Todo esto se vino dando gradualmente con la aparición de este tipo de programas que se hacen en todo el mundo y nosotros continente colonizado, incorporamos.

Empezamos con un grupo de doce personas que fueron llevados a una isla caribeña a sobrevivir sorteando diferentes pruebas.

Los dividían en grupos, los hacían competir, los filmaban cuando lloraban, conjuraban, pactaban, cortejaban, dormían juntos, se bañaban, se peleaban. Y la gente al otro día comentaba:
“Yo quiero que gane Rosario porque tiene un hijo.”
“Yo que gane Federico porque sabe hacer de todo, no como el inútil de mi marido.”
“Yo quiero que gane Carla porque no se mete con nadie y siempre está arreglada.”

Imaginemos que esto genera un cambio en la cultura. Que todos quieren observar la vida de todos. Que los empresarios montan circuitos cerrados en sus empresas y ven como Fernández pega los mocos debajo del sillón y en las planillas de caja, como Gutiérrez pellizca con disimulo las nalgas de la recepcionista, como los operarios Petrini y Villoldo se besan apasionadamente escondidos detrás de una máquina enfardadora. Y a los que van a echar los nominan para que los integrantes de la firma elijan, pero no por su condición de trabajadores sino por:
·        Peor dicción.
·        Peor beso fingido en cámara.
·        Peor estilo para rascarse el higo.
·        Peor maquillaje.
·        Peor cara de fisura el lunes a la mañana.
·        Peor humor.

Todos intentaríamos mejorar. Cambiaríamos por una cuestión de supervivencia nuestra estética. No haría falta el cartel “Sonría lo estamos filmando”. Todos sabríamos que nos están filmando todo el tiempo.

Grandes congresos familiares a fin de año con nominaciones:
“Ricardito, vos no lo sabías pero instalamos una cámara infrarroja en el velador de tu mesa de luz”
·        Por mirar revistas porno para motivarte antes que salga tu mujer de la ducha.
·        Por insultarla cuando duerme e invocar el nombre de tu suegra, aquí presente.
·        Por la desagradable costumbre de meter la cabeza entre las sábanas cuando despedís un flato.
·        Por hacer el amor con Norma sin pasión y con un fervor y entusiasmo parecido a nuestro Presidente de la sociedad de fomento cuando da un discurso.
·        Por el monólogo del 26 de junio 1.37 horas sobre tu crisis personal.
·        Por nombrar a tu jefe 235 veces en el año cuando no podés argumentando cansancio.
·        Por tus puntos de vista hacia nosotros, tus parientes y nuestra voracidad al comer cuando rara vez nos invitás, vertido la noche del cumpleaños de uno de tus hijos.
·        Porque cuando te llamamos por una emergencia bajaste el volumen de la campanilla del teléfono y seguiste durmiendo como una marmota.
Estás nominado.

Tenés dos meses para cambiar o buscate otra familia cuyas exigencias de casting estén a tu altura.

Te daré: comida casera

Agasajé a mi hija y a su novio con un arroz con pollo, que entre paréntesis, salió exquisito.
Como ya habíamos quedado en volver a grabar en forma casera, como la comida de hoy, una versión la última canción que hice, se sumó Fran.
Y allí vamos.