Lo encontré tendido en el barro boca
abajo. El fusil debajo de su cuerpo y a su alrededor los rastros de una batalla
cruel. Había mantenido hasta entonces la esperanza de contarlo entre los
prisioneros y estaba en la lista de negociación con el General enemigo.
De todo el batallón de infantería era
mi soldado predilecto. Había demostrado su valor en muchas batallas y tanto su
vigor como su disposición para el combate lo habían hecho merecedor de medallas
que jamás le concedieron.
Recuerdo especialmente aquella
emboscada que sufrimos a media tarde en una región selvática. Una vegetación
enmarañada y el factor sorpresa del enemigo nos conducía a una derrota segura.
Él solo se abrió paso entre los árboles y destruyó un nido de ametralladoras
con una granada lanzada con precisión. Ese acto heroico nos permitió rodear el
batallón, disminuir su poder de fuego y asegurar una rendición incondicional.
La tropa estimaba su valor y su alto espíritu de camaradería.
Se acercó a nosotros el jeep que
precede a la llegada del General. Seguramente disimulará la sonrisa que inspira
su victoria. Estrechará mi mano y dirá las frases de rigor. Luego pasará lo de
siempre a esta hora. Se escuchará el grito de mi madre llamándonos para la
merienda y tendremos que guardar los soldaditos ya limpios en su caja.