Dalmiro


Cuando murió Humberto Costantini, mi maestro, anduve perdido como un huérfano. Escribía, pero nada de lo que producía me gustaba y ya no contaba con su consejo.
Una noche, reunido con los integrantes de su taller literario, Humberto nos dijo que había colegas que tenían buenos ejercicios para trabajar y que él nos aconsejaba seguir con alguno de ellos. Uno era Abelardo Castillo, el otro, Dalmiro Sáenz. Dalmiro, nos decía, tenía uno fascinante: Setenta maneras de bañar a un elefante. El dato quedó registrado a fuego.
Una mañana, me encuentro con Dalmiro en la calle. Me presento y le digo que quiero trabajar en su taller. Me preguntó qué escribía y le conté. Le dije que algunos de mis cuentos fueron publicados en Página 12. Entonces, mirándome directo a los ojos me dijo. ¿Sabés cuál es la parte del cuerpo que más le duele a un escritor? El culo. Apoyá el culo en la silla y escribí, pibe. Si ya publicaste en Página 12 no tenés nada que aprender conmigo, tenés que trabajar. Y me contó una historia.
Yo me inventaba excusas para no trabajar. Salía a comprar el diario, desayunaba, se me escurría la mañana haciendo boludeces. Y una de mis mujeres me quitó las trampas. Me levantaba temprano y tenía el desayuno listo y el diario al lado de la taza de café. Y yo no tenía más remedio que escribir. El tiempo en que duró ése matrimonio escribí más que en ningún momento de mi vida. Así que mi consejo es que pegues el culo a la silla y escribas sin parar, como en un trabajo, exigiéndote, aunque no haya un jefe que te vigile, te exija y te pague por lo que hagas.
La charla no duró más de media hora. Y me di cuenta en ese rato que sabía de lo que estaba hablando.