En un abrir y cerrar de ojos,
en un suspiro,
en el último renglón y en la primera curva peligrosa.
Un orfanato del que nunca emigran
versos, palabras, estrofas y canciones
que quizás un día de lluvia se olviden.
No tendrá una cinta azul como mortaja,
esas con las que archivamos cuadernos escolares
para dejarlos en una caja
luego devorada por el fuego que alivia las mudanzas.
Noventa y seis hojas de vida certifica su partida
y pocos saben del vértigo que produce abrirlo en blanco,
el sinuoso camino de las S en sus andariveles equidistantes
y el pulso mágico de los primeros trazos.
Es casi un inventario, un fiel balance,
un censo de inexplicables sensaciones.
En el año dos mil dos abrí su puerta
y llegué hasta aquí con mil tropiezos,
secretas confesiones reveladas,
insomnios, buenos días y promesas,
conjuros detallando alguna infamia
y la certeza de que hoy llevas mi carga.
Resiste el anaquel tu extraño peso,
el mismo que cargué hasta hoy en mi alma.