Crece como su mùsica
















Cuando era chica, ya inspiraba emociones con su mùsica.
Y dentro de lo que inspiraba pude escribir algo en una escala muy pequeña.





AYELEN 3 de julio del 98

Cuando canta es la gloria del sol
Y hasta los ángeles bajan a ver que pasa,
En un momento genial de inspiración
Puede perfumar de música mi casa.

Prueba bocado antes de leer el menú
Y en el piano los dedos siguen su instinto
Quizás guarde algún secreto hasta dormir
Total cada día pintará distinto.

No creo que nada sea casual,
Hasta el nombre le cae como un vestido nuevo
Salvo algún pasajero nubarrón
Sus ojos pueden reflejarme en el cielo.

Ella es más que una excusa para vivir,
Una razón para repetir la misma vida,
Una luz en el oscuro callejón
Y en el incendio la puerta de salida.

Cree en lo que digo más que en el propio Dios,
Quizás sea porque me ve más seguido,
Cuando dibuja una sonrisa feliz
Nos hace dudar del infierno tan temido.






Hoy sigue haciendo mùsica y me sigue sorprendiendo y emocionando.



El fondo de los ojos

En el fondo de los ojos se quedan los detalles. Aquellos extraordinarios detalles que escapan a la superficial mirada del común de la gente.
Alguien me dijo: "Todavía no entiendo qué le vió mi viejo a esta mina".
Y me quedé pensando en cuáles serán los detalles tan secretos, que no siempre se establecen en el imaginario colectivo en los límites de la alcoba.
Hay en algunas personas una sintonía fina. Un diálogo de gestos y miradas que abarca los sobreentendidos, las frases entrelíneas, los acertijos.
"Mirame a los ojos" equivale a un juramento.
No es apoyar la mano sobre la Biblia, es mucho más que eso. Es ponerse a merced del destino.
"Necesito hablarlo frente a vos" tiene implícita la prueba de que lo que se expresa está reflejado en la mirada.
Cuando esa sintonía se establece pueden ausentarse las palabras y las frases de rutina.
En el fondo de los ojos cabe el Cielo y el Infierno, la condena y la salvación, la llave a la aventura y al tedio.
Los años y la vida transforman las miradas. Se gana en picardía, se pierde en inocencia, se aprenden a emitir los brillos que transforman al otro en socio o en cómplice.
No cuentan cataratas, astigmatismos, miopías.
En el fondo de los ojos permanece inalterable la escencia y el mensaje.