Feeling

Sentí que no contaba
con la espesura del abrazo,
la palma abierta, generosa
y tu sonrisa cegadora de tragedias.
Sentí que no veía
la marca de tu cuerpo,
el día, el calendario,
el despertar del sueño.
Sentí que no entendía
el tránsito de la noche,
el estrépito de la angustia,
la alegría derramada en el mantel.
Sentí que no pensaba,
que andaba mudo y cabizbajo,
encerrado en un block cuadriculado
y no escribía

Como en el teatro

Dicen que es la magia del teatro la que encandila a niños y adultos. El público olvida que son simples marionetas o actores los que tiene enfrente y se entrega. Se entrega sin reparos, y forma parte de esa historia que ellos cuentan, interpretan, experimentan, crean ante nuestros maravillados ojos.
Cosa extraña ésta, la de la magia y la vida de lo inanimado. Como un texto traza un periplo sin escalas visibles ni determinadas por los mapas, entre el papel que lo contiene y ese mundo que con manos de orfebre lo trabaja, lo pone en marcha, le confiere sentido.
En esta imagen apenas se ven los hilos negros, que luego de unos minutos de acción, nadie tiene en cuenta, ni siquiera el titiritero, atento a los gestos de sus actores.
Y ésta imagen también está colmada de analogías. Como en aquellos lugares donde tampoco es fácil ver los hilos ni a quien o quienes con arte y destreza los manipulan. No dejó títere con cabeza, repite el refrán popular. ¿Habrá sido despiadado o justiciero?
Fuera del mundo del teatro también hay actores, dramaturgos, guionistas, tramoyistas, iluminadores. Ellos montan, a su manera,  con estilo pulcro, perfeccionista, estudiado hasta el agotamiento, otras escenas para que el público las interprete, tal cual ellos desean.
Y a veces sucede algo extraño. En medio del movimiento desarrollado en el proscenio, la fuerza de la interpretación, la trama de la historia, la influencia de las luces, el giro dramático de los hechos, la entonación de las voces, todo lo confunde. Y el público no distingue si continúa siendo espectador o ya es marioneta.

Linyeras

En todos los barrios hay uno. Ahora se ven menos o tienen una apariencia distinta a la que vimos nosotros en otros tiempos.
En el barrio de mi infancia existió un linyera que pasaba siempre con libros debajo del brazo. Era educado, muy correcto al expresarse, cordial para pedir un vaso de agua o un poco de comida. Decían que era hijo del arquitecto Maquiavelo.
Uno se pregunta qué pudo haber estallado en su interior para elegir vivir en la calle. En qué momento  la gente patea el tablero de la vida y decide vivir a la buena de Dios, sin rumbo, sin hogar, sin familia, dependiente de la caridad de la gente.
Se instaló un día a veinte metros de la esquina de Scalabrini Ortiz y Santa Fe, bajo un alero diminuto del Banco Francés. Tenía un colchón y dos perros enormes que compartían la cama con él y a quienes cuidaba con abnegación. Alguien le regaló un televisor y era rara la escena de verlo acostado con los perros al lado viendo una película o desayunando sentado en el colchón mirando las noticias. La gente pasaba y lo saludaba. Una vez lo vi con un micrófono. Pensé muchas veces cuánto tardaría el Banco Francés en tomar medidas.
Enfermó en el invierno. Lo internaron en el Fernández y allí murió.
Curioso esto de un barrio paquete que le hace un homenaje a un linyera en la pared donde apoyaba sus pocos enseres.