Dicen que es la magia del teatro la que
encandila a niños y adultos. El público olvida que son simples marionetas o
actores los que tiene enfrente y se entrega. Se entrega sin reparos, y forma
parte de esa historia que ellos cuentan, interpretan, experimentan, crean ante
nuestros maravillados ojos.
Cosa extraña ésta, la de la magia y la
vida de lo inanimado. Como un texto traza un periplo sin escalas visibles ni
determinadas por los mapas, entre el papel que lo contiene y ese mundo que con
manos de orfebre lo trabaja, lo pone en marcha, le confiere sentido.
En esta imagen apenas se ven los hilos
negros, que luego de unos minutos de acción, nadie tiene en cuenta, ni siquiera
el titiritero, atento a los gestos de sus actores.
Y ésta imagen también está colmada de
analogías. Como en aquellos lugares donde tampoco es fácil ver los hilos ni a
quien o quienes con arte y destreza los manipulan. No dejó títere con cabeza,
repite el refrán popular. ¿Habrá sido despiadado o justiciero?
Fuera del mundo del teatro también hay
actores, dramaturgos, guionistas, tramoyistas, iluminadores. Ellos montan, a su
manera, con estilo pulcro, perfeccionista,
estudiado hasta el agotamiento, otras escenas para que el público las
interprete, tal cual ellos desean.
Y a veces sucede algo extraño. En medio
del movimiento desarrollado en el proscenio, la fuerza de la interpretación, la
trama de la historia, la influencia de las luces, el giro dramático de los
hechos, la entonación de las voces, todo lo confunde. Y el público no distingue
si continúa siendo espectador o ya es marioneta.