Cuando nací, un 24 de julio, hacía mucho frío. Tanto que el agua se
congelaba en las cañerías. Lo recuerdo bien porque lloré reclamando los
escarpines que tejió mi abuela con lana Vellón número 5 de color celeste o azul
bebé porque yo, claro, era un bebé.
En mi traslado a la nursery me llamó la atención el detalle de los
zócalos de color blanco y las paredes de la clínica grises claros, un gris tan
difícil de describir como los días nublados.
Escuché conversar a las enfermeras sobre las noticias del momento, la
carestía de la vida, las decisiones del director de la clínica y la vida
amorosa del doctor Baldasarre que en las guardias tenía en guardia al plantel
completo de enfermeras y doctoras. Parece que Baldasarre era bastante travieso
y por la profunda relación que establecía con el sexo opuesto podía
diagnosticar sin radiografías ni estudios clínicos. Las enfermeras reían de
manera nerviosa, como ríen los cómplices o los que forman parte de un secreto. Los
chistes no eran buenos pero ellas se reían igual, de compromiso.
Hablaron también de las madres primerizas como la mía, de las preguntas
tontas que hacían, de los padres y al mío lo definieron como muy ligero de
manos, cosa que yo ya sabía porque había ayudado a mi abuela a armar los ovillos
de lana para tejer los escarpines.
Mientras me llevaban a uno de los controles de rigor las ruedas de mi
cuna chocaron contra un pequeño desnivel y me sobresalté. Estaba dormido y esa
experiencia traumática quedó marcada a fuego y el mismo síntoma de stress
volvió a manifestarse con un bache en la ruta en el año 67 yendo a Santa
Teresita en el auto de mi tío Vicente.
Había varios niños como yo en la nursery pero eran muy reservados.
Compartíamos sala, enfermeras y el signo zodiacal, lo que podía influir para
que concidiéramos más adelante integrando una banda de rock o de asaltantes de
bancos.
Pegué un par de gritos y me llevaron con mi madre en el preciso momento
en que mi padre vino de visita. La enfermera me recostó amorosamente sobre
pecho de mi madre y ella sacó una teta para ofrecérmela y comenzar allí una
disputa y competencia con mi padre que se mantuvo durante años.
Esos días quedaron muy marcados en mi memoria. La conducta del doctor Baldasarre también.