El humorista en su laberinto recurrente


En los 80, algunos humoristas tuvimos un espacio de encuentro en común: El Bululú. En ése teatro que hoy sigue presentando espectáculos de humor, he trabajado durante años.
Allí presenté SOLO MOLO, una obra con distintas rutinas humorísticas y varios personajes. Tenía el vestuario en una silla y me cambiaba con una luz tenue en escena.
El número final era actualidad. Comentaba con humor las cosas que veía en los diarios y cerraba con una canción o una frase.
Una de las rutinas de aquel ciclo 89-90 era un monólogo que hoy encontré ordenando papeles y que no está pasado a digital.
Con la sala totalmente a oscuras, yo contaba una escena que cambiaba de personajes cuando me colocaba unos lentes negros. El texto era el siguiente:
Iba yo muy tranquilo, con mi carrito por supermercado, con uno de los último modelo, los económicos, para llevar dos o tres cosas nada más, cuando un grito de terror, inhumano, surgió entre las góndolas. Un hombre le preguntó a un repositor dónde estaba el café. Un silencio de cementerio envolvió al supermercado. Las cajeras dejaron de registrar, el señor que hablaba por los parlantes quedó mudo, la gente quedó absorta mirando hacia el lugar donde se había partido la pregunta. Yo me limpié los lentes porque no podía creer lo que estaba escuchando. Hubo una ola de desmayos y un señor gordito de bigotes que decía: Un médico allá, otro más allá y una ambulancia que siempre se pierde. Se escuchó un estrépito de puertas abiertas al mismo tiempo y un hombre de lentes negros, salido de una película de terror gritó:
-Con que vienen por más, eh? ¿Quieren guerra? Guerra tendrán, malditos!!! Muchachos, a ellos!!!
Y se avalanzaron sobre nosotros quince o veinte gorilas armados hasta los dientes con remarcadoras.
-Tu, Joe, los lácteos, Tu, Mike, artículos de limpieza!!! ¡¡¡Jimmy cubre a esa vieja que compras huevos!!!
Y como una tromba empezaron a etiquetar sobre lo remarcado dos horas antes. Yo quise zafar pero uno de los monos me puso 123,20 en la espalda al tiempo que vociferaba: ¡¡¡Dulce de batata!!! Mientras me deshacía de una gorda que intentaba meterme en el carrito, porque era muy barato, vi como etiquetaban la dentadura postiza de un viejo que se le cayó cuando abrió la boca por el asombro. 
-¡¡¡Johny, ése chorizo, imbécil!!! Que nadie se mueva y nadie saldrá lastimado, venimos del fondo.
Y no era del fondo del supermercado.
Yo intenté escapar pero alguien me tomó por la espalda.
-¿Dónde cree que va, amigo? Muéstreme su peaje.
-¿Qué peaje?
-Intenta decirme que pasó por la puerta de entrada sin pagar?
-No sabía -alcancé a decir cuando otro sujeto volvía a remarcarme 153,80 sobre la etiqueta anterior.
Una anciana, con lágrimas en los ojos, se quitaba los aros y las pulseras, un hombre con voz quebrada dijo: Está bien, está bien, pero no le hagan nada a mi hijo...

Es un monólogo de 27 años de edad. Casi la que tiene mi hija. Y vuelve a tomar vigencia.


Disparates de la historia argentina



Vuelve a darme satisfacciones.
Un libro que refleja la historia con humor. Ahora editado por la mano magistral de Julio Parissi.

Sé que te vas a reír.