Con el sudor de tu frente



-Un poco de voluntad es lo que te hace falta, es tu oficio, tienes que dedicarte con más esmero.
-Es que ya no me gusta, padre.
-Toda la vida hemos hecho este trabajo
-No me gusta cómo nos mira la gente, no soporto lo que dicen mis amigos
-Deberías elegir mejor a tus compañeros. Nada bueno se espera de quienes en lugar de animar al amigo lo denigran.
-Es que siento que no son solo mis amigos, es todo el pueblo el que nos señala.
-Tadeo, sabes que no podría hacerlo solo y cada día llegan nuevos encargos.
-Pero antes trabajábamos para la gente
-La gente tiene menos dinero para comer y no somos nosotros los que hacemos las leyes. Refuerza ese listón con el clavo.
-Padre, deseo hacer otra cosa. Tiene mayor dignidad el dinero que gana una prostituta.
-Avergonzarías a tu madre si te escuchara decir esa ofensa. Fija esa base.
-Discúlpame, pero quiero que otro haga este trabajo
-Tadeo, son catorce y llevamos once. Solo nos restan tres. Una de las tres la cargará el nazareno. Ése que se hace llamar Rey de los judíos.

Don Osvaldo


Tu certera pluma francotiradora estuvo siempre ubicada en la misma trinchera.
Todo lo que pueda escribir sobre vos resulta insuficiente. Años de exilio confirman la eficacia de tu puntería en cada disparo contra la historia que contaban los amigos de los poderosos.
Hoy la  noticia me hizo llorar cuando caí en la cuenta que se marchaba el más joven de  nuestros rebeldes.
Tu imagen, como la de Rodolfo Walsh hinchan el pecho de imperecedera admiración. En tiempos donde el compromiso y la coherencia son atributos en desuso vos resignificabas cada hecho con tus lúcidos artículos en Página 12.
Nos quedan tus libros y tus magníficas frases. Gracias Maestro.

“En democracia, la autocrítica no significa dar un paso atrás sino uno adelante”

"Siempre me gustó investigar la suerte o la verdad sobre los más malditos de la sociedad", pasaje de una entrevista publicada en la Revista Ñ donde se refería a su trabajo sobre el anarquista Severino Di Giovanni.

"Sostengo, como eslogan, que mientras haya miseria no hay democracia”

"Las prostitutas de San Julián fueron las únicas que reaccionaron contra los soldados fusiladores de los peones rurales de la huelga del '21; cuando los soldados fueron a los prostíbulos, ellas los echaron al grito de 'no nos acostamos con asesinos' Fue muy lindo ese acto"

"Estudié Historia en la Universidad de Hamburgo y vi que la realidad tiene mucha más fantasía que la literatura. Es increíble. Entonces me dediqué a estudiar historia, los hechos, en un idioma que entendieran todo".

"El intelectual tiene que tener todas las libertades para escribir lo que se le da la gana, no se le puede poner norma ni prohibición. Eso sí, tiene la obligación moral de salir a la calle cuando ve injusticias en la sociedad, no quedarse en la torre de marfil. Por eso mi admiración por Rodolfo Walsh y por Haroldo Conti, que tomaron una posición en momentos tan difíciles para el país"

“Me pregunto que está pasando en la Argentina, que de perseguido por la Triple A, ahora me publican libros”

"Siempre que hablamos de (Julio) Cortázar tengo el mejor de los recuerdos, como amigo y como escritor. Lo único que le dije una vez: vos no tendrías que haberte ido de la Argentina, porque creo que algo perdieron sus libros al irse a París"

“No es necesario agregar nada a la verdad histórica, porque ésta tiene más fantasías que la propia fantasía”

“Hay que esclarecer nuestro pasado para que nunca se repita.”

“Hay rebeldes cuya rebeldía sólo les alcanza para dejarse el pelo largo y dejar boquiabierta a su chica, y hay otros cuya rebeldía los impulsa a lanzarse a una lucha tremenda, marginados por la sociedad, habitantes de un submundo de violencia, dureza y sangre”

“Están aquellos que pasan sus vidas marcando el paso y vistiendo uniformes y están los otros que no aceptan imposiciones si no están basadas en la lógica, que no es siempre compatible con la  naturaleza humana”

“Quemar libros es como abusar de los niños: es una cobardía, porque no se pueden defender”

"Durante el exilio, me la pasé redactando artículos y hemos tenido publicaciones... me decían que ni siquiera en exilio alemán anti-nazi ha tenido tantas publicaciones como los argentinos en el exilio". 

"Estoy tranquilo con el juicio que hará la historia futura acerca de mi investigación que me costó la quema pública de mis libros por la dictadura militar, la prohibición del filme La Patagonia rebelde(1974), dirigido por Héctor Olivera, además de ocho años de exilio y las consecuencias que ello trajo para mi familia y para mí"

El aplauso



Escuché el aplauso, preciso como siempre a pocos segundos del punto final del último parlamento. Fue un aplauso cálido, prolongado, afectuoso... Los actores que tenemos muchos años de oficio sabemos interpretar cual es el mensaje del público, cuando nos aprueba con cariño y cuando nos reprueba con desdén. Allí estaban mis colegas, los críticos, mi familia, de pie y emocionados. Nos pasamos la vida ensayando y pocas veces recibimos el halago que corresponda a tanto esfuerzo.

En los últimos años interpreté papeles menores. Reconocían mi arte pero me  metían en la piel de algún anciano, un médico que da una mala noticia, papeles breves, de pocas líneas. Por suerte conté siempre con mi familia, preocupada porque me deprimiera comprobando que ya no me convocaban para los  clásicos como en los años de gloria, que ya no me reconocieran en la calle, que tomara el callejón del olvido.

Se van a apagar las luces y quedaremos a solas con los colegas del elenco. Me están esperando para la vieja y maravillosa liturgia de ir a comer, repasar algunos detalles de las escenas; sobre todo los risueños, algún error, un olvido. Tienen una edad cercana a la mía y los lugares donde íbamos a comer años atrás ya no existen.

Se baja el telón y no hay saludo ni gratitud por haber venido y por las flores. El panteón de actores se parece a los teatros vacíos.

Socorro



Entré con mis compañeros envuelto en una densa nube de polvo. Con las máscaras no era fácil reconocer a quienes estaban cerca mío. Creo que Iñaki y Gonzalo fueron los que me abrieron el paso con las pinzas mecánicas separando las hojas de hierro retorcido de la puerta. Entramos con determinación pese a la recomendación de los jefes para que tuviésemos cuidado, que podía haber otras.

La escena de los cuerpos tendidos era devastadora. Escuché los gritos de las otras cuadrillas y las sirenas de las ambulancias aproximándose. Un sabor metálico se mezcló con la saliva en mi boca. Cuatro muchachos componían una montaña humana en la puerta de enfrente a la que accedimos. No tuve miedo, estaba angustiado. Creo que esa angustia se reflejaba en todos los movimientos que realizábamos en búsqueda de sobrevivientes. En nuestra intimidad, luego de llegar y ver la escena, no abrigábamos esperanza alguna de encontrar gente con vida.

Agudizamos el oído para percibir entre la maraña de cuerpos un pedido de socorro. Me costaba avanzar por el pasillo. Todo era tensión. De pronto, un débil sonido fue tomando volumen y todos miramos hacia el lugar donde provenía. Segundos después en otro lugar del vagón se escuchó otro. En menos de un minuto fueron decenas de celulares llamando, seguramente desesperados por recibir noticias al ver en las pantallas imágenes de la tragedia.

Fue mi último trabajo como socorrista en Atocha.

Todavía hoy me despierto en las madrugada escuchando el sonido de llamadas de celulares.


Claveles rojos



Una lluvia de claveles recibió la entrada triunfal de Manolo Romero al ruedo. El matador saludó a la multitud con su montera y dedicó una especial reverencia con el capote a un sector de las gradas que acompañaba el júbilo reinante de vítores y aplausos con suspiros. El traje de luces y el gallardo porte le conferían al torero un halo de seducción irresistible.

Era un domingo de gloria en la plaza y el público acompañaba con aplausos y ovaciones las media verónicas y las fintas del matador. Los claveles rojos en la arena se confundían con los rastros de sangre del toro herido en el lomo por las banderillas. Un silencio tenso bajó de las gradas cuando el torero tomó su espada para esperar la embestida.

Al día siguiente una lluvia de claveles recibió a su paso el cortejo fúnebre del bravo torero.

No sé vos

Ilustración: Darío Parissi

No sé vos. Pero últimamente me levanto sintiendo que cargo con cien kilos en cada pie, y los arrastro hasta el baño para ir a enjuagarme la cara y probar si se me pasa, pero no.

Siempre he puesto mucho empeño en mantener el delicado equilibrio entre mi trabajo de todos los días, el que genera el dinero con el que pago las cuentas, y todo aquello que tenga que ver con la creación.

Trato de escribir todos los días. No lo logro siempre. Después de cargar con los doscientos kilos durante la jornada me cuesta quitarle el capuchón a la pluma estilográfica, encender la máquina, abrir el borrador de apuntes, enchufar el TASCAM.

Algo me pasa en la calle durante el día que me agrega peso a lo que ya llevo. Observo a la gente y la veo mal, como hacía mucho no la veía. Supongo que quizás tengan una sensación parecida a la mía. Se están quedando sin ganas, sin fuerzas o sin nafta.

No pude ingresar en la filosofía del “Sálvese quien pueda” ni desenchufar los sentimientos cuando veo familias en la calle, con niños, buscando en la basura.
No puedo ni consigo abstraerme de lo que sucede en este país ni en el mundo en general.

Hace algunos años, teníamos la secreta esperanza de emigrar a otros lugares donde las condiciones sociales eran mejores. Eso ya no existe. No solo porque nuestras edades son otras sino también porque el mundo que imaginábamos ha cambiado tanto y muchos países se parecen entre sí.

Nos están arrastrando.

Nos están llevando a los límites, nos prueban para ver hasta dónde llegamos, hasta donde da el exprimidor.

Cualquiera podría pensar que exagero y puede ser que esta lectura pesimista sea producto de un estado de sensibilidad latente, pero las últimas noticias en Brasil me han quitado mucha energía.

Todo lo que hace nuestro gobierno me cae mal. Los veo y no soporto su cinismo, su hipocrecía, su voracidad para quedarse con todo.

Todos mis amigos saben que no los voté ni los votaré jamás. Porque tengo conciencia de clase y polìtica y como lo expresé por escrito hace tres años, todos estos tipos representan a la más rancia y retrógrada oligarquía nacional, defienden los intereses de las mismas familias y corporaciones que nos han hundido durante años.

Para ayudarte a soportar las crisis están los consejos de Clarín, La Nación y TN, cómplices de este desastre social y de esta decadencia.

Están las recetas de los libros de autoayuda, escuchar música mientras caen las tormentas y los granizos, fumarse un porro o colocarse lentes de realidad virtual.
Lo que realmente funciona como bálsamo, lejos de ser la solución, es amucharse con amigos, familiares, gente querida y soportar el temporal abrazados.

No me resulta indiferente lo que le sucede a millones, lo que le pasa a mi vecino, a mi vieja y a los padres de mis amigos.

No observo desde lejos al que se quedó sin trabajo, al que le dieron de baja en el plan de salud.

He ido a todas las marchas que se opusieron a un acuerdo con el Fondo, a liberar homicidas, a recortar presupuesto. Esto lo hago porque creo que la democracia no se construye desde el Facebook ni yendo a votar cada dos años.

Sigo teniendo ideas, no me robaron el criterio como a los miles que vacunan a diario con la jeringa siempre venenosa de los medios.

Quiero estar en paz con que hice lo correcto oponiéndome al saqueo. Porque como decía San Martín: “Vale más un hombre gritando que millones callados”

El resto de las cosas bien, tirando.

Por la señal de la Santa Cruz


Llegaron con la cruz en el pecho los colonizadores. Por entonces, la Santa Iglesia Católica fue menos estricta porque cumpliesen al pie de la letra, como buenos cristianos, los diez mandamientos aquellos sacrificados hombres que traían la palabra de Dios.

Una inmensa cruz en su uniforme acompañó a los santos evangelizadores en las Cruzadas a Tierra santa.

Otro indulto llegó unos siglos más tarde cuando apareció de la mano del Diablo la amenaza roja del comunismo.

Algunos sacerdotes en mi país participaron con rosario en mano y crucifijo colgado del cuello en sesiones de tortura y simulacros de fusilamiento.

Los ministros de Dios confiesan sus pecados, se arrepienten y entre ellos se absuelven.

Las cruces más grandes las cargan los mismos Cristos de siempre.

Las huellas de mi abuelo



Recuerdo a mi abuelo con ternura y admiración. Solíamos quedar a su cuidado mi hermano y yo en los primeros tiempos de la separación de mis padres. Compartíamos con él algunas horas en la semana a la tarde y cuando mi madre tenía algún compromiso nos gustaba quedarnos a dormir en su casa.

Mi abuelo disfrutaba leyéndonos cuentos antes de dormir. Solía sostener el libro con una mano y apoyaba la otra sobre la mía hasta que el sueño me vencía. A mi me gustaba creer que era su nieta preferida.

Sus manos rugosas, llenas de cicatrices tenían un porqué y a él le gustaba contarnos sobre cada una de ellas de la manera más poética que hasta hoy conocí.
Cada huella tenía una relación con su pasado, un signo donde se reflejaban sus tiempos de trabajo de la tierra, de criar animales, de hacer leña en los crudos inviernos de la lejana Europa.

Recién en mi adolescencia me habló de esos números que tenía en su brazo derecho.

El mensajero


Recibió la bolsa ya organizada como siempre y por su experiencia calculó en el peso cuál sería su trajín de la jornada. Desde hacía días notó que habían regresado los tiempos de transportar y entregar malas noticias. Quince telegramas de despido la semana anterior y no sabía cuántos repartiría en ésta que comenzaba.

Pensó que este trabajo deja huellas de todo tipo. Él prefería a las que se consideraban gajes del oficio. La mordedura en la pantorrilla dejó una cicatriz profunda. El perró no aflojó y se llevó un pedazo de su humanidad. Lo atacó en la mitad de un corredor estrecho y no le dio tiempo a huir. El codo derecho rememora de vez en cuando la mañana de lluvia en la bicicleta y la caída contra el cordón de la vereda.

Duele más y arde por dentro el recuerdo del alarido de dolor de una madre que no tenía noticias de su hijo combatiente en Malvinas.

Son tiempos difíciles nuevamente. Ya no se envían cartas de amor, postales de viajes ni avisos para el retiro de encomiendas. El cartero llamando a la puerta es una señal de mal augurio.

Lleva muchos años caminando estas calles con su bolso al hombro, esperanzado con ser el que transporta una buena noticia.

Pluma fuente



Me dijo mi padre que perteneció a mi tatarabuelo y que la conocían como pluma fuente. Tenía una carga de tinta que se esparcía sobre el papel con el trazo bajo presión. La gente la utilizaba para escribir en tiempos en que la comunicación era manuscrita. Dice mi padre que en aquellos tiempos la gente se enviaba notas pagando un servicio que lo entregaba en el domicilio del destinatario del mensaje.

Con la revolución tecnológica llegaron los cien mil signos con los que hoy describimos perfectamente nuestras emociones y sentimientos. La gente esperaba meses para enterarse por papeles escritos con este elemento de lo que sucedía con sus seres queridos.

¿Qué pensaría hoy el inventor de este instrumento arcaico si supiera que todos sabemos dónde se encuentran nuestros seres cercanos clickleando el ícono ubicación en nuestros celulares y que presionando Actualización nos aparecen las fotos de los últimos lugares donde estuvo y sus estados de ánimo más recientes?
Cuenta mi padre que anterior a este instrumento existió la pluma que se cargaba con tinta a mano mojando la punta en un frasco y que fue el principio de un movimiento artístico que se llamó literatura.

Los únicos ejemplares que se conservan de aquellos años están guardados en un museo en la Luna.


El borrador



Por alguna razón que no siempre se revela claramente, llegan a nosotros objetos, documentos, fotos que nos impactan y nos conmueven. Uno de esos encuentros fortuitos me ocurrió hace unos años en un bar al que iba por primera vez donde di con un texto que parecía haber sido olvidado por su autor. Las hojas estaban sueltas en una silla al costado de la mesa que había elegido. Reparé en ellas cuando estaba por sentarme y las vi acomodadas en una pila ordenada. Llamé al mozo y pregunté si recordaba al cliente que había estado sentado en ese lugar. Se hicieron preguntas entre el mozo, el dueño y algunos parroquianos y nadie recordó quien estuvo sentado allí aquella mañana. Pedí un café y me puse a leer el contenido en busca de pistas del dueño. La lectura me llevó a la conclusión de que era el inicio trunco de una novela o el borrador de una idea a desarrollar, o quizás el guión de una película. Mi amigo Julio, cuando le conté sobre mi hallazgo, se sumó a la teoría de la novela y no al fragmento de una carta o confesión. Lo leí aquella tarde y luego después de cenar en mi casa. Las hojas eran nuevas y las letras estampadas en él correspondían a una  impresora láser.

Según el testimonio de Domingo, el mozo más antiguo que se jubiló hace diez años, comenzó a frecuentar el bar en los años setenta. Tan puntual como impecable en su forma de vestir sin importar la estación del año o el clima del día.

Saludaba en voz baja y no conversaba con nadie. Pedía el desayuno con una oración breve, concreta, que despejaba todo tipo de duda. Esperaba a que lo sirvieran observando el movimiento de la calle.Cuando el pedido estaba en su mesa y el mozo se retiraba abría un portafolios de cuero marrón claro y extraía el diario que nunca desplegaba y que leía doblado sumido en una profunda concentración. Durante la hora de lectura sus únicos movimientos eran los de sus manos para modificar el doblez y cambiar de página. Solo una vez pareció desconcertado. Fue una mañana que entró al bar como todos los días y su lugar predilecto estaba ocupado. Dudó unos segundos y se dirigiò a otra mesa. Mientras esperó su desayuno no dejó de observar a los usurpadores, mientras los clientes de siempre no dejaban de observarlo a él esperando una reacción.

Tenía la piel muy blanca y los ojos claros. Sus manos eran de dedos largos y en el anular derecho tenía un ancho anillo de plata. La distancia y frialdad en la mirada imponía respeto.

Cuando concluía la lectura doblaba el diario, lo guardaba en el portafolios y pedía  la cuenta. Pagaba sin dejar propina. Se colocaba el abrigo y se retiraba con paso decidido, porte altivo, señorial, solemne.

Sus movimientos fueron cuidadosamente observados durante meses sin que esa pertinaz vigilancia descubriese a qué atribuir el halo de misterio que lo envolvía. Se tejieron muchas fantasías pero un tiempo después su presencia formó parte natural de la escena de cada mañana.

Nunca se encontró con nadie ni a nadie saludó por cortesía, por la  sencilla razón de reconocerle en su condición de parroquiano. Su puntualidad se convirtió en un dato cronológico más preciso que el reloj de pared que colgaba a un costado de la barra.

No conocieron su nombre pero de  las primeras observaciones dedujeron que no vivía lejos.

Así pasaron muchos años donde nunca faltó a su cita con la lectura. Una mañana de agosto llegó al bar a la hora de siempre pero en el semblante tenìa  una palidez mayor a la habitual. Se fue venciendo de costado mientras leía y cayó al piso con el cuerpo rígido sin el mínimo ademán de amortiguar el golpe con las manos. Estaba muerto.

Lo colocaron arriba mientras llamaban a una ambulancia. Alguien quiso encontrar entre sus pertenencias algún dato de familiar o conocido a quien darle aviso pero en su billetera solo encontraron dinero. Al abrir el portafolios de cuero vieron la edición del mismo día pero del año 1945 del diaro Der Angriff, un periódico del Tercer Reich.


En nombre del Padre, no del mío

La Iglesia católica guarda en sus registros los nombres de sus fieles con sus fechas de bautismo, comunión, confirmación, casamiento y muerte.
Es una forma de llevar la contabilidad de sus socios accionistas, el censo de las personas que adhieren a sus conceptos religiosos.
Hoy presenté un pedido formal con copia de mi documento para que me borren de sus libros en la Parroquia Jesús en el Huerto de los Olivos.
No quiero que ningún cura anti aborto legal ni ningún pedófilo se exprese en nombre mío.

Facebook se actualiza



Se vienen importantes cambios en el líder de redes sociales.

Sos una persona comprometida con la vida social y política de tu país. Se viene una marcha en protesta de un tema clave y no podés asistir. Con dos simples pasos: ¡Facebook publica tu cara marchando entre la gente! Esta simple modificación te permitirá alcanzar la admiración de tus amigos por tu alto grado de compromiso. Vos sos Facebook, Facebook sos vos.

Durante años te la pasaste posteando memes, links, publicaciones en contra de un gobierno y a favor de la oposición. La oposición gana las elecciones y vos te quedás sin empleo. Con tres sencillos tips utilizás la aplicación Veleta y damos vuelta todas tus obsoletas opiniones y actualizamos tu espíritu crítico retroactivo. Vos sos Facebook, Facebook sos vos.

Participaste activamente y donaste fondos para “Salvemos al tiburón blanco”. El verano pasado un tiburón blanco se llevó la pierna derecha de un primo querido mientras buceaba. Aplicando Retomando, actualizamos todas tus notas para fomentar la pesca de tiburones. Vos sos Facebook, Facebook sos vos.

Te vas a presentar a un trabajo y sabés que en tu línea de tiempo tenés registradas en fotos todas las borracheras con tus compañeritos de juerga. Aplicando Lavacara, cambiamos todas tus fotos por otras donde te ven tomando la primera comunión, bajando un gato de un árbol, practicando deportes, subido al podio de una competición. Así de simple, como es Facebook. Vos sos Facebook, Facebook sos vos.

Hacés cuentas y no te da la plata para tres días en Punta Lara. Aplicás Facebook Tour y podrás compartir con tus amigos unas espectaculares fotos en la Polinesia, Grecia, Tailandia, Cabo Verde. Obtendrás muchos Me gusta y ganarás nuevos amigos. Así de simple, como es Facebook. Vos sos Facebook, Facebook sos vos.

Juana y su estrella


Juana es mi nieta y cumplió tres años. Yo sabía que los libros son para ella objetos mágicos y a mi me gusta regalarlos a las personas que quiero. Estuve en una librería eligiéndolos cuidadosamente por su historia y por su ilustración. Juana posee una afinada sensibilidad artística.

Fui a su cumpleaños con mis regalos: dos libros de cuentos, unas barras de plastilina, una tijera con la que no corriese el riesgo de cortarse y el molde para arena de una estrella de mar que encontré brillando en las playas de Bahía y recogí pensando en ella.

Esperé el momento oportuno, cuando la euforia de los juegos con sus amiguitos mermó en intensidad y se los fui entregando uno por uno. Mirándola a los ojos, a esos profundos y amorosos ojos le dije: "Y esta estrella de mar la encontré en una playa de Brasil brillando en la arena, y el brillo era tan fuerte, tan fuerte que me hizo acordar a vos". Tomó la estrella como si le hubiese entregado un don.

No abandonó la estrella durante los juegos de la tarde. Comió la torta del festejo con ella en la mano y a toda persona que le preguntara por su juguete nuevo le contaba la historia de la estrella de mar.

Juana cumplió tres años y en su inmensa sabiduría ya entiende que es lo importante de la vida.

Mi hermano y yo



Nadie puede negar el lazo familiar, la filiación de sangre, el haber compartido la misma infancia en la misma mesa y en la misma escuela. Sin embargo, mi hermano Enrique y yo somos tan distintos que cualquiera que nos trate un par de minutos dudaría sobre el parentesco.

Vivimos una infancia normal, como muchas, en un barrio de gente trabajadora, sin otras peleas que esas que surgen entre hermanos por un juguete o por cuestiones propias de algún partido de fútbol en el barrio. Nuestros amigos fueron los mismos desde muy chicos hasta que comenzó a frecuentar otros vecinos que vivían a unas pocas cuadras de distancia.

En aquellos tiempos le pidió a nuestro padre que lo hiciera socio del club al que iban sus amigos, donde jugaba al rugby su nuevo círculo social. Llegaron a mi casa de visita por entonces todo tipo de personajes y se notaba que nos miraban como a bichos extraños a su ambiente y se divertían con las ocurrencias de mi viejo. No se parecían a mis amigos, hablaban de otra manera, apretando los dientes y las palabras. Iban a las fiestas top de las familias acomodadas y les gustaba salir con las chicas de los colegios  escoceses . Mi hermano, para sorpresa de todos, comenzó a decir palabras en inglés dentro de sus conversaciones en la mesa familiar. Mi padre soportó durante un tiempo las palabras man, too much y otros vocablos semejantes que se habían puesto de moda.

Un día, cuando preguntó qué posibilidades tenía de  concurrir al mismo colegio donde iban sus amigos, mi padre fue categórico y tajante.
-Nosotros no pertenecemos a ese mundo -le dijo. Tu padre es un tipógrafo en una imprenta, no puede pagar esa cuota ni bancar ese tren de vida.
Sentí que nos envolvía un manto de vergüenza. La de mi viejo por no poder brindarle lo que mi hermano pedía y la de mi hermano por ver caer en tierra sus aspiraciones por una situación familiar que no merecía.

Una noche sucedió un encuentro casual que tardé años en comprender y que nunca le dije, sobre el que jamás le pregunté. Esa noche tuvo en mí el efecto de una espina que se quiebra al ras y queda metida en la piel hasta que el cuerpo la disuelva.

Yo volvía caminando casi de madrugada de uno de los bailes de carnaval en un club de la zona. Cuando doblé en la esquina de casa ví a mi hermano bajar de un auto importado de alta gama, poco común en aquellos años. Mi hermano descendió y se metió en el chalet de los  vecinos de enfrente a nuestra casa. Me detuve y lo vi saludar desde la escalera de piedra, simulando utilizar las llaves de entrada. El auto, luego de unos bocinazos partió. Quique bajó las escaleras y entró en nuestra casa. Yo me quedé unos minutos sentado en el umbral fumando, haciendo tiempo para que no sospeche que lo vi. Me di cuenta mucho después lo importante que era para mi hermano la  imagen del lugar que ocupaba, que nuestra familia y nuestra modesta casa eran muy poco para alcanzar el mundo al que quería pertenecer.

Hace poco  me junté con unos amigos para ir a la movilización en protesta por volver al Fondo monetario. Él, en cambio, a unas pocas cuadras, festejaba el campeonato de Boca. Cuando los muchachos me preguntaron por él les dije que estaba de viaje. Me dio vergüenza. Y rogué que el destino, que siempre es jodido y traicionero, no cruzara nuestros caminos en el regreso como aquella noche de carnaval.

Una Navidad nos trenzamos en la cena en una discusión que perdió su cauce e hicimos llorar a mamá.

El viejo fue radical toda la vida y si viera a un hijo peroncho cabeza se moriría de nuevo- me dijo. Yo le quise explicar que era una cuestión de principios y no de partidos pero no pude redondear la frase que él reunió a su familia, con la urgencia de los que quieren ponerla a salvo de una catástrofe, y se fue. A partir de ahí no hablamos más de política  y me duele reconocer que en los domingos familiares me aburro como una ostra con su recuento de detalles rutinarios, sus anécdotas de oficina, los chismes de la farándula, su plan de vacaciones, sus idas al teatro, las películas que vio en la semana, pero mamá está contenta porque la familia está unida.

Pasajero



Después de casi treinta años volví a subir a un avión. No se parecía en nada esta moderna aeronave a aquel Hércules en el que nos embarcaron rumbo a Malvinas.

Despegamos de Buenos Aires en un día nublado y al cruzar el Río de la Plata el avión se sacudió unos minutos debido a la turbulencia. Cuando tomó altura y se estabilizó me empecé a relajar y me quedé dormido.

Me despertó el ruido del carro donde transporta el servicio de abordo. La azafata, con una sonrisa celestial, depositó un par de sandwiches triples de jamón y queso y unas galletitas dulces sobre mi mesa rebatible. Acompañé la vianda con un café corto y un jugo de fruta.

Intenté leer la revista que colocan en los sobres del respaldo de los asientos anteriores cuando un dolor agudo me desgarró la boca del estómago. Fue tan punzante como inesperado. A los pocos segundos comencé a sudar y a sentir espasmos y burbujas en todo el aparato digestivo. Me avergoncé pensando que esos ruidos que provenían de mis tripas fueran escuchados pero los dos hombres que compartían conmigo sus lugares en la misma fila de asientos dormían sin enterarse. Observé que un hombre salía del baño ubicado en la parte delantera del avión. Me aflojé el cinturón de seguridad con la secreta esperanza que eso me aliviara, pero lejos de disminuir su intensidad el dolor me hacía dudar si luego de incorporarme podría llegar hasta el baño sin que una catástrofe intestinal me dejara en ridículo con todos los pasajeros. Me incorporé con mucho esfuerzo y apoyándome en los asientos me dirigí por el pasillo hasta el baño y entré con tanta prisa como decisión. Me aflojé el cinturón, bajé mis pantalones y me senté en el inodoro con el vientre totalmente inflamado. Despedí una catarata líquida mientras pensaba en cómo iba a dejar el lugar en las mejores condiciones posibles. Sentí un vacío en el estómago y una sensación de vértigo que me obligó a aferrarme de las paredes de la cabina del baño. Si había sido un pozo de aire debe haber asustado a todo el mundo. Noté que todo se estaba moviendo frenéticamente y escuché algunos ruidos de cosas que chocaban en el pasillo. Luego comenzaron los gritos mientras yo trataba de sujetarme de donde podía ante las sacudidas cada vez más intensas. Las luces del baño se apagaban y encendían. Escuché gritos de espanto y un zumbido agudo mezclado con la voz del comandante cuyas palabras no alcanzaba a entender. En medio de los sacudones me incorporé y me higienicé, tratando de volver a mi asiento lo más pronto posible. Las luces del baño se apagaron y tardé en hacer girar el picaporte para salir. Afuera del baño todo estaba en completa oscuridad y en silencio. Las sacudidas de la nave terminaron pero no podía precisar dónde se encontraba mi asiento. La gente conversaba sobre los minutos de terror que habían pasado y volvieron a encenderse las luces que identifican los lugares. Llegué a mi asiento, me ajusté el cinturón y no sé cuánto tiempo pasó hasta que me dormí nuevamente.

Me despertó la voz de la azafata anunciando que estábamos a punto de aterrizar y el consejo de mantener los cinturones abrochados. Bajé del avión con mi bolso de mano y en la caminata hasta el hall pude ver a los que vinieron a esperarme. Estaban mis padres, mis abuelos, dos amigos y los compañeros que había dejado en Malvinas.

Réquiem para mi cámara Canon



En la categoría de objetos existen instrumentos que a mi entender escapan a la lista de inanimados. Los relojes, las brújulas, la pluma estilográfica con la que escribo en este momento y que de acuerdo al día y a su propio carácter, puede ser dócil y sumisa o arisca como un caballo chúcaro.

El gran BB King había bautizado con un bello nombre de mujer, Lucille, a su amada guitarra Gibson. Sus buenas razones tendría.

Las máquinas fotográficas también tienen su magia. Por ellas pasaron momentos que quisimos registrar, preservar, documentar por su trascendencia o valor sentimental.

Ésta máquina de fotos, por primera y única vez fotografiada, viajó a Buenos Aires en manos de mis amigos Ariel y Mirna y desde su llegada a mi casa no ha faltado a ningún compromiso importante. Entre sus mecanismos se han transmutado con fidelidad escenas magníficas.

Dejó de funcionar hace dos meses, después de quince años de odisea. No podía arrojarla a la basura como un trasto viejo, una lamparita quemada, un tubo de rollo de papel higiénico. Fui a la oficina oficial de Canon y le dije a la mujer que me atendió:
“No puedo tirarla a la basura. Dispongan ustedes de este cuerpo y tomen lo que les sirva”

La empleada, al principio, no entendía claramente el porqué de mi visita, pero luego, con mucha delicadeza, la extrajo del estuche, la encendió (y encendió efectivamente, como negándose a su jubilación obligatoria) pero no logró disparar una foto.

Me devolvió las pilas recargables y el estuche de cuero.

Allí la dejé, con miles de horas y kilómetros recorridos, con miles de recuerdos aún latentes.

El Diablo gana por goleada



Desde que éramos niños nos han plantado en la mente y en las tripas la épica batalla del Bien contra el Mal. Y así fuimos bien representados y defendidos por nuestros superhéroes y su titánica lucha contra los que querían dominar el Mundo.

La Iglesia católica ha puesto blanco sobre negro advirtiéndonos sobre los hechiceros y maléficos encantos de Lucifer, quien con sus oscuras tentaciones ha intentado conquistarnos bajo el influjo pecaminoso de la avaricia, la lujuria, la ambición por la conquista de todos los bienes terrenales.

Si observamos la situación del Mundo actual podemos decir que las huestes del mal en todas sus formas y estilos ganan por goleada.

No hay lugar en el Planeta que no viva algún tipo de caos social, económico, moral, donde las víctimas son los más débiles. Ciudades devastadas, poblaciones masacradas para que un selecto número de malhechores aumenten sus ganancias con la venta de armas, claven sus garras en las riquezas naturales y siembren el horror y el espanto.

Ya no existen el Pingüino, el Guasón, el Acertijo, Gatúbela, el Capitán Monasterio. El Diablo es sabio y entendió que el crimen organizado debe estar bajo la estructura de una sociedad anónima y que los criminales identificables son solo accionistas.

Desde la era Cristiana, con diferentes métodos y argumentos, el Innombrable ha ido despachando a los buenos con paciencia, dedicación y sentido de la oportunidad. Se dió el lujo de expulsar al Hijo de Dios hace dos mil años y no con conforme con esto, ha continuado esa práctica hasta nuestros días.

Puede que a Dios le suceda lo mismo que a algunos técnicos de fútbol: se quedó sin capacidad de reacción. Como no sabemos en qué momento del partido estamos es preciso plantarse con actitud para que no termine en baile y la derrota no sea solo abrumadora sino también humillante.

La primera muerte




Con el corazón batiendo en el pecho, se metió en la maleza buscándolo. Entre los pastizales lo encontró. Aún se estremecía en estertores, haciendo un colosal esfuerzo por aferrarse a la vida, con sus grandes  ojos mirando el cielo tan lejano. Se quedó  observándolo morir lentamente mientras la angustia le cerraba la garganta. Lo levantó del suelo delicadamente, como si ese gesto tuviese algún valor. Fue su primera muerte. Cavó una pequeña fosa y llorando lo enterró. Al lado del pájaro colocó su gomera.

Ceniza



El cielo es plomizo, gris; tan gris que puede confundirnos sobre cuál es la hora real: estamos en el mediodía y la luminosidad es idéntica a la de las seis de la tarde. Algunos asientos detrás de mí del colectivo en el que viajo, la conversación que escucho se mimetiza con el paisaje que veo del otro lado de la ventanilla. Un hombre se queja, a su compañera de viaje, de cuánto es menospreciado su talento, de todas las cosas que cambiará para ganarse el respeto de sus mediocres colegas, de lo bien que hablan de sus cuentos encumbrados escritores, de los talleres que es capaz de organizar para un alumnado ávido de su luz. La mujer escucha y sobre el final de cada párrafo estimula con pocas palabras su verborragia, su catarsis, su sermón. El hombre habla en voz alta y cada tanto se enoja con el universo que conspira en su contra. El cielo, mientras tanto, se vuelve ceniza.

Sentí que el hombre tocó el timbre solicitando detenerse en la próxima parada. No  pude dominar  mi curiosidad por observar sus rasgos, intentando comprobar si su voz correspondía con la imagen que me formé de él sin haberlo mirado una sola vez. Descendió antes que la mujer; iba envuelto en una nube densa que impedía escudriñar sus rasgos. Allí quedó, dentro de la borrasca donde solo se distinguía una mano de la mujer. Miré hacia atrás y vi la nube. En la calle, el día resplandecía majestuoso.