El regreso

Volvía con paso lento, arrastrando los pies y el cansancio. El viento mantenía un ulular constante, hipnótico, adormecedor. Bajaba la vista y se llenaba los pulmones con el aroma de las flores. Calculaba mentalmente el tiempo que tendría que caminar hasta ver la casa, seguramente con toda la familia aprontando los detalles para la fiesta. Sonrió. Pensó que su hermana sería feliz en su casamiento y en los días que vendrían y que su padre lo estaría esperando ansioso para que lo ayudase a cortar la carne para distribuirla en los asadores. Sus hermanas menores colgarán las guirnaldas y los candiles, estarían ahora sacándole las arrugas a los manteles en las mesas largas donde cenarán las dos familias. No se alcanzaban a ver las luces todavía y el campo se extendía ante sus ojos. El viento seguía silbando una única nota. No recordaba porqué se alejó tanto de la casa. La escopeta colgada sobre el hombro se balanceaba al ritmo de su paso. Tenía sed y sabía que un vaso de vino estaba más cerca. Las imágenes se le mezclaban con las de Ramón tirado boca arriba sobre la hierba.

Sería esta la primera vez que salía a cazar y regresaba con las manos vacías. Alcanzó a ver a una bandada de patos surcando el cielo pero el silbido del viento era más fuerte que sus graznidos. Cosa extraña una tarde tan fría en sus pagos. Que no llueva, imploró al cielo, o se aguará la boda.

Sentía latir el corazón en los oídos y cuando miró al suelo vio una mancha de sangre en la bota derecha y otra en el pantalón a la altura de la rodilla. Instintivamente se llevó la mano a la oreja izquierda. Algo lo molestaba. La retiró húmeda. Era sangre. Y volvió a hacer el esfuerzo de recordar dónde se había lastimado y con qué. Al llegar a la casa se daría un baño y se afeitaría.

Algo se movía a lo lejos. No distinguía bien a sus primos pero venían a su encuentro con los brazos abiertos. Desde donde se hallaba parecía que viniesen gritando pero él solo seguía escuchando el viento. Agitó la mano y apuró el paso.

Eran siete. Los pudo contar. Salieron a su encuentro abandonando por primera vez el pozo de zorro desde que empezó el bombardeo. El viento soplaba más fuerte.


Navidad gris y con nieve adentro


Caminábamos con mi hija rumbo a la casa de mi madre para festejar en familia Navidad. Llevábamos nuestras bolsas de regalos para colocar en el árbol como todos los años.
La fecha siempre fue especial para la familia, porque  el 25 de diciembre era el cumpleaños  de mi viejo. Así que a las 12 levantábamos las copas, brindábamos, nos deseábamos feliz navidad y abrazábamos a papá para desearle feliz cumpleaños.
Todos compramos regalos para todos y los dejamos en el árbol cuando llegamos.
Mi hija, mientras caminábamos, recordó un año especial.
Yo llegué con mis bolsas, todas provenientes de una marca de ropa masculina y en cada una de ellas prendas para varón.
En casa de mi madre festejábamos ése año mi hija, mis dos hermanas, mi madre y mi sobrina. Ningún varón salvo el que hacía los presentes.
Todos abrieron sus regalos y me agradecieron los mamarrachos que había comprado en el mismo lugar, todo junto. Remeras, pantalones de tamaños enormes.
Yo no recordaba eso y cuando llegué a casa comenté la conversación y absolutamente todos aprobaron con sus gestos y sus reflexiones sobre aquella Navidad.
Todos menos yo. Lo había borrado. Los escuchaba como si contasen la historia de otra persona. Entonces hicimos el ejercicio de recordar el año de aquel despropósito. Había sido aquel en que por primera vez mi viejo no festejaba con nosotros. Se había ido en octubre.
Mi hija dijo que yo estaba enojado con el Mundo.
No recuerdo tampoco si afuera nevó.

Tomo partido


Estoy a favor del toro en las corridas y del león en los safaris, de los rebeldes en las revueltas, sobre todo en aquellas que combaten los marines. Mis héroes no usan capa ni antifaz, ni vuelan por los aires, ni manipulan rayos poderosos. Son, fundamentalmente, humanos hasta la médula.

Cuando el imperio más poderoso de la historia bloquea, hostiga y combate a una pequeña isla presto atención. Si su fuerza, la encargada de los trabajos sucios, ésa cuya sigla es la palabra Compañía en castellano, reconoce oficialmente haber trabajado en 634 atentados contra un hombre, inmediatamente pienso que han sido más los crímenes cometidos, y sospecho que fueron impulsados por el miedo de que ése mal ejemplo se propague.

Han llovido, como llueve hoy en Buenos Aires, contra él miles de acusaciones. Y han mezclado su imagen de dictador con la de otros que, mientras le sirvieron al imperio, fueron sus ejemplares aliados.

Su eterna, poderosa e indómita rebeldía ha oficiado de faro para varias generaciones de jóvenes que creyeron que otro mundo es posible.

En los principios de su gesta heroica eligió como compañero de armas a un argentino, otro ícono que no pudo sepultar el fin de los tiempos y las utopías. Juntos iniciaron un periplo desde México para desembarcar en Cuba y construir su cuartel rebelde en la Sierra Maestra. Juntos entraron triunfales en la Habana. El argentino tuvo otro sueño y para poder cumplirlo se separaron.

Algo me dice que pueden volver a encontrarse en este momento o renacer, con otros nombres, en el alma de dos niños y que, pasado un tiempo, algo parecido a lo que ya sucedió se repita. Y el sabor de la justicia se pueda paladear en otras bocas.

No tanto disparate

Este libro me ha dado, desde su nacimiento, muchas satisfacciones. La primera fue cuando vi las lágrimas de mi viejo hojeando las pruebas de galera. Fue para su cumpleaños y él no sabía que yo estaba metido en este proyecto.

Cuando se editó, estuvo a punto de ser declarado de lectura obligatoria por el Ministerio de Educación.

Y luego vinieron otros momentos. Hace unos meses, se editó una nueva versión por La Causa Gracia, con la magnífica ilustración de Julio y Darío Parissi. Padre e hijo colaborando en el mismo proyecto. Tal para cual.

Un amigo, Osvaldo Negri, me dijo hace poco tiempo, que había un elenco en San Martín que estaba haciendo una adaptación de una parte del libro.
Hoy me llegaron los agradecimientos oficiales y algunas fotos de la función a la que desgraciadamente no pude asistir.

"Anoche  ante más de un centenar de amigos y representantes de instituciones, pudimos disfrutar  en la  Casa Universitaria la obra “Viva la Patria”, celebrando una vez más el Bicentenario de la Independencia con esta comedia,  la cual es una adaptación del libro de Roberto Molinari, “Disparates de la Historia Argentina” , donde se revive con alegría ese día único. Los actores son un grupo de amigos de tenis de la Sociedad Alemana de Gimnasia de Villa Ballester -SAGVB. Trabajaron durante meses con el fin de divertirse, recrear un pasaje de nuestra historia nacional -nada menos que la declaración de la independencia!!! 
Gracias a los amigos que con amor a la Patria y la historia concretaron esta obra magnífica que quedará en nuestra mente y corazón por siempre!!! Marisa Benedetti Juan Moreira.- Fabian Beni -Juan Agustín Maza.- Omar Catania- Juan José Paso.- Erika Costa -Pedro Medrano.-Gustavo Fenochio -Pedro León Gallo.- Liliana Martínez -José Ignacio de Gorriti.-  Gerardo Mazzocchi-  Fray Justo Santa María de Oro.- Leonardo Gaiad Menoyo-  José Francisco de San Martín y Matorras y Tomás Manuel de Anchorena.- Liliana Pérez -Doña Francisca Bazán de Laguna.- Facundo Pérez - José Casimiro Rondeau.- Alejandro Pereyra-  Inodoro Pereyra  y José Ignacio de Castro Barros.- Alberto Pinter-  Martín Fierro y Francisco Narciso de Laprida.- Vlado Rasic -Pedro Ignacio de Rivera.- Marcelo Rébora - Juan Bautista Cabral.- Y un agradecimiento especial a la Directora de Reflejos de la Ciudad, nuestra querida amiga, Fernanda Abdala.
Junto a la Lic. Martha Barciela, Vicepte de la Asociación Sanmartiniana y la Dra. Diana Cùccaro  Vicepte de la Casa Universitaria entregamos a los actores una Mención Honorífica, y un ex libris sobre “San Martín y su influencia en la Independencia”
Me siento muy feliz  y agradecida por  cerrar el año cultural con esta magnifica obra, porque el trabajo y esfuerzo realizado dio sus frutos…Pina"










Mi agradecimiento a los actores, que espero conocer pronto.


El dibujante de historietas

Ilustración: Julio César Parissi

Damián se colocó el abrigo y desenroscó del perchero su bufanda de lana, se ajustó la boina y miró a todo el staff del diario con la más ancha de sus  sonrisas. La luminosidad en el gesto tenía dos motivos: había entregado el material completo para la  edición del fin de semana y afuera lo esperaba su mejor amigo. No sabía Damián que quería decirle Tucho, pero por el entusiasmo de su  voz en la llamada solo esperaba buenas noticias.

Cruzó la puerta del edificio del diario y Tucho, apurando el paso para el encuentro, extendió hacia él sus brazos. Me caso, Damián, me caso, alcanzó a entender en medio de los gritos de su amigo. Cruzaron la avenida  entre palmadas en la espalda, rodeados de un intenso júbilo, totalmente ajenos  a los coches que doblaban en la esquina con el corte del semáforo. Un bocinazo los trajo de regreso a Tierra y tras la sorpresa y los insultos del conductor, volvieron las carcajadas. Entraron al bar y eligieron una de las mesas cercanas a las ventanas que daban a la calle. La temperatura, que había  bajado un poco más con la llegada de la noche y la alegría del encuentro los inspiró a elegir una bebida espirituosa y noble. Pidieron dos whiskies e hicieron sonar los vasos antes de beber.

-Sabés lo importante que  sos para mí –le dijo Tucho a su amigo mirándolo fijamente, como correspondía a la trascendencia de la frase que acababa de decir.
-No jodas, ya lo sé y vos también.
-Quiero que dejes tu sello en este momento de mi vida –le dijo Tucho llevando el vaso a los labios para hacer una pausa. Quiero que nos hagas la tarjeta de casamiento con una de tus tiras.
-Va a ser un honor.
-Qué bueno. Conociendo tu timidez, pensé que te iba a tener que pedir por favor. Además,  ya sos un consagrado.
-Dejate de joder –le respondió Damián sonriendo. Solo tengo una tira en el diario y la colaboración en esa revista  de mierda.
-Puede ser una mierda. Yo no entiendo mucho, pero es  la  que más se vende y toda la barra, los ex compañeros del colegio, nuestros amigos, saben que vos estás ahí.
Damián hizo el gesto de volver a chocar los vasos y Tucho le correspondió.
-¿Qué querés que haga? –le preguntó Damián con el mismo tono que el mozo cuando los atendió.
-Lo que se te ocurra, lo que quieras, cualquiera de esas cosas divertidas que se te ocurren a vos.

La fiesta de casamiento de Tucho, pagada por el padre de la novia, fue un lujo, y todo el mundo comentaba los detalles de la singular tarjeta de casamiento, dividida en catorce cuadritos de historieta. En el primero estaban los recién casados en el primer encuentro con las frases que se dijeron al conocerse. En el segundo, el casamiento con ellos en primer plano y un superpoblado fondo de cabecitas rodeándolos en la pista de baile. El tercero eran ellos viajando en auto,  en el cuarto, ella con una panza enorme y el quinto la llegada a la familia de trillizos. En el sexto la familia estaba dibujada en una casa de película, parados al frente como si se tomaran una foto, el séptimo los cinco subiendo a un avión. Los souvenires también tenían un dibujo de Damián con el nombre de  los tres chicos que había imaginado en la historieta. Luis, uno de los integrantes de la  barra de amigos de la adolescencia, que tenía el siguiente turno para pasar por el registro civil, dio mil vueltas para pedirle lo mismo que había hecho  para Tucho,  con la  vergüenza de quién está copiando una idea que observó en otro, y con el miedo de que el gesto de admiración hacia Damián sea confundido como una señal de envidia hacia su otro amigo. Damián aceptó la propuesta sin reparos. Al fin de cuentas, le resultaban divertidos estos compromisos.

Tres meses más tarde Tucho y su mujer llegaban a la fiesta de casamiento de Luis en el auto que le había entregado la empresa por su nuevo cargo. Alguien recordó, observando la escena, que el auto estaba dibujado en el tercer cuadrito de la historieta de Damián. La segunda alegría en la llegada del matrimonio a la fiesta fue parecida a aquel encuentro a la salida del diario. Tucho le abrió la puerta del auto a su mujer y cuando ella descendió colocó sus manos sobre el vientre de su esposa sonriendo a sus amigos. El grupo corrió a abrazar y felicitar a la pareja. El cuarto cuadrito de la historieta de la tarjeta que Damián había dibujado se cumplía como una perfecta premonición.

Damián tenía más espacios en los medios gráficos y fue convocado para dibujar escenas del juego durante un partido de la selección nacional de fútbol. En medio de los  gritos de la platea recibió un llamado. Era su amigo Tucho para pedirle que se agarrara fuerte de lo primero que encontrara a mano. Esperaban trillizos. Y te voy a dar una novedad: compré una casa.

-Damián, no seas boludo. Empezá a jugar a algo porque también acertaste con los primeros cuatro cuadritos de la historieta que hiciste en la tarjeta de casamiento de Luis.

Damián, sonriendo, levantó la vista al dibujo que había terminado y comprobó, para su sorpresa, que los goles del triunfo de la selección se marcaron exactamente como los había dibujado.

Esa noche no pudo dormir como siempre. Se acostó extrañamente inquieto. Fue un esfuerzo inútil intentar concentrarse en el libro que leía antes de dormir y pensaba en demasiadas cosas a la vez. No era placentero ese estado. Algo en su interior le estaba dando señales que se avecinaban otros tiempos. Su  cuerpo se encontraba en estado de alerta. Se quitó los lentes, apagó la luz y puso la mirada en el cielorraso. Por la persiana de la ventana se filtraban las luces de los autos que pasaban en la madrugada.

Se despertó unos minutos antes que sonara el despertador. Puso la pava en el fuego para preparar unos mates, encendió el celular y mientras se lavaba la cara escuchó la señal de alarma de los mensajes recibidos. Antes de volver a la cocina, levantó el teléfono, se colocó los lentes y se sorprendió que tuviera siete mensajes a esa hora. Dos llamadas eran de teléfonos que no registraba. Mientras caminaba hacia la cocina, comenzó a escuchar los mensajes pendientes. Antes de clickear al primero de los mensajes la pantalla comenzó a titilar con una nueva llamada entrante. Atendió.

-Buen día. ¿El señor Damián Bosco?
-Si. ¿Quién habla?
-Soy la secretaria del señor Mieres, intendente de Tandil. Un segundo que le voy a pasar con él que quiere hablarle.
En unos segundos escuchó una voz grave y firme.

-Damián, encantado -escuchó que le decían amablemente. Nos gustaría contar con usted para un trabajo que queremos hacer en nuestra intendencia. Me gustaría hablar con usted personalmente. Mañana viajo a Buenos Aires por reuniones de trabajo, ¿Podríamos reunirnos a la tarde?

Se encontraron en un bar del centro como habían acordado. El intendente, un hombre de unos sesenta años, era claro y directo. Cumplió con el protocolo de las presentaciones de rigor y habló con frases cortas, sin gestos ampulosos.

-Mire Damián. Por un amigo me enteré de las tarjetas de casamiento que le dibujó a sus amigos y estoy dispuesto a invertir en una apuesta. ¿Cuánto me cobraría por hacer una historieta de nuestra ciudad? Tengo la idea de jugar un dinero a que su talento nos puede dar una mano.
-No entiendo. ¿Qué tipo de historieta? ¿Una para una publicidad política?-preguntó Damián antes de llevarse el pocillo de café a los labios.
-Nada de eso. Queremos una historieta sobre la ciudad. Usted dibuje libremente lo que se le ocurra. Su trabajo quedará expuesto en la secretaría de cultura pero no lo utilizaremos para ningún tipo de publicidad.
-Mire, yo dibujé las tarjetas porque conozco la historia de mis amigos pero nunca fui a Tandil.
-Está invitado a alojarse donde usted desee. Si está en pareja, es una excelente oportunidad para pasar unos días donde combine relax y trabajo.
-Gracias, pero no entiendo cuál es el interés de la ciudad para que yo exponga cuando supongo que serán unos pocos los que me conozcan por mi trabajo.
-Cuando me contaron de su caso -lo interrumpió el intendente, supe que estaba frente una historia muy particular. Yo creo, que usted tiene un don especial que desconoce. Estoy casi seguro que de alguna manera lo que usted dibuja como una ocurrencia o inspiración, termina sucediendo, como en el caso de sus dos amigos.
Damián comenzó a entender la idea y a sentirse inquieto, a pensar de qué manera se enteraron sobre lo que había sucedido con los dibujos y en qué circunstancias para que trascienda su trabajo de esta manera.
-¿Usted cree que lo que yo pueda dibujar de Tandil se cumplirá?
-Damián, es solo una apuesta. Usted no pierde nada con dedicarle unos días de su talento a mi ciudad.
Damián intentó evadirse.
-Tengo que hablar con mi novia…
-Excelente. La convencerá. El mejor hotel de la ciudad o una posada fantástica al pie de la sierra. Lo espero. Confírmeme la fecha por correo electrónico -dijo el intendente extendiéndole la mano para sellar el acuerdo.

Damián llamó a su novia al salir del diario y la invitó a cenar. Mientras comían le contó sobre la propuesta que había recibido.

-Perfecto. Una mini luna de miel -le dijo ella alzando la copa de vino.
- No tan perfecto, Gra. Yo dibujé siempre conociendo a la gente, imaginando los lugares comunes. ¿Qué voy a hacer mirando a una ciudad?
-Damián, mi amor, el partido de fútbol lo dibujaste sin saber y se dio. Hacé lo que se te ocurra y disfrutamos unos días bárbaros.
-No me entendés. Voy a ir con mi block a mirar una ciudad y dibujar los próximos dos años de sus habitantes. No son tres amigos, no es un partido de fútbol donde participan veintidos personas más tres árbitros. Son miles.
-Es cierto -dijo ella apoyando la copa. Pero tenés tanto material!!! Buscá algún proyecto de historieta vieja que te hayan rechazado y jugá con eso contando la historia de cuatro o cinco personas. O fijate en algún spot publicitario, de esos que cuentan la maravillosa historia de un pueblo feliz -terminó rematando cuando notó que él acompañaba el discurso con la mirada.

Al llegar a su casa, Damián pensó en la situación. Se sentía enmarañado. Toda una carrera de pasos firmes y ahora, que podía sentirse afianzado, disfrutando de un momento de plenitud profesional, surge esta encrucijada que parecía escrita para una película de ciencia ficción. Se sirvió un café y lo bebió despacio, observando la calle desde la ventana. Apoyó la taza en la mesa del comedor y recordando los consejos de su novia, se dirigió al estudio. Abrió el cajón donde archivaba el material viejo o descartado y empezó a repasar cuánto de todo lo que alguna vez fue desechado podía reciclarse, si ése remozamiento fuese posible.
En una de las carpetas encontró los primeros dibujos hechos en las horas libres de la escuela técnica. Miró caricaturas a compañeros y profesores que lo hicieron sonreír y transportarse a una época que quedó marcada en su memoria como feliz. Un block viejo tenía en su carátula un título sugerente: Proyecto Futuro. Calculó que por entonces tendría dieciseis años. Su letra fue mudando en sus formas y carácter, y al principio le costó reconocerla como propia. No recordaba ese material. Lo hojeó rápidamente y contó catorce cuadritos de una historieta con unos pocos textos al pie de algunos dibujos. Trató de hacer el ejercicio de volver a la historia para entender su motivación original. En el primer cuadro el personaje estaba de pie, al frente de una clase, con las cabezas de sus compañeros al frente y el pizarrón a sus espaldas. En el segundo había personas a su alrededor arrojándole cosas no muy bien definidas en los trazos. El corazón se agitó en el reconocimiento de una escena. El ritual del alumno que aprueba y egresa y sus compañeros lo esperan a la salida del colegio. Después la historia tenía trazos más definidos y referencias al pie de cada cuadro. Su primer empleo en una empresa de publicidad gráfica, un diploma como premio a un trabajo, extraordinariamente parecido al que aún conserva colgado en la pared de su estudio, su ingreso a los medios gráficos, sus festejos con amigos, una figura femenina que lo hizo recordar a su novia y sonreír, otros dos cuadros de fiestas y en el último, el protagonista, muy parecido en sus rasgos elementales a él mismo, con la mujer que le hizo recordar a su novia. Al pie del cuadro tres palabras: Viajan a Tandil.

Aullidos lejanos


Existe copiosa literatura sobre hombres, víctimas de alguna maldición o conjuro o cierta anomalía genética, que se convierten en lobos o en perros bajo determinadas circunstancias. No hay en cambio, nada que cuente el camino inverso, o sea perros o lobos que hayan mutado a seres humanos. Es probable que estos animales, en su inmensa sabiduría, hayan elegido quedarse del lado menos cruel y violento de la naturaleza.
En la foto hay dos perros: el de la izquierda es Moreno y el de la derecha Timón. Ambos llegaron a casa de mi madre, donde siempre  hubo perros y gatos, desde un mismo lugar: un refugio para cachorros abandonados. Los diferencian las condiciones de arribo. Moreno llegó en óptimo estado de salud y Timón derrumbado por los malos tratos y golpes que recibió antes de ser abandonado. Llegó alzado en brazos y no hubo manera de que se incorporarse ni para comer ni para beber agua. Moreno se ocupó de oficiar de enfermero. Estuvo pegado a él para animarlo, motivarlo a incorporarse, sacando de su galera todo su repertorio: ladridos, empujones con el hocico, pelotas de tenis colocadas en su cercanía. Tres días de intenso e ininterrumpido trabajo dieron sus frutos. Timón aprendió que hay otra vida posible y se animó a vivirla.
Unos pocos meses después alguien que no entra en la categoría de humano arrojó en el jardín a una gata de  pocos días en muy mal estado. La encontró Moreno y se encargó de ubicarla bajo su protector amparo. Lamía sus heridas, dormía con ella dándole calor. Al poco tiempo la gata daba muestras de conducta propias de un perro y andaba por  el jardín debajo de las patas de su protector. La suerte no la acompañó. El perro de un vecino la destrozó cuando caminaba por la medianera.
Hace pocos días vino de  visita una amiga de mi sobrina con su beba de meses, Valentina. Cuando la beba comenzó a gatear, Moreno se arrojó al suelo y arrastrándose acompañaba su desplazamiento a su misma altura. Le limpiaba los mocos con su lengua, movía la cola lleno de felicidad cuando la beba respondía a sus estímulos..
Cuando observamos que Moreno aprende solo a abrir todas las puertas de la casa con diferentes pasadores y sistemas, consideramos la posibilidad que su inteligencia responda a otros factores.
Es probable que en otra vida haya sido científico, algún filósofo, que supo darse cuenta a tiempo cuál iba a ser su rol en el mundo.


La sortija

Para Claw, el buscatesoros


Cruzó la calle con la visión borrosa. Las lágrimas habían asomado como las nubes imprevistas, empujadas por el viento de la nostalgia y la tristeza de su amigo enfermo. Bajó la vista y apoyó el pie en la calzada y le llamó la atención un reflejo dorado semienterrado en las juntas de alquitrán del pavimento. Se agachó para despegarlo y recogerlo y lo identificó fácilmente. Era una sortija de calesita, un precioso objeto de la infancia, una pequeña e inequívoca señal que oficiaba de puente entre aquellos días felices con su amigo y éstos que debía soportar sobre los hombros y el alma.

El corazón se agitó con un deseo súbito: volver a la calesita de Boyacá, donde en la niñez llegaba de la mano de su abuela, a quien sin insistir demasiado, convencía para salir a la calle en el momento más caluroso de la siesta de verano. Aquel calesitero la ponía en marcha para su único pasajero. La música y los giros del carrusel no tardarían en convocar al resto de los niños del barrio.

La amistad con Marcelo se forjó entre corceles, biplanos, jirafas y autos de carrera. Tuvo la esperanza, con las manos en el alambrado de encontrarlos a ambos ésa tarde, pero el carrusel que conoció se había transformado. Lo único que se conservaba igual desde aquellos años era la pera de madera y su sortija. El calesitero era más joven que el que permanecía en su recuerdo, la música circense fue reemplazada por canciones infantiles que no conocía. Esperó que la sortija estuviera en la mano ganadora y se acercó al calesitero. Le extendió la mano y le contó que las primeras aventuras de su vida comenzaron en aquel sitio. Si faltaba algo para convencer a ése hombre que estaba frente a una persona extraña fue la propuesta de comprarle la pera y su sortija. El hombre entendió que se trataba de algo más que un berretín, una excentricidad o el capricho de un coleccionista. En aquellas palabras subyacían sentimientos más profundos. El hombre ordenó sus ideas para explicarle que no podía venderla porque esos elementos dejaron de fabricarse, como las calesitas, hacía unos años.

En una maderera consiguió la pieza que necesitaba. Trabajó en ella durante días, dándole la forma que él recordaba claramente, lijándola, barnizándola, incrustándole flejes de bronce y ajustando a la medida exacta el encastre de la sortija en el orificio central. Mientras trabajaba con paciencia y perfeccionismo de orfebre volvió a paladear el sabor de la victoria de aquellos días cuando vencía las fintas de la pera y la sortija que dibujaban en el aire los golpes de muñeca del calesitero y quedaba aprisionado en su puño el triunfo que lo premiaba con otra vuelta gratis.

Volvió a la calesita de la calle Boyacá con la pera que había fabricado. El calesitero no salía de su asombro. Tenía en sus manos una herramienta de trabajo de mayor calidad que la que poseía, castigada por las lluvias, el sol y el paso de los años, y le estaban proponiendo un trueque mano a mano. Toda la familia vino a ver al extraño personaje obsesionado con un tesoro de su infancia.


Su amigo Marcelo se recuperó y a los pocos días abandonó el sanatorio. Él llevó la pera y la sortija a su casa y la colgó en el descanso de la escalera que conduce a la habitación donde dibuja y trabaja. Muchas veces, cuando desciende la toca. Sobre todo en aquellos momentos en que necesita descender algunos peldaños de la línea del tiempo para sentirse tan feliz como en la calle Boyacá.

Dalmiro


Cuando murió Humberto Costantini, mi maestro, anduve perdido como un huérfano. Escribía, pero nada de lo que producía me gustaba y ya no contaba con su consejo.
Una noche, reunido con los integrantes de su taller literario, Humberto nos dijo que había colegas que tenían buenos ejercicios para trabajar y que él nos aconsejaba seguir con alguno de ellos. Uno era Abelardo Castillo, el otro, Dalmiro Sáenz. Dalmiro, nos decía, tenía uno fascinante: Setenta maneras de bañar a un elefante. El dato quedó registrado a fuego.
Una mañana, me encuentro con Dalmiro en la calle. Me presento y le digo que quiero trabajar en su taller. Me preguntó qué escribía y le conté. Le dije que algunos de mis cuentos fueron publicados en Página 12. Entonces, mirándome directo a los ojos me dijo. ¿Sabés cuál es la parte del cuerpo que más le duele a un escritor? El culo. Apoyá el culo en la silla y escribí, pibe. Si ya publicaste en Página 12 no tenés nada que aprender conmigo, tenés que trabajar. Y me contó una historia.
Yo me inventaba excusas para no trabajar. Salía a comprar el diario, desayunaba, se me escurría la mañana haciendo boludeces. Y una de mis mujeres me quitó las trampas. Me levantaba temprano y tenía el desayuno listo y el diario al lado de la taza de café. Y yo no tenía más remedio que escribir. El tiempo en que duró ése matrimonio escribí más que en ningún momento de mi vida. Así que mi consejo es que pegues el culo a la silla y escribas sin parar, como en un trabajo, exigiéndote, aunque no haya un jefe que te vigile, te exija y te pague por lo que hagas.
La charla no duró más de media hora. Y me di cuenta en ese rato que sabía de lo que estaba hablando.

Me ayudaron los libros de autoayuda

En todos los talleres a los que concurrí aprendí algo. Uno de ellos decía: “Con esfuerzo, todo deseo es realizable” Y me dije: voy a ser compositor de tangos. Y recordé que en el taller Vivencias y aprendizajes nos daban algunos tips. Fui al cuaderno de apuntes y me puse a trabajar.

En un recuadro decía: “Para escribir hay que vivenciar”. Agarré un bolso, lo llené con la muda de ropa sucia de la semana y fui a la casa de mi madre para pedirle que lavara la ropa para mí mientras yo la observaba, block en mano y escribía. Es increíble lo lentas que se vuelven las personas cuando pasan los 85. Ahí estaba mi vieja en el piletón como en el tango “El sueño del pibe”, aunque nadie golpeó la puerta de la humilde casa, pese a que yo había cortado la luz para que mi vieja no se tentara con el lavarropas. Invierno crudo. Con los guantes de lana me costaba sujetar bien el bolígrafo. Pasó el invierno. A mi vieja la internaron con neumonía y a mí no se me ocurrió nada con su sufrimiento ni con las preguntas que me hacía cuando podía hablar sin la máscara de oxígeno. Me dije: “no es el tema. Pasemos a otro”

Empecé a tirarle onda a la mujer de mi hermano mayor. Nos encamamos un par de tardes cuando él se iba para el fútbol pero no pasé la segunda estrofa de “El hermano Judas” que ya me había empezado a cansar la frase de Bety: “Hacerle esto a Pepe que es tan bueno”. Ya había gastado dos blocks garabateando y solo tenía dos estrofas sin música.

Pensé que por ahí no estaba vivenciando bien como pedían en el taller. Me compré dos botellas de licor barato y me senté frente al ventanal donde calculé que el sol arrastraba su caracol de sueños. El que se arrastró fui yo para llegar al sillón y dormir como un animal. El hígado me latía más fuerte que el corazón. Nada.

A un duelo a cuchillo no me animaba, así que fui a las carreras de caballos. Gané las tres y no pude llorar por haber perdido la guita. Uno pone voluntad pero si la mala suerte no te pierde pisada, estás frito.

Llegó la factura de luz y me fui derechito para el lado del bolero. Así fue que compuse “Voy a pagar la luz para pensar en tí”.



El regreso del caballo

Cada tanto, mi hermana Teresita, reflota una anécdota familiar.
Para conmemorar un Día de la tradición, en la escuela le pidieron un dibujo alusivo. Preocupada por su tarea me consulta.
-No sé si sabés que el dibujo es uno de mis grandes talentos-le dije con aire de misterio.
Ante tamaña presentación me pidió que dibujara algo en su cuaderno.
-Ahora no tengo muchas ganas…
Y allí comenzó una cadena de ruegos en continuado.
Y yo que seguía en mis trece hasta último momento. Entonces le pedí el cuaderno.
Cuando vio la obra terminada no sabía si llorar o asesinarme.
Fui a comer con una amiga y su pareja le pidió que en honor a su padre dibujásemos en el mantel de Pipo algo, respetando una tradición paterna que cuando se reunía con alguien, para plasmar su alegría y en homenaje, hacía germinar imágenes maravillosas sobre el mantel de papel.
Volví a recurrir a mi caballo.
Mi hermana sostiene que es mucho mejor que el que dibujé cuando ella era una niña.

No quise explicarle que el arte y el artista evolucionan hermanados y en forma paralela.

El humorista en su laberinto recurrente


En los 80, algunos humoristas tuvimos un espacio de encuentro en común: El Bululú. En ése teatro que hoy sigue presentando espectáculos de humor, he trabajado durante años.
Allí presenté SOLO MOLO, una obra con distintas rutinas humorísticas y varios personajes. Tenía el vestuario en una silla y me cambiaba con una luz tenue en escena.
El número final era actualidad. Comentaba con humor las cosas que veía en los diarios y cerraba con una canción o una frase.
Una de las rutinas de aquel ciclo 89-90 era un monólogo que hoy encontré ordenando papeles y que no está pasado a digital.
Con la sala totalmente a oscuras, yo contaba una escena que cambiaba de personajes cuando me colocaba unos lentes negros. El texto era el siguiente:
Iba yo muy tranquilo, con mi carrito por supermercado, con uno de los último modelo, los económicos, para llevar dos o tres cosas nada más, cuando un grito de terror, inhumano, surgió entre las góndolas. Un hombre le preguntó a un repositor dónde estaba el café. Un silencio de cementerio envolvió al supermercado. Las cajeras dejaron de registrar, el señor que hablaba por los parlantes quedó mudo, la gente quedó absorta mirando hacia el lugar donde se había partido la pregunta. Yo me limpié los lentes porque no podía creer lo que estaba escuchando. Hubo una ola de desmayos y un señor gordito de bigotes que decía: Un médico allá, otro más allá y una ambulancia que siempre se pierde. Se escuchó un estrépito de puertas abiertas al mismo tiempo y un hombre de lentes negros, salido de una película de terror gritó:
-Con que vienen por más, eh? ¿Quieren guerra? Guerra tendrán, malditos!!! Muchachos, a ellos!!!
Y se avalanzaron sobre nosotros quince o veinte gorilas armados hasta los dientes con remarcadoras.
-Tu, Joe, los lácteos, Tu, Mike, artículos de limpieza!!! ¡¡¡Jimmy cubre a esa vieja que compras huevos!!!
Y como una tromba empezaron a etiquetar sobre lo remarcado dos horas antes. Yo quise zafar pero uno de los monos me puso 123,20 en la espalda al tiempo que vociferaba: ¡¡¡Dulce de batata!!! Mientras me deshacía de una gorda que intentaba meterme en el carrito, porque era muy barato, vi como etiquetaban la dentadura postiza de un viejo que se le cayó cuando abrió la boca por el asombro. 
-¡¡¡Johny, ése chorizo, imbécil!!! Que nadie se mueva y nadie saldrá lastimado, venimos del fondo.
Y no era del fondo del supermercado.
Yo intenté escapar pero alguien me tomó por la espalda.
-¿Dónde cree que va, amigo? Muéstreme su peaje.
-¿Qué peaje?
-Intenta decirme que pasó por la puerta de entrada sin pagar?
-No sabía -alcancé a decir cuando otro sujeto volvía a remarcarme 153,80 sobre la etiqueta anterior.
Una anciana, con lágrimas en los ojos, se quitaba los aros y las pulseras, un hombre con voz quebrada dijo: Está bien, está bien, pero no le hagan nada a mi hijo...

Es un monólogo de 27 años de edad. Casi la que tiene mi hija. Y vuelve a tomar vigencia.


Disparates de la historia argentina



Vuelve a darme satisfacciones.
Un libro que refleja la historia con humor. Ahora editado por la mano magistral de Julio Parissi.

Sé que te vas a reír.

¡Qué semana, aquella de mayo!

Le hicimos honor a la Patria y presentamos un libro en clave de humor sobre su historia.
Tuve el inmenso honor de presentarlo con colegas que admiro, que me hacen reír, que me motivan.
De izquierda a derecha: Nacho Rossetti, Julio Parissi, a mi izquierda: Ariel Carranza, César Guzzo, Santiago Varela y Claw.
Este libro había sido editado por Planeta hace unos años y me dio, como ahora, grandes satisfacciones.
Fue una semana que arrancó con esta presentación y culminó con el reestreno de Molónogos. Una verdadera semana de mayo.
A lo largo del año conté con un apoyo incondicional de un oriental: Julio Parissi, editor y magnífico ilustrador del libro.

Bajo el sello de La Causa Gracia, publicamos.
Gracias a todos los que acompañaron la gestación, el parto y la presentación en sociedad.

El escenario y yo, viejos amigos



Pocas veces me vieron. Pocas veces me vieron horas antes. Minutos antes de actuar. La previa a salir de casa, después de una siesta corta.

Doy mil vueltas pensando que me olvido de algo. Ya en la ducha comienza a invadir el cuerpo una extraña vibración, una exaltación desmesurada.

Pienso, repaso, doy otras vueltas, mientras me tomo un café, cargo el bolso con el vestuario y salgo. Salgo de casa diciendo siempre lo mismo: “¿Porqué no me dediqué a otra cosa?” Y entonces tendría la vida normal de los seres normales, vería un rato de tv, escucharía música apoltronado en un sillón. No saldría al frío de la noche con un bolso, como los albañiles a la madrugada yendo a trabajar, dispuesto a cumplir con el deseo de la gente que paga una entrada para reírse un rato como les prometí. Reírse y pensar. Carajo, ¿porqué no elegí otra cosa?

Entonces me distrae el viaje y me olvido por un momento, hasta llegar a la puerta del teatro.
Entonces surge el miedo a equivocarme, de olvidarme la letra, de tener un traspié, un furcio, una tos, un ataque lumbar cuando me levante del sillón para decir la primera línea. Y encuentro en la entrada del teatro la cara de mi hermana Tere, que siempre está acompañando cada proyecto, pienso en mi director y en no defraudarlo y la duda si ensayé lo suficiente. Y pienso en la gente que me dijo que vendría y que seguramente estará en la platea. Llego al teatro una hora y quince minutos antes de dar sala.

Entro a la sala, subo al escenario, lo incorporo como si fuera mi living, el lugar donde nací y me crié, que no tiene secretos para mí, sabiendo que es mentira y que siempre se guarda uno y no sé cuándo lo sacará a la luz para desconcertarme.

Repasamos los cambios de luces. Entro al camarín para cambiarme, trato de concentrarme y pienso en la gente, que cargada de expectativas, espera afuera. Salto y hago sombras, como los boxeadores, tiro golpes al aire, bailo, repaso partes del texto. Me golpean la puerta del camarín y son los segundos claves: “Damos sala”. Significa que cortan boletos, que la gente se acomoda en el lugar que eligió, que tengo que salir y esperar a que las luces de la sala y las del escenario se apaguen. Esos segundos me prueban quién soy. A partir de ahí voy a estar solo durante una hora, ni más ni menos. Ese es el verdadero acto heroico. Superar ése miedo inicial, esas ganas de salir corriendo.

Entonces se acaba la música, se van atenuando las luces. Todo es oscuridad. Corro el telón, camino por el escenario para sentarme en el sillón donde comenzará mi primer personaje, alguien a quien yo le dí parlamento sentado frente a una pantalla como ahora, pero que, a partir de ése momento, hará lo que le parezca sin consultarme siquiera. Las piernas no son firmes, el alma sí.

Se encienden las luces. Digo la primera frase. Comienzo a disfrutar. Ya no tengo miedo.