La última gambeta

 


Me hiciste llorar por segunda vez, Diego. La primera fue con aquella obra de arte del segundo gol a los ingleses.

Siempre a la izquierda, en el campo y en la vida.

Archiven la camiseta diez, cuélguenla que ya se la puso Dios.

Siempre para adelante, siempre buscando el arco rival, siempre de frente.

Te han quebrado, te golpearon de todas partes y nunca te pudieron parar. Te plantaste frente al Papa, frente a la FIFA y a cualquier mandamás de turno que ni en sueños disfrutó de tu talento.

Ahora van a germinar las anécdotas.

Ahora escribirán caras extrañas sus sentidas necrológicas, cuando te pegaron más que a cualquier otro. Ese negro cabeza que siempre dice lo que piensa y lo que siente. Ese rebelde que se hace un tatuaje de Fidel y otro del Che. Ese villero.

Gambeteabas siempre. Siempre.

Si yo fuera Maradona, viviría como él dijo Manu Chao en el film de Kusturica.

No quiero ver las noticias en la tele. No quiero ver sobrevolar a los buitres.

Paraste una guerra para verte jugar. Ningún Papa logró eso jamás.

Mil millones de personas saltaron con aquel gol en México. El pibe de Villa Fiorito les pintaba la cara a los piratas.

Me quiero quedar en la intimidad de mi tristeza.

Si hay un consuelo para este dolor es tener la certeza de que te vi, que no me lo contaron. No fue como cuando mi viejo me hablaba del Charro Moreno o de Ermindo Onega. Yo te vi apilar rivales.

Gracias por todo. Por lo que hiciste adentro y fuera de una cancha.

Buen viaje querido Diego.

 

 

 


Las buenas familias y la propiedad privada

 


Adolfo Bullrich

Un tal Martínez de Hoz, y esto de la Hoz fue como una señal premonitoria, en su carácter (porque carácter le sobraba) de presidente de la Rural, financió el extermino de los pueblos originarios de nuestro sur patagónico.
Se dividieron en 5 dueños 2 millones y medio de hectáreas ganadas con el sudor de la frente de los soldados y la sangre de tehuelches, patagones, mapuches y otras comunidades.
Rauch, un prusiano especialista en exterminio vino a ejercer su profesionalismo en nombre de unos pandilleros saqueadores que no se movieron de Buenos Aires a la espera de la llegada de la encomienda de prisioneros que los servirían como personal doméstico.
El que hizo justicia en todo este asunto fue Arbolito, jefe indio, cortándole la cabeza a Rauch y quitándole de manera radical sus ideas.
Rauch tiene un pueblo con su nombre y a Arbolito lo nombramos solo en Navidad o en la city con el cambio de moneda.
Los Bullrich hicieron el papel de inmobiliaria en esta obra argentina pero no fue necesario hacer guardia para mostrarle las propiedades a los usurpadores.
En toda América hicieron lo mismo con la suficiente habilidad para engañarte con su nobleza y señorío y hacerte levantar la voz por ellos que son gente muy educada y no grita aunque a veces les descerrajan un balazo en el marote a sus esposas en la intimidad de sus countries, cuando creen que peligra alguno de sus derechos, porque para derechos no hay como ellos.
Extrañamente, personas de rasgos aindiados suelen sacar sus banderas para decir Todos somos el campo aunque lo correcto sería expresar We are the country, pero el inglés no se ha divulgado convenientemente en las escuelas argentinas.
Qué chévere o qué Etchevehere, según sea el caso.