El largo viaje de la hoja de nìspero

En la villa del lago Marimenuco unos amigos construyen su casa. En su jardín, sobre el pasto, habìa una hoja de un árbol reconocida para mì entre mil: un níspero.
El dueño de casa se asombrò de mis conocimientos de botánica y hasta me señalò la procedencia de esa hoja impulsada por el viento. A unos treinta o cuarenta metros, uno de sus vecinos tenìa un árbol en su jardín.

Me criè en una casa levantada en 1919, al estilo italiano, con una larga galerìa en la que convergían los dormitorios, un parral que cubrìa toda la longitud de la construcción y hasta el 75 un terreno lindero donde mi abuelo cosechò tomates, radicheta, albahaca, ciruelas.

En el medio del terreno habìa un níspero enorme y frondoso, cargado de frutas en primavera, ideal para trepar y hacerse una panzada de jugosos y dulces frutos.

Descubrì que al abrirlos con un mordisco hasta la mitad, aparecían unas semillas de color marrón brillante del tamaño de un tercio de la fruta. Se podìan encontrar al morderlos dos o tres dispuestas en forma de racimo o separadas a una y otra mitad como las nueces.

A los once, con una de esas semillas, plantè el primero de mis árboles en el mismo terreno, cerca de la medinera que daba al vecino, con el cual compartìamos en el cerco divisorio un laurel.

Lo vi crecer y dar frutos a los pocos años y repetí el proceso de mi incipiente empresa forestadora en el fondo de aquella casa, donde durante décadas existiò un gallinero, tres higueras, un manzano, un mandarino, una mata de cañas tacuara que mi abuelo cortaba y dejaba secar para construir las guìas en las que, colocadas en forma de v invertida, crecían sus plantas de tomate.

El terreno se vendiò un año después de la muerte de mi abuelo y el cambio de dueño produjo dos cicatrices que jamás cerraron, una disputa y fractura familiar, por algo que se vendiò a un precio y que el Rodrigazo del 75 transformò en una pequeña fortuna en pocos meses y el triste espectáculo de las cuadrillas de obreros tirando abajo todos los árboles.

El níspero del fondo, hijo del que plantè en la quinta de mi abuelo, mantuvo la provisión de frutos riquísimos para nosotros, para los pàjaros que saboreaban los maduros y ya partidos por el sol en la parte superior de la copa y para las abejas, además de una sombra invalorable en un terreno que ya no tenìa a ninguno de los otros árboles, posiblemente muertos por orfandad, luego que mi abuelo abandonara este mundo.

Una centella intentò derribarlo pero solo mutilò un costado de su copa. Màs eficaces fueron las semanales fogatas de mi padre con todo lo que desmalezaba del jardín, con las cosas que carecìan de utilidad alguna cada vez que ordenaba el galpón. Avivaba el fuego a puro chorro de kerosene, logrando en pocos minutos que puertas y ventanas de las casas vecinas se cerraran sonoramente entre gritos de espanto, tan audibles a veces, como los insultos y maldiciones dirigidos a quien transformaba el barrio con su neblina en la bruma londinense.

Tuvimos que quitarlo una tarde a golpe de hacha, cuando vencido hacia un costado habìa comenzado a transformarse en peligroso para nosotros y para los vecinos.

La hoja de níspero hallada en el jardín de una casa cercana a un lago de Neuquen, me hizo viajar mil doscientos kilómetros en pocos segundos en una dimensión y en el mismo lapso treinta y cuatro años atràs, cuando manos bastante màs chicas e inexpertas de las que ahora garabatean estas letras, hicieron un pequeño hoyo en la tierra para plantar una semilla.

Motivaciòn, liderazgo, trabajo en equipo


Cuando abrì este blog, en el 2006, lo subtitulè como una ensalada de todo lo que hacìa, cartel pretensioso con en el que quise definir de alguna manera un compilado de material de mi autorìa de orìgenes diversos.
La producciòn ligada a lo artìstico, las reflexiones casi siempre apresuradas y una pasiòn de muchos años: la formaciòn de equipos de trabajo.
Me he dado cuenta que sobre èsto ùltimo no hay nada publicado y me resulta deshonesto haber enmarcado un cuadro sin el lienzo.
Unos años atràs comencè a escribir un libro sobre mi experiencia en la pràctica del Concepto Trabajo en Equipo, liderazgo y motivaciòn. Estoy seguro que hoy, algunas de sus pàginas se salvarian de la hoguera.
Tomè ese camino naturalmente, casi por intuición, tratando de plasmar viejas ideas que fueron surgiendo de distintas experiencias personales, y en una charla de café, un amigo, me revelò que mi método de trabajo tenìa una definición: coaching.
Busquè y le di solidez a mi trabajo con el soporte teórico que adquiría a traves de cursos dedicados al tema, y esto me condujo a un sitio en Internet: El Club de la Efectividad.
Tuve mi par de años de participaciòn en el Club de la Efectividad como colaborador y socio activo y rescato del sitio informaciòn muy valiosa, un andamiaje teòrico que justificaba lo que practicaba a diario. Allì conocì virtualmente a tres personas que se ganaron un lugar Real de admiraciòn, respeto y amistad: Susana Ruggiero, Hector Gòmez y Hèctor Garcìa Mier. La dama es argentina y los caballeros mexicanos, y con ellos sigo compartiendo las cosas elementales que le suceden a los seres humanos.
Durante siete años dirigì un Equipo de Ventas, conjunto de personas a los que le debo todo lo que se de coaching. Con ellos llevamos a la pràctica un concepto bastante difìcil de aplicar en grupos que tienen la cultura de competir puertas afuera y puertas adentro de las empresas.
Trabajamos sobre pilares indestructibles e innegociables de solidaridad, camaraderìa, compañerismo, actitud, humanismo, equidad.
Mi idea central es hacer foco en la persona, en el individuo, para mejorar su condiciòn y tras ese objetivo bàsico o primario se llega a otras instancias que mejoran la calidad del trabajador, sus ingresos, sus posibilidades de desarrollo personal y de esta forma el cìrculo vuelve a alimentarse de sì mismo.
Comprendimos que se aprende mejor lo que se comparte, que avanzamos màs ràpido si somos generosos y ayudamos a los demàs con la visiòn de nuestra propia experiencia. Si pasamos por una calle donde hay una fisura en el pavimento ¿porquè no alertar al compañero de la posibilidad de accidente. Si encontramos la fòrmula para convertir en oro el azufre, ¿porquè quedarnos con el secreto?
Por supuesto que para cada miembro pueden surgir interrogantes. ¿Para què entrenar en equipo si como individuo yo estoy siempre solo haciendo mi trabajo diario en la calle? ¿què gano?
Cuantos màs remeros haya en un bote màs ràpidamente avanzarà èste. Si los remeros acuerdan coordinar sus esfuerzos, el viaje no solo serà ràpido, se convertirà en placentero.
Mi energìa estuvo puesta en pensar los problemas para encontrar una forma creativa de vivenciarlos y elegir entre todos una soluciòn. Nuestro Equipo aprendiò a pensar.
Pasè muchas horas caminando en cìrculo por mi casa para encontrar la manera de dejar plasmado un concepto que se convirtiera en eje.
Hubo mucho trabajo y disciplina y debo reconocer que ellos aceptaron con entusiasmo el reto de redoblar esfuerzos para profesionalizarnos dìa a dìa.
Mucha gente habla hoy de liderazgo, trabajo en equipo, motivaciòn pero cree que este camino se transita màgicamente, sin esfuerzo alguno, que se llega a èl naturalmente, como la manzana que una vez madura se cae del àrbol. No es asì.
Liderar es una tarea ardua. Resulta sencillo colocarse las jinetas de jefe y dar òrdenes. Requiere otro compromiso dirigir convenciendo con una consigna que èse es el camino.
Se dice que los vendedores eficaces son aquellos que saben indagar, que aciertan con la pregunta adecuada y oportuna. Para afinar la punterìa en este tema hice un ejercicio simple. Llevaba a las reuniones acertijos que ellos debìan develar hacièndome preguntas que yo solo podìa responder con un sì o con un no.
“El cowboy entra al salòn y pide un vaso de agua. El cantinero saca una escopeta y lo apunta. El cowboy hace una pausa, le dice Gracias y se va.”
Durante 45 minutos me hicieron preguntas del tipo: ¿Se conocían? ¿El cowboy le debìa algo? ¿El vaso de agua se lo tomò? Tardaron ese tiempo en develar que el cowboy entrò al bar con hipo y que el cantinero se dio cuenta cuando le pidió un vaso de agua. El susto de la escopeta apuntándole se lo quitò y por eso agradeció.
El ùltimo acertijo, algunos meses después, el màs difícil tardaron 3 minutos en resolverlo. Aprendieron a preguntar lo justo, lo certero, a no irse por las ramas.
No hay fòrmulas mágicas, solo el trabajo de pensar, para encontrar con métodos no convencionales la manera màs eficaz de transmitir aquello en lo que uno cree a rajatabla.
Si tuviese la obligación de recopilar las mejores anécdotas, esas que pintan de cuerpo entero el trabajo que se hizo en 7 años, es inevitable sorprenderse.
Si el trabajo de entrenamiento es bueno el que màs aprende es el entrenador.
Si el líder està dispuesto a dar debe prepararse para recibir el triple, y debe estar dispuesto a emocionarse no solo con el reconocimiento de sus dirigidos, en sus logros personales.
La emoción por el èxito de una actividad es el mejor termómetro para medir que el trabajo estuvo bien hecho.
La charla colectiva de las reuniones se complementaba con la individual. Una vez a la semana, cada vendedor se sentaba a conversar conmigo sobre su trabajo y sobre su vida.
Cierto dìa, un vendedor, con varios frentes de tormentas personales me asegurò que esos problemas no afectaban su trabajo en la calle. Lo invitè a ir conmigo al salòn de ventas. Nos colocamos en un pasillo a dos góndolas de distancia dispuestas a lo largo. Le pedí que recorriera la distancia que nos separaba corriendo y tomè el tiempo. Al llegar lo leì. Volvimos a colocarnos en los puntos originales pero esta vez le agreguè una caja cargada. Le pedí repetir la acciòn de correr y volví a tomar el tiempo sin decirle el resultado. En la tercera ocasión agreguè otra caja con màs peso y al tomar el tiempo le dije la diferencia que habìa entre el primer tiempo registrado y el ùltimo. Se lo dije en un tono distinto al que venìamos conversando, mirándolo a los ojos. No tuve que decir nada màs. El vendedor sabìa que en lo personal iba a tener que ir resolviendo còmo se quitaba de encima las cajas de lastre para que no afectaran su trabajo.
En los comienzos de cualquier emprendimiento todo es màs difícil. Cuando uno crea el hàbito, la gimnasia de pensar en ejercicios originales, los que vienen después se disparan y se crean en la mitad de tiempo que demandaban los primeros, allì radica el peso del trabajo y la pràctica constante.
Hubo ejercicios que he disfrutado màs que otros, hubo algunas sorpresas que preparè y que me emocionaron hasta las làgrimas.
En el 2001 mi paìs era una sucursal del Infierno. No habìa condiciones, las listas de precios se modificaban todos los dìas y el ànimo de la gente estaba en el segundo subsuelo. Salir a vender era cosa de guapos, locos o kamikazes.
La esgrima de la venta requiere de mucha energía pero tiene un peso vital el estado de ànimo que el vendedor genera, el escenario que propone, la disposición, la forma de pararse frente al cliente, como ambienta para trabajar a sus anchas y aquì cumple un rol fundamental el estado de ànimo.
En esos tiempos, motivar no era sencillo. Pensè. Llamè por teléfono a las casas de los vendedores mientras ellos trabajaban y le contè a sus familias el trabajo de gladiadores que venìan haciendo en estas condiciones y lo importante que serìa para ellos recibir un mensaje que les de ànimo para llevar a cabo la lucha diaria. Les pedí que pensaran uno y lo dejaran grabado en el contestador de mi casa. Durante una semana, cada noche, llegaba a casa y escuchaba y grababa en un grabador personal las voces de sus esposas e hijos que contaban lo orgullosos que estaban de tenerlos, que le daban ànimos, que le recordaban momentos especiales de sus vidas, incluyendo en un caso, de fondo mientras hablaba, la música con la que entraron al salòn de fiestas el dìa que se casaron.
La noche de la reunión de ventas hablamos de los problemas de la calle. Sobre el final dije: Cada uno de nosotros tiene una hinchada personal, ciertas voces de aliento que nos ayudan a transitar cada dìa, hay que tener siempre presente esas voces, la nafta que activa el motor, que enciende el entusiasmo. Apaguè las luces de la sala de reunión y encendí el grabador.
Esperè unos segundos después que la cinta terminò y volví a encenderlas. Creo que nos hubiese sido màs sencillo salir de ese salòn con un botas de goma.
Nos despedimos y salimos a la calle. Eran otros, fueron otros muy distintos a esos catorce hombres que horas antes habìan entrado para participar de una reunión de ventas y este detalle fue comùn denominador en las reuniones donde cerràbamos la actividad con un ejercicio motivador.
Es trabajo. Es el trabajo de pensar, el trabajo de llamar, el trabajo de recopilar, editar, elegir el tono de la arenga y apretar el botòn de play en el momento oportuno.

Lennon

Fue un ìcono para la juventud de los sesenta y un referente artìstico para mì.
A 8 dìas de su muerte, Gabriel Garcìa Marquez escribiò el màs bello retrato literario que he leìdo hasta la fecha.
Unos minutos con un grande como Lennon.
Que los disfruten

Ha sido una victoria mundial de la poesía. En un siglo en que los vencedores son siempre los que pegan más fuerte, los que sacan más votos, los que meten más goles, los hombres más ricos y las mujeres más bellas, es alentadora la conmoción que ha causado en el mundo entero la muerte de un hombre que no había hecho nada más que cantarle al amor. Es la apoteosis de los que nunca ganan. Durante 48 horas no se habló de otra cosa.

Tres generaciones –la nuestra, la de nuestros hijos y la de nuestros nietos mayores– teníamos por primera vez la impresión de estar viviendo una catástrofe común, por las mismas razones. Los reporteros de la televisión le preguntaron en la calle a una señora de ochenta años cuál era la canción de John Lennon que le gustaba más, y ella contestó, como si tuviera quince: "La felicidad es una pistola caliente". Un chico que estaba viendo el programa dijo: "A mí me gustan todas".

Mi hijo menor le preguntó a una muchacha de su misma edad por qué habían matado a John Lennon, y ella le contestó, como si tuviera ochenta años: "Porque el mundo se está acabando". Así es: la única nostalgia común que uno tiene con sus hijos son las canciones de los Beatles. Cada quien por motivos distintos, desde luego, y con un dolor distinto, como ocurre siempre con la poesía.

Yo no olvidare aquel día memorable de 1963, en México, cuando oí por primera vez de un modo consciente una canción de los Beatles. A partir de entonces descubrí que el universo estaba contaminado por ellos. En nuestra casa de San Angel, donde apenas si teníamos donde sentarnos, había solo dos discos: una selección de preludios de Debussy y el primer disco de los Beatles. Por toda la ciudad, a toda hora, se escuchaba un grito de muchedumbres; "Help, I need somebody".

Alguien volvió a plantear por esa época el viejo tema de que los músicos mejores son los de la segunda letra del catálogo: Bach, Beethoven, Brahms y Bartok. Alguien volvió a decir la misma tontería de siempre: que se incluyera a Bosart. Alvaro Mutis, que como todo gran erudito de la música tiene una debilidad irremediable por los ladrillos sinfónicos, insistía en incluir a Bruckner. Otro trataba de repetir otra vez la batalla a favor de Berlioz, que yo libraba en contra porque no podía superar la superstición de que es oiseau de malheur, es decir, pájaro de mal agüero. En cambio, me empeñé, desde entonces, en incluir a los Beatles.
Emilio García Riera, que estaba de acuerdo conmigo y que es un crítico e historiador de cine con una lucidez un poco sobrenatural, sobre todo después del segundo trago, me dijo por esos días: "Oigo a los Beatles con un cierto miedo, porque siento que me voy a acordar de ellos por todo el resto de mi vida". Es el único caso que conozco de alguien con bastante clarividencia para darse cuenta de que estaba viviendo el nacimiento de sus nostalgias. Uno entraba entonces en el estudio de Carlos Fuentes, y lo encontraba escribiendo a maquina con un solo dedo de una sola mano, como lo ha hecho siempre, en medio de una densa nube de humo y aislado de los horrores del universo con la música de los Beatles a todo volumen.

Como sucede siempre, pensábamos entonces que estábamos muy lejos de ser felices, y ahora pensamos lo contrario. Es la trampa de la nostalgia, que quita de su lugar a los momentos amargos y los pinta de otro color, y los vuelve a poner donde ya no duelen. Como en los retratos antiguos, que parecen iluminados por el resplandor ilusorio de la felicidad, y en donde sólo vemos con asombro cómo éramos de jóvenes cuando éramos jóvenes, y no sólo los que estábamos allí, sino también la casa y los árboles de fondo, y hasta las sillas en que estábamos sentados.

El Che Guevara, conversando con sus hombres alrededor del fuego en las noches vacías de la guerra, dijo alguna vez que la nostalgia empieza por la comida. Es cierto, pero sólo cuando se tiene hambre. En cambio, yo creo que la nostalgia siempre empieza por la música. En realidad, nuestro pasado personal se aleja de nosotros desde el momento en que nacemos, pero sólo lo sentimos pasar cuando se acaba un disco. Esta tarde, pensando todo esto frente a una ventana lúgubre donde cae la nieve, con más de cincuenta años encima y todavía sin saber muy bien quien soy, ni qué carajos hago aquí, tengo la impresión de que el mundo fue igual desde mi nacimiento hasta que los Beatles empezaron a cantar.

Todo cambio entonces. Los hombres se dejaron crecer el cabello y la barba, las mujeres aprendieron a desnudarse con naturalidad, cambió el modo de vestir y de amar, y se inicio la liberación del sexo y otras drogas para soñar. Fueron los años fragorosos de la guerra de Vietnam y la rebelión universitaria. Pero, sobre todo, fue el duro aprendizaje de una relación distinta entre los padres e hijos, el principio de un nuevo dialogo entre ellos que había parecido imposible durante siglos.

El símbolo de todo esto –al frente de los Beatles– era John Lennon. Su muerte absurda nos deja un mundo distinto poblado de imágenes hermosas. En "Lucy in the sky", una de sus canciones más bellas, queda un caballo de papel periódico con una corbata de espejos. En "Eleanor Rigby" –con un bajo obstinado de chelos barrocos– queda una muchacha desolada que recoge el arroz, en el atrio de una iglesia donde acaba de celebrarse una boda. "¿De dónde vienen los solitarios?", se pregunta sin respuesta. Queda también el padre Mc Kenzie escribiendo un sermón que nadie ha de oir, lavándose las manos sobre las tumbas, y una muchacha que se quita el rostro antes de entrar en su casa y lo deja en un frasco junto a la puerta para ponérselo otra vez cuando vuelva a salir.

Estas criaturas han hecho decir que John Lennon era un surrealista, que es algo que se dice con demasiada facilidad de todo lo que parece raro, como suelen decirlo de Kafka quienes no lo han sabido leer. Para otros, es el visionario de un mundo mejor. Alguien que nos hizo comprender que los viejos no somos los que tenemos muchos años, sino los que no se subieron a tiempo en el tren de sus hijos.

Gabriel García Marquez
16 de diciembre de 1980
Notas de Prensa 1980–1984, MondadoriEspaña


Subasta de zapatos

La primer oferta de dos millones de dólares fue considerada un despropósito, y yo la califico como una ofensa a la humanidad, si tenemos en cuenta que comparamos la excentricidad de un millonario con los miles de dólares recaudados en Africa y en Medio Oriente, entre multitudes de indigentes y heridos de guerra, que seguían la subasta por televisión con las caras apoyadas en el vidrio de las casas de productos electrodomèsticos.

Vale mucho màs uno de los dos. El que le pasò màs cerca. Ese es impagable, aunque jamás cotizarìa en Bolsa porque sus empleadores, aunque quieran que se vaya ahora, le deben eterna gratitud.

Y la gente espera un milagro. Que en alguna de todas las repeticiones uno de los dos de en el blanco y lo deje fuera de combate, como hicieron blanco dejando fuera de combate tambièn, las miles de toneladas de bombas que èl mandò a arrojar desde su sillòn en la Casa Blanca. Muchos desearon en ese instante irrepetible, que en el trayecto uno de los dos se transformase en una de esas armas de destrucción masiva que nunca aparecieron a pesar de la intensa búsqueda de todos estos años.

Fueron solo dos zapatos. Los dos zapatos de alguien con mucho coraje. Alguien que en una acciòn simbólica pensò: “me gustarìa que se pusiera en mis zapatos” sin enunciar la invitación, hacièndola pràctica.

Ese periodista y sus zapatos merece un monumento. Uno que represente a los millones que deberíamos andar descalzos desde hace años de tanto arrojar zapatos a los infames que nos gobernaron con idèntica pericia e iguales mètodos. Los millones de descalzos involuntarios nos estarìan agradecidos.



El Arte Transformador


Ralph Owen es al bisturí lo que Dalí fue al pincel. Una proporción efectuada con exactitud por un matemático. Este siglo queda transformado con su estilo y su arte. Ralph Owen es capaz de convertir a Silvester Stallone en Julia Roberts con nueve cicatrices perfectas hechas en un solo trazo. Y a eso no llegó con una mañana de inspiración, con los años en la Universidad de Maine o con su doctorado en París. “Aprendí a hacer cirugía estética viendo desfiles de moda” dijo una vez.

La historia de Owen no es sencilla. ¿Qué fue lo que inspiró a Owen a ser cirujano y no matarife? ¿La tortuosa fealdad materna como recuerdo de la niñez? ¿La persecución por recuperar la belleza de una novia muerta durante las preparatorias? ¿El descarrilamiento aquella tarde del tranvía de San Francisco? Es cierto que hoy es uno de los hombres de mayor fortuna de Hollywood y ha perdido popularidad al declararse a favor de las dictaduras en Latinoamérica.

En una biografía no autorizada escrita por Stephen Sheen se desliza que en un centro de atención clandestino que abrió en las Bahamas operó y modificó los rasgos de muchos perseguidos políticos, de célebres delincuentes y de ricos acomodados por el poder. En ese capítulo se detallan sus eventuales pacientes y sus exitosas intervenciones. El ex presidente de Argentina, capital de Río de Janeiro, se hizo tres transformaciones en su clínica para ganar con otra imagen tres exitosas elecciones. Alguien cercano al quirófano cuenta además jugosas charlas y da muestras del sentido del humor de Owen. Cuando oscultó al mandatario janeirino dijo sobre su nariz. “Esto no parece un tabique, parece la serpentina de un calefón”, chascarrillo que provocó carcajadas entre los dos asesores presidenciales presentes, su elige-corbata y su elige-gato.

Su obsesión por alcanzar el detalle perfecto es todo un signo con el que se rige su vida. Sus tres esposas, finalistas todas en concursos internacionales de belleza, detallaron en el libro de Sheen pormenores que Ralph Owen no se ocupó en desmentir.

Cuenta Jeniffer Ryan, la primera en casarse con el cirujano que se sentía permanentemente observada por el cirujano plástico más requerido y mejor remunerado del mundo. Una mañana, mientras tomaban el desayuno, observó: “Tu nariz no te favorece con el sol de la mañana. Corregiremos ese detalle.” Una semana más tarde entraba al quirófano con un seriado de fotografías tomadas en el jardín de la mansión a las 10.30 a.m.

Sus afirmaciones le trajeron numerosos enemigos. “Se preguntan porqué me separo de mujeres tan hermosas luego de haberlas operado. Soy un artista y me siento satisfecho como un pintor cuando termina un cuadro. Cuando un cuadro se termina de pintar hay que colgarlo.”

He operado a mis siete hijos de distintas imperfecciones estéticas y cuando los miro muchas veces experimento una sensación ambigua: si los reconozco como padre, los detesto como pacientes y viceversa. Pude disimular la sonrisa estúpida de Warren, me resultó imposible atenuar la severidad de sus cejas.

Un político argentino vino a mi clínica a operarse los glúteos porque no le gustaba cómo le caían los pantalones. Un buen sastre le hubiese salido más barato pero jamás hubiese descubierto que la mejora en la caída de los pantalones lo haya conducido a la homosexualidad.

Muchas veces su consultorio fue requisado por personal de la CIA y el FBI por las sospechas de que temibles criminales se hayan tratado para cambiar de rostro. “Cierta noche se presentó un adinerado empresario y cuando lo anestesiaba me confesó: “Yo era cartero”. Intenté persuadirlo que para cartero esa cara no estaba nada mal.

Continúa lamentándose sobre alguno de sus mayores éxitos: “Pamela Anderson, todo un caso. Logramos pronunciar sus curvas con unos trazos incisivos con el bisturí pero las siete onzas de colágeno nos hicieron transpirar.

Todas sus pacientes mujeres terminaron siendo tapas de revista: Sophia Loren, Pamela Anderson, Julia Roberts y Diane Keaton un par de semanas antes de entrar a los sets de filmación. Cameron Díaz un poco antes de casarse. Gail Stevenson unas horas antes de entrar a la prisión de Cleveland.

Creo que mi mayor virtud es saber escuchar a las mujeres que recurren a mi técnica y alcanzar la exactitud de lo que me piden. Es difícil el primer contacto. Uno debe escucharlas con atención y por lo general tienden a divagar. Muchas veces me tientan a disimular con un error de trazo la práctica de una lobotomía que termine con el principal problema de la paciente.

En Nueva Jersey tuvo problemas con la ley al ser sorprendido en una razzia por personal policial participando de una orgía con menores. “Calumnias con las que siempre he peleado con la prensa. Me he negado rotundamente a dar primicias, a hablar de la historia clínica de mis pacientes. Quieren hacerle creer a la población que no hay diferencias entre Mengele y yo. Creen que por dinero puedo aceptar cambiarle el rostro a cualquier criminal. Hace poco se acercó a mi consultorio un ex ministro de economía de un país sudamericano que ahora no recuerdo para decirme “Doctor, me gustaría contar con sus servicios. Con esta cara no puedo salir de mi casa”. Lo observé atentamente y le dije: “Estimado, con ese rostro usted no debería salir de su baño.”

Practico lo que sé y para lo que estudié durante años tomando en cuenta que el trabajo que voy a realizar me estimule, opere como motivador por el riesgo, por la dificultad, por la imposibilidad o por los honorarios.

Siempre mantuvo su lugar distinguido en el ranking de escándalos. Hizo frente a muchos juicios al evidenciar su más excluyente contradicción. El equilibrio de un pulso firme a la hora de practicar una incisión, se contradecía con su impulsiva y cruel manera de responder a simples consultas.

La multimillonaria Anne Stevenson concurrió a su consultorio con el hijo menor de una integrante de su ejército de servicio doméstico. La señora Stevenson lo denunció por discriminación pese a estar dispuesta a abonar los gastos que el prestigioso cirujano exigiese. La consulta duró solo unos segundos y el diálogo ganó espacio en todos los medios. Según cuenta la señora Stevenson, versión que Owen nunca desmintió, aconsejada por sus amigas a que comenzara la charla ponderando las aptitudes del cirujano plástico (su egocentrismo lo hacía proclive a escuchar con mayor atención todo comentario cuyo principio tuviese un cumplido) le dijo: "Doctor, este niño es hijo de una persona a quien yo aprecio y que sirve en casa desde hace años. Está preocupada por la fealdad de la criatura y estamos convencidos que sus manos maestras pueden corregir estas imperfecciones", a lo que Owen respondió mirando de reojo al pequeño: "Señora, tanta preocupación y sufrimiento se pudieron haber evitado si en vez de traer este niño a mi clínica lo hubiese llevado al Puente de Brooklyn. Un método más eficaz y barato de hacer mejoras sobre esa infeliz expresión es esperar Halloween y comprar una buena máscara con forma de calabaza".

No tengo nada contra la gente de color. Cada uno llega al mundo como puede, pero aprendo de mis errores como ninguno de mis colegas. Hay rasgos que la naturaleza marca a fuego. Fui uno de los que intentó cumplir el deseo de Michael Jackson y lo único que logré después de tres horas de sudar como un beduino es dejarle una quijada cuya forma me recordaba a un par de mocasines que utilizo para practicar golf. Si los negros vienen al mundo con esa cara y esos labios por algo será. Ningún blanco toca la trompeta como ellos. Prefiero dejarlos como están. Uno de mis pasatiempos es el jazz y no tengo porqué estropearlo por mis estúpidas obsesiones.

Otro caso que cobró notable repercusión pública fue el juicio de la revista Selecciones Readers Digest. Cansado de esperar una respuesta por una entrevista, un periodista de la editorial se presentó en su mansión de Beverly Hills donde fue invitado a pasar y a esperar a Owen en el jardín. El periodista vio venir al cirujano tirando de la correa de dos mastines que lanzaban tarascones al aire. Owen se detuvo a unos diez metros de donde estaba sentado y le dijo: "El pasquín para el cual usted trabaja hizo una espantosa nota sobre uno de mis atletas preferidos. Desde donde usted se encuentra a la verja hay 75 yardas. Voy a soltar estos perros para poder observar mi reloj y tomar el tiempo en que usted tarda en saltarla. Comprobaremos si son idóneos para criticar a un deportista olímpico". Acto seguido y cuando el periodista había llegado a la mitad del parque, según el testimonio de Owen en el juicio, el más bravo de los perros se zafó de su control. El alegato del periodista fue expresado por una intérprete que con mucho esfuerzo escuchó los sonidos guturales que amortiguaban las vendas.

Odio a los que critican las acciones armadas de nuestro país cuando la única arma mortal que sostuvieron en sus manos fue una caña de pescar. Odio a los críticos de música cuando uno pone un triángulo en sus deformadas y torpes manos y al tocarlo desafinan. Odio a los críticos de cine a los que uno les pide que saquen una fotografía y al observarla considera los estragos que hace el Parkinson sobre algunas personas. Odio a los críticos de teatro cuyas excelentes condiciones actorales le permitieron representar a un árbol en un acto estudiantil. Odio a los que escriben notas sobre mi persona cuando nunca estuvieron a una distancia que les permita opinar sobre el perfume que llevo ese día.


Controvertido, odiado por mucha gente y amado hasta la veneración por notables personalidades, Ralph Owen es un personaje distinguido de las últimas décadas. Entre los que lo detestan existen los que se pondrían ya en sus manos con absoluta confianza para que "enmiende algunas distracciones del Supremo, que no puede atender un quirófano colectivo".

Palabra de Owen.

Una frase

Escrita en un cartel en el predio que tienen los jubilados en Parque Centenario.

"Los perros tienen màs amigos que los hombres porque mueven màs sus colas que sus lenguas".

Crece como su mùsica
















Cuando era chica, ya inspiraba emociones con su mùsica.
Y dentro de lo que inspiraba pude escribir algo en una escala muy pequeña.





AYELEN 3 de julio del 98

Cuando canta es la gloria del sol
Y hasta los ángeles bajan a ver que pasa,
En un momento genial de inspiración
Puede perfumar de música mi casa.

Prueba bocado antes de leer el menú
Y en el piano los dedos siguen su instinto
Quizás guarde algún secreto hasta dormir
Total cada día pintará distinto.

No creo que nada sea casual,
Hasta el nombre le cae como un vestido nuevo
Salvo algún pasajero nubarrón
Sus ojos pueden reflejarme en el cielo.

Ella es más que una excusa para vivir,
Una razón para repetir la misma vida,
Una luz en el oscuro callejón
Y en el incendio la puerta de salida.

Cree en lo que digo más que en el propio Dios,
Quizás sea porque me ve más seguido,
Cuando dibuja una sonrisa feliz
Nos hace dudar del infierno tan temido.






Hoy sigue haciendo mùsica y me sigue sorprendiendo y emocionando.



El fondo de los ojos

En el fondo de los ojos se quedan los detalles. Aquellos extraordinarios detalles que escapan a la superficial mirada del común de la gente.
Alguien me dijo: "Todavía no entiendo qué le vió mi viejo a esta mina".
Y me quedé pensando en cuáles serán los detalles tan secretos, que no siempre se establecen en el imaginario colectivo en los límites de la alcoba.
Hay en algunas personas una sintonía fina. Un diálogo de gestos y miradas que abarca los sobreentendidos, las frases entrelíneas, los acertijos.
"Mirame a los ojos" equivale a un juramento.
No es apoyar la mano sobre la Biblia, es mucho más que eso. Es ponerse a merced del destino.
"Necesito hablarlo frente a vos" tiene implícita la prueba de que lo que se expresa está reflejado en la mirada.
Cuando esa sintonía se establece pueden ausentarse las palabras y las frases de rutina.
En el fondo de los ojos cabe el Cielo y el Infierno, la condena y la salvación, la llave a la aventura y al tedio.
Los años y la vida transforman las miradas. Se gana en picardía, se pierde en inocencia, se aprenden a emitir los brillos que transforman al otro en socio o en cómplice.
No cuentan cataratas, astigmatismos, miopías.
En el fondo de los ojos permanece inalterable la escencia y el mensaje.

El Hombre de la Bolsa



Escuchè hablar del Hombre de la Bolsa cuando era chico y no le temì hasta la edad que tengo hoy.
En aquellos años me decìan que el Hombre de la Bolsa se llevaba a los chicos que no querìan tomar la sopa. Hoy el hombre de la bolsa se està llevando a gente grande en todo el planeta con sus casas, con sus bienes, con sus sueños.

Tengo ya 47 años y he visto varias caìdas. Vi la caìda del Muro de Berlìn, la caìda de las Repùblicas Socialistas Sovièticas, la caìda del Comunismo. Todas estas caìdas fueron festejadas en muchos lugares del planeta como se festejan las buenas noticias, los fines de año, los cumpleaños.

He visto el fin de todos los tiempos y el fin de las utopìas. Y esas dos noticias me dieron un pànico mucho mayor que la certeza de la existencia del Hombre de la Bolsa.

La caìda de los mercados es algo tan grave en las voces de los noticieros como la posibilidad de que un meteorito se estrelle contra la Tierra como hace millones de años y envuelva en una nube de polvo los muros, las repùblicas, las ideas, los inventos, los hombres de la bolsa, los cumpleaños, las armas de destrucciòn masiva, los monopolios, las bolitas.

La Bolsa abriò en baja. Uy, Dios. Aumentò el riesgo paìs. Por todos los santos!!! El dòlar se dispara pero son otros los que se suicidan con sus balas. Me dan la sensaciòn de que millones de nosotros estamos sentados a la salida del Casino de Mar del Plata y sale alguien con un megàfono y nos dice: Lo siento, perdieron todo lo que tenìan. Pueden arrojarse al mar que les queda cerca.

Nadie de nosotros puede decir: yo no estaba allì y apostaron con mi plata. Es que me han robado!!!
Nadie de nosotros puede decir que no sabìa de la existencia de los cucos, los ogros, de los monstruos, de lo que les pasa a los que no se portan bien ni toman la sopa y protestan y se manifiestan y luchan y se rebelan. A todos, desde siempre se los lleva el Hombre de la Bolsa, aunque no me crean. Les juro que es asì. Siempre es el hombre de la bolsa, desde tiempo inmemorial, desde que èramos chicos y no hay piedra libre que valga ni puntito rojo casita de Dios.

Puedo decir


Ataud es una palabra desgraciada como pocas. La mayorìa de la gente piensa que estàn hechos a medida, como los trajes, pero a algunas personas como a mi viejo le quedan chico y a otras demasiado grande para albergar el tipo de persona. Tuve claro cuando lo vi con los ojos cerrados, sereno, como si durmiera, que no dormía y que habìa dejado de ser mi viejo.

Dentro del dolor, en el ardor de la cicatriz del alma, a mediodìa, rodeado de amigos y mi hermana, recordamos el costado siempre vivo de mi viejo, su infinita capacidad de humor, la màs preciada herencia que dejè plasmada en la dedicatoria de mi libro.

Nos pudimos reìr como a èl le gustaba, repasando anécdotas que conforman a ese tipo inolvidable, quien se dio el gusto de morir en el mismo dormitorio donde habìa nacido 72 años antes, un maestro.

Mi hermana tiene entre sus anécdotas predilectas una de su època de taxista, porque dentro de su historia anduvo como pez en el agua por distinto oficios. Llevaba en su auto un par de señoras mayores, inglesas, pitucas, de trajecito y sombrero que parloteaban en inglès para que el chofer no entendiera, pero una de las señoras perdiò la flema que caracteriza mundialmente a los ingleses y dejò escapar un flato sin ruido, tan denso como insoportable. Era invierno y el auto tenìa cerradas por el frìo las cuatro ventanillas. Mi viejo detuvo el auto contra el cordón, se bajò y abriò sin decir palabra las cuatro puertas y se sentò en el cordón de la vereda a observarlas. Las dos pasajeras se quedaron en silencio mirándolo. Esperò cinco minutos a que se ventilara, cerrò las puertas, se subiò al auto y continuò la marcha hasta el destino sin decir una palabra. Esperaba que le preguntaran porquè habìa hecho esto para responder: porque ustedes se cagaron.

No era un tipo de discursos morales, tenìa un compendio de gestos que definìan cualquier situación y de acompañarlo a trabajar como taxista aprendì de la noche y la calle lo que no me enseñò ningún libro en toda mi historia como estudiante.

Le debo el aprendizaje de la palabra nobleza, el saludable ejercicio de cultivar la amistad y la insana fiebre de la escritura. El primer poema lo escribì para èl a los 11 años y a partir de èste, en cuanta reunión con amigos que comúnmente se celebraban en casa, me pedía que leyera alguna poesìa nueva. Quizás haya entendido y no me consta, cuando vino a verme en los dos últimos espectáculos, que involuntariamente sembrò para forjar un artista en la familia.

Recuerdo sus ojos brillosos cuando le di para sus cumpleaños las pruebas de galera de mi primer libro, que habìa escrito sin decirle nada, cuando escuchaba lo que le contaba sobre lo que pensaba de mi equipo de trabajo y la manera de sentirlo, de la noche en que le llevè la placa que me hicieron mis dirigidos en Emebe, la cena de despedida, el coro cantando en la calle La Marcha de San Lorenzo. Se volvía un chico frente a la vidriera de una juguetería.

En su niñez fue un salvaje que hizo todo lo posible porque su nombre mantuviera asociadas a el cuatro palabras: la piel de Judas. Fue el bandido del vecindario, el que con una pandilla de sátrapas parecidos a èl jugaban carreras de chatas tiràndose en la temible Barranca china. Contaba que una tarde, el ruso Samban insistiò en tirarse por la barranca con èl. Mi viejo le explicò que con los dos y por el peso, la chata se volverìa ingobernable, pero el ruso insistiò. Al final de la barranca habìa una curva que debìan sortear para no estrellarse contra el cordón. La chata bajò como un bòlido, al doblar derrapò de costado por el doble peso, impactò con los rulemanes que oficiaban de ruedas contra el cordón y el ruso doblò con el culo el bulòn que sujetaba el eje trasero. La marca en las nalgas le quedò como un tatoo.

Confeccionaban arcos y a las flechas, hechas con cañas, para que ganasen dirección, le colocaban un clavo en la punta. Asì iban por el barrio como una tribu de salvajes dejando sus flechas en las puertas de madera de todas las casas. Tuvieron la suerte que nunca nadie se asomò cuando ellos disparaban.

Las puertas de las casas tenìan llamador, en su mayorìa de bronce, una pieza que la gente utilizaba para no golpear con el puño la puerta de entrada y que generalmente estaba enganchada a un extremo, uno podìa levantarla y hacerla sonar contra la base del mismo material. Mi viejo y sus secuaces se subieron al techo de una de las casas luego de atar con hilo de pescar el brazo percutor del llamador. Desde el techo tiraban y el bronce se levantaba y golpeaba. Blanca, la vìctima, una siciliana de mal talante (los blancos nunca eran porque sì, siempre elegían a los que se consideraban màs jodidos) se asomaba a la puerta para ver quien llamaba. Esperaban que volviera a entrar y volvían a tirar del hilo. Se quedò escondida detrás de la puerta y ellos llamaron. Abriò de golpe y nada. Cruzò la vereda y se agachò detrás de un auto. Ellos desde el techo la espiaban conteniendo la risa de ver a la tana casi arrodillada esperando ver quièn tocaba a la puerta. Cuando se cansò y entrò volvieron a llamar. Al otro dìa pasaron por la casa y vieron que el llamador habìa sido inutilizado con varias vueltas de alambre.

Esa misma mujer, un tarde, volvía de la kermese de Carnaval y recibiò un balde de agua desde el techo que no solo la empapò sino que además gran parte se le metió en la cartera recièn abierta para sacar la llave.

El dolor es crudo, intenso, como el que padeció en su pie derecho en los últimos meses.

Lloro de a ratos, cuando entiendo la ausencia que representa la palabra muerte, pero no deja de ser egoísta de mi parte haber deseado que se quedara entre nosotros cuando, cansado del trajín hospitalario, èl tenìa decidido irse.

Los vecinos se acercaron a saludar y a llorarlo, la prueba màs evidente de lo que generaba su personalidad.

No fue un buen estudiante, en aquellos años le divertía màs el pase inglès que las materias del industrial pero pudo diplomarse en algunas especialidades como el arte de seleccionar a un buen compañero de truco.

Era pillo. Una noche de invierno, cuando todavía no habìan inaugurado la casilla de la parada de taxis donde trabajarìa durante varios años, aceptò para todos sus compañeros una apuesta tramposa. El desafìo consistìa en ser capaz de pasar por sobre una aguja sin hilo. Comprobò que la aguja estuviese pelada y se quitò toda la ropa. Ya completamente desnudo pasò el pie al otro lado de la aguja en el piso. La botella de whisky la bebieron entre cinco.

Generaba situaciones asombrosas. Mi vieja tenìa que ser operada de vesícula y èl no tenìa un cobre. El dueño del bar donde desayunaba lo notò preocupado y le preguntò porquè. Le sirvió un capuchino y diez miutos màs tarde apoyò en el mostrador un paquete con el dinero. “Me lo devolvès cuando puedas”. No sabìa donde vivìa mi viejo. Ayer Pacha, fue el primero en llegar al cementerio.

Cuando estaba internado, una noche, una enfermera me avisa que no podìa pasar una llamada al teléfono de su habitación. Fui a atenderla a la oficina de enfermeras. Era Roberto Rotella, su vecino de habitación, que habìa estado internado con èl una semana. Me dijo: “Quizás te ofenda con lo que te voy a decir y ustedes tengan màs plata que yo, pero tomà mi nùmero de teléfono y la plata que necesiten cuenten con ella. Yo estoy solo y mis parientes saben muy poco de mì. Ustedes son buena gente y en una de esas la precisan para algo. No dudès en llamarme. Soy de Chivilcoy y los del Interior somos asì...” Pasò a formar parte de nuestro Interior tambièn.

Lo sentìa vibrar como un diapasón en los abrazos y era inevitable vibrar con èl.

En los últimos tiempos decirle “Te quiero” lo ponìa lacrimoso. Me parece que era el miedo a dejar de escucharlo porque de sentirlo iba a ser imposible.

Nos hizo reìr siempre. Siempre incluye los dìas de internaciòn, donde el humor no suele frecuentar a las personas enfermas, “el dolor animaliza” me dijo una vez el maestro Humberto Costantini.

Cuando estaba internado, preguntaba por el perro y las dos gatas, seres a los que les hablaba como a cualquier vecino, preocupado por si después de tantos dìas lo reconocerían, y solo cuando lo sacamos del hospital, nos confesò extasiado por la luz de la calle, que habìa pensado que no volverìa a verla màs.
Una tarde, mientras dormìa una siesta le robaron el walkman con el que escuchaba a Rivero y a Sosa, el celular y los documentos con unos pocos pesos que le dejamos para el alquiler del televisor. Su preocupaciòn era que en la cartera estaban los documentos de la moto y cuando volviera a casa no podrìa andar porque si lo paraban se la secuestraban.
Con la moto tuvo dos o tres accidentes memorables. Una noche se llevò puesta y a velocidad una montaña de arena que habìan dejado en la calle. La moto se clavò, èl siguiò de largo algunos metros. Volviò a casa lleno de arena. Yendo a la fàbrica donde trabajò hasta que se jubilò, cruzando un paso a nivel, se le fue de costado. La gente se acercò a saludarlo y su respuesta fue: "Yo siempre me bajo asì". Cerca de casa lo atropellò un auto que venìa contramano. El golpe fue duro y sangraba por la cabeza porque el casco lo llevaba para proteger el codo nada màs. Cuando la ambulancia lo levantò, ni bien hizo unas cuadras y mientras limpiaba el piso manchado con su propia sangre le dijo al chofer: "Doblà en la pròxima y dejame acà nomàs que me vuelvo a casa caminando..."
Un hombre de estas caracterìsticas no se banca que sus hijos lo ayuden a pararse, a bañarse, a vestirse. Un hombre en estas circunstancias se siente un estorbo. El dìa que le daban el alta, se mareò en el baño del hospital a la mañana y se diò un golpe contra los azulejos que le abriò la cabeza. No dijo nada. Pasò una enfermera y lo viò leyendo el diario sentado en la cama lo màs tranquilo mientras tenìa ensangrentado el lado izquierdo. La enfermera le preguntò què le habìa pasado. "Me caì. No diga nada, me siento bien. Sino no me van a dejar salir..."

Según Brian Weiss “no nacemos en nuestra familia por accidente ni por casualidad. Elegimos las circunstancias y preparamos un plan para nuestra vida, antes incluso, de ser concebidos. Podemos llamar destino a los hechos que van desarrollándose después de que los hayamos elegido”. Es quizás solo una teoría, que justificarìa porquè Ana, Teresita y yo fuimos sus hijos. Nuestra elección fue la mejor.

Amigos

Hèctor y Roberto se hicieron amigos de adolescentes. Y con unos años màs sobre los hombros, trabajaron los dos haciendo el reparto del almacèn de barrio, propiedad de los padres y tìos de Hèctor.
Cargaban los pedidos en una motoneta de dos tiempos y tres ruedas, con caja y cabina cubiertas, y el juego que practicaban a diario, como para templar la audacia y agregarle acciòn a la rutina, consistìa en que una vez acomodados los productos en la mesa de la cocina del cliente, ambos corrìan hasta el vehìculo estacionado en la entrada de la casa y el que llegaba primero, no solo se sentaba al manubrio, sino que ademàs le daba arranque y salìa disparado a la màxima velocidad que le permitìa esa joya hoy prehistòrica. El segundo debìa tirar en la caja el canasto y treparse como pudiera, la mayor parte de las veces andando ya, lo que hacìa que la motoneta se parara en sus patas traseras cuan brioso corcel, acrobacia que hoy serìa interpretada como un "Willy". Nadie puede imaginar como se mezclaban las cosas y los pedidos con cada una de estas piruetas. Cuentan algunos testigos que una vez vieron doblar en una calle del barrio a la moto con ambos encima, inclinada totalmente sobre su lado derecho, apoyada unicamente en una de sus dos ruedas traseras y que el que iba atràs, cumplìa la misma funciòn que la tripulaciòn de los veleros en una regata, haciendo de contrapeso para que no se inclinara totalmente. Entre ellos y los hermanos Malerva y sus pruebas circenses, no habìa mucha diferencia.
Ambos se casaron y tuvieron hijos. La vida quiso que fueran taxistas los dos en distintas paradas cercanas a la estaciòn de trenes de Olivos, separados por escasos metros de diferencia.
Fueron grandes cosechadores de anècdotas.
Roberto tuvo una pulmonìa, que se transformò en pleuresìa y debieron punzarle un pulmòn para extraer el lìquido. Tuvo que guardar cama y soportar en esos años un tratamiento complicado.
Los taxistas viven de lo que generan a diario con su trabajo, no tienen reservas ni seguros que cubran estos casos y con dos hijos Roberto se veìa en problemas.
Hèctor lo visitaba todos los dìas.
Hèctor hablaba de cosas y momentos del trabajo, lo distraìa, y en el momento indicado y preciso en que nadie lo observaba dejaba un dinero doblado en un cajòn de la mesa de luz.
En esa casa nunca faltò ni sobrò nada y en esos dìas tampoco.
Hèctor se tuvo que ir a vivir con su familia a Rosario. Roberto no dejò de visitarlo y en su honor lo nombrò padrino de confirmaciòn de su hijo mayor.
A ambos la vida le trajo sus huracanes y ambos tuvieron siempre en el otro un lugar donde resguardarse hasta que amaine.
El corazòn de Hèctor dijo basta hace unos años.
Cuando Roberto empezò a verse en problemas por una diabetes jamàs tratada, Yolanda, la viuda de Hèctor, se acercò a su casa con el mismo gesto de solidaridad que su marido habìa tenido 40 años antes y en su nombre, como si hubiese recibido algùn tipo de recado.
Roberto repasa su fortuna personal, esa que no se delega en testamentos, la que empezò a ahorrar hace muchos años, cuando corrìa hacia una motoneta entre risas y gritos tan conocidos como inolvidables.

Vacaciones agrestes


Los viajes familiares inspiran una carga emotiva especial. Uno puede condimentarla mejor con una frase a dos horas de salir el barco que habrá de transportarlo y tiene el vicio de la puntualidad. La frase podría ser: “No encuentro los documentos de nuestros hijos ni la libreta de casamiento.” Uno agrega a la emoción inicial el pánico, la angustia, la desolación, la resignación, el odio a las leyes aduaneras, el odio a la burocratización, deseos de asesinar.

Supongamos que no conocemos bien el lugar donde pasaremos quince días de relax absoluto: “es muy tranquilo” dijo alguien que pasó una noche hace 17 años para las fiestas y después de ayudar a consumir un líquido parecido al vino que había en una damajuana. “Ideal para el descanso” dijo otro por la referencia de sus suegros que pasaron sus últimos años ahí huyendo de los geriátricos. "Son 500 dólares los quince días” dijo el dueño agregando “le hago un precio especial” que reparando en la guiñada de ojo ya sabemos lo que significa.

Hacia allí partimos transportando todo lo necesario para vivir en un flete incluyendo un teléfono celular, un televisor y un aparato para medir la presión arterial.

Salimos de la ruta y nos metimos en un paraje de sinuosas calles de tierra, atiborradas de pinos altísimos, lo suficientemente altos y atiborrados como para hacernos pensar que la única especie animal viviente serían los pájaros.

El flete, luego de unos barquinazos y saltos que provocarían envidia a Daktari, se detuvo en una calle sin salida. El dueño de la casa que íbamos a alquilar nos veía maniobrar en el desconcierto con una sonrisa en los labios que supongo anticipaba la cercanía de los dólares que aún estaban en nuestra billetera.
- Dicen que los indios fueron exterminados –comentó el dueño del flete con cierto halo de suspenso sobre las dudas que le presentaban los lobos y otras fieras carniceras de mayor porte, mientras se apuraba a bajar los bártulos con una agilidad hasta entonces desconocida.

Contó los billetes por el viaje subido a la camioneta con el motor en marcha y acelerando. Me preocupó verlo irse sin preguntar cuál era el camino para volver a la ruta y emitiendo un lacónico “15 días pasan rápido” antes de emprender una loca carrera.

Sabíamos que las viviendas eran pequeñas. Un living-comedor-cocina-dormitorio con dos camas, un baño y otro dormitorio con cama matrimonial. Lo que no sabíamos era que todo se estrechaba más por la ausencia de puertas, un elemento que debería ser el ABC de todo arquitecto. Para la facultad de arquitectura de Uruguay las puertas no eran importantes. Es más, tratan de suprimirlas porque entorpecen las construcciones.

Nuestra llegada transcurrió sin mayores novedades que la ausencia temporal de agua. El agua era de pozo, filtrada por las raíces de los pinos que le conferían un olor, que al salir a pasear luego de ducharnos, era inevitable que los pájaros nos siguieran.

Mi hija y mi suegra dormían en el living-comedor-cocina-dormitorio mientras mi mujer y yo en el dormitorio central extrañábamos nuestra puerta, nuestra intimidad, nuestra cama, nuestra ciudad, nuestro ruido del camión de basura con su compactadora, nuestros adolescentes entonados con cerveza y sus motocicletas con escape libre. Con tantas ausencias nos costó conciliar el sueño la primer noche.

Uno puede imaginar que en un lugar así despertará con el dulce sonido de los pájaros. Por eso nuestra sorpresa cuando una sierra eléctrica cerca de nuestra ventana nos hizo temblar los maxilares, los golpes de un martillo clavando las maderas del techo de la única casa vecina nos provocó pequeños sobresaltos parecidos a los del hipo, mientras una radio que superaba el volumen sonoro de los otros dos elementos de construcción (con todos ellos funcionando no notábamos, aún afinando el oído ningún trinar de pájaro conocido o no) Una canción en la radio nos precavía sobre el cuidado a tener con una araña de una tal Martita que, por la desesperación del cantor debía haber picado a un porcentaje muy alto de la población.

Como siempre fui optimista, mi primera impresión fue que estaban aserrando las puertas que faltaban. Con el correr de las horas me di cuenta que no, depositando todas mis esperanzas en amaestrar al único pájaro-carpintero que encontré merodeando nuestra cabaña. Mi mujer a mi lado, lloraba o rezaba en voz baja pronunciando entre oración y oración la palabra “estafa”. Yo la tomé de la mano acompañándola en sus pequeños sobresaltos y con esa imagen de los dos hipando al ritmo del martillo y rechinando los dientes al compás de la sierra tuve deseos de ser Terminator y con mi ametralladora de pie unirme a la orquesta desde la ventana. También pensé que en una construcción nadie notaría que sobra un ladrillo y que éste cayó accidentalmente sobre la radio inutilizándola definitivamente. A veces, nuestro espíritu de venganza se diluye ante nuevas sorpresa poco comunes para gente de ciudad.

Salíamos de unos médanos camino a nuestra cabaña cuando unos pasos adelante se escucha un grito y una niña que levantando los brazos en señal universal de auxilio exclamaba “¡Una víbora!” “¿Una qué?” pregunté subido al único árbol que encontré cerca. A escasos metros, un hombre de sombrero procuraba aplastarle la cabeza con la base de una caña de pescar. Envidio un valor así. Yo solo me hubiera enfrentado al reptil con una pistola automática y dos cargadores, sabiendo que en el bolsillo tengo una ampolla de suero antiofídico.

No había allí un centro asistencial, ni una farmacia, ni luces en las calles, ni un cine, ni un videoclub, ni veredas, ni semáforos, ni un bar y menos que menos un shopping, lo que nos hacía implorar a los dioses porque en cada día hubiese buen tiempo para no quedar encerrados en nuestro living-comedor-cocina-dormitorio mirándonos los desencajados rostros.

Algunas noches después de nuestra llegada, un poco después de las doce, asomó su cara a nuestra puerta abierta el único policía que había en el balneario para asegurarse la ausencia de malvivientes, demostrando que el oportunismo en la seguridad responde a normas internacionales y que tienen controlada la llegada de la competencia a su zona de trabajo. Comentando este pequeño incidente con nuestro locador, nos dijo que era vox populi que el hijo del policía sentía una irresistible atracción por las cosas ajenas, lo que le daba al padre, ante cualquier hurto, una pista segura, de ahí su bien ganada fama de buen policía.

De lunes a viernes, para encontrarse con alguien en la playa hay que caminar por lo menos dos kilómetros. Como no hay guardavidas, tampoco hay gente que se ahogue, ya que a excepción de mi suegra, nadie puede morir por inmersión con el agua llegándole a las rodillas.

Había una pizzería a un kilómetro y medio. Para llegar allí contábamos con bicicletas que por una falla en el inflador tonificaron más nuestros bíceps que los músculos de las pantorrillas. Montados en ellas atravesábamos las calles de tierra con pronunciadas subidas y bajadas en el único turno que atendía: la noche, sin otra iluminación que las colillas de nuestros cigarrillos que por más que nos esforzáramos nunca llegaron encendidos a destino. Para sentir el sabor del peligro si uno memoriza la ubicación de algún pozo que la colilla no permitió observar, no debe desanimarse, porque día a día aparecen nuevos.

La segunda noche de nuestra estadía, mi hija quiso probar el poder de su linterna. Salimos a caminar y ayudados por los ruidos del monte, los pájaros nocturnos y otros sonidos de difícil identificación logramos la cifra récord de 150 metros, luego batida con la compañía de mi esposa por la de 170.

Una invasión de mosquitos nos azotó durante dos días de la primer semana. Eran de un tamaño más pequeño que los convencionales pero su picadura dejaba en nuestra piel la misma huella que la mordedura de un jabalí. Como en un lugar tan despoblado las víctimas escaseaban, podían atacarnos en los médanos y abandonarnos recién cuando nos sumergíamos a la carrera en las heladas aguas. Ante los malos resultados de los repelentes conocidos pensamos en los trajes de apicultor que un tío ya no usaba.

Fueron quince días en los que no habíamos pensado en hacer turismo de aventura. Fueron quince días que se olvidaron rápidamente cuando en el barco que nos traía de vuelta a Buenos Aires, leíamos los titulares de los diarios argentinos. ¿Para qué volver? Estábamos tan bien allá...

El Portal de la Nostalgia

Dicen los cientìficos, los estudiosos de la entramada geografìa de la psiquis, que ante una situaciòn de angustia, de desesperaciòn o desesperanza, la mente, sabia y naturalmente, nos transporta a otros mundos, siempre dispuestos a albergarnos, siempre reconocidos, amables, entrañables, familiares, remansos para los espìritus agitados.
Un compañero de cama de la misma sala donde està internado mi padre se despertò sobresaltado y me preguntò ¿Què hora es?
Mirè mi reloj y dije la hora, cometiendo la torpeza de preguntar ¿Què tenès que hacer?
- Tengo que ir con el subte a buscar a mi mujer que sale del trabajo...
Allì entendì que Fermìn estaba en otro lugar y me acerquè para conversar con èl.
Hubo unos segundos de pausa como una eternidad y el volvìa de ese tiempo a este tiempo y de èse lugar a èste, que transitoriamente compartìamos. Su rostro cambiò la expresiòn de unos segundos atràs.
- Soy viudo hace tres años pero siempre a esta hora pienso en que voy a buscarla a la salida del trabajo.

Mientras dormitaba mi padre fue presa de un sobresalto parecido.
- El cine Maipù... -allì abriò los ojos y se encontrò con los ojos de mi hermana y luego con los mìos. Despuès moviò la cabeza a uno y otro lado.
- Cierto que ahora hay una galerìa...En Corrientes y Maipù.
Transitè mis años de infancia y adolescencia sin saber de la existencia de èse cine.
- Yo iba a èse cine muy seguido...-volviò a subrayar con los ojos fijos en la pared de enfrente.
Seguramente ante èl transitaron otros dìas de juventud, otros actores que lo hicieron vibrar en su butaca con sus fantàsticas historias. Johnny Weissmüller, Kirk Douglas, Humphry Bogart, Robert Mitchum, hacìan de las suyas en aquellas pantallas aùn lejanas al Cinemascope, al Technicolor.
Entendì que es una infamia arrancarlos de ese transe con aterrizajes a estas fechas, a estos mundos, a estas realidades, que es mejor consentir en un diàlogo e indagar, y viajar de polizòn a esos mundos, ayudarlos a abrir de un empujòn El Portal de la Nostalgia

El escritor Balotti y yo

Conocí a Guillermo Balotti muchos años antes que lo alcanzara la fama y yo me convirtiera en su crítico predilecto. Antes que su inigualable literatura tuve la fortuna de cosechar su amistad, algo difícil en un hombre que vivió inmerso en su mundo de ficción y arte la mayor parte de su vida. En mi biografía, que comienza a transformarse en bestseller según me comentan los distribuidores que día a día recorren los subtes y los trenes doblando las hojas de la edición que no terminamos de encolar por el aumento en los costos del adhesivo como consecuencia del incremento en el precio del barril luego de la caída de la bolsa, cuento algunos aspectos que sirven para conformar una imagen de este maravilloso creador que dejó su sello personal en una generación de jóvenes escritores que aún buscan sus libros poco conocidos en las ferias barriales.

Balotti no hablaba, recitaba. En días de inspiración que eran los más comunes, saludaba a la gente del bar con un soneto nacido de su impronta, algo que un lunes a la mañana, antes de desayunar y salir para el trabajo, no deja de ser pintoresco y conmovedor.

Nos presentaron en el bar El banderín, donde solía pasar algunas horas escribiendo sus novelas, poemas y ensayos, dejándose acompañar por el ritmo del lugar, interpretando su música, colocando puntos y comas cada vez que escuchaba la máquina del café, intercalando signos de exclamación toda vez que la puerta de entrada se abría para dejar pasar la sensación térmica del crudo invierno, poniendo comillas con cada estornudo que escuchaba desde alguna mesa.

Supe de su obra y supe de su vida. Estuve con él la noche que escribió “Mortadela” en el velorio de su tío Vicente. Fui testigo ocular cuando recitó en la escuela de su querido Almagro “Prohibido Esculpir”. Llevé a limpiar sus pantalones la tarde que se llevaron por delante al mozo que iba a servirle su cortado para regresar sorprendido a su casa diez minutos más tarde y encontrarme con ciento veintitrés versos endecasílabos con rima consonante en los versos pares de aquel épico “Lavemanch”, típico de su costumbre de jugar con las palabras y los significados.

“La pobreza y una madre con ignorancia absoluta de las artes culinarias me hicieron escritor”, dijo una noche en medio del silencio que siempre precedía a su suelta de verdades como de palomas. Yo sabía que era cierto. Creció en una familia humilde, y de los dos a los cinco años en cada almuerzo y cada cena tuvo frente a él un plato de sopa de letras que no pudo despertarle el aburrimiento sino el amor por la lectura. Jugando con la cuchara hacía crucigramas. Utilizando el tenedor confeccionaba listas de adverbios. En la novela “Manduco y caduco”, en el cuarto capítulo algo deja ver de todo eso cuando pone en boca del tragasable al que lo acomete el hipo “las letras en el plato fueron cartas que presagiaban un destino inexorable para quien ahora soy, en este tiempo y en este espacio, pasame la sal”. Conservo aún la servilleta donde trazó el plan de obra de la novela que lo pondría como candidato al Nobel en el 84 después de diez años de persecución de la trama. No me olvido cuando llegó la dictadura y decidió autoexiliarse en Punta Gorda para escribir “Por si las moscas”, llevada al cine sin su consentimiento por Ahdeb Bijaíl con la cual ganó el ganó Mención de Honor en el festival de Tegucigalpa. Recuerdo que luego de sus consabidas pausas dijo: “me parece que me rajo” y se inclinó en la silla cerrando los ojos como si hiciera fuerza por vencer el destino. “Me ventilo un poco y vuelvo” declaró para nuestra sorpresa unos segundos después y cuando terminábamos de imaginar dónde iría ya se encontraba regresando con el borrador de un nuevo trabajo.

En el mundial del 78 se negó a festejar el triunfo argumentando con audacia en el diario Clarín en su columna de opinión: “Dije que no subiría al carro triunfal de ningún exitista de estos tiempos y cumpliendo a mi palabra dejé que partiera el camión con los muchachos y me tomé el subte para ir al obelisco. No echo al mar de las dudas las anclas de mi melancolía que da vueltas olímpicas en el campo del honor como duerme en la red un balón de ignota procedencia o la resignación del arquero peruano.”

En los 80 se negó a recibir el premio Konex a la trayectoria como dramaturgo (por entonces estaban en cartel tres obras “Las intrusas”, “Golpe de calor” y “Callate Cayetano”) de las manos de un funcionario de dudosos antecedentes. Dijo a la prensa: “Tengo dudas de que sea un asesino. Tengo la certeza de que es de Rosario Central. Eran tiempos difíciles. Estaba prohibido por haber reconocido ser el autor de la frase popular de muchas marchas de tendencia socialista “Cuba, Cuba, Cuba, el pueblo te saluda” que había escrito como al pasar sin saber que la dejaría grabada en la memoria colectiva.

No celebraba cumpleaños ni éxitos personales. Se enteraba de algún artículo que lo nombraba por los comentarios de la gente con la que desayunaba todas las mañanas. Una tarde le sugerimos que algún día una calle de Buenos Aires llevaría su nombre. Hizo una pausa. “Que sea de pocas cuadras. No quiero que la gente recuerde menos mis libros que mis baches y mis accidentes. La gente puede dejar de leer algún día pero dudo que deje de transitar.”

De los años en que pasé cerca de su obra y de su ingenio en los únicos momentos en que noté un halo de temor en su semblante fue en su proximidad a los galenos. Los doctores no le inspiraban confianza alguna. “La medicina es una ciencia tan exacta como el Tarot o el horóscopo chino”. “Un médico es alguien a quien le confiamos lo más preciado que poseemos y al que encima le pagamos.” “La caligrafía de un galeno es menos entendible que las razones que tiene un cirujano para cortar con un bisturí a alguien que no le ha hecho nada, se encuentra indefenso y que ni siquiera conoce.”

Su relación con las mujeres ha sido tan fructífera como complicada. Mucho se ha dicho sobre su afección a la noche, el alcohol y las mujeres de vida disipada. “La prostitución es un arte que siempre merece un pago y en alguno casos hasta un aplauso”. “Hay que ser una gran artista para disimular el asco y en muchos casos evitar una carcajada”. “Las mujeres de la noche conocen el valor del tiempo como nadie, escuchan como pocas y son capaces de callar, algo que no logré disfrutar en ninguno de mis cuatro matrimonios”. “La mujer perfecta existe. Lo que se desconoce es su paradero.”

Sus dificultades con el alcohol fueron pasto para la prensa amarilla, un vehículo para adentrarse en una intimidad que el vedaba para quienes no tuvieron el privilegio de tratarlo. “El alcohol es utilizado para calmar la soledad, para llenarse de coraje y para mitigar ciertos dolores del alma. Al rico que disfruta del champán se lo encuentra ebrio, al pobre que recurre a la ginebra mamado”. “Me puse en pedo una sola vez en la vida y tengo la habilidad de saber mantenerlo”. “De los grupos de autoayuda rescato la amistad de algunos integrantes que prefieren seguir siendo anónimos y que en muchas ocasiones me ayudaron a encontrar donde vivía y a embocar la llave en la cerradura”.

A sus colegas los trataba con sincera dureza. “Cuando leo a Cortázar a veces escucho su voz, otras sus flatos”. “Borges es un erudito como intelectual. Si caminara hoy por Palermo le dirían con tristeza que en las esquinas donde ayer paraban los guapos, hoy trabajan los travestis y su ceguera le impediría descubrir la diferencia.” “Sábato es un hombre al que puedo leer pero jamás lo invitaría a un asado con amigos para que lo anime.”

Para leer a Balotti deberíamos seguir una ruta de acuerdo a su temática y a sus obsesiones. De su etapa como ensayista rescato “La brújula que se perdió en el Sur”, donde desarrolla su teoría sobre los intrincados laberintos donde sucumbió la Argentina. “El Manco se mancó”, un tratado de doscientas cuarenta y tres páginas donde nos explica porqué Cervantes no volvió a escribir nada del brillo del Quijote. En “Divagues del diván” arremete con furia contra las teorías psicoanalíticas acusando de robo los honorarios en el polémico capítulo VII “La cana, Lacan”. Este último libro fue duramente criticado en el círculo médico nacional y discutido con fervor entre los intelectuales europeos. En 1982 publicó un irónico manifiesto de 120 páginas llamado “Leopoldo y Mambrú”, el cual motivó su prohibición pese a la queja de muchos intelectuales y que se levantó con la llegada del gobierno de Alfonsín un año más tarde. En agradecimiento escribió “Con la Democracia se edita”.

Sus poemas fueron recopilados recientemente en obras completas por Tusquets titulado por el propio autor según su testamento como “Rejunte”. Versos considerados como perlas literarias pueden encontrarse en “Mis manos Mimosas”. Muchos recordarán de su paso por la escuela algunas estrofas del poema que sirve de título a ese ejemplar:

Mis manos mimosas escriben poemas,
En muebles, paredes, papeles, arena,
Poemas que hablan de ti, de tus tías,
Diciendo una tarde: ¡Upa, la nena!

Mis manos mimosas escriben palabras
De amor, de recuerdos, de oscuras nostalgias,
Mis manos mimosas las miman y abrazan,
Las buscan, las leen, las releen, las repasan.



De su producción novelística destaco “Es tarde para llorar” señalando que el capítulo donde la heroína es rescatada del incendio por su novio bombero merece un libro aparte. “Noches de insomnio” y “La cueva de Hormiga Negra” tienen en sus personajes el sabor porteño del mejor Balotti, los dos escritos en la misma época, a poco tiempo de casarse con Magdalena, musa inspiradora de su mejor producción poética.

Los ensayos fueron epicentros de largas polémicas y discusiones. “Se discute el valor de mis libros como si los críticos hubiesen comprado uno alguna vez”, dijo una tarde en una conferencia de prensa. En “El calvario de Calvino” arremete con furia contra todas los dogmas religiosos. “La espiritualidad perdió trascendencia. Se persignan el sacerdote, el creyente, el jugador, el dictador, el cirujano, el sastre, el alumno, el corredor de autos y el vendedor ambulante. El tango estuvo bajo su lupa en “Dos por cuatro, ocho” rescatando tangos olvidados o poco conocidos y donde se da el lujo de decir: “Gardel es un invento. Tuvo la suerte de que su fama corriera más rápido que los caballos a los que apostó”. “Los coleccionistas le deben mucho pero mucho más le debe Glostora”.

Balotti no perdió el tiempo ni el tren de la historia. Siempre estuvo escribiendo lo que veía en la sociedad y lo que imaginaba, con una fuerza y una claridad conmovedora. Famoso por sus desplantes, por su ironía, por sus sutilezas siempre estuvo al lado de sus amigos y colegas.

El busto que ha de descubrirse el sábado en la intersección de las calles Acuña de Figueroa y Cabrera, llevará por su expreso pedido la gorra a cuadros que lo acompañó sus últimos días, donación que hizo a su club su viuda, Josefina Ranieri. Un último gesto que pese al tamaño del busto, vuelve a pintarlo de cuerpo entero.

Paloma y yo


La familia me ha dado una sobrina, la vida y los amigos me trajeron de su mano otros que me dicen tìo Molo con una convicciòn y una ternura que pone a prueba mi salud coronaria. Ellos me adoptaron y me dieron èse tìtulo, y no soy de los que renuncian a sus medallas de honor.
En otro espacio hablè de Polo y nuestras màgicas andanzas y aventuras.
En èste escribo sobre Paloma, una princesa encantadora que posee un traductor perfecto para decodificar y entender y hacerse còmplice de mi humor y mi sarcasmo y de vez en cuando, atenta contra mi vida enviàndome unos mails que hacen que mi pera hago ruido contra el teclado de mi màquina cuando los abro.
Pasamos pocos momentos solos, pero cuando esto ocurre se alinean los planetas, existe la justicia universal y es un dìa feriado para malvados, granujas y malos pensamientos.
Paloma tiene la envidiable habilidad de mimarme en silencio, podemos conversar como viejos camaradas o quedarnos callados tomàndonos de la mano con el alma.
Nuestro amor, como el que tenemos con Martina, su hermana mayor, tiene prehistoria. Antes que ellas nacieran su padre y yo èramos amigos.
Hemos compartido viajes al sur, salidas de fin de semana y siempre vieron como su padre y yo nos divertìamos, como nos reìamos y disfrutàbamos de nuestra amistad.
Hoy mantenemos esa liturgia.
Nos divertimos juntos y nos acompañamos.
Nada de lo que pueda escribir o expresar tendrà la dimensiòn merecida, nada me dejarà conforme, porque el poeta o escritor màs osado siente pànico si alguien le pide que describa el cielo.
Ella, en uno de esos mails que deberìa prohibir la Convenciòn de Ginebra, me confesò estar orgullosa de contarle a las amigas de su tìo.
Yo hago pùblico mi orgullo no como respuesta, sino como un acto de justicia, esa que suele aparecer los dìas feriados en que Paloma y yo nos encontramos.

Lòpez, la fiera indòmita



En la casa de mis padres siempre hubo perros grandes, de buen porte, temerarios.
Crecì con esos perros guardianes a los que uno debìa respetar si los veìa enfurecerse.
Dije una y mil veces que jamàs de los jamases tendrìa uno de esos perros pequeños como los pekineses, los chihuahuas, etc, esos perros a los que uno puede hacer cambiar de forma y lugar con un simple puntapies.
En la casa de mis padres habìa lugar, un jardìn enorme y un fondo donde las fieras con forma de perro pero tambièn de motocicleta, con esas fauces que uno imagina destructoras masticando a un ocasional y desprevenido ladròn, podìan correr. Y siempre dije tambièn que no podìamos tener un perro en un departamento, por màs chico que èste perro fuera y por màs grande que fuese el departamento.
Pero aunque uno se reconozca esclavo de sus propias palabras, tiene que saber admitir cuando sus palabras dejan de tener valor.
En casa vive desde hace un mes Lòpez. Lòpez es un Caniche Toy que se cree leòn y como tal se maneja y nos maneja. Lòpez juega conmigo a la lucha clavando sus afilados y pequeños dedos en mi mano que ya empieza a parecerse al mapa de Europa.
Nos levantamos con Lòpez, al horario que èl dispone, que suele ser la madrugada. Esto viene muy bien en la semana laboral, pero no es tan simpàtico los sàbados y domingos.
Lòpez sabe que el sonido de las llaves es el anticipo de que un integrante de la casa se va rumbo a sus obligaciones y el es primero en hacer cola en la puerta de entrada para que el que sale tenga que correrlo un rato por el pasillo.
Todos los dueños de perros comentan su inteligencia como si sus perros fueran la reencarnaciòn de Einstein. Lòpez ya sabe jugar a las escondidas, correr entre gruñidos y ladridos su pelota de tenis personal con màs garra que Gaudio, anunciar al barrio que està por almorzar o cenar, orinar y defecar en los lugares asignados y esperar su recompensa psicològica y fìsica. Lòpez entiende el valor de los NO mejor que mucha gente que conozco.
Lòpez tiene la amabilidad de recibirme siempre como a un hèroe de guerra, demostrando hasta al agotamiento la enorme emociòn que le produce verme regresar del trabajo.


Extranjeros, no nos crean


Escuchè las cacerolas y los bocinazos mientras cenaba.
Me he cansado de ver imàgenes de los actos que el sector agropecuario organizò en diferentes lugares, sobre todo en Rosario el 25 de mayo de este año en el monumento a la bandera. Cadenas de mensajes de texto en los celulares para sincronizar el horario de la protesta colectiva.
Rimas espantosas de un gaucho que hablaba de todo lo que le costaba trabajar el campo, enviadas en un Power Point de muy buena confecciòn, cientos de mails enviados por personas que se unen en una cadena de mensajes que no entienden.
Y estoy viendo las manifestaciones en las calles. Banderas, muchas banderas.
Buen trabajo de los sectores màs duros de la Argentina que tambièn trabajaron bien en otras èpocas.
Me acuerdo que tambièn la gente se manifestò espontàneamente, con las mismas banderas, con el mismo entusiasmo el 2 de abril del 82, cuando en la Plaza de Mayo y con unos cuantos whiskies encima y unas lìneas de cocaìna de la mejor calidad, otro presidente, no electo, nos hablaba.
Todos èramos argentinos manifestàndonos.
Todos querìamos decir que dàbamos la vida por la Patria y que ìbamos a expulsar a los ingleses.
Llenamos la plaza màs que ahora con la banderita en la mano apoyando a un gobierno que dos dìas antes habìa reprimido con balazos de goma una protesta.
Y la llenamos otras veces en una muy infelices pascuas. Siempre con la banderita.
No creo en que Vox Populi, vox Dei. El pueblo argentino no tiene voz. No la tuvo en la Revoluciòn de Mayo, no la tuvo cuando ganò un riojano que nos dejò en la crisis màs espantosa, creyendo en esa màgica fòrmula en la que un dòlar valìa lo mismo que un peso.
Nuesto himno dice claramente, Al gran Pueblo argentino, salud!!!. Nunca salimos del estado febril de la meningitis.
Siempre deliramos de fiebre.
Hoy en un programa que lleva 40 años de emisiones, donde una señora considerada Diva, almuerza con las figuras del momento, vi a los dirigentes del campo y a la señora Carriò como invitados.
La Diva dijo: "Nunca vi nada peor en este paìs".
La señora debe haber estado ausente desde el 76 al 83, cuando este paìs soportò una de las dictaduras màs sangrientas: 30.000 desaparecidos. No es comparable, me parece. Hasta prometiò pensar en la oferta que le hacìan desde uno de los cortes de ruta para hacer su programa allì. Cuànto fervor democràtico!!!
Estos formadores de opiniòn con sus comentarios a veces sutiles, a veces groseros, empujan, estimulan, impulsan, generan, inspiran y se instalan en el inconsciente colectivo con sus frases de cartòn, vacìas, pero altamente eficaces. Son como aquellos que en el 78 armaron una calcomanìa que la gente pegaba en la luneta trasera de sus automòviles: Los argentinos somos derechos y humanos.
Parecidos a los que ahora escriben Andate imberbe en una pintada en la calle, el mismo epìteto que utilizò el Gral Peròn en un acto en Plaza de Mayo para expulsar a los Montoneros. Parece ser que Cristina Fernàndez, la presidenta, es igual a ellos, a los montoneros.
Los sectores duros, lèase la derecha, se han sofisticado, aggiornado y se mezclan con la gente comùn utilizando herramientas como los piquetes, los cortes de ruta, que hasta hace poco parecìan ser solo patrimonio de los movimientos de izquierda.
Dicen los medios de comunicaciòn, otros que han sabido mentirnos a menudo, que en el Exterior miran con preocupaciòn los sucesos, que temen por nuestra integridad, que probablemente volvamos a llevar a cuatro dìgitos a esa famosa calificaciòn fondomonetarista "Riesgo Paìs", que los diarios critican la gestiòn gubernamental y que haya este descontento.
Recordè el descontento mundial y las protestas contra la invasiòn a Irak por las armas quìmicas.
No nos crean.
Si llueve, la soja no se moja.




Humos del vecino

La mayorìa de las veces, antes que el fuego, el humo da sus señales.
Y el fuego hasta entonces invisible, aparece.
Unos dìas atràs, Buenos Aires apareció envuelta en una nube de humo. Era difícil respirar, ardìan los ojos.
Los sojeros, evitan desmalezar encendiendo los pastizales. El humo, empujado por el viento, llegò a la ciudad.
El fuego llegò después.
Desde hace 90 dìas mi paìs se mantiene en vilo por una huelga de la gente del campo, que entre otras cosas provoca el desabastecimiento y el alza de los precios.
Recuerdo que mucha de esa gente, cuando se encontraba frente a un piquete, opinaba que habìa que terminar con todo eso y meter en cana a esos negros que no quieren trabajar.
El piquete ahora fue utilizado por ellos para bloquear las rutas e impedir que granos, leche, carne, llegue a la Capital o a los centros de distribución. Parece ser que algunas cosas son ilegales cuando otros las practican.
Humos del vecino.
En mi paìs se habla de redistribuciòn de la riqueza. Y automáticamente aparecen voces que dicen lo mismo que decìan hace décadas, cuando la que gobernaba era otra mujer, què disparate, una mujer en el gobierno, una tilinga que solo quiere mostrar su poder, sus joyas y sus carteras compradas en Europa. Cristina Fernàdez y Eva Duarte son el eje de un mismo discurso.
Y escuchè con espanto decir a vecinos míos: “No tiene que terminar el mandato.”
Y escuchè con un espanto mayor decir en otro lugar: “Es un gobierno de montoneros”
En este paìs, en mi paìs, se juegan revanchas todos los dìas.
Es un paìs difícil de gobernar. Un paìs que pasa por una crisis como èsta y ya se habla de corralito, estampida del dólar, malestar.
El campo se autodefine como la Patria.
El campo dice que gracias al campo, este paìs se puso de pie.
Desde hace muchos dìas, circulan por Internet una serie de correos electrónicos que años atràs circularon para atacar a un riojano que en una década tuvo un efecto parecido a la bomba de Nagasaki. Como si este gobierno y aquel fueran lo mismo, como si las cosas se dirimieran por la manera de mirar en el bolsillo de los otros.
Los vecinos hacen humo.

Algo sobre los ìdolos


Pocos me han hecho reìr tanto.

Los fabulosos Monty Python, junto con Groucho Marx y Woody Allen me han hecho llorar de risa.

Fundamentalmente actores de teatro que un dìa hicieron un programa de sketches en la televisiòn inglesa Monty Python Flying Circus y luego filmaron notables pelìculas:


  • La Vida de Brian

  • Los Caballeros de la Mesa Cuadrada y sus locos seguidores.

  • Erik, el vickingo.

  • El Sentido de la Vida.

Despuès de La Vida de Brian, una pelìcula ìcono en el gènero humor, se disolvieron.


Pero sus integrantes estuvieron relacionados a otros filmes espectaculares a traves de Terry Gilliam y Terry Jones.


Tienen tambièn para ver:


Las aventuras del barón Munchausen


Brazil


Doce Monos


Se han reìdo de todo y de todos.


Regla fundamental que convierte al humor en algo sagrado.


Cartas de Combate

Algunos ejemplos que podrìan haber tenido un sobre con mecha:

Como cualquier mortal he padecido burocracia, malos tratos, estafas.
Muchas motivaron respuestas escritas, y en su mayorìa satisfacciones personales, al momento de escribirlas y al obtener con ellas un llamado de disculpas.
Hace poco, urgando en viejos archivos, encontrè unas pocas que volvieron a causarme gracia.
Todo lo que se cuenta en ellas es cierto, solo matizado por la exageraciòn natural al que el humor nos lleva tan saludablemente.
He hecho una selecciòn de ellas.

Buenos Aires, 21 de abril de 2003

Sres.
BUQUEBUS

Antes de comenzar a escribir esta carta y sabiendo que es de vuestra preferencia recibir las quejas en un libro destinado a tal efecto, aunque solicito, me permitan dudar de una encuadernación que resista tales dimensiones, pensé en quién o quienes podrían leer lo que aquí expongo.

Viajé utilizando vuestros servicios el día viernes 18 partiendo de Buenos Aires en el Eladia Isabel a las 0.30 horas con destino a Colonia.

He comprobado que deberían pensar en dejar esta actividad y dedicarse al turismo de aventura.
Cuando llegamos a Colonia nos enteramos que nuestro equipaje, entregado voluntariamente en el puerto de Buenos Aires para hacer más cómodo y placentero el viaje para el pasaje y la tripulación, había sido depositado en la playa de estacionamiento del buque en diferentes montañas, para que cada uno de nosotros, se sirviera retirar sin ningún tipo de control, el que trasladó o uno mejor.

Cientos de pasajeros caminando por encima de las maletas y bolsos buscando en forma desesperada a las 3.30 de la mañana sus pertenencias y escuchando de boca de otros miembros del pasaje la extensa campaña que Buquebús vino realizando en los últimos meses para que entre su servicio y el Tren Fantasma nadie note la diferencia.

Escuché que el 8 de enero una parte de la carga de maletas se les cayó al río. No está mal. Podrían pensar en incluir alguno que otro pasajero en otras travesías para conferirle al viaje la participación del azar.

No me extraña que tengan ustedes el monopolio del cruce en barco del río. En Uruguay y Argentina siempre alentamos a la inversión a empresas que fijan sus tarifas de acuerdo a la fluctuación del dólar, al cambio internacional, a las leyes del mercado, a la suba del precio del barril de petróleo, a la venta de Ariel Ortega a Turquía y al cambio de las mareas.
El vía Crucis comenzó con ustedes el viernes con una solapada campaña marketinera para que todos nos acordemos de Buquebus cuando lleguen a estas fechas.
Yo podré decirle a mis nietos "Yo viajé en Buquebus" y ellos me observarían asombrados como si hubiese mencionado al Titanic.
Lamento que vuestro personal haya tenido que soportar el injusto malhumor de los que viajamos. Yo pedí un responsable para expresar mi queja pero me derivaron al libro más arriba mencionado
Reconozco que es difícil administrar un barco repleto para quien tiene como objetivo mantener repleta la cuenta bancaria.
Es difícil ganar dinero pagando sueldos a gente idónea que se dedique a pensar en cómo mejorar el servicio sabiendo que éste se mantendrá mientras la gente considere un esfuerzo agotador cruzar el río a nado.
Si pienso en que tratan de abaratar costos quitando personal destinado a esta tarea ¿qué debo pensar sobre la seguridad? ¿Tienen inventariados los salvavidas que funcionen o solo se dedican a que no falte mercadería en el bar y en el freeshop?
En el regreso del domingo noté vuestro interés en mantenernos haciendo extrañas figuras geométricas en el puerto de Colonia que me recordaron a las presentaciones gimnásticas que se hacen en los mundiales de fútbol el día de su inauguración. Haciendo colas para subir al buque dibujamos S, Z y W.
No estaría mal pensar en vender todas estas complicadas prendas a un programa de entretenimientos.
Soy argentino y agradezco que en el cruce de los Treinta y tres orientales no haya existido Buquebus como alternativa. Hoy la historia hubiese sido distinta.
Estoy seguro que vuestra imaginación profundizará en breve la mala atención porque los precios no son compatibles con la eficiencia.

Roberto Molinari

Y un dìa me cortaron el gas:

Buenos Aires, 6 de Agosto de 2000


Sres.
Metrogas S.A.
Comité de Atención al cliente
Gregorio Aráoz de Lamadrid 1360

De mi mayor consideración:

Hace unos días, no tengo en mi poder la nota, antes de salir de viaje, me llegó el aviso de corte de suministro por una factura que no había cancelado en término.

El día 2 de agosto me acerqué a una de vuestras sucursales para efectivizar el pago y luego de realizarlo, en mesa de informes, me entregaron una oblea, para que corriera a colocarla en mi medidor para informar a la cuadrilla que ya había salido a la calle con la lista de medidores a los que debía interrumpir el suministro. Le pregunté a la señorita que me atendió si no había forma de avisarle al personal encargado de la deuda regularizada porque yo debía concurrir a mi empleo y no me daba el tiempo para volver a mi hogar a implementar el moderno sistema de comunicación que ustedes desarrollaron. La respuesta fue negativa. Supuse que el Depto de Logística de Metrogas no se informó sobre la invención del teléfono celular para ubicar al personal que trabaja en la calle.

Cuando llegué a casa del trabajo el mismo día de efectuado el pago no tenía gas y sabiendo que debía abonar la reconexión volví a la misma sucursal de Avenida La Plata al día siguiente a abonarla. Me informaron que para restablecer el suministro debía haber alguien en la casa en el momento que se presentara el personal destinado a ese menester. Le informé a la señorita que vivo solo y que en el edificio no hay portero pero solucionó rápidamente ese problema tomando nota que la cuadrilla podía pedir las llaves de mi casa en el kiosco que se encuentra próximo a la entrada del departamento donde vivo.

La noche del 4 de agosto volví a mi casa y me encontré con una nota de Recruiters & Trainers, empresa al servicio de Metrogas, donde decía que a las 9.30 horas se habían acercado para la rehabilitación y dada la ausencia de moradores en el edificio (el kiosco estaba abierto desde las 7.30 horas según mi reloj) se retiraron sin efectuar el trabajo, sin pedir las llaves como se había informado y demostrando que un nombre con acento norteamericano no es garantía de eficiencia.

Esa misma noche solicité la presencia del Servicio de emergencias por Escapes en la vía Pública. El hombre que se presentó, revisó el medidor y comprobó el corte de suministro. El nuevo sistema que implementaron para esto puede ser anulado solamente por personal de Recruiter & Trainers, que dispone de las herramientas y autorización necesaria, gente que se rige por los husos horarios de Filadelfia y que en ese momento se encontraba durmiendo.

Al día siguiente trato de comunicarme con Metrogas (día sábado) para quejarme por este anormal sistema de trabajo y comunicación y fui atendido por una central inteligente que luego de hacerme marcar más dígitos que si me comunicase con Groenlandia me informó que dentro de las 48 horas (la referencia horaria podía ser de Singapur en este caso) rehabilitarían el servicio.

Llamé inmediatamente a Recruiters & Trainers donde fui informado que de acuerdo a un mapa inteligente que tenían a su alcance sería visitado en un máximo de treinta minutos. Recruiters & Trainers no solo no dispone de celulares sino que además se rigen por un reloj de sol que no debe estar bien orientado porque en ningún momento de ese día ni de esa noche llegaron y su mapa inteligente es para el personal que lo utiliza una herramienta demasiado compleja. Volví a llamar en la tarde del sábado siendo atendido por personal de limpieza e informado que dada la cantidad de trabajo (se nota que tienen índices parecidos entre los cortes de suministro y las explosiones de los últimos días) la cuadrilla se había demorado pero que antes de las 18 horas el problema sería resuelto.

Por un momento pensé que ante la falta de respuesta de Metrogas y Recruiters & Trainers debía recurrir a Torneos y Competencias donde quizás me diesen una respuesta más satisfactoria.

No escapan a la regla general que las empresas estatales privatizadas son tan ineficientes como caras.

Yo pagué por una rehabilitación que aún no se efectuó.

En ningún momento se me informó del convenio que efectuaron con Telecom para que en casos como estos las dos empresas aumenten su facturación.

La fortuna está de mi lado. Pese a estar en época invernal el frío puede soportarse. Ustedes son insufribles. Ustedes piensan en aumentar las tarifas pero jamás consideran aumentar la eficiencia.

Este país es tan maravilloso que puede seguir funcionando pese a que cuenta con empresas de servicios como ustedes.

Roberto Molinari

Y otro dìa se me ocurriò enviar un obsequio por un servicio de Correo Argentino-.

Buenos Aires, 16 de Mayo de 2000

AT: Depto. De Atención al Cliente
DE: Roberto Molinari

Adjunto al presente el comprobante de pago de un servicio de Teleregalo que aboné en la sucursal Facultad (Av. Córdoba 2233).

Dicho servicio fue contratado con la intención que el envío llegase el día 15 del corriente a Stella Maris Santana, Migueletes 1281 – 1770 Aldo Bonzi entre las 16 y las 20 horas según fui informado por la Srita. Graciela Martínez.

El envío no llegó en el día 15 e hice el reclamo a vuestro teléfono 4316-3000 siendo atendido por la Srita. Alejandra, quien me aconsejó esperar hasta las 13 horas del día de hoy.

Cuando volví a reclamar, cumplido ya ese lapso, me sugirieron que llamase a la sucursal donde lo efectué. Lo hice, porque supongo que en un plan de restricción de gastos a Ustedes no le permiten abusar de la línea telefónica para responder por vuestro ineficiente servicio.

Me pidieron que me acercara a la sucursal para efectuar el reclamo y lo hice con la firme intención de saber hasta donde los conceptos marketineros pudieron limar su oxidada burocracia interna.

La Srita Graciela y el Jefe de la sucursal estuvieron comunicándose con el centro de distribución. Por el tiempo de espera (unos cuarenta minutos) supuse que dicho centro queda en Estambul y no dentro de los límites de nuestro país.

Quise recuperar los $16,80 que pagué para que vuestra ineficiencia no se transformara en una estafa y me contestaron que debían corroborar el porqué del incumplimiento y que no podían reintegrarme dicho importe si no efectuaba un reclamo por escrito. No me aclararon si esto es mediante una carta documento, lo que demuestra que pueden ser negligentes pero saben cuidar el negocio. No tengo idea cuánto me saldría dicha carta.

Creo que confundieron los conceptos de promoción y servicio al cliente. El cliente debe salir de cualquiera de vuestras sucursales satisfecho con la respuesta y la cordialidad con la que fue atendido y no con ganas de ir a buscar un bidón con cinco litros de nafta y resolver la diferencia al estilo Nerón.

Los $ 16,80 deberían ser ajustados en proporción a un incumplimiento que para mí puede ser vital y a ustedes por la forma de atenderme ya me dejaron claro que importancia tiene, por el tiempo que demoré en el teléfono haciendo los reclamos, por el tiempo en acercarme hasta esa sucursal pintada tan desagradablemente para la gente de buen gusto, por el tiempo que llevo tipeando esta carta y el que demoraré en enviar el fax, pensando en que con este reclamo ustedes contarán con un nuevo elemento de higiene personal. Seguimos achicando gastos.

Espero que además del reintegro del dinero, llegue desde Estambul la respuesta que todavía no me dieron. Dejé mis datos personales. Omití decirles de qué signo soy en el horóscopo chino.

Soy un hombre esperanzado y creo más en la gente que en los sitemas. Espero que haya entre ustedes alguien con la dignidad suficiente y el coraje para llamarme y darme una satisfacción. Tienen 24 horas. Tengo las copias listas para los medios de comunicación, siempre ávidos en destacar los cambios con las empresas privatizadas.



Roberto Molinari
Por esta me enviaron como respuesta seis servicios sin cargo.

Y un dìa una amiga y colega me contò que no le daban respuesta por su reparaciòn del servicio telefònico.

Sres.
Telefónica Argentina.

No salgo de mi asombro al recordar algunos cortos publicitarios de vuestra impronta que nos hacían pensar en todas las cosas que habían cambiado con vuestro desembarco en nuestras playas, parecido a otro que ocurrió hace algunos años con un tal Cristóbal a la cabeza y que vuelve a poner en vigencia aquella frase "La historia se repite".

En aquella oportunidad vuestro ingenio europeo nos dejó deslumbrados. Era maravilloso observar nuestra imagen en un espejo y perder de vista en este suelo un metal amarillento que con eficacia se encargaron de estibar en vuestras bellas naves.

Lamento decirles que repitieron el truco y nos hemos dado cuenta.

Después de aprovechar la oferta de privatizar una compañía estatal por decisión de una funcionaria que hoy se encuentra entre rejas, abarrotar vuestras arcas con tarifas inimaginables en continente alguno, hoy deciden abandonarnos, embarcando nuevamente la magnífica tecnología de última generación y dejando en nuestras manos unos bellos pero inútiles artefactos que pasaré a utilizar como pisapapeles porque para lo que fueron concebidos, su utilidad es nula.

Desde el día 17..... me encuentro sin línea telefónica.

He reclamado en incontables oportunidades recibiendo como respuesta la promesa de una urgente visita y solución.

Si es que la reparación del servicio exige que esperemos el apoyo logístico de la central española, le ruego que me avisen si dicho apoyo está cruzando el Atlántico a nado para que yo pueda administrar con anticipación mis comunicaciones. Se acercan las fiestas y no soy muy veloz escribiendo cartas a mis familiares.

Soy docente de teatro y por fuera de los gastos que me ocasiona realizar las llamadas desde vuestros bonitos locutorios (jamás se me ocurrió pensar que esta podía ser una nueva modalidad comercial para atraer clientes), estoy perdiendo alumnado que no puede comunicarse conmigo ya que en este continente hemos perdido la tradición oral aborígen y no sabemos enviar mensajes con señales de humo.

Se que no me indemnizarán porque podrán ser lentos en el servicio de reparaciones pero los noto muy veloces en el área jurídica. Temo que reparen mi línea telefónica cuando deba comunicarse conmigo vuestro asesor legal.

Una duda. ¿Es verdad que vuestra línea de celulares se llama Personal porque por el tamaño de los artefactos no les alcanzó la superficie para imprimir la palabra Doméstico?

Recuerdo a Adrián Suar viajando en un taxi y pensando en ustedes.

Les puedo asegurar que yo no me veo como él. Cuando levanto el auricular y vuelvo a comprobar que no tengo tono, subo mi tono de voz acordándome de la Madre Patria, de vuestras madres, de Cristóbal, de los espejitos, del valor de la última factura abonada.

No les pido una respuesta. Como usuario, les exijo una solución.

Tengo un nutrido grupo de amigos periodistas deseosos de recibir una carta como ésta, enviada a una empresa privatizada, favorecida por espurias negociaciones y lo suficientemente lenta como para hacernos percibir que vuestra filosofía comercial en otros países donde no serían admitidos, se considera estafa.

Deby
En realidad firma y documento.

Como muchos, tuve que renovar el contrato de alquiler.

Buenos Aires, 7 de Septiembre de 2001

Sres.
Ana María
Raúl:

Tengo una serie de dudas que surgen después de las últimas charlas telefónicas.

Creo que ustedes como la propietaria están al tanto de la situación económica actual en la Argentina. Bueno, yo también vivo aquí. Sabrán que el 70% de los alquileres se está abonando fuera de término y esto no obedece a que los inquilinos quieran dejar de cumplir con sus obligaciones, hayan efectuado depósitos en el extranjero y tengan un problema de liquidez. Que los nuevos contratos se firman con cláusulas más elásticas y con rebaja en los precios.

Leyendo con ustedes esta situación, después de haber firmado dos contratos anteriores con vuestro consentimiento y el de la propietaria, sin que mediaran armas ni amenaza física alguna, no comprendo tres puntos.

· Trabajo en una empresa que para darle crédito a sus clientes les pide una garantía inmobiliaria. La averiguación de las condiciones en que se encuentra esa propiedad le sale a la empresa $ 20. A mi ex esposa por la renovación del nuevo contrato y para la misma averiguación le cobraron $ 50. ¿Porqué ustedes pretenden cobrarme $ 150. ¿La investigación la hace el F.B.I., los cascos azules de la ONU, el Juez Baltazar Garzón? ¿No creen que se trata de un error? ¿No creen que quién hace las averiguaciones les estará cobrando la movilidad a Medio Oriente?
· Me cuesta un enorme esfuerzo como a ustedes hacerme de dinero legal y la señora propietaria quiere que gaste $ 65 en un escribano. ¿Espera una herramienta extra para asegurarse que no voy a firmar con una lapicera que luego de ser utilizada se borre lo que acabé de firmar? ¿Considera que el escribano conoce a un par de matones que pueden obligarme a cumplir con lo que firmo?
· ¿Tiene ella un dato fehaciente de que me encuentre mudando mis cosas y sus muebles en forma progresiva y en horario nocturno para sospechar que me voy a ir sin pagar? ¿Recuerda que ya firmó conmigo dos contratos con anterioridad?
· No necesito un escribano. Es más dudo de todos ellos, incluidos los que veo en los programas de televisión. Me da lo mismo Pratto Murphy que Silvio Soldán o el Soldado Chamamé.
El lunes Carlos Guarnerio tendrá las llaves de mi departamento para que se acerquen a ver en qué condiciones está.
Escribo la presente porque dudo (se trata de eso) en poder sostener sobre estos puntos una conversación telefónica. Ruego que luego de leerla la mediten.
Si es necesario tener todas las cuentas al día, es necesario también demorar unos días la firma del contrato.

Sin otro particular, los saludo atentamente,


ROBERTO MOLINARI