Dicen que
reza,
sin pedir absolución,
sin remordimiento.
Al fin y al
cabo poco queda
y otras horas de tiniebla,
espesa e implacable
lo sepulta lentamente en el olvido.
No oye cantos
celestiales,
ni voces que lo nombren,
al fin y al cabo poco queda
de aquella figura erguida, marcial,
símbolo del terror y del espanto.
Intenta, sin
consuelo,
imaginar su pubertad,
regresión innecesaria para quien
no hubo niñez ni inocencia,
ni juegos infantiles,
ni canciones de cuna.
Las luces se
apagan como los toques de queda,
y queda aun más solo que frente al
espejo,
donde hace tiempo no descubre arrugas
nuevas,
ni el paso del tiempo,
ni el camino a la mortaja.
Se arropa.
Al fin y al
cabo ha perdido la noción
del tiempo que lleva encerrado en este
abismo,
en este túnel oscuro,
en esta mazmorra,
en este vacío
al que los hombres llaman alma.
Tendrá un
nombre su tumba
y páginas enteras dirán lo que ha
hecho,
al fin y al cabo no todo es perdonable.
Ha hecho lo
posible y lo imposible,
para dejar su huella,
para marcar a sangre y fuego su rosario.
Un solo miedo
de tantos lo estremece.
Que el paso
de los siglos
lo conviertan en un desaparecido.
Válgame Dios