Las armas secretas

Dentro de mis tiempos difíciles, escribir fue una tabla de salvación improvisada, a veces transitoria.
Era el año 81 y yo cumplía con el servicio militar obligatorio en el Batallón de Arsenales 601 Esteban de Luca, un depósito de suboficiales y oficiales con algún tipo de desorden mental.
Un soldado me pidió que le escribiera una carta a su novia. Yo era asistente de un capitán y en las oficinas contaba con una Lexicon 80 como la que se ve en la foto que sirvió de herramienta para el encargo.
Escribí la carta una tarde y a la hora de comer la llevé a la compañía. La carta tenía un comienzo totalmente humorístico sobre la vida de un soldado en el cuartel, una línea de estrellas y un texto cargado con un poco de poesía y otro poco de romanticismo.
Sentados en círculo bajo un farol nos reunimos un grupo para leerla. En medio de de las carcajadas nos sorprendió un cabo primero. Me quitó el texto y se lo llevó al casino de suboficiales. Nos quedamos en ese tipo de silencio que presagia una tormenta, algún cataclismo, la perfidia de la buena suerte.
Cuando llegó la hora de descanso y los ciento cincuenta soldados en calzoncillo y remera esperábamos la orden de acostarnos al pie de la cama, el cabo primero nos dijo:
- Ahora el soldado Di Pascua le va a leer la carta que le escribió a la novia...
- Yo no la escribí -dijo Di Pascua desentendiéndose.
- ¿Ah, no? ¿Quién fue?
- Molinari...
- Molinari venga!!!
Salí de la formación y traté de explicar, pero tajante, me dio la orden que leyera. Parados ante mi una compañía que quería dormir estaba obligada a escuchar lo que yo iba a leer. La hoja se movía en mis manos o mis manos en la hoja, no lo se con precisión.
Leí nervioso porque el primer chiste de la redacción eran una serie de símbolos que tenía el teclado y yo no podía explicarle al auditorio de qué se trataba. Seguí leyendo y escuché las primeras carcajadas.
Cada tanto levantaba la vista y veía a mis compañeros agarrándose de las camas. Llegué a la línea de estrellas donde comenzaba la parte seria del texto. Me di vuelta y el cabo primero tenía lágrimas en los ojos y en las mejillas y hacía notables esfuerzos por volver a su posición marcial conteniendo la risa.
Nos mandó a dormir entre murmullos y algunas risas disimuladas.
Luego, apartados de la cuadra donde nos alojábamos, le dijo a mi compañero: como escribe este hijo de puta.
- Y eso que no leyó la parte en serio...
Estuvo tentado de encender las luces de la cuadra y hacerme continuar hasta el final pero el soldado lo convenció.
A la mañana siguiente cuando teníamos que salir al patio a tomar el mate cocido me llamó.
- Leí la parte que usted no leyó anoche. A partir de hoy, usted será el encargado de escribirle las cartas a mi novia.
Durante un tiempo, mientras la compañía practicaba "movimientos vivos" por algún castigo, movimientos que mas de una vez dejaron a alguno muerto y corrían, se tiraban cuerpo a tierra, se arrastraban por el campo, yo caminaba al lado del cabo primero escuchando sobre los últimos acontecimientos de su vida personal y tomaba nota.
Cuando volvía a la oficina saludaba a la Lexicon con una caricia.

Mensajes

Leyó el asunto y cientos de aguijones comenzaron a perforar su espalda, un remolino en la boca del estómago y una puntada fueron las señales que precedían al sudor en las manos y las palpitaciones.
En un tono impersonal, frío, sin que mediaran frases reparadoras, le anunciaban que ya no pertenecía al estudio y que su liquidación final estaba lista para que pasara a retirarla por la administración.
Esta semana en su vida acompañó al clima en Buenos Aires y la lluvia anticipó el llanto de Paula, los truenos, sus errores en evidencia en la oficina de su jefe y el mismo granizo que decoró su auto asemejándolo a un papel húmedo y arrugado, las discusiones en casa, y ese discurso cruel, escuchado en la entrada de la cocina que narraba la película de sus últimos tiempos y el no puedo seguirte en esta locura porque dejaste de ser el tipo de quien me enamoré.
No era consciente de la lluvia que lo empapaba y opacaba la pantalla del celular, que ahora indicaba la recepción de un mensaje de texto, mientras él, como una isla, parado en la esquina, inmóvil, volvía a entrar en otro cono de sombra y angustia, pensando que las desgracias no vienen solas, oprimiendo el ícono de abrir con vértigo, intuyendo que las primeras palabras que leería serían huérfanas de emoción y sentimiento, de los gestos amorosos de otros tiempos, cuando dio el paso hacia la acera.
Las lágrimas se mezclaban y confundían con la lluvia, los sonidos de la calle venían de otro mundo.
Fue un ruido seco al que le siguieron algunos gritos de espanto. Quedó tendido a varios metros de la senda peatonal, con los ojos abiertos y las piernas contraídas hacia un costado. Su celular aún encendido voló a algunos metros con el mensaje de texto abierto cuando alguien lo recogió del pavimento.
Nadie supo si había alcanzado a leer el texto completo, hasta las palabras te amo.