Pirotecnia

La invención de la pólvora cambió radicalmente la historia de las guerras. Un simple cañón, una bala de metal, una mecha y el precioso explosivo, simplificaron el transporte de pesadas catapultas para derribar muros y tomar por asalto las fortificaciones. Y las armas de fuego que vaya uno a saber en qué momento se ocupa el Diablo de cargar para su regocijo personal y desgracia de quienes las manipulan y de quienes las padecen.

Luego el hombre, que es siempre inventor de maravillas y catástrofes, pensó en que podía transformar explosiones en elementos de festejo y no encontró mejor nombre que pirotecnia, clasificación que aborrezco en todas sus formas, aún en la verbal. Porque el hombre, que es un animal en búsqueda permanente de nuevas situaciones de stress para sus congéneres y otras especies que lo rodean con tal mala fortuna, utiliza estos estruendosos elementos en actos públicos, marchas de protesta, partidos de fútbol, Navidad, Año Nuevo.

En las marchas y los estadios de fútbol se utiliza mucho el "tres tiros", vaya nombre bien colocado, que consiste en un tubo que luego de encenderlo, arroja tres explosivos que estallan en el aire, a unos cuantos metros del suelo, imitando el sonido de los disparos de armas de fuego. Maravilloso.

No se si los organizadores de marchas e integrantes de hinchadas de fútbol alguna vez pensaron que esta pirotecnia deforma una reunión pacífica y festiva en un estado beligerante.

Yo se que hay quienes disfrutaron apoltronados en sus sillones el muy televisado ataque a Irak en la invasión a Irak que terminó con Saddam Hussein. Aclaro: no eran fuegos de artificio lo que se veía en sus pantallas.

Yo se que hay quienes compran estos pequeños explosivos para regocijo de sus hijos, pero quisiera yo que estén ellos conversando familiarmente en un jardín, a punto de llevar a la boca un pedazo de pan dulce y estalle sobre sus cabezas una de esas bombas de estruendo que te hacen creer en el fin del mundo o que mientras brindabas se desató la tercer guerra mundial y gatos, perros y otros animales domésticos corren desesperados a ponerse a resguardo y uno desea responder al fuego con una granada, un mortero o un bazooka que ponga las cosas en su lugar, reestableciendo la paz y la armonía propias de las navidades, los años nuevos y de un mundo mejor.

El Ñato Peralta


El Ñato Peralta fue el boxeador más impresionante que he visto en mis años de aficionado al deporte de los puños. Dueño de una pegada fenomenal, un físico privilegiado, sino hubiese caído como cayó en los dormitorios de varias vedettes buscadoras de fama, no lo hubiese desparramado tan aparatosamente el paraguayo Gimenez en la pelea por el título sudamericano en Bahía Blanca aquella fatídica noche de invierno del 97.
Peralta se hizo de abajo, a los golpes, como la gran mayoría de los boxeadores importantes. Su primer gran entrenador fue su padre, que a edad temprana le dio sus primeras grandes palizas. Como Peralta no estaba en condiciones de medirse con él por la gran diferencia de categoría,  descargaba sus puños y su sed de revancha contra su madre, con quien consiguió sus primeros Knock outs.
Rocky fue una película que lo marcó definitivamente. Fue tal la admiración por el personaje que el Ñato comenzó a imitar a Balboa en su forma de entrenar y luego a Stallone en su forma de hablar y moverse, recitando textuales las frases de la película en su más que precario inglés,  lo que hacía que en las conferencias de prensa nadie entendiera lo que decía. Una vez escuchó que alguien dijo: “Tiene una papa caliente en la boca”. Se bajó inmediatamente del estrado y le dijo “Yo tengo una papa caliente y vos tenés esta castaña” y le puso una piña en medio de la frente que le dejó sellado como un tatuaje la pequeña imagen del escudo de Independiente que tenía en el anillo de oro.
Muchos juicios se comió, dejó mucha gente en mal estado cuando se tomaba unas copas y se quería agarrar a los golpes. Dicen, no se si será cierto, que iba siempre acompañado de un amigo de la infancia que andaba con una campanita de bronce y cuando tenía ganas de pelear le decía: “Turco, la campana” y cuando el turco la hacía sonar él gritaba “Segundos, afuera” y arremetía a las piñas limpias contra todo lo que se le parara en enfrente y decía “Contá turco, contá cuántos están en el piso”
Fue famoso en los boliches de moda por las propinas a los mozos y por los golpes que propinaba a quienes sospechaba que le miraban a la mujer que estaba a su lado.
En sus primeras épocas, cuando entrenaba con el maestro Zalazar, sus peleas no duraban 3 asaltos. De allí el mote “Banda inexperta”. Miedo metía. El quería madrugarte antes de empezar y ya en los pesajes te hablaba y te amenazaba. “Hacé el testamento ahora que podés firmar” les decía.
Otra de sus grandes era cuando se miraba y se medía con el rival antes de comenzar la pelea. Una noche subió al ring y le dió al Chino Luna una tarjeta en el saludo previo y  le dijo “es del dentista que te va a poner los dientes de nuevo”.
Hablaba con los rivales en la pelea, con el ringside, con el jurado, con el árbitro y si hubiese tenido un teléfono a mano hablaba hasta con la mujer.
Era una máquina de recaudar. Cuando nockeó al francés Sougier en París, se le acercaron todos los vendedores de auto de alta gama a ofrecerle el mejor coche. Destrozó aquel Mercedes contra un puesto de diarios en la primer salida. No sabía manejar, pero había que permitirle cualquier cosa porque él era el Ñato Peralta. Aquella madrugada declaró: "Soy noticia siempre. Si sabía que era tapa de hoy me quedaba en el puesto a esperar los diarios."
Me acuerdo cuando salió en la tapa del Gráfico con el habano en la boca y el título “Mas grande que el mono”. Nadie le pudo hacer entender cuando vio la revista que era una referencia a Gatica mientras tenía agarrado al periodista de la corbata.
Se ganó muchas críticas cuando al preguntarle sobre Cassius Clay declaró: “Es mas lo que baila que lo que pelea. Para eso voy a ver al Chúcaro con Norma Viola”
La Asociación lo suspendió de por vida aquella noche en Bahía Blanca cuando esperó al paraguayo Giménez después de su derrota en el estacionamiento con un matafuego en la mano. Alcanzó a pegarle una vez y lo dejó con conmoción cerebral una semana. Fue preso y no se supo nada más de él. Algunos dicen que es cuidacoches en Dontorcuato, que cuando le dejás el auto te dice: “Andá tranquilo, que te lo cuida Peralta”


Ubicación

En el pecho, inclinado ligeramente a la izquierda, está el corazón, órgano asociado a los sentimientos, a los pálpitos, a las decisiones corajudas.
Dicen que la sabiduría de la naturaleza le ha permitido ubicar a cada elemento en el lugar que le corresponde.
Para señalar o definir una posición, siempre usamos referencias: arriba, abajo, a la izquierda, a la derecha.
Y los seres humanos todos, como cuando elegimos el barrio donde vivir, nos sentimos más cómodos en un lugar que en otro. Y a veces coinciden nuestras elecciones con la de gente que admiramos desde lo más profundo y eso a veces nos da la esperanza de estar en el camino correcto, que no nos equivocamos, que gente sensible, creativa, piensa y siente como nosotros.
Nos dicen que las posiciones políticas ya no existen: que ya no hay que hablar más de izquierda, de derecha, que el fin de los tiempos, que el fin de las ideologías. Me cuesta entender que alguien pretenda convencernos con mensajes carentes de sentido.
La izquierda, desde el principio de todos los tiempos habla de lo mismo: de la solidaridad, de la igualdad de condiciones, de la justa distribución de la riqueza, de la atención a los que nada tienen, de la paz entre los seres humanos, del hombre nuevo, menos mezquino, mejor samaritano, en distintos tonos, con distinto énfasis, con similar convicción.
¿Y la derecha de qué habla? Habla de la libre competencia que regula los mercados, del progreso, del primer mundo, de las fronteras ideológicas, de la libertad impuesta a sangre y fuego, cueste lo que cueste, de la ley del más fuerte, de la fortaleza del que sobrevive.
He evocado algunas canciones populares que en algún momento se definieron como "de protesta" y todas tienen un mensaje bastante parecido, hablando del pueblo, del pan para todos, de no creer en las fronteras. Siempre con ése espíritu tácito de compartir la cosecha.
Y busqué en vano canciones de derecha, que me hablen del capital, de deudas, intereses, de pagos, de quitas y de un mundo mejor. No las encontré.
Hay compositores de canciones de derecha, pero no pueden cantar a los cuatro vientos lo que piensan porque eso no es atractivo, ni conmovedor, ni popular, ni invita a exclamar: "una que sepamos todos!!!"
Cada uno tiene una posición, incluso en el silencio. El corazón también.

La llevo a todas partes

La primera vez que la usé fue hace unos meses. Resulta que salía de mi casa para ir a laburar y no andaba el ascensor. Me volví. Agarré la cacerola y bajé los catorce pisos golpeándola con la cuchara de madera. Algunos turros me denunciaron al consorcio diciendo que eran las cuatro de la mañana. La democracia no tiene horario, señores!!! Les grité por los pasillos sin saber quién había sido.
Ese mismo día, caliente como estaba, no encontraba lugar para estacionar. Como la tenía apoyada en el asiento del acompañante, la saqué, me bajé y empecé a darle de nuevo. País de mierda que cualquiera tiene un auto y se cree con derecho a ocupar los lugares de la gente.
Ahì nomàs dije: me la llevo a todos lados. Y con un cinto viejo que ya no uso me la colgué al cuello sin que me importe un carajo que los vecinos me digan: Ahí va el loco de la cacerola...
Estoy en el cine viendo una película. Suena un celular. Como la tengo colgada al cuello, empecé a hacer un batifondo que ni te cuento. Pero claro, como en este país no saben vivir en democracia me echaron del cine. Hijos de puta, después se quejan que las cosas estén como estan.
El domingo pasado: All Boys-River allá en Floresta. 80 mangos la entrada y 25 una hamburguesa, hijos de puta. Todo el segundo tiempo, con ese bodrio de partido le dí a la cacerola pidiendo que se vayan todos: los jugadores, el técnico, el presidente y el dueño del puesto de hamburguesa, qué joder. Yo no vine a la cancha para ver esto. Yo tengo mis derechos.
No sabés lo bien que me siento, Cacho.
Aumentan las expensas? Cacerola.
¿El profesor desaprueba a mi hijo? Ahí me tenés a mí en la puerta del colegio haciendo más quilombo que la fanfarria de los granaderos a caballo.
¿Viene mi suegra el domingo? Cacerola.
¿Mi cuñado no trae nada en Navidad? Cacerola.
Te voy a llamar a la noche para que vos con la viola le pongas música a una letra que me viene rondando el mate.
Si no te para ni el bondi,
nadie te da ni la hora,
dale con ganas, sin asco
vamos con la cacerola.
Cuando el perro del vecino
ladre y ladre a cualquier hora,
no le grites ni lo calles,
duro con la cacerola
Sino hay café en el laburo
si para todo hacés cola
hacé valer tu protesta
siempre con tu cacerola.
Te llamo a la noche y arreglamos.
Mirá que si me atiende el contestador, ya sabés.


No me río de todo

Algunos trabajos son motivo de orgullo personal.
Hace poco mi sobrina me pedía la letra del último tema de la República que los parió. Y yo se la envié por mail pero me di cuenta que jamás puse el último monólogo que es demasiado largo pero tiene Carta a los reyes, como tema final.
Me queda pendiente otro trabajo. Uno que hicimos con el negro Vallejos, que quedó en formato VHS y hay que recuperarlo para pasarlo a digital.
Aquí están los últimos minutos. En aquel espectáculo, asistido por el maestro y profesor Cattenazzi, dije un poco lo que pensaba de ciertos tramos de la historia nacional.
Vamos
 

Modernos

Entraron al bar anunciando con gestos elocuentes su amor infinito a los cuatro vientos. Sabían, sin consultarse, cuál era la mesa elegida.
Y las bromas retrataban su adolescencia y la poesía tácita, íntima, que había comenzado horas antes entre sábanas.
Se tomaron de la mano mirándose a los ojos.
Un golpe de electricidad embistió contra sus cuerpos desprevenidos. La fiebre del amor altera con espasmos arterias, sentidos.
Se sonrojaron y bajaron la vista al mismo tiempo. Alguien creería que somos marionetas de un Dios divertido.
Volvieron a dibujar sonrisas cabizbajos, en espejo. Sin dejar de sonreír volvieron a encender en el otro sus pupilas.
Ambos, en el mismo instante, habían recibido el mismo mensaje de texto.

Una cartita para Aerolíneas Argentinas


Estimados:
Soy un hincha de las empresas nacionales, por el simple hecho de que le dan trabajo a mis compatriotas.
Y como hincha quiero que le vaya bien, que sea de primera, que compita con las mejores y sea la elegida con gusto y a conciencia, que disfrute de la miel de éxito.
Y también como hincha, cuando juega mal, la silbo, la abucheo, le pido a gritos que mejore porque pago mi  entrada para verla en el mejor nivel.

Hoy muchachos, jugaron horrible. La bronca que generaron en aeroparque con todos los pasajeros fue peor que el trágico 5 a 0 de Colombia en cancha de River. Un verdadero mamarracho lo que hicieron, entre ellos, con quien escribe.
Tenía que viajar a Bahía Blanca en el vuelo de las 7.20. Lo cancelaron primero para el de las 11.10 y luego lo suspendieron y postergaron hasta la cancelación definitiva. Luego me dijeron que me iban a pasar a un vuelo de LAN y como no había lugares en ninguno de los posteriores me sugirieron que viajara mañana.

Viajo a Bahía por trabajo para generar más trabajo en la zona. Tres días. Me mocharon uno. Nos quitaron un 33% de efectividad o sea, atentaron contra el empleo de otros.

Con esta manera de jugar con el pasajero generan varios problemas de difícil solución:
·         La empresa en la que trabajo evita la opción Aerolíneas en nuestros viajes  por estos antecedentes. Yo los elijo y luego le tengo que dar la razón a la Compañía. Los otros no fallan, ustedes si.

·         En el pasillo un pasajero decía: “Esto me pasa por elegir Aerolíneas Argentinas”. Menos gente los elige por el servicio, mas van a tener que bajar los precios para competir, menos van a ganar, más pérdida van a generar.

·         Le hacen el caldo gordo a quienes piensan que porque están subvencionadas por el Gobierno tienen una superpoblación de inútiles que hay que reducir.

·         Generan y propician un profundo malestar, incluso entre quienes quieren que nos vaya bien, como yo.

Producto del manoseo y mi enojo cancelé mi viaje, pero no me devuelven el dinero, lo tengo abierto durante un año para volver a utilizarlo. Estoy preso  de ustedes como usuario durante un año.
Veo la propaganda: “Alta en el Cielo”. Y es allí donde los queremos ver.
Muchachos: jugando así no salimos del sótano. Y lo peor de todo, lo tenemos bien merecido.
Vamos a ver qué imagen me brindan en próximos partidos.

Atentamente,

Roberto Molinari

Dicen que reza

Dicen que reza,
sin pedir absolución,
sin remordimiento.
Al fin y al cabo poco queda
y otras horas de tiniebla,
espesa e implacable
lo sepulta lentamente en el olvido.
No oye cantos celestiales,
ni voces que lo nombren,
al fin y al cabo poco queda
de aquella figura erguida, marcial,
símbolo del terror y del espanto.
Intenta, sin consuelo,
imaginar su pubertad,
regresión innecesaria para quien
no hubo niñez ni inocencia,
ni juegos infantiles,
ni canciones de cuna.
Las luces se apagan como los toques de queda,
y queda aun más solo que frente al espejo,
donde hace tiempo no descubre arrugas nuevas,
ni el paso del tiempo,
ni el camino a la mortaja.
Se arropa.
Al fin y al cabo ha perdido la noción
del tiempo que lleva encerrado en este abismo,
en este túnel oscuro,
en esta mazmorra,
en este vacío
al que los hombres llaman alma.
Tendrá un nombre su tumba
y páginas enteras dirán lo que ha hecho,
al fin y al cabo no todo es perdonable.
Ha hecho lo posible y lo imposible,
para dejar su huella,
para marcar a sangre y fuego su rosario.
Un solo miedo de tantos lo estremece.
Que el paso de los siglos
lo conviertan en un desaparecido.
Válgame Dios

Las redes y los peces

Cuando se constató la influencia de las redes sociales en el triunfo de Obama en Estados Unidos, y sin entrar en el detalle de que éste no cumpliera con ninguna de sus promesas de desarme, retiro de tropas y cierre de Guantánamo, y que un tiempo más tarde, estas redes volvieron a aparecer en escena como la chispa que encendió las revueltas en Medio Oriente, supe que la tecnología comenzaría a ser aprovechada de una manera cada vez más eficaz con fines políticos y económicos para encausar "la voluntad popular".
Como sucedió hace unas semanas con la convocatoria a un cacerolazo en distintos puntos de la Argentina, disparado y propiciado por 4 millones de correos a los que se le pedía un reenvío a no menos de diez personas "para despertar a la Patria de esta diktadura" (la K en la palabra dictadura obedece a una clara asociación con el apellido Kirchner que lleva nuestra presidente), aparecen por estos días otros correos con similares características, incluso hay uno en el que una supuesta especialista en el tema, analiza el perfil fundamentalista que tiene este gobierno y el peligro  que ello conlleva en nuestro futuro.
Desde todas las épocas las redes han sido una herramienta de trabajo de los pescadores para tomar del mar o del río a los desprevenidos peces.
Los correos no llevan firma ni entidad responsable que se haga cargo de la convocatoria, están escritos en primera persona, cuidando que el lenguaje sea bien popular y de rápida llegada, enumerando como propios los males que aquejan a la nación.
Recibí un par de estos correos de gente que pertenece a mis contactos y me tomé el trabajo de leerlos y responder resaltando en ellos una solapada sintaxis fascista en el contenido. Para mi sorpresa, en los dos casos, me respondieron que no habían leído el texto en su totalidad pero acordaban con alguna consigna de inseguridad y falta de libertad para hacerse de dólares o viajar y con el expreso pedido de reenvío "por el bien de la Patria".
Las marchas de protesta no son de propiedad exclusiva de las organizaciones de derechos humanos ni de los partidos de izquierda. Forma parte de la democracia manifestarse en desacuerdo con las medidas que pueda tomar un gobierno, pero, ojo con las redes.
Porque puede que envuelto en una de ellas, te encuentres manifestando vos, un ser respetuoso y democrático, debajo de un cartel que llama de puta o yegua a la presidente,  para después hablar de divisiones, de confrontaciones propiciadas desde el gobierno, un mensaje que no ha cambiado desde otros tiempos con otra mujer del mismo partido en el poder, o que te encuentres incluso debajo de una bandera con svásticas, que supongo no deben representarte. Ojo con las redes convocantes.
Supongo que quienes ven amenazados sus intereses operan con métodos similares y tratan de enrarecer el clima por aquello de "a río revuelto, ganancia de pescador"
A una semana de aparecer en la tapa de la revista Noticias la imagen de Cristina Fernández alcanzando un orgasmo estimulado por el gratificante uso del Poder, una revista brasilera "Veja" de características editoriales parecidas a la nacional, pidió una investigación a Lula por actos de corrupción ocurridos en el 2005. Estos muchachos no descansan en su afán de enaltecer la grandeza de la Patria a la que solo ellos pertenecen.
El repiqueteo de un mensaje constante, se vuelve popular casi indefectiblemente. Entonces aparecen muchos criticando los planes sociales como la asignación universal por hijo, que según ellos, fomenta la procreación a mansalva para obtener dicho beneficio como ingreso y no trabajar nunca más.
Especialistas en el arte de dividir, porque no consideran otras operaciones básicas como la de sumar, estos señores aggiornan sus métodos y afilan sus nuevas herramientas: el ciberespacio, las redes sociales, la propagación de mensajes de vidrioso contenido que no llevan firma.
Trabajan a destajo y no cobran horas extras. Realizan entre otras cosas, la sencilla tarea de desplegar las redes para que cientos de desprevenidos peces caigan en ellas.

Real love

Me había despertado como todas las mañanas, con la radio. Y en la radio sonaba un tema de los Beatles que no conocía: Real love.
La canción me dejó mirando mas allá del techo de mi cuarto y quedó flotando en mi cabeza durante todo el día. Jamás dijeron el título, no tenía forma de rastrearla.
Creo que pasaron unos dos meses y caminando por avenida Corrientes encuentré una disquería cuyo dueño era fanático de los Beatles. Le tarareo, como un poseído, lo que recordaba del tema y el tipo me dice: "Real love", está en Antology II, un disco que yo no tengo pero que podés conseguir en Musimundo, acá a la vuelta.
Me pareció que no correspondía que comprara en otro lugar cuando él había contribuído al hallazgo. Me dijo "no lo voy a traer porque me queda poco tiempo para irme. El contrato es muy alto".
Me contó que ése tema había sido rescatado por Yoko de una grabación de Lennon con piano y voz y que los Beatles, cuando se unieron para editar Antology, lo recrearon con una toma encimada al original. Una maravilla que formó parte de esta trilogía con otro tema de Lennon: Free as a bird. Si hacés click en Real love subrayado más arriba te encontrás con la historia del tema y la definición de Ringo según Wikipedia que todo lo sabe.
Uno de esos temas de Lennon que siempre conmueven.
Potencia cualquier emoción emergente un clip con imágenes de la grabación en 1996 y de otras épocas.
La letra subtitulada al español te da una dimensión del Lennon poeta.


  

Peldaño a la gloria


La tomó con delicadeza, con la misma suavidad que amorosamente prodigó dos días antes, apoyando los dedos sobre las sienes de su novia arrodillada ante él, inclinándose sobre ella sutilmente, el preámbulo a ese instante de gloria absoluta, parecido a esta pequeña gloria con la que soñó los últimos seis meses.
Y las piernas le temblaron de la misma espasmódica manera, incontrolables. Levantó la vista para desentenderse del aturdimiento, para mirar al cielo, para reconciliarse con Dios y con los astros, con el pasado, con los fatigosos días de otros tiempos.
La sangre galopaba desde las pantorrillas hasta la nuca.
Vivió como un premio la sentencia, la aceleración, el vértigo de la carrera hacia esa boca abierta, sensual, seductora, el escalón de ascenso a otros cielos de héroes.
El pulso se confundía con la potencia que lo desbordaba y los latidos del corazón, el esfuerzo de los pulmones, la bocanada de aire desesperada.
Y sintió el latigazo de un rayo, el empujón del viento, la transpiración que empapaba de igual manera mejillas y cuello.
Pareció un silbido, pero fue un golpe grave.
Entonces vio como viajaba hacia las nubes, pasaba el travesaño y se colaba en la segunda bandeja.
Había pateado el penal como el culo, pero así no salió en los diarios.

Las armas secretas

Dentro de mis tiempos difíciles, escribir fue una tabla de salvación improvisada, a veces transitoria.
Era el año 81 y yo cumplía con el servicio militar obligatorio en el Batallón de Arsenales 601 Esteban de Luca, un depósito de suboficiales y oficiales con algún tipo de desorden mental.
Un soldado me pidió que le escribiera una carta a su novia. Yo era asistente de un capitán y en las oficinas contaba con una Lexicon 80 como la que se ve en la foto que sirvió de herramienta para el encargo.
Escribí la carta una tarde y a la hora de comer la llevé a la compañía. La carta tenía un comienzo totalmente humorístico sobre la vida de un soldado en el cuartel, una línea de estrellas y un texto cargado con un poco de poesía y otro poco de romanticismo.
Sentados en círculo bajo un farol nos reunimos un grupo para leerla. En medio de de las carcajadas nos sorprendió un cabo primero. Me quitó el texto y se lo llevó al casino de suboficiales. Nos quedamos en ese tipo de silencio que presagia una tormenta, algún cataclismo, la perfidia de la buena suerte.
Cuando llegó la hora de descanso y los ciento cincuenta soldados en calzoncillo y remera esperábamos la orden de acostarnos al pie de la cama, el cabo primero nos dijo:
- Ahora el soldado Di Pascua le va a leer la carta que le escribió a la novia...
- Yo no la escribí -dijo Di Pascua desentendiéndose.
- ¿Ah, no? ¿Quién fue?
- Molinari...
- Molinari venga!!!
Salí de la formación y traté de explicar, pero tajante, me dio la orden que leyera. Parados ante mi una compañía que quería dormir estaba obligada a escuchar lo que yo iba a leer. La hoja se movía en mis manos o mis manos en la hoja, no lo se con precisión.
Leí nervioso porque el primer chiste de la redacción eran una serie de símbolos que tenía el teclado y yo no podía explicarle al auditorio de qué se trataba. Seguí leyendo y escuché las primeras carcajadas.
Cada tanto levantaba la vista y veía a mis compañeros agarrándose de las camas. Llegué a la línea de estrellas donde comenzaba la parte seria del texto. Me di vuelta y el cabo primero tenía lágrimas en los ojos y en las mejillas y hacía notables esfuerzos por volver a su posición marcial conteniendo la risa.
Nos mandó a dormir entre murmullos y algunas risas disimuladas.
Luego, apartados de la cuadra donde nos alojábamos, le dijo a mi compañero: como escribe este hijo de puta.
- Y eso que no leyó la parte en serio...
Estuvo tentado de encender las luces de la cuadra y hacerme continuar hasta el final pero el soldado lo convenció.
A la mañana siguiente cuando teníamos que salir al patio a tomar el mate cocido me llamó.
- Leí la parte que usted no leyó anoche. A partir de hoy, usted será el encargado de escribirle las cartas a mi novia.
Durante un tiempo, mientras la compañía practicaba "movimientos vivos" por algún castigo, movimientos que mas de una vez dejaron a alguno muerto y corrían, se tiraban cuerpo a tierra, se arrastraban por el campo, yo caminaba al lado del cabo primero escuchando sobre los últimos acontecimientos de su vida personal y tomaba nota.
Cuando volvía a la oficina saludaba a la Lexicon con una caricia.

Mensajes

Leyó el asunto y cientos de aguijones comenzaron a perforar su espalda, un remolino en la boca del estómago y una puntada fueron las señales que precedían al sudor en las manos y las palpitaciones.
En un tono impersonal, frío, sin que mediaran frases reparadoras, le anunciaban que ya no pertenecía al estudio y que su liquidación final estaba lista para que pasara a retirarla por la administración.
Esta semana en su vida acompañó al clima en Buenos Aires y la lluvia anticipó el llanto de Paula, los truenos, sus errores en evidencia en la oficina de su jefe y el mismo granizo que decoró su auto asemejándolo a un papel húmedo y arrugado, las discusiones en casa, y ese discurso cruel, escuchado en la entrada de la cocina que narraba la película de sus últimos tiempos y el no puedo seguirte en esta locura porque dejaste de ser el tipo de quien me enamoré.
No era consciente de la lluvia que lo empapaba y opacaba la pantalla del celular, que ahora indicaba la recepción de un mensaje de texto, mientras él, como una isla, parado en la esquina, inmóvil, volvía a entrar en otro cono de sombra y angustia, pensando que las desgracias no vienen solas, oprimiendo el ícono de abrir con vértigo, intuyendo que las primeras palabras que leería serían huérfanas de emoción y sentimiento, de los gestos amorosos de otros tiempos, cuando dio el paso hacia la acera.
Las lágrimas se mezclaban y confundían con la lluvia, los sonidos de la calle venían de otro mundo.
Fue un ruido seco al que le siguieron algunos gritos de espanto. Quedó tendido a varios metros de la senda peatonal, con los ojos abiertos y las piernas contraídas hacia un costado. Su celular aún encendido voló a algunos metros con el mensaje de texto abierto cuando alguien lo recogió del pavimento.
Nadie supo si había alcanzado a leer el texto completo, hasta las palabras te amo.

La escabrosa línea del tiempo según Facebook


Facebook me avisó. A partir del 7 de agosto tus datos se verán como línea de tiempo que es el formato actualizado que hasta hoy podíamos rechazar. Pero ya no. Ya es como era el servicio militar en Argentina: obligatorio.
Entonces también te advierte. Acomodá tus datos y fotos sino los acomodamos nosotros a nuestra manera y de repente, creo yo, que ellos coloquen “mis primeros pasitos” en una foto con barba y bigote y la gente se forme una imagen equivocada de mi. Y eso me asusta, entonces voy a la portada y me dicen en muy sencillos pasos como debo armarlo de acuerdo a lo que ellos creen que es una línea de tiempo. Y la línea del tiempo está emparentada con la línea del Destino.  Porque llegará el día en que pondrás la palma de la mano frente a la cámara de tu pc, ésta la scaneará, unirá los datos, armará patrones de acuerdo a tus preferencias, a tu manera de tipear, de escribir, de adjetivar, y la máquina te mandará a tu correo electrónico el futuro:
“Te llamas Emilio porque este era el nombre de tu verdadero padre y no Víctor que es quien aparece en tu partida de nacimiento y era estéril.
Te espera una vida con tantos accidentes como se ven claramente en tu rostro. Observa tu nariz. Es un ancla al piso que te impide volar.
Le escribes más a mujeres que a hombres, repasa tus elecciones.
Y Facebook te avisa:
¿Tu biografía está lista para publicarse?
Recuerda que tu biografía se activará el 7 de agosto. Tienes la oportunidad de revisar lo que incluye, destacar u ocultar contenido y compartir nuevas experiencias con aplicaciones sociales.
Increíble, no? Facebook es capaz de publicar tu biografía no autorizada con las fotos en que te etiquetaron otros mientras vos bebías como cosaco, hacías el ridículo en una fiesta de casamiento, o discutías con tus compañeros de trabajo.
Entonces te invitan a hacer un recorrido y te dicen: si ponés una estrellita en esta historia, la destacamos como importante en tu vida y si elegís el lápiz podés eliminarla.
Me pareció fantástico. A la mierda con haber repetido de año, eso se borra. Dos divorcios, se borra. Te arrojaron 14 vasos repletos de bebida mientras participabas de un karaoké en la despedida de soltero de un amigo, se borra.
Podés crear una historia sino hay nada registrado en Facebook. Esto es maravilloso!!!! Tenés una vida gris y más rutinaria que la del hamster corriendo en la rueda. Y te inventás una vida de espía,  fotógrafo de Playboy, héroe de guerra, salvavidas,  por ejemplo:
“Viajaba en un tren junto a 8700 pasajeros sentados y 12500 parados, 7 de ellos sin boleto por causas justificadas, cuando el motorman nos advirtió por los altavoces  que los frenos fallaban y no podríamos detenernos en Berlín ni en Moscú, pero sí nos detendríamos en el fondo del Artico. Corrí y me puse al frente del tren con las piernas colgando haciendo que la punta de mis zapatos se fueran trabando con los durmientes. El tren se detuvo a los dos kilómetros. La empresa me regaló un par de zapatos.”
Una gran novedad es registrarte en el localizador así todos tus amigos te pueden ubicar, por ejemplo cuando estás cobrando en el cajero automático y le das la posibilidad  a elos que te sorprendan con un pedido de préstamos, que como amigo, no me digas que no, no te podés negar.
Esto es fabuloso. FaBuloso de FaceBook.

La presentación


Fijó la vista en la imagen que le devolvía el espejo y se concentró en el nudo de la corbata con el mismo esmero que puso en los últimos seis meses al proyecto que en menos de dos horas presentaría a toda la Compañía en un hotel céntrico, mientras sus hijos y su familia se desplazaban por la casa, ruidosos como un batallón de infantería, cómplices y socios de los acontecimientos que durante horas en las últimas cenas fue motivo central de conversación y planeamiento. Los dedos torpes lo estaban complicando en la tarea y como tantas otras veces convirtió la situación llevándola a otro contexto, comparándola mentalmente con una empleada de una tienda de lujo que acaba de vender la pieza de joyería más valiosa y no puede terminar con el moño que envuelve el paquete ya terminado. Era quizás ésta una deformación profesional, un estilo grabado a fuego de un recurso pedagógico para alinear a sus subornidados a sus ideas y conceptos, experimentando en carne propia que sin control ni meditación alguna, ese estilo puede ejercer mayor presión que consuelo a una situación desafortunada.

Alfredo Miguens llegó a la compañía con pequeños pasos de un camino que había empezado a recorrer en otras con puestos medianos, donde solo eran necesarios sus conocimientos contables, su visión en números fríos del delicado equilibrio de un balance, de la toma de decisiones para invertir en un proyecto o desestimarlo, teniendo al comienzo la responsabilidad sobre un departamento especifico y ahora sobre toda la estructura de una filial de una corporación internacional.

No había sido la suya una carrera meteórica ni tampoco cumplía con una alta demanda de sacrificio. La contabilidad le ayudó a encontrar siempre redituable la elección de los colaboradores claves, balanceando costos con beneficios en los años en que fue forjando una posición de mando cada vez más encumbrada. Había aprendido a escuchar y a decidir sobre lo que escuchaba y solo exigía en sus equipos de trabajo lealtad y compromiso, dos pilares que consideraba fundamentales, y cuando uno de ellos se debilitaba, en forma proporcional se debilitaba su interés, tomando esa relación, después de la decepción, el camino de la trinchera opuesta donde se aprontan para el ataque los enemigos. Entre sus íntimos, en esos momentos, no solo endurecía su intransigencia, sino que además adoptaba un vocabulario plagado de reseñas militares.

En el piso inferior, su mujer, Lucía, lidiaba con un hijo adolescente que consideraba estúpido ponerse un traje, un varón un par de años menor, al que había que sacar a la fuerza del baño y una hija de seis sobre la que tenía que estar encima para evitar que se dispersara y no llegara a estar lista para salir. Sabía que tenía un reloj funcionando en su dormitorio, un reloj que en estos momentos luchaba con el nudo de una corbata y que por su obsesión y cuidado de los detalles partiría para el hotel donde se haría la convención de la compañía una hora antes con el solo propósito de no dejar nada librado al azar y ultimar todos los detalles de organización.

Lucia pensaba sin haberlo expresado nunca, que estos últimos meses de agitación y desconciertos estaban llegando a su fin. Buscó refugio en su empresa particular, puso en ella su energía para evitar involucrarse demasiado en los proyectos de su marido y perder autonomía, depender de sus estados de ánimo, de su aire de ausencia de los últimos meses, ocuparse de sus proyectos tan a fondo como él, cuando ni bien terminada la sobremesa familiar de las cenas, huía a conectarse a Internet y desde allí a su mundo de planes, proyectos y decisiones empresariales.

En los primeros tiempos la Notebook era parte de la escenografía de la mesa, pero luego Alfredo armó su espacio en una habitación a la que le confirió carácter de escritorio personal y donde la entrada está vedada a todo el grupo familiar. Solo la empleada podía entrar en ella para la limpieza un par de veces a la semana y con la premisa de limpiar sin modificar el orden de ninguna carpeta, ningún libro, ningún papel. En este aspecto de organización familiar, la casa no se distanciaba de los métodos que Alfredo aplicaba en la empresa, una idea, una consigna y un brazo ejecutor para llevarla a cabo y mantenerla. Lucía en silencio, lo entendía claramente y lo compartía.

Sobre la mesa de luz estaban alineados tres relojes de pulsera esperando una dilatada elección definitiva. Una vista general al traje, la camisa y la corbata serían claves para la decisión final de cuál de los tres usar. Alfredo siempre buscaba una visión panorámica de las situaciones o de los escenarios y sabía que cuando se dirigiera hacia la mesa de luz para levantar el reloj y ajustarlo a la muñeca izquierda, seguiría dudando entre su predilecto y el que le había regalado el gerente regional cuando la filial alcanzó los objetivos del año anterior. Sabía que Schwartz era un observador y reparaba en esos detalles. Imaginaba su sonrisa cuando notara su elección para esta velada, pero también repasaba mentalmente en qué momentos usó ese reloj, en qué circunstancias y cómo, cuáles habían sido sus poderes como talismán en esas ocasiones. Había decidido hacía unos años atrás dejar de usar un bolígrafo con el que había firmado una decisión cuyo resultado no había sido el esperado.

En la cama el maletín estaba abierto y al costado de éste un cd que contenía un video de la compañía antes que él asumiera como gerente general y una presentación en diapositivas de su plan de trabajo, los cambios en la estructura de la organización, la proyección, el plan estratégico para los próximos tres años y una serie de premios para los puestos gerenciales si la compañía alcanzaba los objetivos estipulados para el ejercicio del año.

Acostumbrado a formar imágenes de la empresa con estilo radiográfico, siempre se nutrió de los comentarios de sus colaboradores, aún haciendo equilibrio sobre un manto de sospecha que lo mantenía alerta, no solo pesaban los informes oficiales, les daba un crédito significativo a los comentarios de pasillo, a los chismes, a las situaciones que se generaban por conflictos personales, pero que pintaban de cuerpo entero la falta de profesionalismo de los involucrados en ella, a lo que notaba en las actividades deportivas semanales, donde el comportamiento en el vestuario era tan representativo como el que observaba en el campo de juego. Muy a su pesar tuvo que reconocer para sí mismo, sin llegar a confesarlo ni siquiera a sus más íntimos amigos, que un porcentaje alto de los cambios que se generaron en la esfera del personal jerárquico comenzaron siete meses antes, cuando la secretaria del gerente financiero pidió hablar con él a solas después de hora y en privado.

El pedido de reunión fue en un primer momento desconcertante, aún hoy recuerda que la llamada entró en forma directa a su teléfono sin pasar por su secretaria y por fuera de modificarle la planificación de la agenda del día y los minutos que dedicaría a los correos del exterior con informes, despertó en él una intriga bien alimentada por el tono de voz que percibió al levantar el auricular y responder.

Desde hacía unos meses había machacado a todo el staff con la tenacidad de un herrero forjando el hierro caliente sobre el yunque, que la tecnología tenía el ambiguo sentido de asistirnos, como el cruel destino de desnudar nuestras debilidades y exponerlas públicamente. No hubo quién en todo el personal haya coincidido con otra persona en la interpretación de ésa frase. Fue inevitable que el concepto generara una atmósfera de desconcierto, sospecha o tensión, como la que se cernía sobre la gente cuando después del mediodía se escuchaba en toda la oficiana música clásica anticipando uno o varios despidos.

La secretaria del gerente financiero no despertaba en Alfredo la confianza que él consideraba necesaria y le preocupaba que luego de dos años sin conflictos en el área que éste lideraba, se haya iniciado algún otro incidente, cuyas causas no habían llegado a sus oídos, como para que pudiera actuar como él le gustaba: anticipándose.

Fabián Haffner, el joven y talentoso gerente financiero, había demostrado ya su capacidad en varios ciclos difíciles de la empresa, sobresaliendo por la brillantez de sus ideas para capear distintas crisis que se generaban por factores políticos externos, acompañando las estrategias comerciales de la compañía y por la rapidez con que adaptaba sus sistemas, los riesgos que corría a nivel crediticio o la búsqueda de metálico en los bancos, especulando con la fluctuación de las tasas de interés.

Alfredo Miguens comenzó a observar su destreza cuando lideró la transformación de la filial brasilera. El aplomo para surfear tres crisis en un período muy corto le hicieron ganar a base de inteligencia y sangre fría, un lugar de respeto y en el que Alfredo se sentía seguro. El hábito de medir los pro y los contra de cada perfil de sus allegados y la obsesión por anticiparse a posibles focos de conflicto, fueron por enésima vez los factores que lo obligaron a pensar durante días y en detalle, la estrategia que utilizaría para evitar que dentro de la empresa la imagen de Haffner comenzara a mostrar fisuras y se pusiera en riesgo el clima armónico que mucho le costó conseguir luego de una sangrienta y extenuante reestructuración.

Se sabía  que Haffner tenía todas las características de hombre de la noche, cierto atrevimiento que jugaba a su favor a la hora de decidir correr riesgos empresariales y un buen número de detalles que despertaban todo tipo de comentarios dentro del personal. Aunque no ostentaba y se cuidaba de que lo vieran, todo el mundo sabía que sus autos se actualizaban frecuentemente, pese a que jamás, ni aún lloviendo, lo dejase en el garaje de la empresa, que muchas mañanas llegaba con señales inequívocas en el semblante de no haber dormido, sus tres celulares siempre dispuestos abrochados al cinturón, las respuestas cortas en voz baja a llamados imprevistos en medio de reuniones.

Un par de años antes, la gente de Sistemas, tuvo que actualizar los servidores y configurar toda las notebooks de la Plana Mayor. La voz del gerente del Área de Sistemas fue clara y concisa en el celular de Alfredo, “vos sabès como es la política con el uso del sistema. Yo debería reportar que la máquina de Haffner tiene vínculos a decenas de páginas de pornografía y escorts en horarios de trabajo. Lo dejo en tus manos.”

Miguens planificó la charla  con su gerente durante dos días, y ya conforme con los ensayos y salvaguardando las posibles réplicas y evasivas, al final de un partido de squash en el que se dejó vencer para que el ánimo de su adversario estuviese en el nivel adecuado, avanzó con un “no me meto en la vida personal de la gente, siempre y cuando sus elecciones privadas no afecten a la empresa”. La sonrisa de Haffner se desmoronó en un suspiro y luego de una pausa que parecía interminable, disparó a quemarropa “Sistemas reportó que tu máquina tiene acceso a material pornográfico y quiero resolver con vos, por lo que representás en mi equipo,  como seguimos, porque cuando en una empresa como ésta, lo que se presume un secreto, lo saben dos, de allí a mil no hay escalas”

El segundo whisky catapultó el ardid y dos días más tarde Haffner era asaltado y despojado de su computadora con violencia. La nueva estaría limpia y para siempre. Punto final para un episodio que hubiese originado consecuencias desestimadas en el más complejo de los planes. “Siempre que dejás un rastro o una puerta sin cerrar, todo plan maquilla y disimula las fisuras que minarán tarde o temprano su estructura”. Luego guiñó un ojo sin un rasgo de malicia, lo que podría interpretarse como me debés una, te obsequio generosamente mi perdón o te aconsejo de acuerdo a mi experiencia.

Tuvo presente la imagen de la puerta cerrada cuando Romina, la secretaria del gerente financiero, entró en su oficina lo saludó y bajó la mirada. En la mente ágil de Miguens titiló la palabra confesión pero prefirió tomarse un tiempo, dar la espalda con rumbo a la cafetera y ofrecerle algo de beber que fue correspondido con un “no gracias” apenas perceptible, dándose tiempo para revolver el café y pensar si era conveniente mantener la puerta abierta para transmitir con una acción transparencia, aquí no hay secretos, mi oficina es de puertas abiertas, aunque no sea lo habitual, ver a esta chica aquí, es como cualquier reunión con cualquier empleado, o cerrarla, para propiciar la privacidad suficiente para que lo que venía dispuesta a decir fluyera naturalmente, y fue su habilidad para detectar detalles imperceptibles, como el de los ojos de Romina intentando cubrir el espacio que quedaba a sus espaldas, un poco incómoda, frotándose nerviosamente las manos, lo que lo decidió a caminar hasta la puerta y cerrarla delicadamente. El sonido del pestillo fue un disparador automático para que ella aflojase su posición corporal.

Comenzaron la conversación hablando de la comodidad de las oficinas, de los cambios, del buen clima general, del café que dejó de ser petróleo y se distendieron. No la había observado antes. Era atractiva. Y tenía una sonrisa seductora, conversación fluida, se vestía elegantemente y Miguens se recostó sobre el sillón y se llevó la taza a la boca apoyando los codos en el apoyabrazos, y notó que ella, en perfecto espejo, un segundo después, alejó la silla levemente del escritorio y cruzó las piernas también recostándose sobre espaldar, diciendo sin dejar de sonreír, ahora un poco nerviosa, “lo que vengo a decirle no es fácil para mi. Me siento muy bien con mi trabajo, pongo mucha energía en lo que hago, porque lo disfruto realmente, pero quiero confiarle que últimamente estoy pensando en dejar este empleo”. Su rostro volvió a mudar con una expresión sombría. “¿Vino a hablarme de un aumento sin conversarlo con su jefe?”. “No señor, no es mi estilo. Vengo a hablarde de algo más delicado”. “Me sorprende y no veo que puede ser lo que no funcione para que usted piense en renunciar”. “Voy a ser directa”. “Se lo voy a agradecer”. Una paloma los sobresaltó estrellándose contra los vidrios espejados de la oficina. “La seguridad del edificio se está tomando las cosas muy a pecho”, se animó a bromear Miguens. Ella sonrió. “En el último cierre mensual, mi jefe y yo nos quedamos conciliando unas diferencias hasta muy tarde”. Hizo una pausa y lo miró como si esperase que él prosiguiera el relato. El respondió con un ademán invitándola a continuar. “No quedaba nadie en la oficina y en un momento, como si fuera lo más natural del mundo, él se levantó de su silla, rodeó el escritorio, se colocó a mis espaldas y me dió un beso en el cuello. Me levanté entre sorprendida e indignada. La escena se puso peor porque intentó abrazarme y viendo mi reacción, tomó distancia y me pidió disculpas”. Romina bajó la vista y se miró las manos. “Me dijo que se había confundido y que no volvería a pasar. Nos fuimos como si nada sucediera. Bajamos en distintos ascensores pero nos volvimos a encontrar en el subsuelo, cada uno caminando para su auto y la verdad, es que ahí tuve más miedo que en la oficina, pero no hizo nada, cada uno a su auto. Creí que todo terminaría allí pero en los días siguientes fue peor”. Abrió su celular y comenzó a buscar información. “Recibí más de cien mensajes de texto de distinto tono, algunos amenazadores”. Hizo un silencio y se llevó la mano libre al rostro y sollozó. “Por favor, Romina, calmese”, dijo Miguens sin moverse de su sillón. “Déjeme pensar como resuelvo esta situación tan”. Lo angustió un poco no encontrar la palabra adecuada, certera, la que lo sacara como un salvavidas de ésta zozobra, mientras en la oficina se retiraban los últimos empleados y él no quería que ella saliera en ése estado para que los pocos que quedaban la vieran, que comience el rumor interno. “¿Sabe alguien más de esta situación?”. Ella negó con la cabeza. “Mejor así. Déjelo en mis manos y esperemos que encuentre la respuesta que usted se merece”

Romina se retiró en silencio, sin saludarlo y Miguens se incorporó buscando respuestas a través del vidrio que desde el piso once miraba a la avenida. Había comenzado a llover. Se preguntó cómo pudo estar fuera de este enredo, se reprochó el exceso de concentración en el proyecto durante los últimos meses, como para quedarse dormido dentro de un frasco y no notar este malestar interno, este preocupante clima que debe ser comidilla de toda la administración, esta rabia que germina en su interior, forjada por un sentimiento de traición, de alta traición de uno de sus oficiales de confianza y mascullando sus errores, repasando mentalmente el comportamiento de Haffner, notaba ahora, en éste instante, que en las últimas semanas habían hablado solo de la estrategia, de la rentabilidad, de la rotación de inventario, del aumento de los costos en la importación pero no de temas personales, ni de encuentros fuera de la oficina. Colocándose el saco para salir pensó en un partido de golf.

Cuando Alfredo Miguens abandonaba en su automóvil el garage de las oficinas, envuelto en una atmósfera musical que lo ayudara a pensar y relajarse, elección que le llevó unos segundos, programando la  limpieza de la mente para llamar a su casa y anunciar el comienzo de la vuelta al hogar, observó que Romina, en la vereda, luchaba con un paraguas que el viento le impedía dominar. Quiso ser cortés y bajó el vidrio de su ventanilla para llamarla pero el ruido de la calle lo obligó a tocar la bocina y esperar que con sorpresa, ella le devolviera la mirada. “Permítame que la acerque a alguna parte”. Ella no dudó. Cerró el paraguas con esfuerzo y completamente empapada por la lluvia que ahora arreciaba, se metió en el auto. “Estoy sin auto por unos días y justo hoy, esta tormenta”. “Este clima no se planifica, se soporta”. Ella sonrió. Miguens calculó rápidamente que si la acercaba hasta la primer estación de subte serían unos quince minutos de diálogo, donde debía cuidarse de no volver al tema que los había reunido en su oficina, para poder observar y medir mejor qué tipo de persona estaba sentada a su lado, una conflictiva, una oportunista, una trepadora, una fabuladora. No tomó en cuenta el caos en el tráfico agravado por la tormenta.

Ella lidiaba con la ropa y el cabello, él acompañaba sus movimientos disimuladamente, aparentando concentrarse en la conducción del auto, atascado en la avenida junto a cientos de automovilistas que perdían la paciencia haciendo sonar sus bocinas. La escena de la que formaban parte, los condujo naturalmente a conversar sobre el caos de la ciudad, la tranquila vida del Interior, las cosas simples de la vida que se aprecian de otra manera, fuera de los centros de consumo. Aislados en ese microclima particular, fueron soltándose, quitándose las armaduras que el trato laboral impone con sus reglas y sus modos, sus  distancias, se sonrieron, se observaron en otra dimensión de espacio, protegidos del mundo que los rodeaba por la intimidad del coche, guarnecidos del ruido exterior.

Ella respondió a un comentario con una sonrisa y cruzó las piernas con naturalidad, él percibió que el tono de su voz había cambiado y la erupción de un calor intenso que creyó disipar activando el aire acondicionado, pero se dejó llevar por un camino que ya no dominaba a su voluntad, como tampoco podía dominar que en cada comentario de Romina  la vista buscara la abertura de los primeros botones de su blusa y unas curvas apenas disimuladas por la oscuridad del interior del auto. “Nunca nos dimos tiempo para conocernos”, se animó a decir Miguens, “Nunca hubo oportunidad”, respondió ella sonriendo. “Aprendí que no todos los primeros impulsos tienen porqué significar algo”. Ella hizo una pausa, giró su cabeza hacia la ventanilla como si algo hubiese llamado su atención y luego se volvió al él “Creo que algunas cosas suceden solo en momentos. Hoy tengo otra imagen tuya”.

La proximidad ya no era solo física. Cuando Miguens escuchó la palabra “tuya” sintió el impacto de un cristal contra  el suelo, y ante él se abrieron todas las acepciones y significados que esa palabra representaba. No esperaba al mirarla, encontrarse con una sonrisa distinta a las que hasta entonces ella le había concedido. Quizás fue un cambio de posición corporal pretendiendo acomodarse, pero para su sorpesa las piernas de Romina se colocaron de costado y sintió o creyó sentir que su mano apoyada sobre la palanca de cambios la rozaba sutilmente. Colocó la señal de giro y encolumnó el auto en otro carril como para doblar “Salgamos de este lío” y bruscamente dobló por una calle lateral sin importarle los bocinazos provocados por la maniobra a sus espaldas. Había perdido el control de los pensamientos que disparaban su acción. La calle que eligió para salir del embotellamiento no era de un tránsito fluido y tuvo que volver a detenerse y recién allí pensó que estaba entrando en un terreno que no dominaba, que no estaba planificado y el silencio, la falta de palabras, lo ponía más incómodo. Ella sugirió como al pasar sino era mejor detenerse en algún lugar a esperar que el tráfico se normalice un poco. “No conozco mucho esta zona para elegir un lugar”. “Decime que tipo de lugar buscamos y sugiero”. La pérdida del control de la situación lo alteró lo suficiente como para hacer sonar la caja de cambios. Ella aseguró la estocada y sin darle tiempo a reaccionar colocó su mano suavemente sobre la de él, “Tranqui. ¿Estás apurado?” Cuando ella quitó su mano, él deslizó la suya y la apoyó en su pierna. Ella sonrió. Una nueva maniobra brusca y el auto se metió en un estacionamiento. Bajó la ventanilla para tomar el ticket y sin pronunciar una  sola palabra subió el auto al último nivel, un espacio de unos cincuenta metros de profundidad donde solo había tres coches estacionados. Detuvo en el lugar más alejado de la rampa de acceso. Apagó el motor, pasó su brazo por detrás del cuello de Romina y la besó desesperadamente. Ella respondió aprisionándolo de la cintura y dejó que su mano, mientras se besaban frenéticamente, comprobara al tacto el estado de excitación de Miguens, en una intensa, alocada sucesión de torpes movimientos, se entrelazaron, ajenos al mundo que los rodeaba y amparados por los empañados vidrios del auto, ella se montó sobre Miguens desabrochándose la camisa.

Las semanas siguientes se poblaron de encuentros furtivos en distintos lugares de la ciudad y un fin de semana largo, con la excusa de tener que organizar una  convención, Miguens dejó que su familia partiera hacia la costa para internarse con Romina en una isla del Paraná, a dos horas de lancha, impulsado hacia un espiral de absoluto desenfreno por esa sensación de vértigo y peligro que desencajó todas sus formas, potenció sus ideas innovadoras, descomprimió el peso de la responsabilidad que su cargo ameritaba. Ese coctail, esa dosis de adrenalina, humanizaron su conducta robótica, quitaron sus mordazas, lo hicieron sentirse mucho más joven, absoluta y genuinamente invencible, mejoró la calidad de su tiempo con la familia, porque en cada regreso, luego de encontrarse con Romina, la culpa le mordisqueaba la nuca.

Cuando percibió que el riesgo se había vuelto inmanejable y que un rumor en la oficina comenzaba a intoxicar el ambiente, que algunas preguntas de sus allegados les resultaban capciosas, habló con colegas de otras compañías para propiciar una salida decorosa para su amante, asegurándole una posición con condiciones ventajosas, sin tener que exagerar en virtudes, porque su eficiencia era incuestionable, calculando que la distancia contribuiría al final de la relación paulatinamente, y que cada encuentro, cada vez más esporádico, tendría como único diálogo el simple lenguaje de los cuerpos, libre de temas ligados a situaciones personales, cuestiones familiares, llamados y mensajes de textos en momentos inoportunos que pudiesen generar sospechas en su mujer, que tiñeran de alguna manera su encumbrada performance profesional. Había vuelto, como la marea, a su nivel, había anclado nuevamente en sus viejos tics y a sus cálculos de beneficios en la toma de decisiones, un estadío manso y con la grata sorpresa que el desenlace de esta relación era inimaginable para él en aquellos primeros tiempos en que la pasión devoraba hasta la vigilia.

Alfredo Miguens conducía ajeno a las peleas de sus hijos dentro del automóvil ya los comentarios de su esposa, concentrado en las caras que iban apareciendo en su mente, las que estarían cerca de la tarima y sonreirían con inequívoca señal de aprobación, el directorio regional completo, con sus respectivas esposas a su lado, los que viajaron para comprobar su buen tino en la elección para encabezar la filial argentina. Desfilaron también en otro espacio y con otras luces, sus viejos adversarios, los que intentaron desbancarlo, los traidores, a quienes se anticipó como buen jugador de ajedrez varios movimientos antes, los ausentes como su padre, con el que no podría compartir este instante de gloria, sus hermanos, los pasos que no contaría desde la mesa familiar al escenario, el instante de duda, si todo estaba en su sitio y de acuerdo a lo planeado, el último ajuste a los detalles antes de proyectar en la pantalla las diapositivas con los cuadros financieros de la compañía hasta el día de hoy y la proyección para los próximos años, el vaso de agua a la izquierda, las marcas en el papel para no tener que usar los lentes que tanto lo avejentaban y seguir el plan que se había trazado para su discurso en los ensayos, aclarar la garganta antes de hablar, alejado del micrófono que luego acercaría sin probar, pulsando el control remoto para que los slides se sucedieran a tiempo y al compás de las palabras claves, elegidas oportunamente para resaltar la raíz del mensaje, y un primer murmullo en la platea que lo distrae, un silencio que parece no obedecer a la atención y a la escucha de los presentes, su asistente le hace una seña que Miguens no comprende y no quiere distraerse mas para no trastabillar y transmitir inseguridad, toma aire para impulsarse y volver a arremeter con énfasis, de espaldas a una pantalla que en el vértice inferior derecho hace unos segundos anunció “Romina inició sesión en Messenger”, porque cuidados todos los detalles y creyendo que se notaba desde el público el sudor que infructuosamente intentaba disimular, tratando de escucharse y escuchar los comentarios y entender porqué su asistente buscaba la forma de subir al estrado, porqué su esposa se levantaba de la mesa y abandonaba el salón, porqué la gente, luego del murmullo ha enmudecido, se da vuelta para mirar la pantalla ante el gesto de sorpresa de los invitados con los ojos fijos en ella, y allí Miguens puede leer un mensaje insistente que se repite: “Dice Romina: tengo ganas de tenerla en la boca. ¿Me sugerís que hago?”