Escribiendo

 


Llegué desnudo y gritando,

empapado en sangre como el Mundo,

como quien abre una puerta y se detiene,

como quien atraviesa la incertidumbre.

No cabía en mí todo el asombro

y no sabía ni imaginaba

que iba a andar más tarde

maravillado y absorto

ante tanta belleza y tanta podredumbre,

entre tanta gloria y tragedia.

Me quise preservar,

ser un distinto,

que la voz de la maldad no me contamine,

ni el odio me carcoma,

ni la miseria me sea indiferente,

ni el dolor ajeno me haga mirar para otro lado.

Escuché las dos campanas

y no eran de la iglesia que tiene solo una,

pasé las de Caín y las de Abel,

leí, vi, lloré y me reí como un loco.

A sesenta años de aquel día

la vida me sorprende escribiendo.

El rescate

 


Con una mano empujó las migas desparramadas sobre el mantel y las dejó caer sobre la otra mano cerca del borde de la mesa. Acomodó a tientas con los pies las pantuflas y fue en busca de la pava que en la hornalla de la cocina lanzaba sus primeras bocanadas de vapor. El cosquilleo de la pierna derecha lo hizo pensar en que con los años las sillas fueron perdiendo su comodidad y ya era hora de cambiarlas. El vapor de la pava flotó cerca de su nariz y antes de preparar la yerba sintió que resbalaba. La caída era inevitable. Sabía que no iba a servir aferrarse a la mesada como sucedió en el viaje en barco cuando la tormenta convirtió en papel la estructura de acero, hizo crujir vigas y tornillos, transformando en un tobogán el pasillo de estribor. El cuerpo inclinado y las manos como garras apretando los barrotes de la baranda, soportando el peso de su humanidad y la embestida de las olas contra el buque. Como tantos otros, no alcanzó a colocarse el salvavidas. Cayó al agua entre olas inmensas y feroces ráfagas de viento.

La tormenta llevaba y traía gritos de desesperación. Apenas podía gritar para pedir auxilio y sabía que sería inútil. Muchos objetos flotaban a su alrededor, pero ninguno le servía para mantenerse a flote. Cuando descendían uno de los botes impactó contra la pared del barco y varios tripulantes fueron despedidos al mar como él minutos antes. Los pocos que lograron mantenerse en la embarcación hacían esfuerzos por separar el bote del barco y rescatar a sus compañeros. Pensó en no desesperarse porque ésa sería su derrota definitiva y solo atinó a nadar para ponerse a salvo. Braceó hacia su salvación con la cabeza fuera del agua, la vista fija en el objetivo y la decisión de mantener su última esperanza. Tragó agua y controló las convulsiones de la tos con el mismo esfuerzo que hacía al nadar. Lo habían visto y desde el bote le gritaban dándole ánimo para que no se dejase vencer. Tuvo miedo pero estaba dispuesto a no resignarse. Dos de los que habían caído con el impacto contra el buque estaban muertos y flotaban con los salvavidas puestos a la deriva. Sabía que tratar de hacerse de un flotador para colocárselo sería imposible. Mantuvo el braceo con la sensación desesperante de que la distancia con el bote no se reducía. Sus compañeros seguían gritándole mientras desde el barco escoriado intentaban descender otro pelotón de náufragos. El dolor en los hombros y la falta de fuerzas para mantener el ritmo lo impulsaban a desistir y abandonarse. El delgado hilo que separaba la vida de la muerte tenía la consistencia de un suspiro. Arremetió con la decisión de los desesperados. Varios brazos se extendían hacia él desde el bote mientras expulsaba un chorro de agua por la nariz. Tuvo la sensación que el buque y el mar caían con todo su peso sobre él. Los vio más cerca y volvió a bracear con las últimas fuerzas que le quedaban. En el bote dos hombres remaban intentando socorrerlo. Estaba a dos metros de las manos que querían sujetarlo. El viento tendió la cuerda que faltaba pero no pudo alcanzar la mano salvadora en el primer intento. Con la cabeza bajo el agua sintió que su mano derecha se estrechaba con otra que lo conducía a la superficie, y que lo sujetaban de la ropa para subirlo a la embarcación. Cayó contra el piso del bote exhausto y rendido. Tosió. Cerró los ojos.

Despertó en una sala de hospital rodeado de aparatos alrededor de su cama. Lo habían encontrado tirado en la cocina de su casa. Había vuelto a despertar después de horas de inconsciencia. A su lado su hijo tomaba su mano con fuerza. La fuerza de aquella mano que lo rescató en el naufragio.