Una noche con la barra

Estaban todos, como en los viejos tiempos. La barra completa. Algunos con sus esposas, otros con sus hijos, pero habían venido todos. Se olvidaron de las diferencias y las peleas que ya nadie recordaba. Me dio una gran alegría ver el abrazo largo y sentido de  Lucho con el turco. Se habían dejado de hablar por una mina. Al final, Marta, que coqueteaba con los dos, se fue a vivir con otro tipo que ni siquiera era del barrio. Y tuvieron que  pasar los años para que vuelvan a encontrarse acá.

Tito llegó de saco y corbata. Dejó la panadería que heredó del viejo y vino. Saludó a todos y se sentó en un rincón. Mi mujer le dio un beso. Laura no se lo bancaba mucho porque lo consideraba un miserable. Cuando tuvimos que internar al menor de  nuestros hijos, la clínica nos pidió un adelanto. Yo le dije que no fuera a verlo, pero viste cómo son las minas cuando uno le pide que no hagan algo. Fue a pedirle plata solamente porque para todos, Lucho era el que la tenía toda. Y en realidad, todo lo que tenía eran las deudas que le dejó el viejo al morir. Salvó la panadería de pedo. Le costó un huevo ponerse al día con los prestamistas que le chupaban la sangre y con los que el viejo se había  endeudado.

Fideo hizo algunos comentarios que provocaron alguna que otra risa, pero no estaba en su noche de chistes. Siempre lo bancamos en cada joda pesada que se mandaba. Me acuerdo la tarde en que envolvió un sorete de perro, lo puso en una especie de estuche, lo cerró con papel de regalo y lo dejó, sin que nadie se diera cuenta, en el mostrador de  la farmacia de los  rusos. Nos sentamos en la  vereda a ver. Una vieja bien pituca entró y pidió un remedio. Cuando el ruso encaró para el fondo, la  vieja se metió el paquete en la cartera. Seguro pensó que era un termómetro o algo así. Nos cagamos de risa. Pero también sufríamos con él. Como la noche en que se le ocurrió prender fuego a una pila de cartones que había en la vereda de la casa de unos vecinos recién mudados al barrio. Las llamas eran más altas que la casa. Se prendió fuego el cerco y el árbol. Se nos fue de madre y la gente asustada llamó a los bomberos. La vieja Cora nos había  visto y nos denunció. Nunca dijimos que había sido el Fideo. En casa nos fajaron a todos. Me acuerdo de la cara de mi viejo. Me miraba como si fuera un asesino buscado por la Interpol.

Mirala a Pochita. Dicen que enganchó a un boga de muy buena reputación. Se tiró el ropero encima. Tiene más alhajas colgadas que El Trust. Creo que nos vino a cerrar la boca a todos. Siempre la tratamos como a un yiro. No sabíamos de qué laburaba y cada noche la traía a su casa alguien distinto. Pegó a los cincuenta la Pochi. El viejo se rompió el culo toda la vida con los zapatos pero no sacaban la cabeza a flote. Me acuerdo del viejo con el audífono que le asomaba detrás de la oreja derecha y el Fideo que siempre le decía alguna boludez hasta que se dio cuenta que lo cargaba y salió a correrlo una tarde. Está muy buena la Pochi. Siempre tuvo lindas tetas.

Cachito llegó bastante tarde. Lo estaba esperando. Me tocó la  cara y no entendí qué carajo dijo porque en ése momento todos hablaban fuerte y no se entendía bien. Me estoy quedando sordo como el viejo de la Pochi. Mi amigo del alma, mi hermano.  Cachito. Nuestras casas estaban en la misma vereda y desde chicos nos hicimos amigos. Compartíamos todo, hasta el banco de la escuela. Hasta se dio que nos pusimos de novio con dos hermanas y la barra nos cargaba. No se si alguna vez le dije lo importante que es para mí. Nos faltó hacer juntos la colimba. A él le tocó aeronáutica y estaba cagado porque le tenía miedo a los  aviones. Como si lo fueran a subir a uno al boludo.

Cuando tuve el accidente en la fábrica venía todas las noches. Del laburo directo a verme y se  quedaba hasta cualquier hora. Creo que tenía miedo. Yo lo veía sufrir, pero me daba ánimo, me decía que esperaba que me pusiera bien para ir los domingos de nuevo a ver al Rojo. Carajo. Las que pasamos juntos en Avellaneda, las pizzas en los Tres ases, las horas comentando el partido como si pudiéramos cambiar el resultado. Me acuerdo la  noche contra el Ajax de Holanda. Los holandeses salieron de  joda la noche anterior y nos dieron un baile como para siete. No entendíamos cómo terminamos 1 a 1. En Holanda nos comimos tres. Nos perdimos a la salida. En esos tiempos no existían los celulares. Lo encontré esperándome en la casa de Laura, tomando mates con los viejos. Dejamos de vernos durante un tiempo, cuando se fue a Rosario a laburar. Laura y yo nos hacíamos unas escapadas para ir a verlo. Hablé en la iglesia cuando se  casó. Qué tipo Cachito, mi hermano.

Les veo las caras a todos y no lo puedo creer. Éramos dieciséis y ahora con las mujeres  y los pibes  ya perdí la cuenta. Rolando salió a fumar. El negro Brizuela no se despega de Olga. Nunca pudimos entender cómo una rubia alemana tan linda se dejó enganchar por el negro que es más feo que pisar un sorete descalzo. El Fideo siempre jodía con que Olga lo había visto meando, que el negro tenía una escopeta entre las piernas. Es una estampilla el negro. La cela como si alguien se la fuera a afanar.


Antes que le diga, Laura le ofrece un café a Cacho. Me conoce Laura. Jugamos de memoria. Algo le quiere decir. ¿Me pareció o Cacho le tocó el culo a Laura? Qué piña te vas a comer, Cacho! Ella se dio vuelta, le  hizo una sonrisa bien de atorranta y le puso el índice en la boca. Hijos de puta, me están cagando. Se metieron en la cocina. ¿Dónde mierda está la mujer de Cacho? Mirá cómo me cagaron la noche estos dos. Carajo. Hubiese preferido no enterarme. No quiero imaginarme lo que harán después que me entierren mañana a las once.

Paloma

Paloma
Eligió, por vocación, el camino de las  letras,
ése sendero laberíntico y pantanoso del  que nadie sale ileso,
sin brújula y sin Norte,
con destino de infinito.

Eligió que sea la palabra,
su herramienta y su voz en esta tierra
y también en otras que hasta hoy desconoce.

Se quedó con la pluma,
las noches en vela persiguiendo rumbos,
pariendo historias, rescatando sueños.
Le pesan los ojos pero vuela,
la elección de su nombre fue premonitorio.
La busca la nostalgia pero gira suspendida en el presente.

Desafió la hoja de papel en blanco,
ése vacío cuyo vértigo siempre es desconocido,
desconocido y absurdo como las ceremonias y los protocolos,
la iniciación a un rito,
un despertar, la chispa,
la que enciende el fuego venturoso.

Vivirá mil vidas,
las de buenos y canallas,
en otros tiempos, continentes, circunstancias,
escribiendo al pie su nombre,
imaginando que otros esperarán que escriba,
que escriba y que cuente.

La cultura y los hombres



Al gran Atahualpa Yupanqui le preguntaron en una entrevista qué era la cultura. El viejo, sabio como pocos, se refirió a una anécdota personal. Estaba  tocando la guitarra entre un grupo de arrieros al pie de una montaña. Uno de los paisanos tenía una chala entre sus dedos a punto de terminarse. La brasa ya llegaba a la piel de los dedos. Atahualpa terminó de tocar y el hombre arrojó la chala. Otro le preguntó: ¿Te quemaste? Casi, respondió. Eso es cultura. Para no distraer con el gesto de arrojar la colilla al suelo al auditorio y romper el clima, el hombre esperó a que terminara. Un arriero con pocos libros leídos seguramente. Un arriero muy culto.

El hombre, ya mayor, se acercó a nosotros en la playa de Cumbuco. Piel curtida y  repleta de arrugas, paso cansino. Llevaba un morral colgado del hombro con el que portaba algunos libros. Saludó y comenzó a improvisar en rima una descripción sobre la sonrisa de mi mujer, mis canas, el mar, el sol, la playa. Notable. Luego dijo que tenía un libro con su poesía para ofrecernos. Lo dijo con extrema humildad. Lo dijo confesando: “No se leer”.

Me he encontrado con hombres de mucha formación académica  que no tienen la mitad de la cultura de este poeta.