Me ayudaron los libros de autoayuda

En todos los talleres a los que concurrí aprendí algo. Uno de ellos decía: “Con esfuerzo, todo deseo es realizable” Y me dije: voy a ser compositor de tangos. Y recordé que en el taller Vivencias y aprendizajes nos daban algunos tips. Fui al cuaderno de apuntes y me puse a trabajar.

En un recuadro decía: “Para escribir hay que vivenciar”. Agarré un bolso, lo llené con la muda de ropa sucia de la semana y fui a la casa de mi madre para pedirle que lavara la ropa para mí mientras yo la observaba, block en mano y escribía. Es increíble lo lentas que se vuelven las personas cuando pasan los 85. Ahí estaba mi vieja en el piletón como en el tango “El sueño del pibe”, aunque nadie golpeó la puerta de la humilde casa, pese a que yo había cortado la luz para que mi vieja no se tentara con el lavarropas. Invierno crudo. Con los guantes de lana me costaba sujetar bien el bolígrafo. Pasó el invierno. A mi vieja la internaron con neumonía y a mí no se me ocurrió nada con su sufrimiento ni con las preguntas que me hacía cuando podía hablar sin la máscara de oxígeno. Me dije: “no es el tema. Pasemos a otro”

Empecé a tirarle onda a la mujer de mi hermano mayor. Nos encamamos un par de tardes cuando él se iba para el fútbol pero no pasé la segunda estrofa de “El hermano Judas” que ya me había empezado a cansar la frase de Bety: “Hacerle esto a Pepe que es tan bueno”. Ya había gastado dos blocks garabateando y solo tenía dos estrofas sin música.

Pensé que por ahí no estaba vivenciando bien como pedían en el taller. Me compré dos botellas de licor barato y me senté frente al ventanal donde calculé que el sol arrastraba su caracol de sueños. El que se arrastró fui yo para llegar al sillón y dormir como un animal. El hígado me latía más fuerte que el corazón. Nada.

A un duelo a cuchillo no me animaba, así que fui a las carreras de caballos. Gané las tres y no pude llorar por haber perdido la guita. Uno pone voluntad pero si la mala suerte no te pierde pisada, estás frito.

Llegó la factura de luz y me fui derechito para el lado del bolero. Así fue que compuse “Voy a pagar la luz para pensar en tí”.



El regreso del caballo

Cada tanto, mi hermana Teresita, reflota una anécdota familiar.
Para conmemorar un Día de la tradición, en la escuela le pidieron un dibujo alusivo. Preocupada por su tarea me consulta.
-No sé si sabés que el dibujo es uno de mis grandes talentos-le dije con aire de misterio.
Ante tamaña presentación me pidió que dibujara algo en su cuaderno.
-Ahora no tengo muchas ganas…
Y allí comenzó una cadena de ruegos en continuado.
Y yo que seguía en mis trece hasta último momento. Entonces le pedí el cuaderno.
Cuando vio la obra terminada no sabía si llorar o asesinarme.
Fui a comer con una amiga y su pareja le pidió que en honor a su padre dibujásemos en el mantel de Pipo algo, respetando una tradición paterna que cuando se reunía con alguien, para plasmar su alegría y en homenaje, hacía germinar imágenes maravillosas sobre el mantel de papel.
Volví a recurrir a mi caballo.
Mi hermana sostiene que es mucho mejor que el que dibujé cuando ella era una niña.

No quise explicarle que el arte y el artista evolucionan hermanados y en forma paralela.