Poncho

Se diferenciaba de todos los perros que vieron en el pueblo. Fue el primero en acercarse a la carpa, tomarla como parte de su territorio y hacerse amigo. Y allí andaba siguiéndolos o encontrándose con ellos en distintos lugares, corriendo hacia ellos con la misma alegría que a uno lo embarga cuando se encuentra con gente querida. Lo bautizaron Poncho porque inspiraba, como los buenos perros, una sensación de abrigo y protección. En las noches merodeaba la carpa y se recostaba contra los laterales a dormir.

Poncho es grande y de pelo rubio, con personalidad, poderoso instinto y libre. Un callejero que es reconocido por todos y por todos saludado con una caricia en la cabezota, con ése santo espíritu que uno depara para la buena gente.

Una tarde llegó lastimado en una pata y los preocupó. Los turistas que tienen pocos días en un lugar confían en las personas que conocen y con su preocupación a cuestas y Poncho acudieron a pedirle ayuda a la dueña del camping. Su respuesta fue inmediata. Les pidió que lo ayudaran a subirlo a la camioneta, que ella se ocuparía de llevarlo a una veterinaria.

Días más tarde se encontraron con la mujer y le preguntaron por Poncho. Tuvieron la sensación de estar hablando con el veterinario que lo había atendido. “Por suerte la herida no llegó al hueso. Van a esperar unos días, que el antibiótico aísle la infección y lo van a destinar a un campo para que viva libre como hasta hoy”. Sonrieron felices. Poncho estaría viviendo pronto en un campo, cuidado y querido.

Dos días después fueron de visita a otro pueblo. Poncho estaba allí, libre como siempre pero en la calle y sin ser curado. Fueron a saludarlo, pero los perros, animales de buena memoria, no se olvidan de quienes ayudaron a subirlo a una camioneta para deportarlos de su territorio, así que los esquivó y se fue caminando hasta un nuevo lugar, mejor escogido: una parrilla. Una angustia enorme los azotó a los dos.

Allí le contaron que apareció hacía unos días, que le daban de comer, que daba vueltas todo el día y que regresaba a la noche.

Imaginaron la parte de la película que no se vio. Cuando la camioneta llegó al pueblo vecino se detuvo y Poncho fue abandonado a su suerte.

Hablaron con la chica que atendía como moza la parrilla. Le contaron la situación. Ella entendió y les dijo que se iba a ocupar de encontrarle un sitio, que allí le daban de comer y que estaba bien.


Otra historia de perros y perros.