Se levantó de buen ánimo. Las pastillas provocaron un sueño
profundo y ahuyentaron las pesadillas. Después de desayunar se propuso seguir
con la lista que había dejado sobre el escritorio la noche anterior. Había
llegado hasta el cura. Lo pensó detenidamente durante días y no quería que
faltara nadie importante. Sin estridencias, pero con decoro, pensó. Escribía
con su letra desgarbada de siempre, la que le costó más de un reto de sus
maestras de la escuela primaria. Escribía de prisa, lleno de entusiasmo.
Miró el cuadro de los nietos, el crucifijo en la pared y el
rayo de luz que se filtraba por la ventana buscando inspiración.
Entre los papeles del escritorio había dos libros marcados
con anotaciones que sobresalían de las hojas. Al lado de unos cuadernos ajados
por el uso una biblia con un cordón dorado como señalador. Fue la primera vez
en muchos años que se puso a escribir antes de afeitarse. Cada día ese ritual
le costaba un poco más. De un día para otro descubrió una arruga, y luego otra,
y otra más. Fue allí cuando pensó que sería así hasta el fin de sus días y se
quebró.
Las últimas noticias le dieron nuevos bríos. Escribía cartas
y más llamadas que las de costumbre. Hacía el esfuerzo de recordar las frases
que marcaron su vida pero sabía, al pronunciarlas en voz baja, que eran
imperfectas, que se habían desgastado como los muebles que lo rodeaban.
Le avisaron que había llegado su abogado. Se arregló el
cuello de la camisa y la botamanga del pantalón. Caminó por el pasillo sin
prestarle atención a otra cosa que a la puerta que tenía enfrente. Vio llegar
al abogado, lo saludó y esperó en vano que abriera su maletín. De pie, apoyado
en el portafolios, le dijo la frase ensayada: “Malas noticias. Pese al trabajo
que hicimos en los medios, el fallo va para atrás y se suspende el beneficio
del dos por uno. Se llenaron las calles de gente. Mucha presión”.
Fue el puñetazo seco contra la mesa lo que cambió la pose
relajada del letrado. Lo miró a los ojos y quedó hipnotizado por el miedo que
inspiraba el brillo de los ojos. Lo vio bajar la cabeza buscando una
explicación y escuchó que decía en voz baja pero seguro: “Le dije al tigre que
nos habíamos quedado cortos”