Cumpleaños


Su madre fue la encargada de organizar la fiesta de cumpleaños. Cuidó de todos los detalles con el mismo esmero y dedicación con el que escribió en perfecta letra cursiva las invitaciones. Fue estricta en la elección de los invitados. En esa casa no se admitían groserías, faltas de aseo o conductas impropias a las ideas de una familia profundamente cristiana. 

Pasó semanas observando desde las rejas en la vereda de la escuela el comportamiento de cada niño en el patio, tachando de la lista con que tomaba asistencia la maestra a todo aquel que fuese una mala influencia para su hijo. Sospechó repasando los nombres del algún origen judío, constató su elección escudriñando sus conductas sociales a quienes no tuvieran la formación de un hogar bien constituido. 

El tío Eduardo tomó las fotos del festejo, sobre todo aquella que repasarían, con el correr de los años, donde aparecen las miradas de los que rodearon la torta y sus siete velitas. 

La familia ve en el niño ciertos rasgos físicos y de carácter muy parecidos a sus hermanos mellizos, fallecidos unos años antes en una epidemia de sarampión. Su inclinación por los soldaditos de metal y su porte solemne ante los símbolos patrios auguran un futuro militar como el de sus mayores. 

El primero a su izquierda en la foto es Víctor, su compañero de banco, con quien conservó una amistad hasta la adolescencia. El segundo es Manuel, quien abandonó la escuela el año siguiente. A su derecha está Pablo, hermano de quien fue años después su primera novia. Le sigue Felipe al que, décadas después, selló su suerte con una decisión propia de su carácter. 

El destino quiso que forjara su temple para la toma de decisiones trascendentales para su país, que no sufriera por culpas o remordimientos. Antes que la amistad está la Patria. De Felipe queda solo esta foto. 

El cumpleañero es el único que no sonríe en la foto. El pequeño Jorge Rafael posee un espíritu de hierro.