A un paso

 

Ilustración Darío Parissi

A un paso nada más,

solo a un paso,

aunque ese paso signifique un parpadeo o una eternidad.

Y yo la voy siguiendo

y ella se adelanta como si me percibiera,

ajusta el ritmo de su paso,

se aleja otro poco

y en su andar deja caer puntos suspensivos.

Puedo describir la estela que deja su perfume,

hipnotizarme con el vaivén de sus caderas,

manteniendo una secreta esperanza:

que gire la cabeza y me observe.

Persigo en el deseo un imposible.

Ella siempre se aleja y yo no cejo,

me agita la ansiedad,

me cohíbe su estatura,

respiro a su compás,

doy pasos a su medida,

espero una señal de mis antecesores.

aquellos que han sabido deslumbrarla,

seducirla, cuidarla con esmero

con imágenes brillantes, con impactantes metáforas,

con deliciosas palabras

El latido cabe en un renglón

y en una estrofa el Universo entero.

 


Respuesta a un discurso

 


Publicado el 9 de julio de 2016, cuando este delincuente dijo querido rey, la angustia y no se cuántas payasadas más. Yo también me dirigí a ese cuatro de copas. Lo rescató mi amiga Mónica Rafael por un recuerdo de FB.

Che Juanca:
A mí no me da por decirte querido rey, ni Su Majestad, ni todas esas expresiones serviles de gente arrastrada. Para mí sos tan simple y mortal como cualquiera de los elefantes que te gusta cazar con tu rifle y que por supuesto, me merecen el respeto que vos ni por asomo.
Nunca te pusieron en el aprieto preguntándote si realmente se te escapó, de bruto nomás, aquel tiro que mató a tu hermano, noticia que propagaron como accidente, o fue un arreglo familiar para quedarse en el trono. ¿Cómo se llamaba? Ah, si, Alfonsito, cierto. Bueno quedará con vos el secreto. No puedo imaginar que lo hayas confundido con un elefante.
Nunca creí que quienes te precedieron en el trono hayan sido elegidos por Dios, como les hacían creer a gente primitiva, manipulada por curas sin moral, los de la Santa Inquisición, no sé si te suena. Pertenezco a un sector de la población que piensa y yo sé que eso no te gusta ni le hace bien a tu salud.
Te quiero aclarar algo. Ése tipo de traje azul que viste hoy diciendo el discurso, ése que decía que nuestros congresales estarían angustiados de separarse de España, es solamente el presidente electo, no la voz que me representa a mí y a unos cuantos millones. De hecho, no lo voté, pero debo aceptar la elección de un grupo de desmemoriados y otro de gorilas. Que le vamos a hacer. Soy como los elefantes, no me olvido fácilmente.
Te decía. Ése de de traje no era un animador ni un standapero. Es el que nos gobierna. Si, caete de culo. Ese. El tipo se siente como un virrey y nadie lo contradice, pero estoy seguro que Cisneros debió haber hecho mayor obra pública que éste.
Te decía y es bueno aclararte. Acá tuvimos patriotas de verdad. Hubo uno que en España los ayudó contra Napoleón, fíjate vos. San Martín se llamaba. Y ése no se angustiaba como vos cuando los lacayos se demoran en alcanzarte el diario de la mañana. El tipo cruzó los Andes para ir a sacarlos a patadas en el culo. Y fíjate vos que mandó congresales a Tucumán para que apuraran con la declaración de la Independencia. Ninguna angustia, ningún stress, nada de fatiga, ningún trauma. Belgrano era otro. Un visionario, un adelantado a su tiempo.
Vos hubieras sido un peligro peleando contra los moros o contra los franceses. Si en tu casa se te escapó un tiro, no me quiero imaginar en combate.

 


El cortejante

 


Visitó el local hacía unos años, cuando la ropa que vendían era para público masculino y ella, con medio cuerpo oculto del otro lado del mostrador, lo impactó con sus gestos y femineidad, ese charme que solo poseen algunas mujeres. El local cambió de dueño y de estilo unos meses después pero ella seguía allí, llamándole poderosamente la atención cuando la observaba al pasar y la veía renovando la ropa exhibida en la vidriera, asesorando a una clienta indecisa o esperando una la aprobación final del otro lado de la cortina que resguardaba el probador.

Tenía claro que fantasía y misterio conformaban una combinación que inflamaba el deseo pero cada tanto volvía a caer involuntariamente en el poderoso imán de aquel negocio ubicado a unos metros de una esquina que unía a dos avenidas. No encontraba la excusa o el pretexto para entrar a un local de ropa para mujeres y poder hablarle. Sabía por experiencias anteriores que la idealización podía derrumbarse como un castillo de naipes  ante una expresión inesperada, un gesto que no encaja con la imagen que nos formamos del otro o el tono estridente de su voz.

Su corazón palpitó con fuerza cuando la vio caminando de frente en su misma dirección un mediodía. Volvió a sentir una descarga de ansiedad por su falta de arrojo, por no encontrar la manera de acercarse sin provocar miedo o rechazo. Elaboró estrategias que fue desestimando con el correr de los días en base a distintos análisis que las convertían en inapropiados o en estériles hasta que se decidió por una romántica, sutil y concreta. En el puesto de flores ubicado a escasos metros del local de la mujer compró un ramo y le pidió a la florista que lo entregase en el local de parte de un admirador anónimo.

Esperó unos días y repitió los mismos movimientos. Estaba enterado, por la florista, que la mujer que recibía las flores la acosaba con preguntas intentando descubrir la identidad del cortejante misterioso. No sabía nada sobre ella y pensó que le podía originar una incomodidad cerrar el negocio y volver con las flores regaladas a su casa si vivía en pareja y verse en la obligación de dar explicaciones. El espíritu romántico del juego que había diseñado era más fuerte que cualquier duda.

Cuando fue decidido por el tercer envío la florista rechazó su intención de compra diciéndole que la mujer le había anticipado que no recibiría un solo ramo más si no se presentaba quien las compraba.

Pensó durante días cómo sería su ingreso al local y cuáles iban a ser las palabras cuidadosamente seleccionadas para presentarse. Ensayó las frases para no tropezar con furcios y ser concreto. La primera vez que se animó a ingresar al local estaba cerrado mucho antes del horario habitual. Pudo ir unos días después y al entrar con paso decidido no se dio cuenta que había una clienta en el negocio.

-Soy el que envía las flores como un admirador y vengo a disculparme si eso te molestó o causó algún problema -dijo de corrido, sin una pausa, mirándola fijamente a los ojos.

Ella, apenas levantó la vista un par de segundos y con la precisión y potencia de un arma reglamentaria dijo: “Gracias. Muy amable” y siguió aconsejando a su clienta.